Los dioses enviaron un mensaje a un viejo rey. "Vamos a disfrazarte para que puedas entrar al campamento del enemigo, encontrar al asesino de tu hijo y luego puedas intentar rescatar el cuerpo sin vida de tu hijo". Cuando el rey le cuenta esto a su reina, ella está aterrorzada. "¡No vayas! Aquiles te matará a ti también". Pero, luego, el anciano, el rey Priamo de Troya, dice algo extraño y maravilloso, pero que para nuestra generación resulta difícil de comprender del todo. "No me importa si los griegos me matan, siempre y cuando tenga el abrazo reconfortante de mi hijo muerto en mis brazos". "Mi hijo muerto en mis brazos". ¿Es que acaso el anciano no sabe que los cadáveres no valen nada? ¿Que su búsqueda no tiene sentido? ¿Quién arriesgaría su vida por un cadáver? Esta historia viene del Canto 24 de "La Iliada", una obra fundacional de la civilización occidental. escrita por Homero en el 700 a.C. sobre una guerra que ocurrió en el 1300 a.C. El asedio de Troya. Un poema bárdico que fue memorizado, recitado y representado por miles de años. Ustedes escuchan el sonido de la Iliada fluir por sus oídos y en ese relato, redescubren la antigua sabiduría de nuestros ancestros sobre la vida y la muerte. Cómo ser valientes en la pena, cómo enfrentarse a la propia muerte con coraje, cómo enseñar a nuestros hijos a morir, cómo ser un mejor mortal, un mejor ser humano. (en griego) "Hṑs hoí g’ amphíepon táphon Héktoros hippodámoio". El último verso de la Iliada en griego antiguo. Una sabiduría que hemos olvidado y perdido voluntariamente en nuestro nuevo y egoísta miedo a la muerte. En cambio, hemos subcontratado nuestra mortalidad. Absurdamente, la muerte moderna se convirtió en una especialidad médica. Los cuidados paliativos en un país extranjero que nunca visitamos. O solo al final de nuestras vidas. La máxima forma de negación de la muerte. Así como nos hemos privado a nosotros mismos de no sólo el abrazo pero la mera contemplación de nuestros propios muertos. Prohibido. ¿Hacemos una prueba? Extiendan los dedos de su mano derecha. Sí, tú. Todos. Y cuenten el número de cadáveres que han visto, tocado, besado y abrazado a lo largo de su vida. ¿Uno? ¿O dos? ¿O ninguno? ¿Necesitarías los dedos de la mano izquierda para contarlos? ¿Y cómo puede ser eso en un mundo en el que todos son mortales? En las pantallas de nuestros televisores, lo pixelaríamos, ese último acto de amor homérico, Héctor, muerto, en los brazos de su padre, con la excusa del tacto y la decencia pública, y los ingresos por publicidad. Pero nuestro vuelo existencial no nos ha hecho más fuertes ni más sabios, más valientes frente a la muerte, sólo más temerosos. Estamos demasiado tristes, demasiado asustados de nuestra muerte. Nuestra concepción de la muerte se ha estrechado a una cosa individual, no a una cosa comunal. Los enfermos terminales se avergüenzan de su padecimiento y se esconden. Nos avergüenza el tener que hablar con un colega que ha perdido a alguien que ama. Nos avergüenza nuestra mortalidad. Nos preocupa que, si decimos algo, haremos que se sientan más tristes. Y, por supuesto, sentirse triste es malo. Los placeres de la pesadumbre, llorar abiertamente juntos, son irreconocibles para nosotros. Aunque suelen mencionarse en "La Iliada" junto con el consejo maternal de tener más sexo como una forma de terapia de duelo. Consejo que, desde mi experiencia personal, puede hacer un bien inmenso a un alma afligida. (Risas) Estamos más asustados de morir que aquellos guerreros en las llanuras de Troya. Más conquistados por la muerte. Y por supuesto que siempre estarías más triste y asustado si crees que siempre enfrentarás a la muerte solo y con terror. Una experiencia única en la muerte. Una muerte mía, nunca una muerte nuestra. ¿Pero qué pasa si te preparas para la muerte de la misma manera que todos nos preparamos para conducir un auto? Tomando lecciones de un instructor. Dando vueltas cortas por el barrio, realizando toda una serie de