Mi madre es una fuerte mujer negra
que crio a sus hijos para que tuvieran
su mismo sentido de fuerza y orgullo.
Su espíritu se resume en una sola pared
de nuestro pequeño apartamento
en el sur de Chicago.
Dos cuadros colgados orgullosamente:
uno es una foto de tamaño mayor
que el natural, de mis hermanos y yo.
El otro es de mi madre
cuando tenía 12 años,
mirando a los ojos
al Dr. Martin Luther King Jr.
Cuando era pequeña solía empinarme
a mirar esa foto, cerraba bien los ojos
y me imaginaba que era yo
mirando a quien revolucionó
el movimiento de derechos civiles,
organizó la marcha en Washington
y transformó toda una generación
con sus palabras, "Tengo un sueño".
Y logré conocerlo.
Bueno, no.
Obviamente nunca conocí al Dr. King,
pero sí a un señor llamado
Dr. Vincent Harding.
Él trabajó
con el Dr. King desde el primer día
y hasta le escribió algunos de sus
discursos más representativos.
Este fue un momento
muy importante para mí de niña,
porque por primera vez me di cuenta
de que no era solo el Dr. King
quien lideraba esa revolución,
sino que estaba rodeado
por un gran movimiento
con algunos anónimos extraordinarios.
Anónimos extraordinarios son
personas que trabajan generosa
y vigorosamente por sus creencias.
Gente que está motivada por sus
convicciones, no por reconocimientos.
Tardé un buen tiempo en darme cuenta
de la importancia de ese momento,
hasta que crecí.
Como ya dije, crecí en Chicago.
En una zona pobre y ruda,
pero de niña eso no me importaba,
porque literalmente, tengo
la familia más increíble del mundo.
Dos cosas con las que tuve
que luchar cuando crecía, fueron,
primero, que mi padre ha estado
enfermo toda mi vida.
Sufre de Parkinson y de pancreatitis,
lo cual fue muy duro para mí, como niña;
ver a mi héroe con tanto dolor.
El otro asunto era yo misma.
Podría decirse que tenía
una crisis de identidad.
Cambiamos de casa 4 veces
mientras estaba en la secundaria;
en el primer año estuve en una escuela
extremadamente racista.
Los chicos eran muy crueles.
Nos dejaban cartas en el casillero,
llenas de odio, con cosas terribles,
y como soy biracial, me decían,
"No puedes ser ambas cosas.
Tienes que escoger: negra o blanca".
Al final yo me sentía
mal de ser ambas cosas.
Más tarde, de pronto
en el último año, por el 2008,
ser mixto, ser racialmente ambiguo,
se puso de moda.
Era como: "Oye Natalie, está bien.
Ahora nos gustas. Ahora eres linda".
Pero no me importaba.
Ya estaba cansada de preocuparme
de lo que los demás pensaran
y simplemente lo que quería era
apurarme de cualquier manera,
ir a clase, en la escuela que fuera,
y graduarme.
Solo hasta que tuve 17,
cuando vi una película llamada
"Invisible Children" [Niños invisibles],
me sucedió algo.
Niños soldados.
A niños de la misma edad de mis sobrinos,
reclutados a la fuerza,
les daban un AK47 y los obligaban a matar,
no solo a cualquiera, sino frecuentemente
debían matar a sus propios padres,
a sus propios hermanos.
Un ejército rebelde que cometía
asesinatos en masa
sin ninguna razón,
ni política ni religiosa
solo porque sí.
25 años.
25 años lleva este conflicto.
Yo tengo 20 años,
de tal manera que este conflicto
es 5 años mayor que yo.
Un hombre, con una voz carismática,
lo inició todo.
Su nombre es Joseph Kony.
Cuando vi esa película, me sucedió algo.
Algo empezó a revolverse en mi interior
y no podía saber qué era.
No sabía si era rabia, o lástima,
o si me sentía culpable
por ser la primera vez
que sabía de una guerra de 25 años.
No podía ponerle nombre.
Todo lo que sabía era
que sentía un impulso
y empezaba a hacerme preguntas:
¿Qué puedo hacer?
¿Qué puede hacer alguien de 17 años?
Tenían que darme algo.
Y me dieron algo.
Los fundadores y los productores
de "Invisible Children",
me indicaron que había un proyecto de ley
que si yo pudiera hacer aprobar,
podrían suceder dos cosas:
La primera era
que capturaran a Joseph Kony
y a los comandantes
de su ejército rebelde.
Y la segunda, que se asignaran
fondos para recuperar
esas regiones que habían sido devastadas
por 25 años de guerra.
Y yo dije: "Lista. Aquí estoy.
Juro que haré todo lo que pueda
para que eso suceda".
Así, con otros 95 idealistas,
de entre 18 y 20 años,
nos montamos en un avión para San Diego,
a alistarnos a "Invisible Children".
Aplacé mi ingreso a la universidad.
No nos pagaban nada.
