En la vida, todos pasamos
por momentos difíciles.
Yo pasé por uno en el 2013.
Mi matrimonio había terminado,
y yo me sentía humillado
por haber fracasado.
Mis hijos se habían ido,
o estaban por irse a la universidad.
Crecí mayormente dentro
del movimiento conservador,
pero el conservadurismo cambió,
así que perdí esos amigos también.
Y como vivía solo en un apartamento,
y solamente trabajaba,
si alguien abría los cajones
de la cocina, en vez de utensilios,
había hojas de notas.
Y en los otros cajones,
donde normalmente iban los platos,
había sobres.
Tenía compañeros de trabajo,
pero no amigos de fin de semana.
Entonces, mis fines de semana
eran largos y prolongados silencios.
Me encontraba solo.
Y la soledad, inesperadamente,
me llegó en la forma de...
una especie de miedo,
un fuego en el estómago.
Se parecía a un estado de embriaguez:
tomaba malas decisiones;
era todo fluidez, nada de solidez.
Y lo más doloroso
en ese entonces era la certeza
de que el vacío en mi apartamento
era un reflejo del vacío
dentro de mí mismo,
y que había caído en algunas mentiras
que nuestra cultura nos hace creer.
La primera mentira es
que una carrera exitosa da plenitud.
Yo había logrado éxito en mi carrera,
y descubrí que me ayuda a sobrellevar
la vergüenza que sentiría
de sentirme un fracasado,
pero no me había traído nada positivo.
La segunda mentira es
que puedo lograr mi propia felicidad,
que conseguir otra victoria,
como perder 7 kilos o hacer más yoga,
me hará feliz.
Esa es la mentira de la autosuficiencia.
Pero como cualquier persona
en su lecho de muerte nos dirá,
las cosas que hacen feliz a la gente
son las relaciones profundas,
la pérdida de autosuficiencia.
La tercera mentira
es la de la meritocracia.
El concepto de meritocracia
es que eres lo que logras.
El mito de este concepto
es que puedes obtener dignidad
asociándote a marcas prestigiosas.
La emoción de la meritocracia
es el amor condicional.
Puedes "ganarte" el camino al amor.
La antropología de la meritocracia
es que nos somos almas a purificar,
sino un puñado de habilidades
que debemos perfeccionar.
Y lo peor de la meritocracia
es la creencia de que quienes
han logrado más que otros,
también valen más que otros.
Y entonces, el precio
del pecado es el pecado.
Y mi pecado era por omisión:
por no tender la mano,
no estar para los amigos,
evadirme, evitar conflictos.
Y lo más raro era que
mientras iba cayendo en ese valle,
era un valle de desconexión
en el que otros también iban cayendo.
Y eso es algo así como
el secreto de mi carrera:
mucho de lo que me pasa
a mí les pasa a otros también.
Soy una persona común con habilidades
de comunicación poco comunes.
(Risas)
Estaba desconectado.
Y al mismo tiempo, muchos otros
estaban desconectados,
aislados y fragmentados entre sí.
Un 35 % de los estadounidenses mayores
de 45 años están crónicamente solos.
Solo un 8 % dice tener conversaciones
significativas con sus vecinos.
Solo un 32 % dice confiar en sus vecinos
y, entre los 'milenials', solo un 18 %.
El partido político mayoritario
no tiene adeptos.
El mayor movimiento religioso
no tiene adeptos.
La depresión va en aumento, igual
que los problemas de salud mental.
La tasa de suicidio se ha elevado
un 30 % desde 1999.
Durante los últimos años,
el suicidio entre adolescentes
ha aumentado un 70 %.
En EE. UU., 45 000 personas
se suicidan cada año,
72 000 mueren por consumo de opiáceos.
La expectativa de vida está
decayendo, no aumentando.
Lo que quiero decirles hoy
es que tenemos una crisis
económica, ambiental y política.
Pero también tenemos
una crisis social y de relaciones.
Estamos en el valle.
Estamos fragmentados entre nosotros.
Las mentiras salen
a raudales de Washington.
