Muchas gracias. He aprendido muchas lecciones como periodista de investigación, y creo que lo mejor es ir directamente al grano. Primera lección: alguien podría morir. (Risas) Durante muchos años informé sobre el crimen organizado, y en concreto, en 1980, cubrí el crimen organizado en Chicago, sobre las casas de apuestas de la mafía, y William B. J. Jahoda, un multimillonario que trabajaba para la banda de Cicero, lo que en el Chicago de entonces era trabajar para Al Capone, es decir, trabajaba para la mafia. ¿Que se puede decir de Rocky Infelice? Un tipo realmente malo. Era uno de los miembros más duros, crueles y sin escrúpulos de la banda, alguien a tener en cuenta. "B" era a quien llamábamos Jahoda, todo el mundo le conocía por Jahoda. Era un ex-periodista, brillante con las palabras. Alguien que podía hacer todo tipo de cuentas de memoria, recordar números, calcular probabilidades y recordarlo todo. Pero también, un hombre decente en el fondo. A medida que pasaban los años Rocky se volvió suspicaz, porque nadie quería a los corredores de apuestas en Chicago. Eran tipos independientes que se salían de lo normal, y eso no era algo bueno. Rocky ordenó a Jahoda tender a algunos de estos tipos alguna trampa y después, deshacerse de ellos. "Deshazte de ellos y no mires atrás", dijo Rocky. En fin, uno de los corredores de apuestas fue asesinado en la propia cocina de B. J. Fue un auténtico desastre. En 1989 ya no aguantaba más y acordó pasar información a los federales para capturar a Rocky y a su banda, y créanme, era la primera vez que sucedía algo así en Chicago. Nadie se había infiltrado en las bandas de la calles de Chicago, pero Jahoda lo consiguió, y con gran riesgo. La primera vez que tuvo que ponerse un micrófono, imaginó que sería una especie de diminuto transmisor de radio, pero lo que le pusieron en la espalda era del tamaño de un paquete de cigarros. Dijo que era como un ladrillo. Cuando fue a su primera reunión encubierta, comentó que se sentía como un difunto en su entierro, y que todo el mundo lo sabía. Trás seis semanas de testimonios increíbles en la Corte Federal, incluido el momento memorable, cuando incluso el juez se río, de la descripción de Rose Laws, una famosa madame de Chicago, y de como proporcionaba chicas a los hombres de la banda. Jahoda lo llamó "pasatiempo horizontal". (Risas) B. J. Yahoda se cargó a toda la banda. Rocky fue a prisión, B a la clandestinidad con el programa de protección de testigos y decidió concederme su primera entrevista. Estábamos muy asustados. La mafia quería matarlo y debíamos tener mucho cuidado con el sitio del encuentro. Escogí un hotel en Wisconsin a las afueras del distrito norte de Illinois. Pero como saben, no solemos viajar ligeros. El equipo lo formaban dos cámaras, tres productores y yo, y si alguien veía el Canal de Noticias 5, podrían reconocerme. Nos preocupaba mucho que le asesinaran, y creo que el propio B estaba también muy preocupado. Gracias a Dios no pasó nada. Y la entrevista, tengo que decirlo, fue increíble. Como la gente le llamaba rata, decidimos titularla "Diario de una rata". B. J. Yahoda cumplió con su deber ciudadano y dejó de ayudar a matar gente, pero era un tipo bastante duro. Cuando la entrevista estaba a punto de finalizar, le dije: "¿Todavía teme por su vida?" Y me respondió: "Permítame decirlo de esta manera: La fiesta empezaría sacandome los ojos con una cucharilla". Segunda lección: alguien podría querer matarte. Una mañana mi vecina de al lado me llamó histérica y dijo: "¿Quiénes son esos tipos armados en la parte trasera de tú jardín?" (Risas) Es una larga historia que empieza con un tipo llamado Jeff Fort. Fort está ahora en una cárcel federal, y durante años ha estado entrando y