En casa, mis padres siempre trabajaron,
pero, a veces, sus horarios no coincidían.
Por eso, con mi hermano pasábamos
las tardes y los largos días de verano
en casa de mis abuelos.
En esta casa, todo tenía
que guardarse en su lugar
y nada debía quedar en el piso.
No porque mis abuelos fueran estrictos,
sino porque Josie, mi abuela, era ciega.
Y si alterábamos ese orden
y no regresábamos las cosas a su lugar,
podía causar confusión, frustración
y hasta daño físico.
De chico me preguntaba cómo sería
recorrer distintos espacios
sin depender del sentido de la vista.
Cerraba los ojos, los mantenía apretados,
e intentaba recordar cómo era
la sala de estar de mis abuelos.
Caminaba con las manitas
extendidas, a tientas,
hasta que llegaba a una silla,
y luego a una lámpara,
y luego a la pared.
En ese momento, no podía sentir
más que admiración por ella.
Cuando iba con mi hermano a pasar
el día entero a casa de mis abuelos,
llevábamos películas en VHS.
¿Se acuerdan? Anteriores al DVD o
a la transmisión por plataformas en línea.
Y muchas de esas películas,
o más bien todas, eran de Disney.
Éramos los típicos niños de EE. UU.
de fines de los 80 y principios de los 90.
Nos sentábamos en una alfombra
roja para mirar la inmensa TV
que estaba incorporada
a un mueble aún más grande.
Y mientras mi abuela preparaba la comida,
venía con nosotros,
se sentaba en su mecedora
y nos decía: "Cuéntenme la historia",
refiriéndose a lo que veíamos en pantalla.
Una de las películas que más
disfrutábamos con ella era "Aladino".
Yo le describía los paisajes desérticos,
el atuendo de los personajes,
sus expresiones faciales.
Recuerdo muy bien su sonrisa
cuando le describía ese "mundo ideal"
y la alfombra mágica
que volaba entre las nubes.
Me esmeraba para que se sintiera
parte de lo que mirábamos.
Y, con esa actitud,
yo demostraba mi empatía.
De niño, tuve el privilegio
de aprender lo que era la empatía
a través de la relación con mi abuela,
compartiendo películas de Disney.
Pero sé que no todos
viven experiencias de este tipo.
Sin embargo, considero fundamental
que demos a nuestros hijos la oportunidad
de establecer relaciones
que despierten reacciones solidarias.
Entre paréntesis, sé que la palabra
"empatía" tiene su carga.
Quizá en los círculos que frecuentan
se la usa tan seguido
que ya se han cansado de oírla,
o perdió su significado original,
o quizá se la tilde de cualidad "menor"
que debemos desarrollar
con nuestros alumnos.
Doy fe de que no tiene ningún
matiz de debilidad ni de cursilería.
Por el contrario, es una cualidad
fundamental que se debe perfeccionar
a medida que vamos
aprendiendo a ser humanos.
Soy maestro de arte en el nivel primario.
En mis clases enseño
sobre artistas, cultura
y el uso de materiales
artísticos con un fin útil.
Pero también creo que mi función
es darles una educación emocional
y, específicamente,
enseñarles qué es la empatía.
Pero ¿cómo solemos explicarle
a un niño qué es la empatía?
Piénsenlo un segundo.
Con frecuencia, recurrimos a...
"Ponte en los zapatos del otro".
Está bien como metáfora,
pero ahora pónganse Uds. en la mente
de un niño de edad preescolar.
Un niño de jardín de infantes diría:
"¿Por qué debería ponerme
en los zapatos de otro?".
(Risas)
¡Para ellos no es normal!
No entienden el lenguaje que usamos
para abordar un tema tan importante.
Y aun una definición simplificada como
"Capacidad de comprender y compartir
los sentimientos de los demás",
es sumamente difícil de asimilar
para un niño de 5 años.
Por eso, hablar con ellos sobre
conductas prácticas y observables
es fundamental.
¿Cómo aplico la empatía en el aula,
en el parque con amigos,
con mi abuela,
con alguien que es diferente,
con alguien que actúa
de una manera distinta?
Hace un año, estaba
en la escuela con mis colegas,
y hablábamos de la educación emocional.
Estábamos elaborando un programa
de estudios de amplio alcance,
y debatíamos una y otra vez
sobre las definiciones y explicaciones.
Hasta que una noche de verano,
caímos de pronto en la cuenta.
Advertimos que la raíz de la empatía
está en la toma de consciencia.
Consciencia: "Conocimiento de lo que
le ocurre a uno mismo y a los demás
que nos permite tomar una decisión".
Se puede reaccionar, tener
una respuesta empática,
pero antes es necesario
ser conscientes de nosotros mismos.
En casa, soy yo quien se encarga
de hacer las compras.
Llevo mi lista y me encanta la adrenalina
de comprar sin salirme del presupuesto,
cosa que, en general, logro hacer.
Y una semana me pidieron
que comprara servilletas.
