Hay muchas mujeres importantes en mi vida.
Algunas son familiares, amigas, colegas.
Estoy segura de que todas
las personas del público
tienen una mujer
a la que aman profundamente.
Podría ser su madre,
su hija,
su hermana,
su abuela o incluso una compañera.
Quizá ahora sonrían
porque piensan en ellas.
Quizá esa sonrisa
se convierta en una risita
porque rememoran un recuerdo
bonito que comparten con ellas.
¿Se sienten así ahora?
Todos reflexionamos sobre el amor,
ese amor al cerrar los ojos,
cuando el sol nos golpea el rostro
y calienta nuestra cabeza
y siguiendo por todo el cuerpo.
Les animo a que hoy se aferren a eso
porque es de lo que voy a hablar.
Vamos a hablar de lo que
falta en la sociedad actual.
Hay una falta de amor y respeto
por las mujeres y jóvenes indígenas
de Canadá asesinadas y desaparecidas.
No digo que no haya amor.
No digo que los sentimientos hacia
esas mujeres sean contrarios al amor,
pero pueden ser mayores, mucho mayores.
Tengo la esperanza de que hoy
el amor que hemos construido juntos
reflexionando sobre las mujeres
y jóvenes que amamos
les anime a ver con nuevos ojos
lo bellas que son estas mujeres.
La bella verdad, la realidad escondida.
Para empezar, Boozhoo, Aanii,
Tamara, una joven indígena
del clan Oso de la Gull Bay First Nation.
Soy una mujer indígena que actualmente
se enfrenta a retos diarios,
viviendo el trauma intergeneracional
del legado de los internados canadienses
así como uno de mis familiares
secuestrado y alistado junto
con sus hermanas robadas.
Comparto esto porque vivo
en esta sociedad acelerada
tan desconectada de la tierra,
centrada en la educación,
dominada por el trabajo,
y camino por ella
con un mocasín en un pie
y un zapato de tacón en el otro,
esforzándome por mantener el equilibrio.
Al hablar hoy con Uds.
espero que puedan ver cómo
se entretejen dos visiones del mundo
para mostrar la bella resiliencia y fuerza
de las mujeres y jóvenes indígenas
que viven tanto en este mundo
físico como en el espiritual.
Quiero comentar que uso
el término "indígena"
para englobar a las mujeres y jóvenes
tanto si poseen ese estatus como si no.
Esto es muy importante
porque la representación
que hoy utllizamos
en la sociedad canadiense
para nuestras hermanas robadas
se basa en un estatus
estático de la mujer
consideradas naciones
originarias, inuit o métis,
debemos reconocer que una
manera de honrarlas
es la historia de la pérdida de derechos.
Cuando una mujer indígena se casaba
con un hombre sin el estatus de indígena
ella y sus hijos perdían su estatus
y sus derechos aborígenes.
También debemos recordar
el Sixties Scoop
que duró desde 1960 hasta los 80,
y en el que niños indígenas eran
apartados de sus familias y comunidades
y dados en acogida y adopción.
También ellos perdían su estatus
y derechos aborígenes.
Comparto esto
porque hay centenares
de indígenas en nuestro país
que luchan por su identidad
y sus derechos aborígenes
y por recuperar su cultura
y vínculos familiares.
Y quiero que piensen en esto
porque quizá destacan mucho
como personas indígenas,
y estadísticamente hablando,
una mujer indígena tiene más
posibilidades de ser víctima de violencia
en comparación con una persona
no indígena en Canadá.
Cuando una persona visiblemente indígena
que no tiene el estatus correspondiente
es asesinada o desaparece,
no es incluida en esa representación,
van en otra categoría.
Mi esperanza es honrar
a todas esas mujeres
y mostrar
cuán controlada está la cultura real
y la representación de estas mujeres.
Parte de la cultura es lo que
comparto con Uds. hoy,
y voy a compartir que
la cultura es una tendencia,
voy a compartirlo y les diré
que, quizá inintencionadamente,
esto ocurre en nuestro país.
Pero la cultura de estas mujeres
en los estudios y libros de texto,
medios de comunicación y publicaciones,
quizá inintencionadamente,
se centran en estas mujeres como...
trabajadoras sexuales,
fugitivas,
indigentes,
adictas a sustancias.
Esto ocurre sobre todo
en Columbia Británica.
Con ese tipo de cultura
que seguimos utilizando
y en la que educamos a la juventud,
las futuras siete generaciones,
deshonran a las pasadas
siete generaciones,
¿a dónde nos lleva eso?
Tengo la esperanza
de que verán cómo
la cultura de estas mujeres
refuerza la idea de que está bien
carecer de pánico moral,
y lo digo porque esa cultura
culpa a las mujeres.
