Hace unos años,
me cuidaba a una mujer
que era víctima de violencia.
Quería que la vieran en una clínica
especializada en traumas.
Yo mismo hice el trámite porque
al ser el director del departamento
sabía que, si lo hacía,
le darían una cita enseguida.
La clínica estaba
a hora y media de su casa.
Aún así, apuntó la dirección y aceptó.
Por desgracia, no llegó a la cita.
Al hablar con el psiquiatra, me explicó
que aquellos que sobreviven
a un trauma suelen resistirse
a lidiar con los problemas
con los que se enfrentan
y suelen no acudir a las citas.
Por esto,
no suelen permitir a los médicos
hacer estos trámites para los pacientes.
Habían hecho una excepción por mí.
Cuando hablé con la paciente,
tenía una explicación más simple
y mucho menos freudiana
de por qué no había acudido a la cita:
quien la iba a llevar no apareció.
Algunos estarán pensando:
"¿No tenía otra forma
de llegar hasta la clínica?"
¿No podría haber tomado un Uber
o haber llamado a otro amigo?
Si están pensando eso,
seguramente sea porque Uds. tienen medios.
Pero ella no tenía
dinero suficiente para un Uber
ni tenía a otro amigo a quien llamar.
Pero me tenía a mí
y fui capaz de conseguirle otra cita
a la que acudió sin ningún problema.
No es que fuera reticente,
es que su conductor nunca apareció.
Ojalá pudiera decir que es algo asilado,
pero sé, al dirigir
los sistemas de red de seguridad
en San Francisco, Los Ángeles
y ahora en Nueva York,
que el sistema de salud está concebido
sobre un modelo de clase media
que a menudo no satisface
las necesidades de los pacientes pobres.
Es una de las razones
por las que es tan difícil
acabar con la disparidad
en la atención sanitaria
que existen
debido a las carencias económicas
a pesar de la expansión
de los seguros de salud
gracias al ACA o al Obamacare.
La atención sanitaria de EE UU.
asume que, además de
poder cruzar el extenso Los Ángeles,
podrás dejar tu puesto de trabajo
a mitad de jornada para ir al médico.
Uno de los pacientes que vino
a mi clínica al Este de Los Ángeles
un jueves por la tarde
se presentó
con ceguera parcial en ambos ojos.
Preocupado, le pregunté:
"¿Cuándo te apareció esto?"
Dijo: "El domingo".
Le respondí: "¿El domingo?"
"¿No pensaste en venir antes?"
Y él contestó: "Tengo que trabajar
si quiero pagar el alquiler".
Otro paciente de la misma clínica,
un camionero,
condujo durante tres días
con una infección aguda
y no vino a verme
hasta entregar la mercancía.
Ambos tratamientos tenían riesgos
por tardar en buscar atención médica.
El sistema sanitario de EE. UU.
asume que hablas inglés
o que puedes traer a alguien que sí.
En San Francisco,
visité a un paciente hospitalizado
procedente del África Occidental
que hablaba un dialecto tan inusual
que solo encontramos
con un intérprete telefónico
que lo entendiera.
Y este intérprete únicamente
trabajaba una tarde a la semana.
Por desgracia, mi paciente
necesitaba ese servicio todos los días.
El sistema sanitario de EE. UU.
asume que sabes leer y escribir.
Descubrí que un paciente
que hablaba inglés sin acento
era analfabeto
cuando me pidió que le firmara
un formulario de la Seguridad Social
directamente.
El formulario tenía que llegar
a la oficina ese mismo día
y yo no estaba allí,
así que, para ayudarlo,
ya que sabía que él
era el único cuidador de su hijo,
le dije: "Tráeme el papel
a mi oficina de administración".
"Lo firmaré y te lo mandaré por fax".
Tomó dos autobuses hasta mi oficina,
dejó el formulario,
volvió a casa a cuidar de su hijo,...
Voy a la oficina y, ¿qué me encuentro
junto a la gran "X" en el documento?
La palabra "solicitante".
Él tenía que firmar el formulario.