Y me encontré con estas
bellas ilustraciones.
Son servilletas con diálogos.
Y nos encantaba pasarlas en la mesa.
Todas las noches,
las respondíamos durante la cena,
nos divertíamos y nos reíamos en familia.
Y entonces me di cuenta
de que era una gran oportunidad
para que yo enseñara algo
en mi propia familia.
Entonces pensé: "Casi siempre
hablamos de nuestros sentimientos,
si estamos contentos o tristes,
pero ¿dedicamos tiempo
a decirnos por qué nos sentimos así?".
Y así empecé a practicar
con mi hija de 5 años
preguntándole sobre
la escuela, de este modo:
"Cuéntame de algún momento
del día en que te has sentido orgullosa".
"Cuéntame de algún momento
del día en que has estado triste".
"Cuéntame de algún momento
del día en que has estado feliz".
Cada noche le preguntaba
por distintas emociones y sentimientos.
Mi favorita era: "Cuéntame
de algún momento
en que te echaste
al suelo de tanto reírte".
Pero, como adulto,
yo le decía ese día que yo también tenía
mis momentos en que estaba asustado,
y momentos en los que estaba orgulloso
y, sin duda, momentos en que me echaba
al suelo de tanto reírme.
Pero lo cierto es que es una niña rápida,
sumamente rápida.
Un día le dije: "Cuéntame
de un día en que estuviste triste".
Me contestó: "Yo no estuve triste,
pero mi amiga Ellie se puso muy triste
porque no pudo jugar con los bloques".
Claramente, observar el comportamiento
y el sentimiento de los demás
empezó a formar parte
de ella como persona y amiga.
Y de este modo llegamos
a ser conscientes del otro.
Una vez, daba una clase de arquitectura
cuando el huracán Harvey
sacudió a Houston,
Eran alumnos de cuarto grado,
y muchos de ellos hacen preguntas
sobre el impacto que este desastre
natural tendría en los edificios
de la ciudad.
Y el abordar estos interrogantes
nos llevó a otros temas,
y de pronto terminamos hablando
de la influencia de la naturaleza
en la vida de las personas en la ciudad.
Todos se involucraron en la conversación
y yo me senté a escucharlos.
Y vi cómo empezaban a aplicar
el tema a las aulas de arte
de los alumnos de Houston,
y cómo se ponían a sí mismos en ese lugar
para luego empezar a plantearse
qué pasaría con los materiales de trabajo,
con los muebles y los trabajos artísticos
que tanto esfuerzo les había demandado.
Mientras los escuchaba,
quise darles otra oportunidad,
una manera de expresar artísticamente
lo que pensaban y sentían.
Entonces les presenté a dos artistas
que pintan lunares sobre objetos,
espacios y casas de verdad.
Con esta técnica, esos artistas nos hablan
de unidad, de experiencias traumáticas,
de la vida en comunidad.
El resultado fue esta casa
de 1,5 m de altura.
Vale aclarar que no son simples
lunares dibujados con fines lúdicos.
Cada lunar representa una donación
de material para las clases de arte
hecha por un alumno de cuarto grado
a una escuela de Houston.
Fíjense que no eran materiales sanitarios,
ni comida, sino materiales de arte.
Para ellos, se transformó
en una realidad palpable
la idea de que nuestra sala
de arte es un lugar seguro,
donde aprenden de sí mismos,
de la comunidad y del mundo,
y todo de una manera divertida.
Y la idea de que en Houston hubiera niños
que quizá no tenían
esas mismas oportunidades
no pasaba inadvertida para ellos.
Se les presentó como una realidad.
Estos pensamientos,
estos sentimientos solidarios,
llevaron a una práctica pragmática.
El tomar consciencia los llevó
a una práctica pragmática.
Ya no me siento en el piso
a ver películas de Disney con mi abuela.
El tiempo pasó, y mucho.
Pero ahora me siento
en el piso con mi hija de 5 años,
que también se llama Josie.
Vemos cómo Aladino y Jazmín
remontan vuelo en la alfombra mágica.
Y hay un momento en que la alfombra
baja de pronto a gran velocidad
y la princesa Jazmín, presa del temor,
se cubre los ojos con las manos.
Y al unísono con ese gesto,
mi hija de 5 años la imita.
Siente empatía por esta princesa
de una película animada.
Siente miedo, al igual que la princesa.
Pero en ese momento,
Aladino le advierte a Jazmín,
y le dice:
"No te atrevas a cerrar los ojos",
y le quita las manos del rostro
para que no se pierda de ver
la experiencia que está viviendo.
Y como él, yo hago lo mismo
con mi hija de 5 años.
Le quito las manos del rostro.
Debemos abrir los ojos de nuestros hijos
para que vean el mundo que los rodea,
para que participen de oportunidades,
pensamientos, acciones y relaciones
y no solo se pongan
"en los zapatos del otro",
sino que vivan una vida
en la que consideren más al prójimo
que a sí mismos.
Gracias.
(Aplausos)