Estamos en el valle.
Y pasé los últimos cinco años
preguntándome cómo salir de este valle.
Como decían los griegos:
"El camino a la sabiduría es doloroso".
Y a partir de ese oscuro período donde
comencé, me di cuenta de muchas cosas.
La primera es que la libertad da asco.
La libertad económica está bien,
la libertad política es fabulosa,
pero la libertad social da asco.
Un hombre sin raíces está a la deriva.
Nadie lo recordará porque
no se ha comprometido con nada.
La libertad no es un océano
en el que queramos nadar,
sino un río que queremos cruzar
para comprometernos
y plantarnos en el otro lado.
Lo segundo que aprendí
es que cuando uno pasa
por un mal momento en la vida,
tiene dos opciones: quebrarse
o tocar fondo y salir adelante.
Todos sabemos de alguien
que se ha quebrado,
que ha sufrido, se siente menos,
se enoja, se resiente,
arremete contra todos.
Como dice el refrán:
"Dolor que no se transforma se transmite".
Pero otra gente sale adelante.
El gran poder del sufrimiento
es que interrumpe la vida.
Nos recuerda que no somos
quienes creíamos ser.
El teólogo Paul Tillich dijo
que el sufrimiento cava un hoyo donde
pensábamos que estaba el suelo
del sótano de nuestra alma,
Y al cavar allí, se revela
otra cavidad por debajo,
Y al seguir cavando aparece
otra cavidad debajo.
Uno descubre profundidades
de nuestro ser que desconocíamos.
Solo el alimento espiritual e interpersonal
puede llenar esas profundidades.
Cuando se llega al fondo, el ego
se calla y habla el corazón,
y escuchamos los deseos del corazón.
Lo que verdaderamente anhelamos
es ser amados por alguien.
Louis de Bernières
lo describió en su libro
"La mandolina del capitán Corelli".
Era un hombre mayor
que hablaba con su hija
sobre su relación con su difunta esposa,
y el hombre dice:
"El amor verdadero es lo que permanece
cuando el enamoramiento se extingue,
lo cual es un arte y también
un afortunado accidente.
Tu madre y yo lo tuvimos.
Nuestras raíces crecían las unas
hacia las otras bajo tierra,
y cuando todos los bonitos pétalos
hubieron caído de nuestras ramas,
descubrimos que éramos
un único árbol, no dos".
Eso es lo que el corazón anhela.
La segunda cosa
que uno descubre es el alma.
No les pido que crean en Dios,
pero sí en algo dentro de Uds.
que no tiene forma, tamaño, color ni peso,
pero que les da una dignidad
y un valor infinitos.
La gente rica y exitosa
no tiene más de eso
que la gente menos exitosa.
La esclavitud está mal porque
es la destrucción de otra alma.
Una violación no es solo atacar
un puñado de moléculas físicas;
es el intento de ofender
el alma de otra persona.
Y lo que el alma anhela es justicia.
El corazón anhela fusionarse con otro,
y el alma anhela lograr justicia.
Y eso me llevó a mi tercer descubrimiento,
el cual tomé prestado de Einstein:
"Ningún problema puede ser resuelto
en el mismo plano de conciencia
en el cual se creó.
Es necesario expandirse
a un plano de conciencia distinto".
Entonces, ¿qué se debe hacer?
Bien, lo primero es acercarse a los amigos
y conversar de manera
más profunda que nunca.
Lo segundo es salir
y estar solo en la naturaleza,
en un lugar apartado
donde no se pueda fingir,
el ego no tenga nada
que hacer y se desmorone,
y solo entonces uno puede ser amado.
Tengo una amiga que dice
que cuando su hija nació,
se dio cuenta de que la amaba
más de lo requerido por la evolución.
(Risas)
Y eso me ha encantado siempre
(Aplausos)
porque nos habla de esa paz
en el fondo de nuestro ser,
esa inexplicable preocupación
de los unos por los otros.
Y cuando tocamos ese punto,
estamos listos para ser rescatados.