pruebas, que, incluso si las repruebas, puedes realizarlas de nuevo. Una experiencia social común, un rito de paso. No suena díficil, ¿o sí? Ahora, si nunca han asistido a un velorio troyano o a su versión irlandesa, y solamente han visto la pelicula, probablemente están pensando que se trata de otra tontería irlandesa. Unos cuantos borrachos en un lúgubre bar, lloran por su fallecido tío Johnny, a quien enterraron esa mañana. Pero estarían muy equivocados. Los velorios son los ritos más antiguos de la humanidad. Cuando tenía siete años, mi madre me llevó a conocer mi primer cadáver. Un velorio en la isla de nuestros antepasados. Un anciano con pelos en las fosas nasales que yace en una caja, que, instintivamente, yo sabía que no estaba durmiendo. Incluso entonces, en su cuidado materno, enseñaba a su hijo a superar el miedo a la muerte, justo como su comunidad había superado su miedo juntos durante miles de años. Mi familia había vivido en la misma aldea en una isla frente a la costa de County Mayo en Irlanda durante los últimos 250 años. Un velorio de verdad tiene un cadáver de verdad. Uno de nosotros, muerto. Ahora, ellos no hablan mucho, pero se puede aprender mucho en su compañía. Todos los seres humanos a quienes has tocado en algún momento, con amor o con rabia, es un mamífero de sangre caliente. Pero los muertos son tan fríos que bien podrían estar tallados en mármol. Más adelante en la vida, cuando tomé el cuerpo sin vida de mi hermano, Bernard, en mis brazos, y lo besé y lo abracé, al comienzo no podía creer que este maniquí de piedra había sido humano en algún momento. Y aquí va otra epifanía existencial. Mientras están aquí sentados, escuchándome, su corazón está bombeando sangre. Pero, cuando cortas ese bombeo, la presión desaparece, la sangre fluye hacia las extremidades inferiores, las mejillas se hunden, la cara se torna gris, los dedos, sin sangre, se tornan marfil amarillo. Y el gran núcleo viviente de la personalidad, como la ignición de un automóvil, desaparece. Y, ¿qué pasa después? Lo que no deberíamos hacer, y lo que nuestros ancestros no hacían, es decir algo estúpido. Como, "es solo una envoltura, olvídalo", ¿saben? El ser a quien amaron en vida nunca existió por fuera de ese cuerpo y, si ustedes amaron a esa persona en vida, ¿cómo no venerar y respetar su cuerpo en la muerte? Los romanos, los celtas y los griegos veneraban a sus muertos. Como un recién nacido, nunca se dejaba a un muerto solo, y siempre había alguien que lo cuidara hasta que eran sepultados. La tristeza también estaba bien. No había vergüenza en el dolor en las puertas de Troya. Incluso el asesino Aquiles lloró hasta que su pecherá se mojó con las lágrimas, y las mujeres lloraban y se lamentaban abiertamente en los funerales. Los cuerpos de los muertos tenían valor. Juntos, nuestros antepasados realizaron toda una serie de rituales para vendar la herida de la mortalidad, consolar a los afligidos, enterrar a sus muertos y seguir con sus vidas. Se entregaban libremente. Y también se la pasaban muy bien, comiendo, bebiendo y teniendo sexo en los funerales. La muerte, y aquí hay una gran idea, fue y es un evento de todos los días. Tal y como lo es en Irlanda hoy en día, donde las personas siguen asistiendo en grandes números a velorios y funerales, y una persona cualquiera puede ver docenas, tal vez cientos, de cuerpos sin vida durante su vida. Ahora, los funerales pueden ser tristes. Pero no hay nada abstracto ni sentimental sobre un velorio irlandés. La mujer vieja en la caja, el niño pelirrojo envuelto en una mortaja es otro ser humano muerto. Otro de nosotros. Sin embargo, en estos rituales de encuentro de cadáveres hay un gran número de protocolos profundos. Verán, en ese velorio… saben, así es cómo se ve la muerte. Esto es la muerte Puedes acercarte al féretro y tocar. Y esos protocolos te permiten hacer cosas. Por ejemplo, hay una licencia de duelo. Estar enfadado, lagrimeando, afligido, llorando. Un