Últimamente le he dado muchas vueltas a la siguiente pregunta: ¿Qué pasaría si dejáramos de creer en el libre albedrío? ¿Qué implicaría esto para las relaciones humanas? ¿Para la sociedad, la moralidad o la forma de interpretar las leyes? Por ej., ¿es posible que si dejamos de creer en el libre albedrío esto tenga fuertes repercusiones para la sociedad? ¿O al contrario, tenga un efecto humanizador en nuestras costumbres y políticas, liberándonos de los problemas derivados de creer en el libre albedrío? Lo que hoy me gustaría proponeros es que creer en el libre albedrío, en vez de ser beneficioso, en realidad tiene un lado oscuro que no nos conviene. Puede parecer que esto no tiene sentido. Mucha gente opina que una vida sin libre albedrío nos llevaría al nihilismo, que no tendría sentido seguir viviendo, o que minaría nuestra moralidad. O que dejaríamos escapar a todos los criminales porque no existiría la responsabilidad moral. Pero me gustaría ofreceros otra perspectiva. Se trata de la idea del escepticismo del libre albedrío. Yo soy un escéptico del libre albedrío. Niego su existencia. Los escépticos creemos que lo que somos y lo que hacemos es el resultado de factores que no controlamos; y por esta razón, nunca seremos moralmente responsables de nuestras acciones, en un sentido de premio o castigo, y que nos elogia o nos hace culpables. Históricamente existen argumentos filosóficos y científicos a favor de este escepticismo, y que he defendido en mi propio trabajo. Pero no voy a convenceros de que carecéis de libre albedrío. No es mi objetivo. Hay otra pregunta que me interesa más: ¿qué pasaría si aceptásemos esta perspectiva? ¿Qué pasaría, en la práctica, si renunciásemos al libre albedrío? ¿En términos generales, sería algo bueno o malo? Y es aquí donde yo soy un optimista. Optimista ante la posibilidad de vivir sin libre albedrío. Me defino a mí mismo como un escéptico optimista. Como escéptico optimista que soy creo que la vida sin libre albedrío no solo es posible sino que es preferible. La posibilidad de darle sentido a la vida y mantener relaciones interpersonales sanas, por ej., seguiría intacta. Y a pesar de que ciertos sistemas de castigo como los basados en el modelo de retribución o de penas justas serían suprimidos; la detención preventiva y los programas de rehabilitación estarían justificados. Los comentaré luego. Como escéptico optimista, creo que la vida sin libre albedrío en realidad sería buena para nuestro bienestar, y para nuestras relaciones, puesto que podría erradicar una forma destructiva de ira moral; una ira moral que corroe las relaciones y nuestras políticas sociales. Para entender mejor el lado oscuro del libre albedrío, me gustaría comentar un estudio reciente sobre fisiología política moral. Lo que este estudio ha demostrado es que hay varias correlaciones interesantes, aunque potencialmente preocupantes, entre la creencia en el libre albedrío, y otras creencias morales, políticas o religiosas. Lo que se ha demostrado es que creer en el libre albedrío está correlacionado con niveles más altos de religiosidad, punitividad, y varias creencias y actitudes conservadoras, como la creencia en un mundo justo o el totalitarismo de la derecha. Me voy a centrar en dos de ellas: la conexión entre la creencia en el libre albedrío y la punitividad, y entre la creencia en el libre albedrío y la creencia en un mundo justo. Empecemos por la punitividad. Lo que se ha demostrado es que quien cree firmemente en el libre albedrío, muestra una mayor punitividad, lo que significa implorar castigos más severos en distintos tipos de escenarios. Y tiene sentido: si crees que la gente dispone de libre albedrío, también querrás que cada uno tenga lo que se merece por sus acciones. Si alguien comete un acto inmoral, entonces que paguen justos por pecadores, ¿verdad? Se parece al concepto de retribución: querrás infligir el mismo daño que se ha infligido en otros. Pero lo malo de esto es que se puede generar una ira moral, destructiva para nuestras relaciones y para las políticas sociales. Considerad esto a un nivel más general. La creencia en el libre albedrío es relativamente firme en EE. UU. Está bien arraigada en la mitología de los individuos recios, de los hombres hechos a sí mismos, de los 'causa sui'. de las personas autosuficientes que superan las adversidades de la vida. Pero como estamos tan convencidos de esta idea de hecho nuestra sociedad es relativamente punitiva. Considerad el siguiente hecho: el 5 % de la población mundial vive en EE. UU., pero encarcela al 25 % de los reclusos de todo el mundo. Lo voy a repetir, porque es una cifra que da miedo: la población de EE. UU. es solo el 5 % de la población mundial, pero albergamos y encarcelamos al 25 % de los reclusos a nivel mundial. No creo que cause polémica si digo que nuestro sistema de justicia penal no funciona. No funciona, no brinda seguridad, ni reduce el crimen. No ha conseguido alcanzar nuestros objetivos sociales, y no ha conseguido reducir la tasa de reincidencia o repetir un crimen. Pero quizás, si adoptamos una perspectiva escéptica, puede que seamos capaces de adoptar políticas más efectivas y más humanas. Voy a explicar brevemente cómo un escéptico del libre albedrío abordaría el comportamiento criminal. Hay un profesor universitario no muy lejos de aquí, se llama Derek Pereboom y enseña en la Universidad de Cornell. Es un escéptico del libre albedrío, como yo, y propone un modelo para tratar a