El 11 de septiembre de 2001 fue un día oscura para EE. UU. Unos aviones pilotados por unos terroristas de Al-Qaeda se estrellan en el Pentagono y el World Trade Center. 3000 muertos. Pero la pesadilla no había terminado. Unos días más tarde, unas cartas como estas fueron enviadas a periodistas y personajes políticos, senadores. Estas cartas contenían un polvo blanco y fino, y del que rápidamente se identificó que contenía bacilos anthracis, lo que llamamos el ántrax. Una bacteria extremadamente peligrosa que puede provocar la muerte en 24 horas por infección pulmonar. El resultado fue 28 víctimas, 5 muertos, y 33 000 personas que recibieron la ciprofloxacina, un antibiótico, de manera preventiva. En la ausencia de este antibiótico, habríamos tenido, probablemente, cientos de muertos. ¿El coste del ataque? USD 100 millones del Gobierno de EE. UU. Una persona anónima preparó en un laboratorio, a partir de un cultivo, un polvo liofilisado, es decir, seco, y lo introdujo dentro de unas cartas. Esto provocó un caos mediático porque las enfermedades infecciosas, las epidemias tienen una carga muy importante en nuestro cerebro, y nos acordamos normalmente de grandes epidemias de peste, de viruela y este caos mediático paralizó la economía americana, pero también contagió, si puede decirse, en Europa. Porque, por ejemplo, en nuestro país, en Francia, más de 10 000 cartas y paquetes fueron analizados para buscar el bacilos anthracis, el germen en cuestión, aunque no ha habido nunca ningún ataque en nuestro país. Este polvo había sido militarizado. Como el humo de un cigarrillo, podemos, asociando las bacterias a unas partículas de silicio, disociar grupos de bacterias y hacer bacterias asociadas a silicio que las haga electroestáticas. Estas bacterias pueden permanecer durante semanas en este estado y basta con respirar durante algunos minutos para provocar el carbunco, que es mortal al cabo de 24 horas. Ha hecho falta 8 años, cerca de 7, para encontrar el culpable o aquel que se supone que lo es. Se trataba de un coronel del ejército estadounidense, Ivins, especialista de la vacuna contra el carbunco. Bruce Ivins fue, durante los 7 años de investigación, irónicamente, fue el especialista de Fort Detrick, que ha examinado las cartas que él mismo había enviado en octubre de 2001. En julio de 2008 el FBI fue a detenerlo. Se envenenó, se suicidó. Está muerto y el hombre más buscado de EE. UU. 24 horas después de su muerte, fue incinerado sin autopsia. ¿Estaba sólo? La pregunta queda planteada... Por lo tanto, esta idea de usar microorganismos para destruir, como un arma, es una idea que viene de la Primera Guerra Mundial. Después de la Primera Guerra Mundial, en particular tras la gripe española, que dejó de 50 a 100 millones de muertos entre 1918 y 1919, algunos se dijeron que las armas biológicas podrían ser las armas menos convencionales similares a las armas químicas. Esta foto muestra el encuentro el 27 de septiembre de 1945, entre Douglas MacArthur, el proconsul estadounidense, el comandante supremo de los ejércitos estadounidenses del Pacífico, e Hirohito. Hirohito le esperaba desde el 3 de septiembre porque había aterrizado el 3 de septiembre y estaba seguro que iba a ser fusilado, porque él era el jefe supremo de la armada, y había respaldado numerosos crímenes cometidos por la armada japonesa durante la Segunda Guerra Mundial en territorio chino, en particular, el programa de armas biológicas que influirá más adelante a la URSS y EE. UU. El proconsul le dijo: "se les ha concedido la amnistía, y a su familia también. No habrá ninguna persecución, con la condición que transmiten todas mis ordenes al pueblo japonés." Conocía bien la psicología del pueblo japonés, y también era un hombre pragmático. Cómo dirigir un país de 77 millones de habitantes, con un ejército que todavía contaba con 6 millones de soldados, con 460 000 estadounidenses que estaban preparados para desembarcar. Y eso acabó funcionando. Los japoneses desarrollaron un programa de armamento aterrador, antes de la Segunda Guerra Mundial. Fue Shiro Ishi, que será general, un médico epidemiológico japonés, el que desarrolló este programa. Y he aquí la base de las armas biológicas, desarrolladas en Pingfan, al lado de Harbin en Mandchourie, eso que llamamos "Unidad 731". En esta base, cerca de 10 000 personas: prisioneros chinos, prisioneros rusos, y algunos prisioneros estadounidenses fueron testados con agentes patógenos. No hubo ningún sobreviviente. Todo lo que sabemos acerca de lo que pasó en esta base viene de testimonios de los torturadores que testificaron 30 años más tarde. Y los japoneses lanzaron toda una serie de ataques sobre territorio chino, pulverizando o contaminando el agua de pozos, con microorganismos: el bacilo de la peste, el bacilo del ántrax. Daban, por ejemplo, el bacilo del ántrax con chocolate a niños. Y lanzaron 11 ataques sobre ciudades chinas, desencadenando epidemias de peste; estimamos que hubo cerca de varias decenas de miles de civiles chinos que perecieron. Esos ataques cesaron en abril de 1942 en el sur de Shanghai. 