Así que tuvo que volver
a tomar los dos autobuses
y firmar el documento
para poder mandárselo por fax.
Cambió por completo
la forma de tratarlo.
Me aseguré de revisar con él
verbalmente las instrucciones.
También me hizo pensar en los pacientes
que reciben montañas de papeles
escupidos por nuestro
sistema electrónico de registro
que explican
diagnósticos y tratamientos,
preguntándome cuánta gente
era capaz de entender de verdad
lo que había en esos papeles.
El sistema sanitario de EE. UU.
asume que tienes teléfono
y una dirección permanente.
La proliferación de móviles asequibles
ha ayudado bastante.
Pero, aún así, mis pacientes
se quedan sin saldo
y sus teléfonos se desconectan.
Las personas de pocos recursos
a menudo tienen que mudarse por necesidad.
Recuerdo revisar el historial de una mujer
que tenía una anomalía en su mamografía.
En el historial rezaba
haberse mandado tres cartas a su casa
pidiéndole que, por favor,
volviera para un seguimiento.
Por supuesto,
si la dirección no es la actual,
no importa cuántas cartas
se manden a esa misma dirección.
El sistema sanitario de EE. UU. asume
que tienes suministros estables de comida.
Esto es un problema,
especialmente para los diabéticos.
Les damos medicamentos
que reducen su azúcar en sangre.
Los días que no tienen suficiente comida
esto supone unos efectos secundarios
de hipoglucemia, o bajo azúcar en sangre,
que ponen en riesgo sus vidas.
El sistema sanitario de EE. UU.
asume que tienes una casa
con una nevera para la insulina,
un baño en el que lavarte,
un dormitorio donde dormir
sin preocuparte por la violencia
mientras estás descansando.
¿Qué pasa si no lo tienes?
¿Qué pasa si vives en la calle,
vives en la autopista,
vives en un refugio de beneficiencia
del que tienes que irte
cada mañana a las 7 u 8 am?
¿Dónde guardas las medicinas?
¿Dónde usas un baño?
¿Dónde apoyas la pierna
si tienes una insuficiencia congestiva?
¿Quedan dudas de que proporcionar
un seguro médico a los sintecho
no elimina la gran desigualdad
entre personas sin hogar y con hogar?
El sistema sanitario en EE. UU.
asume que priorizas tu salud.
¿Y qué hay de Uds.?
Déjenme imaginar que se están medicando.
Quizá para la tensión alta.
Quizá para la diabetes o la depresión.
Esta noche tomarán una decisión:
tener el medicamento
pero vivir en la calle
o tener casa pero no el medicamento.
¿Cuál elegirían?
Yo sé cuál escogería.
Es solo un ejemplo gráfico
del tipo de decisiones diarias
a las que se enfrentan
los pacientes de bajos recursos.
Así que, cuando mis médicos
sacuden la cabeza y dicen:
"No entiendo por qué no
ha continuado con sus visitas",
"No entiendo por qué no
se ha hecho la prueba que le pedí"
yo pienso que quizá
su transporte nunca llegó
o que tenía que trabajar.
Pero, quizá, aquel día
hubo algo más importante
que su tensión alta
o hacerse una colonoscopia.
Quizá aquella paciente
lidiaba con un marido abusivo
o con una hija embarazada y drogadicta;
o con un hijo al que
echaron de la escuela.
O puede que estuvieran
con su bicicleta por un cruce
y un camión los atropelló,
y ahora están en silla de ruedas
y tienen movilidad muy reducida.
Obviamente, esto también
pasa a la gente de clase media.
Pero cuando ocurre,
tenemos medios para
enfrentarnos a estos problemas.
También creemos que viviremos
nuestra esperanza de vida.
Algo que no sucede
con los de bajos recursos.
Han visto a familiares
y amigos morir jóvenes
en accidentes,
por violencia
o por un cáncer que debería
haberse diagnosticado antes.
Puede llevar a una sensación de desamparo,
de que no importa lo que hagas.
Sé que he pintado mal
la asistencia a estos pacientes.