criminales peligrosos basado en una analogía de la cuarentena: los que se contagian de una enfermedad no son culpables, no son moralmente responsables de lo que les ha pasado; no creemos que tengan que ser castigados. Pero nos justificamos al ponerlos en cuarentena en pro de la seguridad de todos. Pues bien, se puede decir lo mismo sobre los criminales peligrosos; incluso si se adopta la perspectiva que yo defiendo, y se acepta que las personas no son responsables de lo que acaban siendo, aun así se podría justificar su detención para garantizar la seguridad de todos. Sin embargo, esto supondría varias reformas de gran calibre, todas ellas buenas y necesarias a mi parecer. En primer lugar, tendríamos el deber de preocuparnos por su bienestar y promover su rehabilitación, del mismo modo que ahora tenemos el deber de cuidar a un enfermo en cuarentena. Segundo, no se podría tratar cruelmente a las personas detenidas, del mismo modo que no se puede tratar con crueldad a los enfermos en cuarentena. Tercero, si existen formas de castigo menos severas, deberíamos darles prioridad, lo que supondría reconsiderar algunas de las leyes más brutales que tenemos, así como los castigos más crueles empleados en grandes prisiones. Y por último, si coinciden conmigo y creen que las circunstancias causales son las que llevan a alguien a comportarse así, entonces se invertiría dinero, recursos e interés para solventar las causas subyacentes que inducen al crimen: la desigualdad económica, la desigualdad educativa. Así, en vez de culpar y castigar, en primer lugar deberíamos prevenir la conducta criminal. (Aplausos) Gracias. También creo que los escépticos no solo pueden abordar el comportamiento criminal, sino que pueden hacerlo más humana y eficientemente. En cuanto a la otra creencia que he mencionado, en el mismo estudio se ha revelado que la creencia en el libre albedrío tiene una correlación con la creencia en un mundo justo. ¿En que consiste esto? En creer que el mundo es justo, que las cosas buenas les suceden a las personas buenas, y las malas a las personas malas. Pero este enfoque supone culpar a las víctimas argumentando que las personas reciben de forma justa lo que se merecen, y que las desgracias caen sobre los que las han provocado. En los 60 los psicólogos desarrollaron lo que se conoce como escala de un mundo justo. Su objetivo era modelar la firmeza de esta creencia en la gente, pero también para capturar la tendencia a culpar a los que sufren desgracias por sus propias circunstancias. A lo largo de los años se descubrió que una alta puntuación en esta creencia, aumentaba la probabilidad de menospreciar a víctimas inocentes, de confiar en las instituciones y autoridades actuales, y de culpar a los pobres y elogiar a los ricos por sus respectivos destinos. Como dije, es un enfoque en el que se castiga a las víctimas, y se manifiesta de distintas formas en nuestra sociedad. Una de las más dañinas es la tendencia, entre la gente ordinaria y en el sistema legal, de culpar a las víctimas por violación de sus propias circunstancias. Así que si este es un mundo justo, y lo bueno sucede a las personas buenas, y lo malo a las personas malas; tratar de conciliar un acto como una violación con la creencia de que el mundo es justo, convierte en culpable a una víctima inocente. Estaba provocando... estaba caminando por donde no debía hacerlo... Otro ejemplo de esta forma de pensar se puede ver en toda la sociedad. Por ej., se culpa a la gente pobre por sus propias circunstancias, argumentando que aquellos con subsidios son unos vagos. O se culpa a padres e hijos de la desigualdad en la educación. Pero todos sabemos que, al menos desde un punto de vista más racional, el mundo no es justo, y que la lotería de la vida no siempre es justa. Hay que reconocer el papel de la suerte en nuestras vidas, y define quién somos y hasta dónde llegamos, ¿verdad? No todos tenemos el mismo punto de partida. Y como decía al principio, soy optimista, y creo con optimismo que si adoptásemos una perspectiva escéptica, podríamos llegar a liberarnos de algunas de estas creencias tan dañinas. De hecho, hay un estudio que ha salido hace poco en la revista Psychological Science que ha demostrado que si la gente reduce su creencia en el libre albedrío, también reduce su punitividad, e invoca formas menos duras de tratamiento, en distintos escenarios. Y esto me dice dos cosas: primero, reafirma lo que decía, que una firme creencia en el libre albedrío aumenta la punitividad, pero a la vez me da esperanza al pensar que quizás podemos abandonar las creencias más dañinas y, al hacerlo, renunciar a parte de esa ira moral que he descrito antes. Así pues, mi propuesta es muy sencilla. No temamos al escépticismo del libre albedrío. Hagámoslo nuestro. Dejemos de creer en el libre albedrío y, con ello, en la peligrosa creencia de los castigos justos, y que la gente recibe lo que se merece. Dejemos atrás este concepto anticuado, deshagámonos de la ira moral y de culpar a las víctimas. Centrémonos en la tarea de abordar las causas del crimen y las causas de las desigualdades económica y educativa. Una vez liberados de la creencia en el libre albedrío, veremos más claramente las causas y más en profundidad los sistemas que definen a las personas y su comportamiento, y esto nos permitirá adoptar políticas más humanas y efectivas en educación, justicia penal y políticas sociales. Muchas gracias. (Aplausos) Traducido por: Marcos Morales Pallarés