Lo difícil de estar en ese valle
es que uno no puede salir.
Alguien tiene que encontrarnos y sacarnos.
A mí me pasó.
Tuve la suerte de ser invitado a la casa
de una pareja, Kathy y David.
Y ellos...
tenían un hijo en la escuela
pública, llamado Santi.
Él tenía un amigo que debía
quedarse en un lugar
porque su mamá estaba enferma.
Y ese niño tenía un amigo
que a su vez tenía tenía otro amigo.
Cuando fui a su casa hace 6 años,
al entrar, vi como a 25
niños sentados a la mesa,
y otros dormían abajo en el sótano.
Me acerqué para presentarme
a uno de los chicos,
y me dijo: "Aquí no nos
estrechamos la mano.
Solo nos abrazamos".
No soy de los que acostumbre
abrazar mucho en este mundo,
pero cada vez que regreso a esa casa
los jueves, cuando estoy en la ciudad,
voy solo a abrazar a esos chicos.
Ellos desean ese contacto.
Desean que uno se comporte
y se muestre abiertamente.
Enseñan una nueva manera de vivir,
y es la cura de todos
los males de nuestra cultura,
que es poner en primer lugar
las relaciones humanas,
no con palabras, sino con hechos.
Y lo más hermoso es que estas
comunidades están en todas partes.
Empecé en el Instituto Aspen
el proyecto: "Tejer: el entramado social".
Este es nuestro logo.
Y llegamos a un lugar y encontramos
tejedores, siempre, en todas partes.
Encontramos gente como Asiaha Butler,
quien vivió en Chicago,
en una zona difícil en Englewood.
Estaba a punto de mudarse
por lo peligroso que era,
cuando vio dos niñas
al otro lado de la calle
que jugaban con botellas rotas
en un terreno baldío.
Volteó a ver a su esposo
y le dijo: "No nos mudaremos.
No seremos una familia más que abandona".
Y buscó en Google "trabajo voluntario
en Englewood", y ahora dirige R.A.G.E.,
gran organización comunitaria.
Algunos han pasado por momentos difíciles.
Conocí a Sarah en Ohio,
quien, al regreso de las compras,
descubrió que su esposo se había
suicidado y había matado a sus dos hijos.
Ahora dirige una farmacia gratuita,
es voluntaria en su comunidad,
ayuda a mujeres víctimas
de violencia, enseña.
Me dijo: "Superé esta experiencia
porque estaba enojada.
Tenía que luchar contra lo que él me hizo
marcando una diferencia en el mundo.
Ya ves, no me mató.
Mi respuesta para él es:
"No importa cuáles hayan sido
tus intenciones. Púdrete, no lo lograrás".
Estos tejedores no viven
una vida individualista,
sino una vida de relaciones,
tienen otra escala de valores.
Tienen motivaciones morales.
Están seguros de su vocación,
y están firmemente establecidos.
Vi un hombre en Youngstown, Ohio,
que portaba un letrero en la plaza:
"Defendamos a Youngstown".
Tienen una mutualidad radical,
y son geniales en relaciones humanas.
Hay una mujer, Mary Gordon,
que dirige la sociedad
"Raíces de empatía".
Y lo que hacen es tomar a un grupo
de niños de octavo grado,
traen a una mamá con su bebé
y los chicos tienen que adivinar
lo que el bebé está pensando,
para enseñarles lo que es empatía.
Había un chico en una clase
que era mayor que el resto
porque se había retrasado
bajo cuidado tutelar.
Había visto matar a su madre.
Y quería sostener al bebé.
La madre, nerviosa porque el chico
era muy grande y daba miedo,
dejó que Darren sostenga al bebé.
Lo tomó en sus brazos y lo hizo muy bien.
Devolvió el bebé a su madre y comenzó
a hacer preguntas sobre la paternidad.
Y su pregunta final fue:
"Si nunca te han amado,
¿se puede llegar a ser un buen padre?".
Y esa es la labor de "Raíces de empatía":
sacar a la gente del valle en donde están.