Me pueden llamar loca o irresponsable,
mis padres lo hicieron,
pero para nosotros, irresponsable
habría sido no ir.
Todos sentíamos esa necesidad
y habríamos hecho lo que fuera,
para que aprobaran esa ley.
Nos dieron nuestra primera tarea:
Teníamos que planificar un evento llamado
"Rescate de los niños
soldados de Joseph Kony",
en el que los participantes,
en cien ciudades de todo el mundo,
salieran en manifestación
hasta que algún personaje importante
se presentara y se comprometiera
con esos niños soldados.
En ese momento, esa ciudad
se consideraba "rescatada".
Se trataba de que no abandonáramos
las ciudades hasta rescatarlas.
A mí me asignaron
Chicago y otras nueve ciudades.
Yo les dije a mis jefes:
"Si queremos algún personaje grande,
¿por qué no ir por la 'abeja reina'?,
¿por qué no ir por Oprah Winfrey?".
Pensaron que yo estaba
siendo muy idealista.
Pero, en verdad, tratábamos
de pensar en grande.
Si se trataba de hacer algo imposible,
¿por qué no aspirar
a lo verdaderamente imposible?
Teníamos entre enero y abril para hacerlo.
Este es el número de horas
que necesitaba para la logística;
desde obtener los permisos,
movilizar a los participantes
hasta encontrar los puntos de encuentro.
Este es el número de veces
que me rechazaron
los agentes de personajes
o las secretarias de políticos.
Este es el dinero que gasté personalmente
en Red Bull o Coca Cola de dieta
para conservarme despierta
durante el movimiento.
(Risas)
Si quieren pueden juzgarme.
Esta es la cuenta del hospital
por la infección de riñones que me gané
por el exceso de consumo
de cafeína, por el evento.
Estas fueron algunas
de las ridiculeces que
ensayamos para sacar adelante este evento.
Al fin, llegó el 21 de abril
y comenzó el evento.
100 ciudades en todo
el mundo; estaban hermosas.
Seis días después, todas las ciudades
habían sido rescatadas, menos una:
Chicago.
Estábamos allá esperando.
Empezó a llegar gente de todo el mundo,
de todo el país, como refuerzos
para unir sus voces a las nuestras.
Finalmente, el 1 de mayo, nos congregamos
alrededor del estudio de Oprah.
Y logramos su atención.
Esta es parte de una filmación llamada
"Juntos somos libres",
en la que se documentaron
el evento de rescate
y mi esfuerzo por conseguir a Oprah.
(Video) Oprah Winfrey: Primero,
cuando llegué esta mañana a la oficina
encontré una gigantesca... cuando
llegaron, ¿estaba ahí este grupo?".
Audiencia: "Sí".
OW: Llevaban pancartas
pidiendo que hablara con ellos
por solo 5 minutos.
Con gusto lo hice.
Están con el movimiento
llamado 'Invisible Children'.
Les dije a los del grupo de afuera,
que les daría un minuto
para exponer su caso".
Hombre: "Muchas gracias, Oprah,
por aceptarnos.
Básicamente, los que estamos aquí
hemos visto la historia
de 30 000 niños secuestrados
a la fuerza por un líder
rebelde llamado Joseph Kony.
Están ahí afuera en solidaridad.
Han estado ahí durante 6 días.
Comenzaron 100 000 personas,
en todo el mundo.
Ahora quedan solo 500, pero firmes,
para que eleves el perfil de su causa
y así se dé fin a la más larga
guerra actual en África,
y se rescaten esos niños
convertidos en soldados
en África Oriental".
Hombre: "Oprah: Permíteme
añadir que esta chica, Natalie,
tiene 18 años.
Ha estado como interna
con nosotros este año.
Ella dijo: 'Mi meta es traer a Oprah'.
Ella logró movilizar
a 2000 personas el sábado,
pero llovió.
Ella se mantuvo bajo
la lluvia con 50 personas.
Cuando se supo que estaba ahí,
centenares comenzaron a llegar.
Aquí hay gente de México, de Australia.
Natalie tiene 18 años.
No pienses que eres muy joven.
Puedes cambiar el mundo cualquier día.
Hay que empezar ahora, hoy mismo".
(Vivas)
Hombre: "¿Valió la pena?".
Público: "¡Sííí!".
"¡Natalie!, ¡Natalie!, ¡Natalie!".
(Música)
"¡Juntos somos libres!,
¡Juntos somos libres!".
(Aplausos)
Uds. pensarán que este fue
el momento cumbre de mi vida,
que me volvió extraordinaria.
Y sí, fue un momento maravilloso.
Es decir, me puso en la cima del mundo.
Diez millones de personas ven
el programa de Oprah Winfrey.
Pero recapacitando, no fue así.
No me malinterpreten.
Como dije, fue un gran momento.
Me permitió tener un perfil extraordinario
en Facebook, por una semana.
Pero yo ya era extraordinaria.
