¿Les ha pasado alguna vez
mencionar en una conversación
un estudio que en realidad nunca leyeron?
(Risas)
El otro día, mientras tomaba
un café con una amiga, le dije:
"En un estudio reciente
leí que el café reduce el riesgo
de depresión en la mujer".
Pero lo que había leído en realidad
era un tuit.
(Risas)
El tuit decía:
(Risas)
"Un nuevo estudio ha revelado
que beber café
puede disminuir el riesgo
de depresión en la mujer".
(Risas)
Y ese tuit tenía un link
al blog del "New York Times",
donde un bloguero invitado
tradujo los hallazgos del estudio
publicado en un
artículo de "Live Science",
que a su vez obtuvo
la información original
del sitio de noticias de la Facultad
de Salud Pública de Harvard,
que citaba el resumen del estudio real,
que sintetizaba el estudio real
publicado en una revista académica.
(Risas)
Es como los seis grados de separación,
pero en el ámbito de la investigación.
(Risas)
En definitiva, cuando dije
que había leído el estudio,
lo que en verdad leí fueron 59 caracteres
que resumían 10 años de investigación.
(Risas)
De manera que cuando dije
que había leído el estudio,
leí en realidad fragmentos del estudio
compilados por cuatro personas distintas
que no eran los autores
antes de que ese estudio
llegara a mis manos.
Algo no está bien.
Pero no es fácil acceder
a la investigación original,
porque los académicos no suelen
participar en los medios masivos.
Y uno podría preguntarse,
¿por qué es que los académicos
no participan en los medios masivos?
Serían una fuente
de información más legítima
que los comunicadores de medios.
¿Verdad?
(Risas)
En un país con más de 4100 universidades,
esto debería ser lo habitual.
Pero no lo es.
¿Cómo hemos llegado a este punto entonces?
Para entender por qué los académicos
no participan en los medios masivos,
hay que comprender primero
cómo funcionan las universidades.
En los últimos seis años, di clases
en siete universidades distintas,
en cuatro estados distintos.
Soy una especie de adjunta singular.
(Risas)
Y también estoy cursando mi doctorado.
En todas estas instituciones diferentes,
el proceso de investigación y publicación
funciona de la misma manera.
Primero, los académicos hacen
una investigación en su ámbito.
Para financiarla, solicitan
subvenciones públicas y privadas.
Una vez terminada la investigación,
escriben un trabajo
sobre los hallazgos obtenidos.
Luego presentan ese trabajo
en revistas académicas reconocidas.
Ese trabajo pasa luego
por un proceso de revisión,
que básicamente es que otros expertos
verifiquen la precisión
y credibilidad del estudio.
Y finalmente, una vez
que el trabajo es publicado,
empresas con fines de lucro
revenden la información
a las universidad y bibliotecas públicas
en forma de revistas
y suscripciones a la base de datos.
Pues bien, así es el sistema.
Investigar, escribir, someter a revisión,
publicar, y así se repite el proceso.
Con mis amigos, le llamamos
"alimentar al monstruo".
Y esto puede traer problemas.
El primero es que gran parte
de las investigaciones académicas
es financiada con fondos públicos,
pero se distribuye de manera privada.
Todos los años, el gobierno federal gasta
USD 60 mil millones en investigación.
Según la Fundación Nacional de Ciencia,
el 29 % de ese dinero
se destina a la investigación
en universidades públicas.
Haciendo un rápido cálculo matemático,
son USD 17 400 millones.
Dólares de los contribuyentes.
Y hay solo cinco compañías
que se encargan de distribuir
la mayoría de las investigaciones
financiadas con fondos públicos.
En 2014, una sola de esas empresas
tuvo una ganancia de USD 1500 millones.
Es un gran negocio.
Y observen la ironía que hay aquí.
Si es la gente quien financia
las investigaciones científicas,
pero luego tiene que volver a pagar
para acceder a los resultados,
es como pagar dos veces.
Y otro gran problema
es que muchos académicos
no tienen el incentivo de publicar
por fuera de estas prestigiosas revistas
a las que se accede por suscripción.
Las universidades definen
su sistema de designaciones y ascensos
en función de la cantidad de publicaciones
de sus académicos.
Por eso, los libros
y los artículos publicados
son como una moneda de cambio para ellos.
