Etanol: esta molécula, constituida por unos pocos átomos de carbono, es la responsable de la embriaguez. A menudo denominado simplemente alcohol, el etanol es el ingrediente activo de las bebidas alcohólicas. Su simpleza lo ayuda a escabullirse en las membranas y anidar en muchos rincones diferentes, produciendo más efectos que otras moléculas menos sofisticadas. ¿Cómo se causa la embriaguez exactamente y por qué produce efectos tan diferentes en personas distintas? Para contestar estas preguntas tendremos que seguir al alcohol en su recorrido por el organismo. El alcohol llega hasta el estómago y allí es absorbido por la sangre a través del tubo digestivo, especialmente el intestino delgado. El contenido del estómago afecta la capacidad del alcohol de entrar en la sangre porque, después de comer, el esfínter pilórico, que separa el estómago del intestino delgado, se cierra. Así que el nivel de alcohol que ingresa a la sangre después de comer será apenas un cuarto de lo que ingresaría con el estómago vacío. De la sangre, el alcohol se traslada a los órganos, especialmente a aquellos que reciben mayor flujo sanguíneo: el hígado y el cerebro. Llega primero al hígado, y las enzimas de este órgano descomponen la molécula del alcohol en dos pasos. Primero, una enzima llamada ADH transforma el alcohol en acetaldehído, que es tóxico. Luego, una enzima llamada ALDH convierte el acetaldehído tóxico en acetato no tóxico. A medida que la sangre circula, el hígado elimina continuamente el alcohol, pero esta primera eliminación determina cuánto alcohol llega al cerebro y a otros órganos. La sensibilidad del cerebro es responsable de los efectos emocionales, cognitivos y de comportamiento del alcohol, que se conocen como embriaguez. El alcohol activa el principal freno del cerebro, el neurotransmisor GABA, y desactiva su principal gas, el neurotransmisor glutamato. Esto hace a las neuronas mucho menos comunicativas y, en dosis moderadas, las personas se sienten relajadas; con dosis más altas, se duermen; y en dosis tóxicas puede interrumpir la actividad cerebral necesaria para sobrevivir. El alcohol también estimula a un pequeño grupo de neuronas que se extienden del mesencéfalo al núcleo accumbens, una región importante para la motivación. Como todas las drogas adictivas, produce un aumento de dopamina en el núcleo accumbens, lo que causa en las personas una sensación de placer. El alcohol también hace que algunas neuronas se sinteticen y liberen endorfinas. Las endorfinas nos ayudan a calmarnos en momentos de estrés o peligro. Los niveles altos de endorfina contribuyen a la euforia y a la relajación que se asocia con el consumo de alcohol. Finalmente, a medida que la descomposición del alcohol en el hígado es mayor que su absorción en el cerebro, la embriaguez pasa. Las diferencias individuales en cualquier punto de este recorrido pueden ocasionar que las personas actúen más o menos ebrias. P. ej., un hombre y una mujer que pesan lo mismo y beben la misma cantidad durante una cena idéntica tendrán diferentes concentraciones de alcohol en sangre, o BAC. Esto se debe a que las mujeres tienen menos sangre; en promedio, tienen mayor porcentaje de grasa, lo que requiere menos sangre que músculo. Un volumen menor de sangre por la cual circula la misma cantidad de alcohol significa que la concentración será más alta en las mujeres. Las diferencias genéticas en las enzimas del hígado que procesan el alcohol también influyen en la concentración. Beber con regularidad puede aumentar la producción de estas enzimas, lo cual ocasiona tolerancia. Por otro lado, quienes beben en exceso por mucho tiempo pueden desarrollar daño hepático, que tiene el efecto opuesto. Por su parte, las diferencias genéticas en la transmisión de dopamina, GABA y endorfinas puede aumentar el riesgo de desarrollar trastorno por consumo de alcohol. Quienes naturalmente tienen niveles bajos de dopamina y endorfinas suelen automedicarse con la bebida. Hay quienes tienen mayores probabilidades de beber en exceso debido a una mayor actividad de las endorfinas que aumenta los efectos placenteros del alcohol. Otros presentan una variación en la transmisión GABA que los vuelve especialmente sensibles al efecto sedante del alcohol, lo que disminuye el riesgo de desarrollar alcoholismo. El cerebro se adapta al consumo crónico de alcohol reduciendo la transmisión de GABA, dopamina y endorfinas y aumentando la producción de glutamato. Esto quiere decir que los bebedores asiduos suelen tener ansiedad, dificultades para dormir y experimentan menos placer. Estos cambios estructurales y funcionales pueden producir un consumo excesivo, cuando beber se siente como algo normal y no beber se siente incómodo. Se establece así un círculo vicioso. Así que tanto la genética como las experiencias previas afectan la forma en que se experimenta el alcohol: algunas personas son más propensas a ciertos hábitos de consumo que otras, y un historial de consumo conlleva cambios neuronales y de comportamiento.