reconocimiento del cambio irrevocable en la muy pública muerte del difunto. Un reconocimiento colectivo del duelo y la pérdida. Una solidaridad mortal inquebrantable. Una muerte colectiva, no una muerte individual. Compartir la compañía de los muertos en los velorios y funerales fue la lección de manejo de la mortalidad de nuestras antepasadas. Su manual sobre "cómo vivir y morir", con una lista de instrucciones implícitas, como por ejemplo, cómo ser mortal es la única cosa en la vida que nunca podremos elegir. Cómo pensar que somos inmortales es una idea absurda. Cómo los placeres de la pesadumbre, el dolor público y abierto pueden curar un alma herida. Y cómo juntos podemos conquistar nuestro miedo a la muerte. Suena bien, ¿no? (Murmullos del público) Pero me pregunto si alguien está pensando que esto nunca funcionará en los EE. UU. de hoy en día. No se quiénes son los vecinos de al lado, las familias están dispersas, ya no quedan comunidades con quienes hacer estos velorios. Pero de nuevo, estarían completamente equivocados. Como individuos, todos tenemos el poder para recrear la sabiduría de nuestros antepasados. Confrontados con nuestra mortalidad, solemos sentirnos impotentes, golpeados por la muerte. Pero todo lo que debes hacer es redescubrirte. Ser un poco más irlandés, si gustan. (Risas) Tal vez nunca te reconociste como parte de la misma comunidad mortal. Pero es fácil reconectarse si estás dispuesto a intentarlo. No porque estés siendo altruista, sino por razones puramente egoístas. Lecciones gratuitas sobre la muerte. ¿Quién más esperabas que te enseñara a morir si no otro humano moribundo? Todo lo que debes hacer es superar tu miedo, utilizando las herramientas que ya tienes en tu poder. Como sus teléfonos. Entonces, el día en el que se enteren que alguien perdió a un ser querido, no esperen lo contactan con ese teléfono, lo llaman y le dicen, "lamento tu pérdida". O vayan a visitar a los enfermos y moribundos. e intenten estar allí en el momento de su muerte, para observar y maravillarse. Nada más de lo que harán en su vida será más profundo o más reafirmante para la vida. O vayan a más funerales. Incluso si piensan que no conocían al difunto lo suficiente. Puedo asegurarles que, mientras que estén respirando, lo conocen lo suficiente. Entréguense libremente. Porque incluso con estos pequeños actos, se reconocerán a sí mismos como parte del gran nosotros mortal. Igual de humano, igual de vulnerable que todas las vidas a su alrededor. La muerte importa porque la vida importa, y las dos son indivisibles. No se preocupen si al principio se sienten incómodos. Practiquen, practiquen, practiquen, hasta que sea igual que subirse al auto y manejarlo sin siquiera pensarlo. Aunque su propia muerte les llevará toda la vida para hacerlo bien. Entonces, después de que dejé atrás las guerras extranjeras y la madurez de la juventud, me convertí en un poeta bárdico. Y escribí esta canción de alabanza en honor a las madres de mi isla, quienes por miles de años, nunca vacilaron en arrullar a los muertos para que descansaran. Se llama "Si pudiera cantar". Si pudiera cantar. No cantaría sobre la ciudad caída de Ilias o sobre glorias pasadas, ni sobre la sangre de Héctor, secada y pintada en la arena. No. Cantaría sobre una isla, lejos, hacia el oeste, que se eleva en el mar, salpicada, una ciudadela de piedra, amurallada en las profundidades del oceáno azul. Otra Troya, una Troya irlandesa. Más cerca del sol que se oculta. Sin conquistar. Y, si pudieras escuchar esta canción, tú, también, escucharías en éxtasis a las 'mná caointe', las mujeres plañideras, llorando, afligidas, con el corazón destrozado en un coro eterno en el velorio, donde late la última esperanza de la humanidad. Ese ser mortal, materializado en carne no vivirá, amará, ni morirá solo. Y, si pudiera cantar, y, si pudiéramos cantar juntos, hermanos y hermanas, seguramente, entonces nunca deberíamos dejar de cantar esta canción. Gracias. (Aplausos)