Mi nombre es John, y estoy preso aquí en el Complejo Correccional Monroe. Y les quiero hablar sobre cambiar el paradigma de la prisión. Para hacerlo, debemos posicionarnos en la concepción que tenemos sobre el crimen y el encarcelamiento. Verán, nosotros creemos que el problema es el crimen. Pero la verdad es que las consecuencias del crimen son un síntoma, que nos advierte de un problema en nuestra sociedad. Así como un dolor en tu brazo izquierdo o una opresión en el pecho o la respiración entrecortada son un síntoma que advierten un problema en el corazón. Así existe un problema en el corazón de la sociedad. La desproporcionalidad racial de nuestro sistema de justicia, las fallas de nuestro sistema educativo, la inequidad socioeconómica. Muchos crímenes son síntomas de estos problemas y resolverlos con encarcelamiento masivo, no es la cura. Es como tomar aspirinas para contrarrestar los síntomas de un ataque al corazón, lo cual puede funcionar, por un momento, pero no resuelve el problema, que es el corazón. Así, hay un problema en el corazón de nuestra sociedad. Ahora, ¿qué hacemos al respecto? Dado que estuve aquí por los últimos 16 años, vi muchos hombres, niños, saliendo y entrando por esta puerta giratoria llamada prisión. Por mi experiencia, la falta de educación es el corazón de muchos problemas que llevan a la prisión. De hecho, si quieren, levanten la mano si creen que la falta de educación contribuye al encarcelamiento y la reincidencia. Bueno si todos creemos que hay una correlación directa entre falta de educación y cárcel como también tasa de reincidencia, ¿Porqué no transformamos las prisiones en escuelas? (Aplausos) (Ovación) De esa manera, podemos ocuparnos de los síntomas, que son los crímenes, y al mismo tiempo ocuparnos de lo que creemos el corazón del problema: la falta de educación. Y sí, dije: "Transformemos las prisiones en escuelas". ¿Obtuve su atención? Déjenme contarles cómo se me ocurrió esta idea. Cuando yo tenía alrededor de 9 años, un grupo de amigos y yo destrozábamos un baldío del barrio: rompiendo botellas, pateando macetas. Había una vieja choza de madera que usábamos para practicar karate, tratando de romper las tablas. Aunque ninguno de nosotros sabía karate. Un día, una amiga de mi abuela nos encontró, la Sra. Alice. Llamó a nuestros padres y pidió permiso para ocuparse ella misma del asunto. Si alguna vez tus padres te reprendieron sabes lo malo que es. (Risas) Cuando supe que esta anciana estaría a cargo de mi castigo, creí que sería fácil escapar. Que equivocado estaba. (Risas) Quieres hablar de ideas equivocadas: esta dulce anciana era dura como una roca. Descubrí que no era un simple baldío. Era un jardín comunitario abandonado. Dijo que nuestro trabajo era repararlo. Supe que la mesada de mis amigos y lo que ganaba repartiendo periódicos pagaría tierra, semillas y fertilizante. Incluso nos hizo pagar la impresión de los volantes que repartimos en el barrio, que explicaban el error que habíamos cometido y cómo lo repararíamos renovando el jardín. Bien, para nuestra sorpresa nuestra comunidad se acercó a ayudar. Plantamos maíz, lechuga, calabaza, papas; Yo amaba los tomates. Hasta convertimos la vieja choza en un invernadero. Aprendí mucho sobre cultivar pero sobre todo, no solo aprendí que lo que hice estuvo mal sino porqué estaba mal. Aprendí lo bien que se sentía hacer lo correcto y retribuir. Cuán asombroso se siente que mi comunidad creyera y se ocupara lo suficiente para invertir e impartir estos valores en mí. Es lo más extraño. Ese no era sólo un jardín para mí. Era mi castigo y también una escuela para mí. Esto, esto es lo que necesitamos hacer en las prisiones hoy. No digo que debamos llamar a las abuelas de la gente. ¿Se lo imaginan? Un montón de abuelas caminando por ahí tironeando las orejas de los prisioneros. (Risas) Lo que quiero decir es que necesitamos cultivar un lugar de aprendizaje, donde los prisioneros trabajen con la comunidad para retribuirla como corresponde. En ese jardín la Sra. Alice me enseñó que el verdadero propósito de mi castigo era enseñarme, educarme para que pueda tomar otras decisiones. Y cuando pensé en eso, me di cuenta de otra idea equivocada que tenemos. Como creía la Sra. Alice, los prisioneros deberían ser enseñados, educados, para que estos hombres y mujeres hagan mejores elecciones en el futuro. Pero de alguna manera nos obsesionamos tanto en el castigo, que perdemos de vista el objetivo. Y cuando pienso en eso, me duele. Y lo vi claro como el agua. Por un momento, imaginen si convirtiéramos las prisiones en escuelas. Oh, sí. (Risas) (Aplausos) ¿Y si las políticas y leyes que tan intensamente hacen foco en el castigo, las balanceáramos para que se enfocaran en la educación y la reinserción? ¿Qué sucedería si reservamos un pequeño porcentaje de penitenciarías designadas a las primeras evaluaciones, ubicación, manejo