Recuerdo bien la conversación. Tenía 42 años. Estaba sentada en el comedor, con mi nuevo marido. Finalmente, había decidido no tener hijos. "Bueno, claro", quizás digan. El reloj biológico ya había llegado a su final. Ya no hacía tic-tac. Era algo natural. Pero eso sería simplificar demasiado un proceso mucho más complicado. Es un proceso que creo que algunos de Uds. ya conocen. Vivimos en una época en que la ciencia y la tecnología nos permiten superar nuestras limitaciones biológicas. Existe la fertilización in vitro, la donación de óvulos y embriones, la congelación de óvulos, hasta la subrogación o la adopción. Hay un mundo de posibilidades. Y en ese mismo mundo, yo elijo vivir sin hijos. Antes de contarles más sobre mi historia, quiero darles un poco de contexto. Y no estoy sola en esto. Nunca antes hubo tantas mujeres sin hijos en la edad de la menopausia, o mujeres que esperaran tanto tiempo para tener su primer hijo. Casi la mitad de nosotras, casi el 50 % de las estadounidenses eligen no tener hijos. Pero seguimos siendo consideradas la excepción, en vez de la norma. Elegimos vivir sin hijos. Déjenme empezar con la expresión "sin hijos". Debo admitir que no me gusta, aunque la use en esta charla. Implica que falta algo. Implica que estamos incompletas las mujeres que elegimos no tener hijos. Esto es interesante porque todos nacemos sin hijos. No es como nacer sin una extremidad o un órgano vital. Pero la expresión implica que algo falta, que hay un "vacío" que debe llenarse. Y lo que es aún más interesante, es una expresión que se usa casi exclusivamente para las mujeres. No se habla mucho de hombres sin hijos. Mi marido me cuenta que rara vez le preguntan si tiene hijos. A mí me lo preguntan todo el tiempo y, en general, así: "¿Tienes hijos? - No. - Ah". (Risas) Como si faltara algo. Como si debieran tenerme lástima por esta elección. Como si supusiéramos que el destino biológico de las mujeres, de todas las mujeres, es tener hijos. Y yo voy a proponer que nuestro destino es asunto nuestro. Una poderosa elección que hacemos para realizarnos como nosotros queremos. Y podemos querer tener hijos o querer no tenerlos. No me malinterpreten. Me encantan los niños. Soy una tía de lujo. (Risas) Pero que me encanten no quiere decir que deba tenerlos. En 1976, cuando tuve mi primer novio en serio… Ya saben qué quiero decir con "en serio". (Risas) Todos temían que quedara embarazada. Y ese temor siguió durante mi adolescencia y los 20 años, hasta mis 30 cuando de repente todos temían que no quedara embarazada. (Risas) ¿Verdad? Mi vientre generaba mucho interés entre las personas. (Risas) Pero no quedé embarazada. Y en esos años, tuve dudas. Analicé las opciones, sin decidirme. Hasta ese día en la mesa del comedor. Ahí supe que, más que hijos, quería una vida plena, con propósito. En coaching, decimos que tener una vida plena es un acto radical. Y elegir tener una vida plena de un modo no convencional… Bueno, eso es aún más radical. Es una elección profundamente personal. Voy a retroceder en el tiempo, más allá de la década de 1970, y les voy a presentar a una mujer famosa que quizás conozcan, que hizo una elección personal en un acto radical para sus tiempos: Isabel la primera, la reina virgen, aunque sabemos, según la historia, que no es verdad. (Risas) Ella era una reina. (Risas) Esto nos lleva al sexo. En particular, si eres una mujer casada que elige no tener hijos, eso implica que quizás solo tengas sexo por placer. Otra noción radical. (Risas) Pero, mientras tanto, en el siglo XV, la reina Isabel era la monarca reinante, la reina virgen, un apodo excelente para una mujer sin hijos de su época. A pesar de que ella era la monarca y que no estaba casada ni tienía hijos, las elecciones de las mujeres estaban