Nunca pensé que estaría dando mi conferencia TED en un lugar así. Pero, al igual que la mitad de la humanidad, he estado las últimas cuatro semanas en confinamiento debido a la pandemia global ocasionada por el COVID-19. Soy extremadamente afortunado porque durante este tiempo pude venir a estos bosques cerca de mi casa en el sur de Inglaterra. Estos bosques siempre me han inspirado, y como la humanidad ahora trata de pensar en cómo encontrar inspiración para retomar el control de nuestras acciones y que no pasen cosas terribles sin que podamos evitarlas, pensé que este era un buen lugar para poder hablar. Y me gustaría empezar esa historia seis años atrás, cuando entré por primera vez a la Organización de las Naciones Unidas. En verdad creo que la ONU tiene una importancia sin precedentes en el mundo hoy en día para promover la colaboración y la cooperación. Pero lo que no te dicen cuando te unes es que este trabajo esencial se lleva a cabo sobre todo por medio de reuniones aburridísimas... reuniones extremadamente largas y aburridas. Tal vez sientan que han estado en juntas largas y aburridas alguna vez, y estoy seguro de que sí. Pero esas reuniones de la ONU ya son otro nivel, y todos los que trabajan allí las abordan con cierto nivel de calma que solo los maestros Zen logran tener. Pero yo no estaba preparado para eso. Me uní esperando drama, tensión y progreso. Para lo que no estaba listo era para un proceso que parecía avanzar a la velocidad de un glaciar, a la velocidad que un glaciar solía avanzar. A la mitad de una de esas largas reuniones, me pasaron una nota. Me la pasó mi amiga, colega y coautora, Christiana Figueres. Christiana era la Secretaria Ejecutiva de la Convención Marco de la ONU sobre el Cambio Climático y, por lo tanto, tenía la responsabilidad general de que la ONU alcanzara lo que se convertiría en el Acuerdo de París. Yo estaba a cargo de la estrategia política para ella. Así que cuando me pasó esa nota, asumí que tendría instrucciones políticas detalladas sobre cómo íbamos a salir de esa pesadilla en la que estábamos atrapados. Tomé la nota y la vi. Decía, "Doloroso. ¡Pero afrontémoslo con amor!". Me encanta esa nota por muchas razones. Me encanta la forma en que las rayitas salen de la palabra “doloroso”. Era una excelente representación visual de cómo me sentía en ese momento. Pero particularmente me encantó porque mientras la miraba, me di cuenta de que sí era una instrucción política, y que si íbamos a tener éxito, así era como lo íbamos a hacer. Así que permítanme explicar eso. Lo que había estado sintiendo en esas reuniones en realidad era sobre control. Había mudado mi vida de Brooklyn en Nueva York a Bonn en Alemania con el fuerte apoyo de mi esposa. Mis hijos entraron a una escuela donde no podían hablar el idioma, Y pensé que el trato a cambio de toda esa disrupción en mi mundo era que tendría cierto grado de control sobre lo que iba a suceder. Durante años sentí que la crisis climática era el desafío definitivo de nuestra generación. Y aquí estaba, listo para hacer mi parte y hacer algo por la humanidad. Pero puse mis manos en las palancas de control que me habían dado y las moví, y nada pasó. Me di cuenta de que lo que podía controlar eran cosas sin importancia del día a día. "¿Me voy en bici al trabajo?" y "¿Dónde voy a comer?", mientras que las cosas que determinarían si íbamos a tener éxito eran cuestiones como, "¿Rusia arruinará las negociaciones?", "¿China asumirá su responsabilidad por las emisiones?", "¿EE. UU. ayudará a los países pobres a lidiar con el cambio climático?". La diferencia se sentía tan grande, que no veía la forma de salvar a los dos. Sentí que eso era inútil. Empecé a sentir que había cometido un error. Me empecé a deprimir. Pero incluso en ese momento, Me di cuenta de que lo que sentía era muy parecido a lo que sentí la primera vez que supe de la crisis climática años atrás. Pasé muchos de mis años más formativos como monje budista en los comienzos de mis veintes. Pero dejé la vida del monasterio porque aún allí, ya hace 20 años, sentí que la crisis climática ya era una emergencia que se extendía rápidamente y quería ayudar. Pero cuando lo dejé y me reincorporé al mundo, Vi lo que podía controlar. Eran las pocas toneladas de mis propias emisiones y las de mi familia, el partido político por el que votaba cada ciertos años, si iba a una que otra marcha. Y luego vi los problemas que determinarían el resultado, y eran grandes negociaciones geopolíticas, planes masivos de gastos en infraestructura, lo que hacían todos los demás. El diferencial de nuevo se sentía tan grande que no pude encontrar una forma de unirlo. Seguí tratando de tomar medidas pero no funcionó tan bien. Sentí que era inútil. Esta es una experiencia común para mucha gente y probablemente Uds. ya la han tenido. Cuando nos enfrentamos a un desafío enorme en el que sentimos que no tenemos ningún control, nuestra mente puede engañarnos para protegernos. No nos gusta sentir que estamos fuera de control al enfrentar grandes fuerzas. Y nuestra mente nos dirá, "Tal vez no es tan