Amanece en una ciudad
ambulante de 10 000 yurtas,
y la reina Boraqchin está a punto
de tener un brusco despertar.
Tras evadir a sirvientes y guardias,
una oveja descarriada
irrumpe en su tienda,
brinca a su cama y da balidos en su oído.
Si bien es una formidable
'khatun' de la Horda Dorada,
un gran reino del Imperio mongol,
Boraqchin tiene una forma
muy activa de gobernar.
Está casada con Batú Kan, el temible
nieto del mismísimo Gengis Kan,
desde los 15 años.
Cuando su esposo se ausenta
durante sus invasiones guerreras,
ella queda a cargo de todas las tareas:
atender el rebaño, la familia y el imperio.
Esto significa que debe
administrar y trasladar
una ciudad de miles de habitantes.
Dos veces al año,
Boraqchin organiza el traslado
de la ciudad entre dos campamentos.
De esta forma, cuentan con agua suficiente
y abundantes pastos en verano,
y se protegen de los inclementes
vientos en invierno.
Toda la operación demanda
semanas de rigurosa planificación:
cooperar con otros campamentos de
su reino, delegar tareas estratégicamente,
y tener paciencia para trasladarse
a la velocidad de animales rezagados.
Hoy es el día del traslado,
y debe guiar a incontables damas,
comandantes, esclavos y animales
por la ribera del río Volga
hacia el campamento de verano.
Al salir de su tienda, Boraqchin
se encuentra con un gran alboroto.
Su visitante inesperada corre
alrededor de los sirvientes,
quienes intentan guardar
sus pertenencias en las carretas.
Boraqchin les ordena atrapar la oveja,
pero solo ella es capaz
de hacerlo sin demora.
Procede entonces a supervisar a sus damas
mientras desarman su yurta y
la cargan en la carreta correspondiente.
Se necesitan 20 bueyes para moverla,
y Boraqchin no confía en nadie más
que en ella misma para dirigirlos.
A continuación, Boraqchin y su compañera
lanuda se reúnen con los guardias.
Les ordena vigilar con atención
la tienda especial de su esposo
y su trono portable durante el viaje.
También tienen la tarea
de escoltar la caravana.
Ella les indica cómo asegurar la ruta,
rodearla para mantenerla a resguardo,
y cómo controlar los animales.
Pero cuando la oveja finalmente escapa,
los guardias apenas si consiguen
no perderle el rastro
mientras se escabulle entre las personas
que desmontan sus tiendas.
Exasperada, Boraqchin se dirige
hacia los pastizales en persona.
Al llegar,
distingue a la oveja problemática
que corre hacia el centro del rebaño.
Al alcanzarla,
se percata de que está acurrucada
al lado de otra oveja, su madre.
Está preñada y parece dolorida.
Inmediatamente, Boraqchin nota
que el inminente parto de esta oveja
pasó inadvertido en medio
de la conmoción por el traslado.
No hay tiempo para buscar un pastor.
Boraqchin se arremanga,
se engrasa los brazos,
y ayuda a la oveja a dar a luz
dos nuevas crías para el imperio.
Tras dejar a los corderos con su madre,
Boraqchin regresa de prisa al campamento.
Los últimos preparativos están listos,
y los vehículos
comienzan a tomar posición.
Esta gran procesión
está encabezada por la reina
y 200 carretas cargadas con sus tesoros.
Siguen luego las esposas
jóvenes y sus sirvientes
y, tras ellos, las concubinas.
Y este es únicamente
el campamento de Boraqchin.
Tras él, viene el segundo
campamento imperial,
dirigido por otra esposa con experiencia.
Luego, dos campamentos más,
también dirigidos por esposas.
Boraqchin ha estado coordinando
con ellas durante semanas
para garantizar una salida
tranquila y ordenada.
Y esto es solamente
la realeza de la comunidad;
tras ellos vienen todos los ciudadanos,
entre ellos, hombres de fe
con templos y mezquitas portables,
familias, comerciantes y pastores.
Finalmente, Boraqchin
se acomoda en su carreta.
Demorarán semanas en llegar
a destino pero, durante el viaje,
ella se hará cargo de cuidar
a todos con pericia:
desde sus honorables hijos
y atentos súbditos
hasta las ovejas más revoltosas
al final de la caravana.