Ellas tienen la culpa.
Y cuando hablo de pánico moral,
no digo que no lo tengamos,
sino que podría ser mucho mayor,
como el amor, y empieza con el amor.
Cuando digo que puede ser mucho mayor,
me refiero a un pánico moral
que no solo está en familias
y comunidades indígenas,
o en organizaciones o agencias
lideradas por indígenas.
Me refiero a un pánico moral mayor
para ambas naciones,
indígena y no indígena,
para unirnos, para empoderarnos mutuamente
y sentir el mismo miedo,
el miedo a que algo que amamos,
nuestro sustento, nuestra seguridad,
sea arrebatado.
Es un pánico moral común y vivo.
Cuando es común, solucionarlo
se convierte en una meta común,
se convierte en una acción conjunta.
Juntos unimos, empoderamos,
y es parte de los pasos de sanación
de debemos llevar a cabo.
He compartido la cultura,
la falsa representación
en las estadísticas
y antes he compartido
que vivimos, muchas familias viven
con el legado de alguien arrebatado.
Esta noche rindo tributo
al caso de mi familia,
pero honro a todas las mujeres
en el mundo espiritual y en el físico.
Mi bisabuela, Jane Bernard
y Doreen Hardy
fueron asesinadas en 1966
aquí mismo en el distrito Thunder Bay
y a día de hoy es un caso sin resolver.
¿Nos acordamos de la cultura?
Jane
tenía 43 años.
Doreen
tenía 18.
No eran trabajadoras sexuales.
No eran indigentes.
No eran adictas
o consumidoras de sustancias.
no eran fugitivas
y no estaban en Columbia Británica.
Y lo que es más importante,
esto sucedió en 1966,
cuando las estadísticas que usamos para
todos los estudios y formación
utilizan datos de 1980 a 2012.
Y son un estatus.
Comparto esto con la esperanza
de que cambien y vean,
¿qué enseñamos a la sociedad?
Porque usamos esa educación
para guiar los estudios,
usamos las investigaciones que resultan
para guiar a los medios de comunicación.
Porque este tipo de representación
no sólo deshonra a las mujeres
en el mundo espiritual,
sino que deshonra a las mujeres
y jóvenes indígenas
aquí en el mundo físico también.
Lo digo porque con la falta
de pánico moral en esa cultura,
se empiezan a cuestionar,
¿Qué valor tengo?
¿Merezco justicia?
¿Mi vida es igual a la de
alguien que no es indígena?
¿Vale la pena investigar
por qué sigue sucediendo esto?
Como he comentado antes,
ya saben, mi bisabuela Jane
consta entre los asesinados
y desaparecidos
y también está mi abuela Irene,
que es una superviviente de violencia,
y mi madre, Christian, que también
es una superviviente de la violencia,
y yo, Tamara, una superviviente
de la violencia.
Supone mucha energía, mucha sanación,
y mucho cuestionar mi valía.
Y veo esto en los medios
y en la educación, directo a mí.
Me llevó ocho años y aún sigo en ello,
afirmar: "Merezco amor.
y merezco ser amada".
Esto es importante porque...
muchas mujeres y jóvenes indígenas
con las que he trabajado
cuestionan su valor diariamente.
Cada día es un reto.
Cada día es un obstáculo
para vivir en nuestra sociedad,
para preguntarse si están seguras
o si sus hijos van a estarlo.
Sus historias resuenan
como las de mi familia.
¿Saben qué más?
Somos más.
Somos muchas más.
Somos más que
las asesinadas y desaparecidas.
Somos una lengua.
Somos medicina.
Somos tierra.
Somos cultura.
Damos vida.
Somos algo más
que asesinadas y desaparecidas.
Espero que hoy
piensen al ver
a nuestras hermanas en los medios,
en las publicaciones, en los estudios,
que reflexionen sobre
cómo somos más que eso
y cómo la realidad oculta,
nuestra belleza, es mucho más.
Como nuestra voz es más,
nuestras historias son más.
Para crear ese cambio en la sociedad
necesario y que empieza con amor,
para generar el pánico moral necesario
para honrar a las siete
generaciones anteriores
y las futuras siete generaciones.
Porque si no hacemos ese cambio,
me asusta saber a dónde
se dirige la humanidad.
Me asusta saber dónde vamos a conducir
todos nuestros estudios y educación.
Espero que hoy se vayan
no sólo con mi voz,
sino con los cientos de voces
que llevo conmigo cada día
trabajando con estas mujeres y jóvenes.
Espero que podamos iniciar una nueva
manera de aprender, hacer y ser.
Porque soy Tamara Bernard,
y soy algo más que una
muerta o desaparecida.
(Ojibwe) Gracias.
(Aplausos)