Pero quiero que sepan
lo gratificante que encuentro
trabajar en un sistema
de red de seguridad
y mi fuerte creencia de que
podemos hacer un sistema sensible
a las necesidades de estos pacientes.
El inicio ha de ser llegar
a donde están ellos,
ofrecer servicios sin barreras
y ofrecerles lo que necesitan
y no lo que creemos que necesitan.
Para mí, es imposible
dar buena asistencia a un paciente
que no tiene casa y vive en la calle.
La mejor receta
para un paciente sin techo es un hogar.
En Los Ángeles,
hemos dado casa a
4700 enfermos crónicos
que padecen enfermedades
clínicas, mentales y adicción.
Al darles techo descubrimos que
el coste de toda la asistencia,
incluyendo un hogar,
descendió.
Se debe a que hicieron
menos visitas al hospital,
tanto en urgencias como
en el servicio de hospitalización.
Y les devolvimos la dignidad.
Sin cargo extra.
Para quienes no tienen
un suministro estable de comida,
sobre todo para los diabéticos,
los sistemas de red de seguridad
experimentan con varias soluciones,
como almacenes de comida
en clínicas de atención primaria
y mapas de distribución de
bancos de comida y comedores.
En Nueva York,
hemos contratado a gente
para suscribir a nuestros pacientes
en el programa de nutrición complementaria
conocida como "cupón de alimentos"
por la mayoría de ellos.
Cuando los pacientes y los médicos
no se entienden entre ellos
suele cometerse errores.
Para los pacientes no angloparlantes,
la traducción es tan importante
como un talonario de recetas.
Quizá más importante.
Y, ¿saben? No cuesta nada
adaptar las cosas a un nivel
de lectura de cuarto grado
para que todo el mundo
entienda lo que se está diciendo.
Pero más que nada de esto,
creo que los pacientes de pocos recursos
se benefician de tener
médico de atención primaria.
Por supuesto, creo que
la clase media se beneficia igual
de tener a alguien que cubra su salud.
Pero, cuando no lo tienen,
tienen a otros que pueden defenderlos,
que pueden conseguirles
la tarjeta de discapacidad
o asegurarse de rellenar
el formulario de discapacidad.
Pero aquellos con pocos recursos
necesitan gente que los ayuden
a acceder a los servicios
médicos y no médicos que necesitan.
Además, muchos de ellos están privados
de otros apoyos comunitarios
y se benefician mucho
de la asistencia de la atención primaria.
Una médica de atención primaria
a la que admiro en particular
me dijo una vez cómo creía
que su relación con una paciente
tras más de una década
era la única relación sana
que esa paciente tenía.
La buena noticia es que
no tienes que ser médico
para ofrecer ese ingrediente
especial de cuidados y continuidad.
Esto me quedó muy claro cuando
uno de mis pacientes más antiguos
murió fuera de un hospital.
Tuve que decirles a
mis médicos y enfermeros
que había fallecido.
Pero, no sabía que
en otra parte de la clínica,
en una planta diferente,
había una recepcionista
que había desarrollado
una relación muy especial con él
cada vez que venía a una cita.
Cuando se enteró tres semanas después,
vino a mi consultorio
con lágrimas en las mejillas
a hablarme sobre mi paciente
y los recuerdos que tenía de él
y las conversaciones
que habían tenido sobre sus vidas.
Mi paciente tuvo una vida dura.
Era, admitía él, un pandillero.
Había pasado bastante tiempo en prisión.
Sufría de una enfermedad grave.
Era drogadicto.
Pero, pese a ello,
apenas se perdía una cita
y me gusta pensar que era
porque sabía que aquí era querido.
Cuando nuestro sistema sanitario
tenga el mismo compromiso
que este hombre tenía con nosotros,
pasarán dos cosas.
El sistema será sensible
a las necesidades de los más necesitados.
Hablará su idioma, respetará su horario,
satisfacerá sus necesidades.
Además, daremos el tipo de asistencia
que se presupone a esta profesión.
No solo marcar las casillas,
sino cuidar de verdad a quienes servimos.
Gracias.
(Aplausos)