Como pueden imaginar, hace 400 años,
navegar en mar abierto era difícil.
Los vientos y las corrientes empujaban
a los barcos fuera de curso,
y los marineros se orientaban con base
al puerto del que zarpaban,
intentando mantener una bitácora precisa de la dirección del barco y la distancia navegada.
Este proceso se conoce como estima,
porque con medio grado de diferencia puede resultar que se navegue pasando la isla situada varios kilómetros del horizonte.
Era un error fácil de cometer.
Por fortuna, tres inventos hicieron
posible la navegación moderna:
sextantes, relojes y las matemáticas necesarias para hacer los cálculos requeridos fácil y rápidamente.
Todos son importantes. Sin las herramientas correctas, muchos marineros serían reacios
a navegar lejos de la vista de tierra firme.
John Bird, fabricante de instrumentos en Londres,
hizo el primer dispositivo que podía medir el ángulo entre el sol y el horizonte en el día,
llamado sextante.
Conocer este ángulo era importante porque
se podía comparar con el ángulo en Inglaterra
a la misma hora exacta.
Comparar estos dos ángulos era necesario
para determinar la longitud del barco.
Surgieron entonces los relojes.
En 1761, John Harrison, un relojero
y carpintero inglés,
construyó un reloj que mantenía
la hora exacta en alta mar.
Se necesitaba un reloj que pudiera mantener la hora exacta ante el cabeceo y guiñada de cubierta
en condiciones severas, para
saber la hora de Inglaterra.
Aunque tenía un problema:
como estaba hecho a mano, era muy costoso.
Así que a menudo se usaba un método alterno de mediciones lunares y muchos cálculos que
bajaban los costos.
Pero de cada medición se tomaba horas
para calcular la posición del barco.
Los sextantes y relojes no serían útiles
a menos que los marineros los pudieran
usar para determinar su posición.
Por fortuna en los 1600, un matemático aficionado había inventado la pieza faltante.
John Napier trabajó por más de 20 años
en su castillo en Escocia desarrollando
logaritmos, un recurso de cálculo.
Las ideas de logaritmos de Napier giraban sobre
la forma de 1 sobre e y la constante
de 10 a la séptima potencia.
A principios siglo XVII, el álgebra
no estaba del todo desarrollada
y los logaritmos de 1 de Napier no eran igual a cero.
Esto hacía los cálculos muchos menos prácticos
que los logaritmos en base 10.
Henry Briggs, un matemático famoso del
Gresham College en Londres,
leyó el trabajo de Napier en 1614, y al año
siguiente hizo el largo viaje a Edimburgo
para conocer a Napier.
Briggs se presentó sin aviso en el castillo de Napier
y le propuso a John que cambiara la base y la forma de sus logaritmos en algo mucho más simple.
Ambos concordaron en que una base de
10 con el log de 1 igual a cero
simplificaría enormemente los cálculos rutinarios.
Hoy los recordamos como
los logaritmos decimales de Briggs.
Hasta el desarrollo de las calculadoras
electrónicas en el siglo XX,
cualquier cálculo que abarcara multiplicación, división, potencias y raíces con números
grandes y chicos
se hacía con logaritmos.
La historia de los logaritmos no es
solo una clase de matemáticas.
Hay muchos responsables de la navegación exitosa.
Fabricantes de instrumentos,
astrónomos, matemáticos
y por supuesto marineros.
La creatividad no solo se trata de
adentrarse en el campo de trabajo de uno,
sino también de la polinización
cruzada entre disciplinas.