saliendo de la cárcel. Pero incluso hasta el día de hoy, se le recuerda como uno de los jefes de bandas más temidos y conocidos. Era hijo del éxodo de la Gran Depresión. Vino desde Aberdeen, en Mississippi, en los 50, a Woodlawn, en el sur de Chicago. Y es extraño, porque era un alfeñique, casí analfabeto, pero tenía algo mágico. Era un líder. Un líder que arrastró miles de seguidores durante los años 60 y 70, quienes le apodaron "El Ángel". Durante el mandato de Lyndon Johnson y la campaña "Lucha contra la pobreza", Jeff Fort se hizo con 1 millón de dólares del Gobierno federal, destinado a organizaciones comunitarias y gente con aptitudes para el liderazgo. Engañó al gobierno, robó el dinero y fue a la cárcel. Pero era lo suficientemente inteligente como para darse cuenta que en la cárcel, las organizaciones religiosas disfrutaban de cierta protección constitucional así que pensó: "¡Ajá! formaré un grupo religioso en lugar de una banda". El grupo fue conocido como "El Rukns", una organización religiosa musulmana. Y cuando salió de la cárcel, volvíó a Chicago y con su grupo, El Rukns. Los Rukns no eran solo unos pequeños grupos letales, sino también reservados. Fue una pesadilla para el gobierno, tras muchos intentos, infiltrarse en la banda. Jeff fue a prisión rápidamente por otro cargo. Fué acusado por drogas. Además de líder religioso, demostró ser muy bueno al teléfono. Y gracias a las cabinas telefónicas, durante 3500 horas de cintas grabadas, los federales escucharon como instruía a sus seguidores para firmar un pacto con Muamar El Gadafi. Y se fueron a Libia, porque como musulmanes, querían conocer a Gadafi. Y por 2.5 millones de dólares, el grupo de Jeff se comprometió a cometer actos de terrorismo y disparar a aviones en vuelo. Y entonces los federales lo apresaron, y tuvo serios problemas en el juicio. Durante ese tiempo, yo preparaba un documental sobre él, titulado "El ángel del miedo". Y cuando el teléfono sonó, y escuche a un miembro de la banda llamado Billy Doyle, -- y como los Rukn no solían llamar a periodistas-- supe que tenía problemas. Llamé a la NBC, a los federales y a la policía. No quería llamar a nadie, porque como periodista no formas parte de ningún club. NBC me envió protección y los federales y la policía vigilaban mi casa. El sistema de seguridad que instalaron venía con un botón de alarma, similar al de una puerta de garaje, que si lo pulsabas, emitía una señal de emergencia y la policía se presentaba en casa. Una mañana, mientras bañaba a mi hijo de seis meses, mi hijo de dos años entró en el baño y me dijo: "Mira mamá, clic". (Risas) Sabía que tenía 30 segundos para quitarme la máscara de los ojos o ponerme una bata, porque en 30 segundos la policía estaría en la puerta, y el timbré sonó. Cuando abrí la puerta había dos hombres en posición de tiro, habían corrido sobre el cemento mojado de la puerta de al lado, donde estaban reparando las aceras, y tenían los zapatos con cemento... Les dije: "Lo siento mucho. Lo siento de veras". Al día siguiente, llamé al abogado de Jeff y le dije: "Dígale que ha cometido un gran error". El abogado contestó: "Jeff dice que lo lamenta". Pero sabía que tenía que disculparme con alguien más. A la mañana siguiente, muy temprano, con los niños, el bebé en mi espalda y Josh a mi lado, subimos a un taxi, paramos a comprar 12 docenas en Dunkins Donuts, los puse en el taxi y fuimos a la comisaría del distrito 18. Una prostituta y un borracho nos abrieron la puerta. Una vez allí, senté a Josh sobre el mostrador y le dije: "Josh, dile al sargento cuanto lo sientes". (Risas) Y el policía, con acento irlandés claro, dijo: "Vamos señora, no sea tan dura con el chico". (Risas) Lección número tres: prepárate para ser impopular. A