muy limitadas. Las mujeres no podían ir a la escuela. Podían recibir educación en la casa, pero no ir a la escuela. Tampoco podían ejercer profesiones en política, derecho o medicina. Podían casarse, ser madres, empleadas domésticas o prostitutas. O, si querías tener una vida más intelectual, sin domesticidad, podías ser una monja. Básicamente, esas eran las opciones. Isabel era inteligente. Comprendía la cultura en la que estaba. Y eligió firmemente su propio destino. Su reino se conoce como la Edad Dorada. Abrió nuevas fronteras en el arte, la música, la literatura. Hubo un renacimiento en el pensamiento, que tiene influencia hasta hoy en día. Pero no dejó herederos. Aun así, dejó un legado. [#noestendencia] Isabel eligió no ser tendencia. Eligió la satisfacción personal y profesional sobre la de tener hijos. Fue un acto radical. Y estoy aquí para decir que aún lo es. Aún nos estigmatizan por elegir esto, aunque vivamos en una época muy diferente. Perdón. Ahí está. Somos doctoras, maestras, abogadas. Somos arzobispas, juezas. Tenemos opciones con las que una mujer de aquella época ni podría haber soñado. Somos las dueñas de nuestros propios destinos. Tenemos las libertades y los derechos políticos, económicos y sociales por los que nuestras abuelas, tías, madrinas y madres feministas lucharon. Entonces, ¿no podemos también elegir otra cosa? ¿Podemos no tener hijos y considerar, en cambio, la noción de "no maternidad" [Otherhood]? Ojalá pudiera reivindicar este término, pero no puedo. Viene del título del libro de Melanie Notkins de 2014 y me encanta. ¿Qué es la no maternidad? Ahora voy a pasar al tercer acto de mi historia individual. Tengo casi 60 años y la trama se está complicando. Me hago preguntas del tipo "¿Todo esto valió la pena?". En mi nuevo libro, No es tendencia [Untrending], hago preguntas sobre el legado y lo que dejamos atrás. Estas son preguntas importantes. De alguna forma, tener hijos responde estas preguntas por nosotras. Tener hijos es un acto gratificante y creativo. La maternidad da sentido a nuestras vidas, por supuesto. ¿Pero qué hay de la no maternidad? En la no maternidad, también podemos encontrar sentido, plenitud, significado y satisfacción, llevando una vida sincera con nosotras mismas. En la no maternidad, una vida con sentido creativo no es viene solo de la procreación. Nuestros legados no son solo biológicos. Podemos amar, guiar y educar a otras personas que se cruzan en nuestro camino. Podemos luchar por los derechos de los niños del mundo, hacer poesía, arte o música, o dedicarnos a la vida empresarial o científica. O solo podemos levantarnos todas las mañanas y llevar una vida fiel a nuestras propias elecciones profundas. ¿Esto significa una vida sin nostalgia? No. ¿Esto significa que no me pregunto cómo habría sido mi vida si hubiera tenido hijos? Por supuesto. Y me pregunto eso del mismo modo que me pregunto cómo habría sido mi vida si me hubiera convertido en arqueóloga, o si me hubiera mudado a París a los 20, cuando me vinieron las ganas, o si no me hubiera casado con mi primer marido. Pero esas nostalgias forman nuestra personalidad. Esas nostalgias enriquecen nuestras vidas. Esas nostalgias nos llevan a nuevos sueños y deseos. Y vivir con nostalgia, hacer las paces con la nostalgia, eso es una batalla espiritual. Eso es plenitud. Tomar esa decisión es algo poderoso. Y también está esto: confianza. Confianza en que la vida tiene para nosotras una revelación gloriosa y en que la guerrera espiritual que tenemos adentro eligió este camino porque nos lleva a nuestra plenitud, y la de todo el mundo. Por último, quiero preguntarles a todos si podemos permitirnos tener vidas radicales de plenitud y aceptar el derecho de una mujer a elegir su propio destino. Gracias. (Aplausos)