importante. Tal vez no es tan grave como la gente dice, de todos modos". O le resta importancia a nuestro propio rol. "No hay nada que se pueda hacer individualmente, ¿para qué intentarlo?". Pero algo extraño está pasando aquí. ¿Es cierto que los humanos solo tomarán medidas continuas y dedicadas en un problema de suma importancia cuando sientan que tienen un alto grado de control? Vean estas fotos. Estas personas son cuidadores y enfermeros que han estado ayudando a la humanidad a enfrentar el coronavirus COVID-19 que se ha extendido por todo el mundo como pandemia en los últimos meses. ¿Son estas personas capaces de evitar la propagación de la enfermedad? No. ¿Son capaces de evitar la muerte de sus pacientes? Algunos serán capaces de evitarlo pero estará fuera del alcance de otros. ¿Eso hace su contribución inútil y sin sentido? De hecho, hasta sugerirlo es ofensivo. Lo que están haciendo es cuidar de los demás en su momento de mayor vulnerabilidad. Y ese trabajo tiene un significado enorme, hasta el punto en que solo tengo que mostrarles esas fotos para que sea evidente que el valor y la humanidad que esas personas están demostrando hace de su trabajo una de las cosas más significativas que puede hacer un ser humano, a pesar de que no pueden controlar el resultado. Eso es interesante porque nos enseña que los humanos son capaces de tomar acciones dedicadas y duraderas, incluso cuando no pueden controlar el resultado. Pero nos deja con otro reto. Con la crisis climática, las acciones que tomamos no van de la mano con su impacto, mientras que lo que está sucediendo en estas imágenes es que a estas enfermeras no las sostiene la noble causa de cambiar al mundo, sino la satisfacción diaria de cuidar de otro ser humano en sus momentos de debilidad. Con la crisis climática, tenemos una separación enorme. Antes solíamos estar separados por el tiempo. Se supone que los impactos de la crisis climática llegarían en un futuro lejano. Pero ahora, el futuro ya nos alcanzó. Los continentes están en llamas. Ciudades se están inundando. Países se están inundando. Cientos de miles de personas van de un lado a otro a causa del cambio climático. Pero incluso si esos impactos ya no están lejos de nosotros por tiempo, todavía están lejos de una manera que dificulta sentir esa conexión directa. Pasan en otro lugar a otra persona o a nosotros de una forma diferente a la que estamos acostumbrados a experimentar. Entonces, aunque la historia de la enfermera nos demuestra algo sobre la naturaleza humana, tendremos que encontrar una alternativa diferente para lidiar con la crisis climática de manera permanente. Hay una manera en la que podemos hacerlo, una combinación poderosa de actitud de apoyo profunda, que cuando se combina con la acción consistente permite a sociedades enteras emprender acciones específicas de forma continua por un objetivo compartido. Se ha utilizado con gran efecto a lo largo de la historia. Así que déjenme explicarles con una historia épica. Justo ahora, estoy parado en el bosque cerca de mi casa en el sur de Inglaterra. Y estos bosques en particular no están lejos de Londres. Hace 80 años, esa ciudad estaba siendo atacada. A finales de la década de 1930, la gente de Gran Bretaña haría cualquier cosa para evitar enfrentar la realidad, que Hitler no se detendría con nada para conquistar Europa. Con los recuerdos frescos de la Primera Guerra Mundial, estaban aterrorizados por los ataques Nazi y harían lo que fuera para evitar enfrentar esa realidad. Al final, la realidad se impuso. Churchill es recordado por muchas cosas, y no todas positivas, pero lo que hizo en esos primeros días de la guerra fue cambiar la historia que la gente de Gran Bretaña se decía a sí misma sobre lo que estaban haciendo y lo que estaba por venir. Donde antes había inquietud, nerviosismo y miedo llegó una solución tranquila, una única isla, un gran tiempo, una gran generación, un país que lucharía en las playas, en los cerros y en las calles, un país que nunca se rendiría. Ese cambio del miedo y la inquietud a enfrentar la realidad, fuera como fuera y tan obscuro como fuera, no tuvo nada que ver con la probabilidad de ganar la guerra. No había noticias del frente de que las batallas mejoraran o incluso en ese momento que un aliado nuevo y poderoso se había unido y había cambiado las probabilidades a su favor. Fue simplemente una elección. Surgió un optimismo profundo, decidido y terco, sin evitar ni negar la obscuridad que estaba haciendo presión, pero negándose a dejarse intimidar por ella. Ese optimismo terco es poderoso. No depende de asumir que el resultado será bueno o de tener algún tipo de ilusión sobre el futuro. Sin embargo, lo que hace es animar las acciones y llenarlas de significado. Sabemos que desde entonces, a pesar del riesgo y a pesar del desafío, fue un momento significativo lleno de propósito, y varias cuentas han confirmado que desde las acciones de pilotos en la batalla de Gran Bretaña hasta el simple acto de sacar papas de la tierra se llenaron de significado. Estaban animados por un propósito y un resultado