lo largo de los años, hemos publicado historias de gente muy famosa. Michael Jordan en la cumbre de su carrera. Barack Obama al inicio de su ascenso a la presidencia. Y en la actualidad, en el "Sun Times" trabajamos en una historia sobre si el nieto del jefe del clan Daley recibió un trato especial en un altercado que resultó en la muerte de un joven en 2004, y por el que no ha sido acusado. Las tres historias han generado una gran controversia para nosotros. Las obras de caridad de Jordan fueron una campaña de publicidad, puesto que solo un pequeño porcentaje iba destinado a los necesitados. Obama tenía un recaudador de fondos, muy bien relacionado, Tony Rezko. de quien no quiso hablar durante su primera campaña, pero nosotros lo hicimos. Tardamos 18 meses en persuadirle para venir a la sede y explicarlo. Han nombrado a un fiscal especial en el caso del nieto de Daley y el joven que murió, David Koschman. En todas estas historias hemos recibido presiones por parte de todo tipo de gente, pero aún así las hemos contado, porque es un privilegio ser un periodista. Y a cambio de ese privilegio, les digo a mis estudiantes de periodismo, que tienen que renunciar a algunos de los derechos como ciudadano. Es decir, que no perteneces a ningún partido político, ni a ningún grupo específico, y a veces no te invitan a cenar a algunos sitios, porque la gente no quiere hablar contigo. ¿Y quieren saber algo? No pasa nada. Lección cuarta: preparate para tener más credibilidad de la que mereces. En 1997 dejé mi trabajo en la NBC (National Broadcasting Company) y también mi mano derecha, Ron Magers. Por aquel entonces, la NBC tenía otro equipo directivo, y decidieron eliminar nuestro noticiero porque pensaban que sería mejor contratar a un comentarista, Jerry Springer, quien daría las noticias a las 22.00 h. Para Ron y para mí, eso significaba acabar con la integridad y credibilidad adquirida Nos quejamos de que fue un gran error. Perdimos, y ellos ganaron. Y nos fuimos. Nuestra audiencia reaccionó con tantas llamadas, que tuvieron que apagar la centralita. Tuvimos 10.000 llamadas. Ron y yo llamamos la atención. Salimos en las noticias nacionales, conseguimos credibilidad, reconocimiento y todas esas cosas. La realidad es que a diario hay gente que deja su trabajo. Recibí minimo unas 2000 cartas, entre ellas, la de la esposa de alguien del DCFS, el Departamento de Servicios Sociales y Familiares. Su marido se negó a recolocar a unos niños maltratados en un albergue de Chicago, porque creía que los agredirían sexualmente, y fue despedido. Un día fui a la tienda, y el carnicero que se llamaba Bruno, y era el único sustento de su esposa e hijos, me contó como rechazó manipular el peso de la carne para otra tienda en la que trabajaba, poniendo el dedo en la báscula, y también fue despedido. Ni el trabajador social ni el carnicero lograron la misma atención en la prensa, nadie escribió una palabra sobre ellos. A pesar de arriesgarse mucho más de lo que lo hicimos nosotros, y de que la recompensa fue menor que la de Ron y la mía. Al día siguiente de dejar mi trabajo en la NBC, recibí una carta en casa. Sin sellos, ni dirección postal. Era de B. J. Jahoda que se había enterado de todo en las noticias. Estaba en algún lugar protegido como testigo, y la carta decía: "Querida, a veces, simplemente, tenemos que dejarlo pasar". La quinta lección es: prepárate incluso para lo que no puedes prepararte. La mayoría en nuestro trabajo tiene un sentimiento de misión, de propósito. Como en la enfermería, donde todos acuden cuando sucede algo, o el bombero que acude cuando suena la alarma. No solo lo hacen porque es su deber o porque se les ha entrenado para esto. Lo hacen porque quieren, porque creen que tienen