La publicación de artículos les permite
acceder a un cargo permanente
y obtener nuevos fondos
para investigaciones.
Pero los académicos no son reconocidos
si publican en los medios masivos.
De manera que este es el 'statu quo',
el ecosistema académico actual.
Pero no debería funcionar así.
Se pueden hacer cambios sencillos
para revertir la situación.
Primero, veamos el tema del acceso.
Las universidades pueden empezar
a desafiar el 'statu quo'
reconociendo a los académicos
por publicar no solo en las revistas
a las que se accede por suscripción,
sino en publicaciones de acceso abierto,
así como en medios masivos.
Ahora bien, el movimiento
de acceso abierto
está empezando a avanzar
en muchas disciplinas,
y por suerte hay otros grandes jugadores
que están empezado a tomar debida nota.
"Google Académico" ha logrado
que las investigaciones de acceso abierto
estén más disponibles
y sean más fáciles de encontrar.
El año pasado, el Congreso
presentó una propuesta
para que los proyectos
de investigación académica
con un financiamiento
de 100 millones o más
implementen políticas de acceso abierto.
Este año, la NASA abrió
su biblioteca completa al público.
Como vemos, este concepto
está empezando a popularizarse.
Pero el acceso no es solo
la posibilidad de echar mano
a un documento o a un estudio,
sino también la seguridad
de que ese documento o estudio
sea fácilmente comprendido.
Veamos el tema de la traducción.
No creo que la traducción
sea como los seis grados de separación
que mencioné antes.
Más bien plantearía: ¿y si los académicos
tradujeran sus investigaciones
y las publicaran en medios masivos
para poder interactuar con el público?
Si los académicos lo hicieran,
los grados de separación
entre el público y la investigación
se verían notablemente reducidos.
No estoy sugiriendo despojar
a las investigaciones
de su naturaleza académica.
Sugiero simplemente que el acceso
a esas investigaciones sea público,
que desplacemos el foco
y usemos un lenguaje llano
para que el público
que paga la investigación
también pueda consumirla.
Y este enfoque tiene
otras ventajas también.
Si a la gente se le informa cómo se usa
el dinero de sus impuestos
para financiar las investigaciones,
se puede volver a definir
la identidad de las universidades
para que esas identidades
no se construyan solamente
con base en el equipo de fútbol
o a los títulos de grado que otorgan,
sino en las investigaciones
que allí se llevan a cabo.
Y una relación sana
entre el público y los académicos
fomenta la participación del público
en la investigación.
¿Imaginan lo que sería eso?
¿Qué pasaría si los sociólogos
ayudaran a la policía local a rediseñar
sus entrenamientos sensitivos
y luego escribieran en conjunto un manual
para delinear futuras capacitaciones?
¿O si los profesores
en Ciencias de la Educación
consultaran a las
escuelas públicas locales
para decidir cómo proceder
con los alumnos en situación de riesgo
y escribieran sobre el tema
en el periódico local?
Porque en una democracia verdadera
la gente debe tener un buen nivel
de educación y de información.
En lugar de tener investigaciones
ocultas en sitios de acceso restringido
y sometidas a cuestiones burocráticas,
¿no sería mejor que se revelaran
en nuestras narices?
Ahora bien, como doctoranda,
sé que estoy criticando
el club del que formaré parte,
(Risas)
lo cual es bastante peligroso
considerando que en un par de años
estaré en el mercado laboral.
Pero si el 'statu quo'
en la investigación académica
es publicar en las sombras de las revistas
de acceso por suscripción
que nunca llegan al público,
créanme que mi respuesta será un "no".
Creo en la investigación
democrática e inclusiva
que trabaja en la comunidad
e interactúa con el público.
Quiero que la investigación
y la cultura académica
sean lugares donde el público
no sea considerado
solo como una audiencia valiosa,
sino como parte integrante,
como participante
y, en algunos casos, incluso como experta.
Y esto no tiene que ver solamente
con brindar al público
el acceso a la información.
Se trata de hacer que la cultura académica
pase de la publicación a la práctica
y del discurso a la acción.
Y debo decir que esta idea,
esta esperanza,
no es solo mía.
Hablo por boca de muchos académicos
profesores, bibliotecarios
y miembros de la comunidad
que también quieren incluir
a más personas en la conversación.
Espero que Uds. también
se unan a nuestra conversación.
Gracias.
(Aplausos)