compartido. Lo hemos visto a lo largo de la historia. La combinación de un profundo y decidido optimismo terco con acción, cuando el optimismo lleva a una acción valiente, entonces pueden volverse autosuficientes: sin el optimismo terco, la acción no puede sostenerse por sí misma; sin la acción, el optimismo terco es tan solo una actitud. Los dos juntos pueden transformar todo un problema y cambiar al mundo. Lo vimos en muchas otras ocasiones. Lo vimos cuando Rosa Parks se negó a levantarse del autobús. Lo vimos en la larga Marcha de la Sal de Gandhi a la playa. Lo vimos cuando las sufragistas dijeron: "El coraje llama al coraje en todas partes". Y lo vimos cuando Kennedy dijo que en 10 años, pondría a un hombre en la luna. Eso electrizó a toda una generación y los enfocó en un objetivo compartido contra un enemigo obscuro y aterrador, a pesar de no saber cómo lo lograrían. En cada uno de esos casos, un optimismo realista, valiente pero decidido y terco no fue resultado del éxito. Fue la causa del éxito. Así es también como ocurrió la transformación rumbo al Acuerdo de París. Esas reuniones desafiantes, difíciles y pesimistas se transformaron a medida que más y más personas decidían que era nuestro momento de imponernos y aclarar que no dejaríamos caer el balón mientras estuviéramos a cargo, y que entregaríamos el resultado que sabíamos que conseguiríamos. Más y más gente se unió a ese punto de vista y empezó a funcionar, y al final, se convirtió en una ola de impulso que se estrelló sobre nosotros y entregó muchos de esos problemas desafiantes con mejores resultados de los jamás habríamos imaginado. Incluso ahora, años después y con un negacionista de la crisis climática en la Casa Blanca, mucho de lo que comenzó en esos días aún se está desarrollando, y tenemos que darlo todo en los próximos meses y años para lidiar con la crisis climática. Justo ahora, estamos pasando por uno de los momentos más desafiantes en la vida de la mayoría de nosotros. La pandemia global ha sido aterradora, haya habido una tragedia personal o no. Pero también ha sacudido la creencia de que somos impotentes ante un gran cambio. En pocas semanas, nos movilizamos hasta el punto en que la mitad de la población tomó medidas drásticas para proteger a los más vulnerables. Si somos capaces de eso, tal vez no hemos probado los límites de lo que la humanidad puede hacer cuando se levanta para enfrentar un desafío común. Ahora tenemos que ir más allá de este cuento de impotencia, pero no se equivoquen, la crisis climática será mucho peor que la pandemia si no tomamos las medidas que todavía podemos tomar para evitar la tragedia que viene. No nos podemos dar el lujo de sentirnos impotentes. La verdad es que las futuras generaciones verán este preciso momento con asombro mientras nos encontramos en este dilema entre un futuro regenerativo y uno en el que tiramos todo por la borda. Y realmente muchas cosas están saliendo bastante bien en esta transición. Los costos de las energías limpias están bajando. Las ciudades se están transformando. La tierra se está regenerando. La gente está en las calles pidiendo un cambio con una fuerza y una tenacidad que no habíamos visto en una generación. El éxito verdadero es posible en esta transición, y el fracaso verdadero también es posible, lo que hace de este el momento más emocionante para estar vivo. Ahora mismo podemos tomar la decisión de abordar este reto con una valentía obstinada, optimismo realista y audaz y hacer todo lo que esté en nuestras manos para asegurarnos de darle forma al camino a medida que salimos de esta pandemia hacia un futuro regenerativo. Podemos decidir ser luces de esperanza para la humanidad incluso si vienen días obscuros, y podemos elegir ser responsables, reducir nuestras emisiones al menos un 50 porciento en los siguientes 10 años, y tomar medidas para comprometernos con los gobiernos y las corporaciones para asegurarnos de que hagan lo necesario saliendo de la pandemia para reconstruir el mundo de la forma que queremos. En este momento, todas estas cosas son posibles. Entonces, volvamos a esa aburrida sala de juntas donde veo la nota de Christiana. Y verla me regresa a una de las experiencias más transformadoras de mi vida. Una de las tantas cosas que aprendí como monje es que una mente brillante y un corazón alegre es tanto el camino como la meta en la vida. Este optimismo obstinado es una forma de amor aplicado. Es tanto el mundo que queremos crear como la forma en que podemos crear ese mundo. Esa decisión es de todos nosotros. Decidir afrontar este momento con un optimismo terco puede llenar nuestras vidas de significado y propósito y al hacerlo, podemos poner una mano en el arco de la historia y orientarlo hacia el futuro que elijamos. Sí, el vivir ahora se siente fuera de control. Se siente escalofriante, aterrador y nuevo. Pero no dudemos en esta transición tan crucial con lo que nos enfrentamos ahora. Afrontémosla con un optimismo terco y determinado. Y sí, ver los cambios por los que está pasando el mundo puede ser doloroso. Pero enfrentémoslo con amor. Gracias.