Una mujer vestida con harapos
emergió de un pantano
flanqueada por siete escorpiones gigantes.
Con un bebé en brazos, se dirigió
a la aldea más cercana para pedir comida.
Se aproximó a una magnífica mansión,
pero la señora de la casa
echó un vistazo a sus ropas sucias
y a sus inusuales acompañantes
y le cerró la puerta en la cara.
Así que continuó por el camino
hasta que llegó a una choza.
La mujer de allí se apiadó de la extraña
y le ofreció lo que pudo:
una comida sencilla y una cama de paja.
Su invitada no era una mendiga ordinaria.
Era Isis, la diosa más poderosa de Egipto.
Isis se estaba escondiendo
de su hermano Seth,
quien había asesinado a su esposo
y quería asesinar a su hijo bebé, Horus.
Seth también era un dios poderoso,
y los estaba buscando.
Así que, para mantener su anonimato,
Isis tenía que ser muy discreta.
No podía arriesgarse a usar sus poderes.
Pero contaba con ayuda.
Serket, diosa de las criaturas venenosas,
había enviado a siete
de sus servidores más feroces
para proteger a Isis y a su hijo.
Mientras Isis y Horus se acomodaban
en su humilde alojamiento,
los escorpiones estaban enfurecidos
porque la mujer rica
había ofendido a su señora divina.
Todos combinaron su veneno
y se lo dieron a uno de los siete, Tefen.
En plena noche,
Tefen se arrastró hasta la mansión.
Mientras reptaba bajo la puerta,
vio al joven hijo de la dueña
durmiendo plácidamente
y le dio un fuerte pinchazo.
Isis y su anfitriona pronto despertaron
al oír fuertes llantos.
Mirando desde la entrada de la choza,
vieron a una madre corriendo por la calle,
llorando con su hijo en brazos.
Cuando Isis reconoció
a la mujer que la había rechazado,
entendió lo que sus escorpiones
habían hecho.
Isis tomó al niño en sus brazos
y comenzó a recitar un poderoso conjuro:
"¡Oh, veneno de Tefen, sal de él
y cae al suelo!
¡Veneno de Befen, no avances más,
no penetres más, sal de él
y cae al suelo!
Pues soy Isis, la gran Encantadora,
la Pronunciadora de Conjuros.
¡Cae, oh veneno de Mestet!
¡No te apresures, veneno de Mestetef!
¡No surjas, veneno de Petet y Tetet!
¡No te acerques, veneno de Matet!".
Con cada nombre que invocaba,
neutralizaba el veneno de ese escorpión.
El niño despertó,
y su madre lloró de gratitud
y lamentó su anterior frialdad,
y le ofreció toda su fortuna
a Isis en arrepentimiento.
La mujer que había acogido a Isis
miró asombrada.
No tenía idea de a quién
había traído bajo su techo.
Y desde ese día,
la gente aprendió a hacer una cataplasma
para tratar las picaduras de escorpión,
pronunciando conjuros
como la diosa lo había hecho.