que hacerlo. El 11 de septiembre, estaba en Nueva York, trabajando para los programas "60 Minutos" y "60 Minutos II". Como una típica americana del medio oeste,llegue muy temprano ya que los neoyorkinos vienen más tarde. Había pantallas de televisión por todos los lados, y solo un par de nosotros, y de repente alguien gritó: "¡Dios mío!", y vimos en la TV el primer avión que se estrellaba contra la primera torre. He sido reportera el tiempo suficiente como para saber que cuando sucede algo así, tienes que estar allí lo antes posible, porque la policía acordonará el lugar y no estarás lo suficientemente cerca para poder ver todo lo que necesitas. Había llegado al WTC (World Trade Center) teléfono en mano. Para entonces, habian derribado la segunda torre, y estaba en la autopista del oeste, donde miles se dirigián a las salidas. Recuerdo que alguien me dijo: "¡Deténgase y dese la vuelta!" Con ese estúpido sentido de imbatibilidad que tenemos los que nos dedicamos a esto, le dije: "No se preocupe, soy de las noticias de la CBS". (Risas) Y continué. Asumí que mi teléfono móvil funcionaría, pero otras miles de llamadas habían colapsado las líneas. Estaba en la autopista del oeste cuando vi la primera torre desplomarse sobre el suelo. Y continué. Rodeé la calle oeste con el suelo cubierto de cenizas, donde había bomberos; les mostré mi carnet de reportera y uno de ellos me dijo: "No vaya por la mitad de la calle porque hay desprendimientos". Habia camillas vacías, sin heridos y sanitarios a la espera. Y fue entonces, mientras caminaba, cuando sentí el suelo temblar. Y el bombero delante de mí, se volvió y grito: "¡Corra!" Ví como salía una bola de fuego de la base del edificio, probablemente de la explosión de la gasolina del avión, mientras el edificio comenzaba a desplomarse. Pero no había tiempo para detenerse en esas cosas. Me volví y caí, y el bombero se lanzó a mis pies, me agarro por la cintura, corrimos y se percató de que había otro edificio con un trozo de mámol colgando, y me empujó, cubriéndome con su cuerpo. Podía sentir su corazón latir sobre mi espalda porque los latidos eran muy fuertes. La luz del día se transformó en completa oscuridad en un segundo. Había restos por todos los lados. Sabíamos que eran restos de gente, de oficinas, de edificios, de lapiceros y de cosas, pero no podíamos ver nada, ni tan siquiera nuestra mano enfrente, porque estaba todo negro. Pensé para mí: "Así es como mueren los bomberos. No es por el humo, ni por las llamas, sino porque no pueden respirar". El bombero, cuando el edificio se desplomó, me llevó con un oficial de policía de Nueva York, quien, literalmente, me agarró de la mano y nos cubrimos el rostro para intentar avanzar, tener más luz, y encontrar la salida. No se me ocurrió preguntarle el nombre al bombero. No le pregunté su nombre, y hasta el día de hoy, es algo que todavía me persigue. ¿Que clase de periodista soy que ni le pregunté su nombre? Conseguí los nombres de todos: el oficial de policía, la gente que me puso el oxígeno, los servicios sanitarios que me atendieron en la calle, el conductor del autobús que secuestré para ir a la CBS a informar de todo. Todos, excepto el nombre del bombero. No sé si sobrevivió. Se dio la vuelta y regresó a la segunda torre. Lo he buscado, he escrito cartas a las autoridades. He contado la historia muchas veces, para que algún día, en algún lugar, alguien sepa de quien estoy hablando. Llegué a los estudios de la CBS, me senté junto a Dan Rather, cubierta de cenizas, y transmití lo que había visto. La mayor lección de todas las que he aprendido: cada historia, cada día, cada año, esto es lo que hago, y por eso es un privilegio ser un periodista. Hacer este trabajo. Muchas gracias. (Aplausos)