Cuando me gradué de la universidad,
dejé mi país natal
para empezar a trabajar en turismo.
Viajé alrededor del mundo
por casi siete años
y, en el transcurso,
aprendí varios idiomas.
Me enamoré, así que aprendí español.
Aprendí francés y alemán,
ya que eran los idiomas
que necesitaba para mi trabajo.
También mejoré mi inglés,
por ser el idioma que necesitaba
para la comunicación internacional.
Cuando renuncié a ese trabajo en turismo,
la gente empezó a preguntarme
si podía ayudarles a aprender
francés, alemán o español.
Fue en ese momento que me di cuenta
de que hablar un idioma
no significa que tengas el conocimiento
para enseñárselo a otros.
Entonces, comencé a estudiar de nuevo.
Empecé un máster en Lingüística
Aplicada y luego me certifiqué
para enseñar inglés
como lengua extranjera.
Pero esto no me proporcionó
el conocimiento que buscaba.
Quería descubrir por qué algo
que me resultaba tan fácil y natural,
como aprender un idioma,
era difícil para otras personas.
Quería saber un poco más
sobre cómo funciona el cerebro
y así poder ayudar a otros.
Por lo tanto, seguí estudiando.
Me convertí en coach en programación
neurolingüística, luego en coach
de vida y, hace poco, terminé
un máster en Neuroeducación.
La neuroeducación parece ser
una disciplina bastante compleja,
y ciertamente hay mucho que aprender.
Sin embargo, me gusta describirla
como el sentido común en la educación
visto desde una perspectiva científica.
La neuroeducación es aquella disciplina
donde convergen la psicología,
la neurociencia y la educación,
y ese conocimiento se utiliza para
mejorar la enseñanza y el aprendizaje.
¿Qué es lo que hace que
se retenga lo que se aprende?
¿Y cómo podemos ayudar a retenerlo?
Lo que sí sabemos
es que no existe el aprendizaje
sin emoción.
Necesitamos emoción
para adquirir nuevos conocimientos.
Necesitamos emociones
para retener nuevos conocimientos.
Necesitamos emociones
para pensar, resolver problemas y
también para concentrarnos.
Hagamos lo siguiente:
¿Pueden cerrar los ojos?
Cierren los ojos
y recuerden un momento feliz.
Por ejemplo cuando estuvieron en la playa
con amigos el fin de semana.
Quizá vayan a un pasado más lejano.
Puede que estén pensando
en su primer novio o novia.
¿Su primer beso, tal vez?
No duden en elegir cualquier recuerdo
feliz que se les venga a la cabeza.
Ahora me gustaría que intenten
recordar lo más que puedan.
¿Dónde estaban?
¿Con quién estaban?
¿Qué llevaban puesto?
¿Cómo era el clima aquel día?
¿Hacía calor? ¿Frío?
¿Era un día ventoso?
¿Qué olores perciben?
¿Y cómo les hace sentir esto?
Seguro que todos
recuerdan varios detalles.
Ya pueden abrir los ojos.
Seguro que todos
recuerdan varios detalles.
¿Y a qué se debe esto?
Nuestros cerebros recuerdan
los momentos emocionantes mejor
que aquellos que son aburridos.
Aunque la ciencia aún es incierta
sobre los detalles, ahora sabemos
que las emociones positivas se relacionan
con nuestra memoria asociativa.
Si aplicamos ese conocimiento en el aula,
sabemos que
necesitamos un ambiente creativo,
estimulante y positivo
para el proceso de aprendizaje.
Y, ¿cómo podemos ayudar a
desarrollar esta actitud tan necesaria
hacia el aprendizaje?
Los estudiantes motivados tienen
una actitud positiva hacia el aprendizaje.
Existen dos tipos de motivación.
Los estudiantes se pueden motivar de
manera extrínseca o intrínseca.
La motivación extrínseca desaparecerá
una vez que el estudiante obtenga
el premio que le fue prometido
por aprobar un examen, por ejemplo.
El tipo de motivación que buscamos
es la motivación intrínseca.
Hay que estimular y fomentar la motivación
que nace de la propia persona.
Necesitamos que los estudiantes
sean dueños de su aprendizaje.
Como educadores,
podemos ofrecer conocimiento,
pero no podemos meternos
en la cabeza de los estudiantes,
meter el conocimiento dentro
cerrarla y luego irnos.
¿No sería fácil de ese modo?
Los mismos estudiantes son
responsables de eso.
Y, ¿por qué a muchos estudiantes
les cuesta aceptar esa responsabilidad?
¿Podría ser el miedo al fracaso?
¿El miedo a equivocarse?
No nos gusta cometer errores.
No nos gusta que nos vean como estúpidos.
Todos sentimos la necesidad de
proteger nuestros egos.
Es por esto que es esencial que
el aula sea un lugar seguro
en el que haya lugar
para equivocaciones y dudas.
Recuerden que nadie nació sabiéndolo todo.
Nadie nació sabiendo
cómo andar en bicicleta.
Te subes en la bici, te caes, te raspas
la rodilla, te golpeas en la cabeza,
vuelves a subirte en la bici y
lo intentas nuevamente.
De eso trata
la experiencia de aprendizaje.
Solo al intentarlo y
equivocarte la primera vez,
lo intentarás de nuevo y
puede que lo logres
en el segundo o tercer intento.
Es igual de importante
que analicemos nuestro comportamiento.
¿Nos sentimos motivados?
¿Estamos dipuestos a equivocarnos?
¿Expresamos nuestras dudas?
¿Aceptamos las críticas?
Investigaciones recientes en neurociencia
indican que las emociones son contagiosas.
El cerebro es un órgano social.
Cuando presenciamos emociones fuertes,
sentimos dichas emociones
como si fueran nuestras.
Eso nos da una responsabilidad.
Como educadores, si nos apasiona
la materia que enseñamos,
tenemos que compartir esa pasión.
Debemos mostrar esa pasión,
pues a nadie le gusta
escuchar a una persona
que parece aburrirle el tema
del que está hablando.
Las neuronas espejo son responsables de
la empatía y de la felicidad que sentimos
al ver a otra persona
experimentando esos mismos sentimientos.
Hay una forma mucho más simple
de expresar esto:
cosechas lo que siembras.
Simplemente inténtalo y sonríe,
entonces verás que lo más probable
es que te devuelvan la sonrisa.
En mi opinión, todos deberían estar
al tanto de la nociones básicas
de la neuroeducación.
No es necesario que todos
nos volvamos neurocientíficos,
pero sí creo que estas nociones básicas
de cómo funciona el cerebro
deberían ser parte de la educación
primaria, secundaria y universitaria.
y, ciertamente, debería incluirse
en los programas de formación docente.
Sin embargo, neuroeducación
no es una pastilla mágica
que resolverá todos los problemas
en la educación.
Sin embargo, nos ayudará
a encontrar soluciones,
porque solo al compartir conocimiento
podremos promover
una evolución en la educación.
Compartimos este conocimiento
con estudiantes, padres,
profesores y
especialistas de la educación.
Y, de esa manera, todos formamos parte
de esta evolución natural en la educación
Si creen lo mismo,
me gustaría invitarles
a que empiecen a leer e investigar
sobre este fascinante y nuevo
enfoque de la educación.
Háganse a la idea.
Compartan el conocimiento.
Corran la voz.
Y, entre todos, podemos hacerlo realidad.
El futuro de la educación es prometedor.
Gracias.
(Aplausos)