Y no estaba sola.
Pueden verlo; aunque con mi historia
se hizo esta película,
yo solo era una de cien voluntarios
que tuvimos que trabajar
bien duro para lograrlo.
Ahí estoy yo, alzada.
La persona que me sostiene en sus espaldas
es mi mejor amigo.
Su nombre es Johannes Oberman,
con quien trabajamos juntos
desde el primer día en Chicago,
muchas horas interminables,
muchas noches sin descanso.
La chica a la derecha
se llama Bethany Bylsma.
Ella tuvo que organizar
Nueva York y Boston,
verdaderamente los mejores
eventos de todos.
La de la izquierda es Colleen.
Colleen se fue a México
y se quedó allá tres meses,
para organizar cinco eventos allá,
pero tuvo que salir
la víspera de los eventos
por causa de la gripa porcina.
Además, ahí estuvo esta familia.
No alcanzaron a llegar al rescate,
no pudieron ir,
pero nos mandaron cien cajas de pizza,
que nos entregaron en la esquina
de Michigan con Randolph,
donde estábamos haciendo
la protesta en silencio,
Como pueden ver, fue la gente como ellos,
haciendo cada uno lo que podía,
al mismo tiempo, con una misma idea,
sin importarles quién podía estar mirando,
los que hicieron esto posible.
No éramos nosotros consiguiendo a Oprah.
Porque cuando bajé de esas espaldas,
la guerra no había terminado.
Se trataba del proyecto de ley.
Lo de Oprah era solo un hito
en el camino hacia la ley.
La ley era el objetivo.
La ley era nuestro centro de mira
que teníamos claro desde el primer día.
Era lo que nos ayudaría a terminar
la guerra más larga de África,
lo que había congregado
a cien mil personas
para hacer ese rescate por todo el mundo.
Y se logró.
Diez días después del programa de Oprah,
el proyecto se presentó al Congreso.
Un año después,
se aprobó, unánimemente,
con 267 votos en el Congreso.
Y luego, una semana más tarde,
el presidente Obama, con su firma,
convirtió el proyecto en ley.
(Aplausos)
Pero ninguno de nosotros,
los voluntarios, estábamos presentes.
No logramos llegar allá a ese momento.
Pero los fundadores sí estuvieron.
Son los que aparecen atrás, sonrientes.
Fue ese preciso momento
lo que hizo que valiera la pena.
Es lo que hizo que cien mil
anónimos extraordinarios,
trabajaran tan duro para lograrlo.
Ya lo sabemos, los momentos con Oprah,
prueban que puede lograrse
lo supuestamente imposible.
Es lo que nos inspira,
nos infunde confianza.
Pero ese momento no es un movimiento.
Ni siquiera muchos de esos
momentos conjugados
pueden generar un movimiento.
Lo que desencadena un movimiento
son los anónimos extraordinarios
que lo respaldan.
En mi caso, lo que me impulsó
a trabajar en el rescate
fue la imagen de aquellos niños soldados.
Se me volvió algo personal.
En cierto momento tuve
la oportunidad de ir a África
y conocer a estas increíbles personas.
Tengo amigos que han vivido
en medio de ese conflicto
toda su vida y se me volvió algo personal.
Pero no se necesita esto para motivarnos.
Uno puede querer ser
el próximo Shepard Fairey,
o la próxima J.K. Rowling,
o el próximo quien sea. No importa.
Pero cualquiera que sea lo que quieras,
debes perseguirlo
con todo lo que tengas.
No en busca de fama y fortuna,
sino solo porque eso es en lo que crees.
Porque eso es lo que te mueve.
Ese es el baile que te mueve.
Eso es lo que ha de definir
nuestra generación;
cuando comenzamos a perseguir y a luchar
por algo que queremos
y por lo que nos movemos.
En secundaria yo me preocupaba demasiado
por lo que la gente pensaba de mí.
Eso es lo extraordinario de esta reunión.
Muchos de Uds. son jóvenes.
Encuentren lo que los inspira,
lo que quieren, y simplemente persíganlo.
Ya saben; luchen por ello.
Porque eso es lo que va
a cambiar este mundo
y lo que nos identifica.
Sin importar lo que piense la gente,
mis momentos con Oprah,
mi presencia aquí en TED,
eso no es lo que me identifica.
Porque si Uds. me siguen
a mi casa en Los Angeles,
me verán sirviendo mesas
y cuidando bebés, para pagar las cuentas
mientras persigo mi sueño
de hacerme directora de cine.
En lo pequeño, lo anónimo, lo monótono,
en cada acto cotidiano,
tengo que recordarme
que debo ser extraordinaria.
Y créanme, cuando se cierra la puerta
y se apagan las cámaras, es difícil.
Pero hay algo que quiero
que lleven a casa,
algo que puedo decir,
no solo a Uds., sino a mí misma:
las acciones que nos hacen
extraordinarios,
no son los momentos con Oprah. Gracias.