Eso hacen los tejedores.
Algunos cambian de empleo.
Otros se quedan con el mismo trabajo.
Pero una cosa es cierta:
lo hacen con convicción.
Hay algo que leí.
E. O. Wilson escribió un gran libro
sobre su infancia, "El naturalista".
Sus padres se divorciaron
cuando él tenía 7 años,
y lo mandaron a Paradise Beach,
en el norte de Florida.
Nunca antes había visto el mar,
ni tampoco una medusa.
Escribió: "La criatura era asombrosa;
superaba los límites de mi imaginación".
Un día, sentado en el muelle,
vio pasar una mantarraya
por debajo de sus pies.
Ese día, nació un naturalista
entre el asombro y la maravilla.
Y él hace esta observación:
cuando se es niño,
los animales se ven dos veces
más grandes que cuando adulto.
Y eso siempre me ha impresionado,
porque de niños queremos
esa intensidad moral,
para entregarnos totalmente a algo
y encontrar ese nivel de vocación.
Y, para estos tejedores,
la gente tiene el doble de tamaño
que las personas normales.
Miran en lo más profundo de sus almas.
Y lo que ven es alegría.
En la primera montaña de la vida,
cuando estamos eligiendo una carrera,
aspiramos a la felicidad.
Y la felicidad es buena,
es la expansión del yo.
Se gana una victoria.
Se obtiene un ascenso,
tu equipo gana el Supertazón,
estás felIz.
La alegría no es la expansión,
sino la disolución del yo.
Es el momento en que desaparece
la barrera de la piel entre madre e hijo.
Es el momento en que un naturalista
se siente libre en la naturaleza.
Es el momento en que uno está
tan centrado en su trabajo o causa,
que se olvida de uno mismo.
Y la alegría es mejor
destino que la felicidad.
Yo colecciono pasajes de alegría,
de gente cuando la pierde.
Uno de mis favoritos es de Zadie Smith.
En 1999, Zadie estaba
en un club nocturno en Londres
buscando a sus amigos,
pensando dónde estaba su bolso.
Y, de repente, escribe ella:
"...un hombre delgado de ojos enormes
traspasó un mar de cuerpos
para tomar mi mano.
Me preguntó lo mismo
una y otra vez: '¿Lo sientes?'.
Los tacones me estaban matando
y tenía terror de morir,
pero al mismo tiempo
estaba abrumada por la alegría
de que estuvieran tocando '¿Can I kick it?'
en ese preciso momento de la historia
en ese equipo de sonido,
y ahora empezaron a tocar 'Teen Spirit'.
Tomé la mano del hombre y me dejé llevar.
Bailamos y bailamos.
Nos entregamos a la alegría".
Lo que estoy tratando de describir
son dos mentalidades diferentes.
La primera montaña trata sobre
felicidad individual y éxito profesional.
Y esa mentalidad está bien;
no tengo nada en contra de ella.
Pero estamos en un valle nacional,
porque no tenemos la otra
mentalidad para equilibrarla.
Ya no nos sentimos a gusto como personas,
hemos perdido la fe en nuestro futuro.
No nos vemos con profundidad,
ni nos tratamos bien.
Necesitamos hacer muchos cambios.
Necesitamos un cambio
económico y ambiental,
pero también una revolución
cultural y de relaciones.
Tenemos que nombrar el idioma
de una sociedad recuperada.
Para mí, los tejedores
han encontrado ese idioma.
Mi teoría sobre el cambio social
es que la sociedad cambia
cuando un grupo pequeño
de personas cambia para bien,
y los demás las imitan.
Y esos tejedores han encontrado
una mejor forma de vivir.
Y no es necesario teorizar sobre ello.
Están en todas partes, construyen
comunidades en todo el país.
Solo necesitamos cambiar
un poco nuestras vidas,
para que podamos decir:
"Soy un tejedor, todos somos uno".
Y si lo hacemos,
el vacío dentro de nosotros se llena
pero, lo más importante,
la unidad social se repara.
Muchas gracias.
(Aplausos)