del comportamiento y luego reorganizamos todas las demás prisiones en escuelas: escuelas secundarias, de comercio, institutos técnicos, universidades? Imagínense. Obviamente todos conocemos que la razón de los límites, el alambre de púas y los muros es asegurar la suspensión de la libertad. Pero detrás de estos límites y alambres, detrás de estos muros, debemos enfocarnos en la rehabilitación desde la educación. Esto no es algo que pueda ser forzado o coercionado. Pero si un prisionero muestra el deseo de cambiar y crecer, si posee habilidades en el arte, la arquitectura, matemáticas o ingeniería deberíamos decirles: tenemos clases para eso. Si están convencidos de dejar atrás una vida de delincuencia, y quieren ser consejeros para la juventud en riesgo, para prevenir que niños cometan los mismos errores que ellos de jóvenes, deberíamos cultivar estas aspiraciones positivas. Si transformamos las prisiones en escuelas, podríamos formar comités multidisciplinarios, equipos de evaluación del riesgo de reincidir, que para uno es un bocado. Si estos términos no te son familiares, no espero que los recuerdes. Sólo son clasificaciones de cómo en prisión se juzga a los prisioneros, determinando qué deberían hacer, a dónde deberían ir mientras están allí, incomunicados con la sociedad. Podríamos intercambiar esos por conferencias a la comunidad. Lo primero que hacemos: los acercamos a la sociedad. Dejamos que la comunidad vea qué están haciendo con respecto a su expiación. Dejamos que vean los pasos, que las instituciones dan para facilitar y mantener a los prisioneros responsables. Después de todo, nuestra comunidad es el corazón de nuestra sociedad. Donde los prisioneros se criaron, donde cometieron sus crímenes, donde eventualmente serán liberados. Y estas comunidades tienen tanto derecho, responsabilidad y deber de ser parte del proceso, como tiene el Departamento de Correcciones. Solo imaginen si convertimos las prisiones en escuelas, podríamos remplazar los niveles de custodia por niveles de notas donde las notas más altas alcanzadas a través de la asistencia a programas educativos y cognitivos más el acceso a la reintegración, les permita usar lo que aprendieron en sus respectivas escuelas para volver a ganarse un lugar en la sociedad. Por medio de esto, podríamos tomar la falta de información general, el creciente miedo sobre de la liberación de prisioneros y transformarlo gradualmente, en una vuelta aceptada a la sociedad apoyada en el conocimiento de la comunidad del progreso personal del prisionero. Digo que convirtamos las prisiones en escuelas, porque no son suficientes los programas educativos que traen a este lado del muro. No. Como la Sra. Alice me enseñó: no es suficiente arrojar las semillas en la tierra, debes fertilizarla. Debes preparar la tierra. Debes regarla. Y si el entorno no es acorde para producir el tipo de planta que tú deseas, tienes que cambiar el entorno. Del mismo modo, necesitamos cambiar el entorno en las prisiones. Necesitamos un invernadero, porque en las prisiones de hoy en día, el entorno es de marginalización, cosificación, un entorno que se vuelve cada vez más contraproducente a los ideales de corrección para el que el Departamento de Corrección fue designado. Se volvió tan sistemático que incluso términos que me vi obligado a aceptar y a identificarme con, términos que hoy oyes que se repiten: preso, delincuente, convicto me marginalizan. Nos marginalizan. Y puedo decirles por experiencia propia, que si pasas mucho tiempo en determinadas condiciones es probable que comiences a sentir que eres incapaz de crecer y cambiar. Que no importa qué hagas, nunca serás una mejor persona. Y este entorno, no solo afecta a los prisioneros, sino también a quienes trabajan en la prisión. Empleados que se encuentran peleando entre tratarnos como los seres humanos que somos o tratarnos como menos que objetos que es cómo estas instituciones nos definen. A pesar de las buenas intenciones de quienes trabajan en el sistema, a pesar de las buenas intenciones de quienes están hoy aquí, en lugar de rehabilitar a estos hombres y mujeres en prisión, los institucionalizamos. Y a causa de nuestras percepciones erróneas sobre crimen y encarcelamiento estamos perpetuando el daño, la injusticia en nuestros vecindarios, nuestras familias, al no rehabilitar correctamente a estos hombres y mujeres en prisión antes de liberarlos en nuestras comunidades. Pregúntense: ¿Quieren que ex-convictos instucionalizados sean liberados en sus barrios? O ¿Prefieren tener hombre y mujeres rehabilitados insertados gradualmente en la sociedad? Imagínense. ¿Lo ven? Así que, ¿por qué no apartamos nuestros prejuicios? ¿Por qué no nos enfocamos en el corazón del problema? ¿Por qué no cultivamos un lugar de aprendizaje? ¿Por qué no convertimos las prisiones en escuelas? Gracias por su tiempo. (Aplauso) (Ovación)