El órgano más grande de tu cuerpo no es tu hígado o tu cerebro. Es tu piel, con una superficie de unos 1,86 metros cuadrados en los adultos. Aunque muchas áreas de la piel tienen características diferentes, mucha de esta superficie realiza funciones similares, como transpirar, sentir calor y frío, y crecer pelo. Pero luego de un corte profundo o una herida, la nueva piel se verá diferente al área que la rodea, y puede que no recupere totalmente sus habilidades durante un tiempo, o en absoluto. Para comprender por qué sucede esto, necesitamos mirar la estructura de la piel humana. La capa superior, llamada epidermis, consiste sobretodo en células endurecidas, llamadas queratinocitos, que dan protección. Dado que esta capa externa se cambia y renueva constantemente, es muy fácil repararla. Pero a veces una herida penetra en la dermis, la cual contiene vasos sanguíneos, varias glándulas y terminaciones nerviosas que permiten las muchas funciones de la piel. Y cuando eso sucede, desencadena los 4 procesos sobrepuestos del proceso de regeneración. La primera etapa, hemostasia, es la respuesta de la piel a dos amenazas inmediatas: que estás perdiendo sangre y que la barrera física de la epidermis ha sido dañada. A medida que los vasos sanguíneos se contrajeron para reducir al mínimo el sangrado, en un proceso llamado vasoconstricción, las dos amenazas se evitan al formar un coágulo de sangre. Una proteína especial conocida como fibrina, forma enlaces cruzados en la superficie de la piel, evitando que la sangre fluya hacia afuera y que entren bacterias o patógenos. Luego de alrededor de 3 horas, la piel se empieza a poner roja, indicando la nueva etapa, la inflamación. Cuando el sangrado está bajo control y la barrera asegurada, el cuerpo envía células especializadas para luchar contra cualquier patógeno que pudiera haber entrado. Entre las más importantes de estas están los glóbulos blancos, llamados macrófagos, que devoran a bacterias y tejido dañado en un proceso llamado fagocitosis, además de producir factores de crecimiento para estimular la curación. Y dado que estos diminutos soldados necesitan viajar por la sangre para llegar hasta el sitio dañado, los vasos sanguíneos contraídos, ahora se expanden en un proceso llamado vasodilatación. Dos o tres días después de la herida, ocurre la etapa proliferativa, en que las células fibroblastos entran en la herida. En el proceso de deposición de colágeno, producen una proteína fibrosa llamada colágeno en la zona herida, formando tejido conectivo para reemplazar la fibrina anterior. Mientras que las células epidérmicas se dividen para regenerar la capa externa de la piel, la dermis se contrae para cerrar la herida. Finalmente, en la cuarta etapa de remodelación, la herida madura cuando el colágeno depositado se reorganiza y se convierte en tipos específicos. Mediante este proceso, que puede tomar hasta un año, la resistencia a la tracción de la piel nueva mejora, y los vasos sanguíneos y otras conexiones se fortalecen. Con el tiempo, el nuevo tejido puede alcanzar el 50 a 80% de sus funciones originales, dependiendo de la gravedad de la herida inicial y de la función en sí misma. Pero como la piel no se recupera 100%, la cicatrización sigue siendo un problema clínico importante para los médicos de todo el mundo. Y a pesar de que los investigadores han hecho avances significativos en la comprensión del proceso de curación, muchos misterios fundamentales permanecen sin resolver. Por ejemplo, ¿los fibroblastos llegan por los vasos sanguíneos o del tejido de la piel adyacente a la herida? ¿Y por qué algunos otros mamíferos, como los ciervos, curan sus heridas mucho más eficiente y completamente que los seres humanos? Encontrando las respuestas a estas y otras preguntas, podremos ser capaces, algún día, de sanarnos tan bien a nosotros mismos que las cicatrices quedarán solo en el recuerdo.