200 soldados de la Unidad 731 esparcieron, contaminaron con el bacilo del cólera todos los pozos de la región, pero el ejército japonés no lo sabía: hubo 10 000 chinos muertos, y 1700 entre los soldados japoneses. Un ejercito biológico, su futuro es impredecible. Se puede volver contra el atacante, por lo que es un ejército terrible. En 1945 los estadounidenses heredan los secretos de los japoneses, y les otorgan inmunidad. Shiro Ishi murió en su cama, y una carrera armamentística demencial comienza, evidentemente el arma nuclear y las armas biológicas, tanto en EE. UU. como en la URSS hasta 1991. Algunos ejemplos de aquello que se llevó a cabo en EE. UU. de manera totalmente secreta y desconocida para la población y gran parte de hombres políticos: vertimos aerosoles de bacterias, algunas en teoría seguras, sobre ciudades para estimar, para hacer simulaciones, para saber cuantas personas podían ser asesinadas o contamiandas con estas bombas de aerosol sobre Nueva York, San Francisco, Winnipeg, y sobre otras ciudades. También lo hacíamos esto en el metro de Nueva York. Y me gustaría darles otro ejemplo de la completa deriva que los militares podían tomar, es el proyecto de un ataque sobre la isla de Cuba, que data de 1961 a 1962. Ese señor estadounidense es Bill Patrick, un militar que trabajaba en Fort Detrick, que había ideado un cóctel diabólico que el presidente Eisenhower consideró, hasta el fin de su mandato, como una idea espléndida. Se trataba de verter sobre la población de Cuba tres gérmenes: un germen que daba diarrea al cabo de unas horas, otro dolores de cabeza intensos, y una encefalitis al cabo de varios días, y un tercero, que provocaba una fiebre persistente de 10 a 20 días. Estos gérmenes no son mortales, salvo que una parte de la población es frágil y puede morir. La simulación mostraba que, si hubiéramos hecho este ataque, sobre 7 millones de habitantes en Cuba, habría habido un 1 % de muertos, es decir, 70 000 muertos. Robert Kennedy rechazó llevar a cabo este ataque, y lo siguiente fue la Bahía de Cochinos. Richard Nixon es un presidente muy pragmático. Fue aconsejado por Henry Kissinger y, en 1969, decidió parar, de manera unilateral, el programa de armas biológicas de EE. UU. estimando que teniendo 15 000 cabezas nucleares dirigidas hacia la URSS, los EE. UU. están protegidos. Y, en 1972, insiste en que haya una convención internacional sobre la prohibición de las armas. Esto no impidió a los soviéticos, de manera ultra secreta, desarrollar un programa, a partir de 1972, denominado "Biopreparat". Este programa donde 55 000 personas participaron con unas pruebas en la isla Vozrozdenija, en el mar de Aral, fue detenido en 1992 por Boris Yeltsin. Todo parecía calmarse, pero en 1995 hubo otro evento importante: el ataque, por parte de la secta Aum, al metro de Tokyo el 20 de marzon de 1995. 5000 personas fueron intoxicadas mediante este gas sarin, usado durante la Primera Guerra Mundial. Varias decenas de muertos y heridos, que están todavía hoy discapacitados. Lo que alertó a todos los cancilleres occidentales, es que el gurú de esta secta milenaria, Shoko Asahara, había concebido un programa rudimentario de armas biológicas; en concreto, había cometido tres ataques, en particular sobre Tokyo, vertiendo nubes, durante varias horas, de bacillus anthracis, ántrax, sobre la población de Tokyo. Y es ahí, cuando surgió una pregunta: he aquí unos individuos, con algunos medios, que son capaces de realizar ataques como estos. Por suerte, los ataques fueron infructuosos porque utilizaron una bacteria no virulenta. Y, ¿cuáles son los temores para el futuro? Los temores para el futuro vienen de la ciencia. Podemos manipular gérmenes genéticamente, podemos hacer a una bacteria, como la del ántrax, por ejemplo, o el bacilo de la peste, resistentes a todos los antibióticos. Podemos hacerles todavía más virulentos, de lo que son ahora, con el tiempo. Podemos también sintetizar microorganismos. Por ejemplo, en 2005, a partir de muestras pulmonares de esta mujer inuita, conservada en el permafrost, muerta en noviembre de 1918, pudimos secuencias por completo el virus H1N1 de la gripe española, que asesinó, como decía, de 50 a 100 millones de personas. Y hemos podido sintetizar por completo este virus, y, de alguna manera, devolverlo a la vida. Y cuando lo testamos en primates, es 10 000 veces más virulento que el virus H1N1 actual. En fin, podemos crear de nuevo agentes patógenos. Podemos crear virus o bacterias que no existen en la naturaleza, o que la naturaleza tardaría miles de años en fabricar. podemos crear, en algunas semanas, en un laboratorio, gérmenes extremadamente peligrosos. Afortunadamente, son tecnologías bastante complicadas de conseguir. Y, para concluir, diría que hace falta temer, evidentemente, el bioterrorismo. Los bioterroristas tienen la ventaja de la iniciativa. Es decir, ellos son los que manejan los tiempos y el espacio. Tienen una psicología para nosotros incomprensible. Pueden imaginar escenarios como el del ataque del 11 de septiembre, o escenarios kamikazes, que nosotros no somos capaces de imaginar. Tienen frente a ellos un mundo occidental con miedo, y que quiere conservarse. Por fortuna, las armas biológicas, cuando no son militarizadas, no son muy peligrosas. Y la militarización precisa la complicidad de un Estado canalla, es decir, un complejo militar-industrial, bastante complejo de conseguir. Pero estas armas biológicas causarían daños psicológicos enormes. Un caso de viruela en París: todos los aeropuertos se detienen, todas las estaciones se detienen, la actividad económica se paraliza, por una enfermedad que mata a entre el 25 % y el 45 % de la gente, y que es una enfermedad totalmente terrible. Es una de las armas biológicas que más tememos. Así que, no tengo una historia muy divertida que contarles, (Risas) y quería de todos modos, concluir con una cita de Aldous Huxley, que decía en 1931: " quién conoce el pasado, controla el futuro." Muchas gracias por su atención. (Aplausos)