Hace dos semanas, busqué "nacionalista" en Twitter. Los resultados eran bastante pintorescos con expresiones como: "idiota racista valiente". (Risas) "Idiota racista blanco", "Marioneta fascista". (Risas) "Orwelliano, hitleriano, aterrados". Y después busqué la palabra "globalista" y encontré cosas como: "traidor socialista", "asquerosa propaganda empresarial", "señores feudales elitistas", "ratas cosmopolitas despiadadas". (Risas) Incluso en las redes sociales, las palabras son crueles y de mal gusto. Pero reflejan la intensidad de una de las preguntas más esenciales de nuestra época: Nacionalismo o globalización... ¿Cuál es el mejor camino a seguir? Esta pregunta afecta a todo lo que nos importa: nuestra identidad cultural, nuestra prosperidad, nuestros sistemas políticos, la salud de nuestro planeta... Simplemente todo. Así que por una parte, tenemos el nacionalismo. Collins lo define como una "devoción a la nación propia", pero también como "doctrina que antepone los intereses nacionales... sobre consideraciones internacionales". Para los nacionalistas, las sociedades modernas se basan en motivos nacionales: compartimos una tierra, una historia, una cultura y nos defendemos mutuamente. En un mundo grande y caótico, creen que el nacionalismo es la única manera sensata de mantener estabilidad social. Pero los globalistas asustados nos advierten: el nacionalismo egocéntrico puede volverse fácilmente horrible. Lo hemos visto con los fascismos del siglo XX: guerras sangrientas, millones de muertes y una destrucción incalculable. Por otra parte, tenemos la globalización. El diccionario vivo de Oxford lo define como: "la operación o plan de la política económica y extranjera a nivel mundial". Para los nacionalistas, la globalización es deconstruir rapidamente aquello que a nuestros ancestros les costó décadas construir. Es como escupir en las tumbas de nuestros soldados; es erosionar nuestras solidaridades nacionales y abrir las puertas a invasiones extranjeras. Pero los globalistas argumentan que fortalecer nuestro gobierno global es la única manera de afrontar los grandes problemas supranacionales, como la proliferación nuclear, la crisis global de refugiados, el cambio climático o el terrorismo o incluso las consecuencias de la IA sobrehumana. Así que estamos en la encrucijada y se nos exige que elijamos entre nacionalismo o globalización. Habiendo vivido en cuatro continentes, siempre me ha interesado esta pregunta. Sin embargo, adoptó una nueva dimensión al ver la tendencia creciente de votos nacionalistas en las democracias occidentales desde la Segunda Guerra Mundial. De repente, esto deja de ser una teoría. Es decir, estos movimientos políticos han construido su éxito con ideas que podrían significar, más adelante, perder mi nacionalidad francesa porque soy norteafricano o que no pueda volver a EE. UU. por ser de un país con una mayoría musulmana. Ya saben, cuando vives en una democracia, vives con la idea de que el gobierno siempre te protege, siempre y cuando sigas las leyes. Con el crecimiento del populismo nacional, a pesar de intentar ser un buen ciudadano, ahora tengo que vivir con la idea de que mi gobierno puede hacerme daño por razones que yo no controlo. Es muy desconcertante. Pero me ha obligado a reconsiderar este asunto e intentar pensar detenidamente. Y cuanto más lo pienso, más cuestiono ese tema. ¿Por qué tenemos que elegir entre nacionalismo y globalización, entre amar a nuestro país y preocuparse por el mundo? No hay razón para ello. No tenemos que elegir entre la familia y el país o región, religión y el país. Tenemos múltiples identidades y vivimos con ellas muy bien. ¿Por qué tendríamos que elegir entre el país y el mundo? ¿Y si, en vez de aceptar esta absurda elección, empezamos a luchar contra este pensamiento peligroso y binario? A todos los globalistas del público, quiero preguntarles: Cuando digo la palabra "nacionalista", ¿qué imagen les viene a la mente? ¿Algo como esto? Créanme, yo también lo pienso. Pero me gustaría recordarles que para la mayoría de la gente, el nacionalismo se parece más a esto. O tal vez a esto. Ya saben, es eso dentro de uno que hay cuando sin querer uno ve un deporte Olímpico extraño en la tele. (Risas) Esperen... y la mera visión de un atleta desconocido vistiendo los colores de su país hace que se emocionen. Aumentan sus palpitaciones, su nivel de estrés y Uds, están delante de la televisión gritando con pasión para que el atleta gane. Eso es nacionalismo. Es gente feliz de estar junta, feliz de pertenecer a una enorme comunidad nacional. ¿Por qué iba a estar eso mal? Globalistas piensan en el nacionalismo como una vieja idea del siglo XIX destinada a desaparecer. Pero siento decirles que los hechos no están de su lado. Cuando la Encuesta Mundial de Valores preguntó a más de 89 000 personas en 60 países cómo de orgullosos se sentían de su país, el 88.5 % dijeron "muy orgullosos" o "bastante orgullosos" ¡88.5%! El nacionalismo no va a desaparecer pronto. Es un sentimiento poderoso que, de acuerdo con otro estudio, es un fuerte indicador de la felicidad individual. Es una locura, pero su felicidad está más relacionada con la satisfacción nacional que con cosas que Ud. esperaría, como renta familiar o satisfacción laboral o satisfacción con su salud. Así que si el nacionalismo hace a la gente feliz, ¿por qué querer quitárselo? Miembros globalistas, si son como yo, deben haberse unido a la globalización por razones humanistas. Y deben alegrarse por algunos de sus logros desde 1945. Después de todo, las grandes regiones del mundo han estado extremadamente en paz; el índice de pobreza extrema alrededor del mundo está bajando; y más de 2000 millones de personas, sobre todo en Asia, tienen mejoras espectaculares en sus niveles de vida. Pero los estudios también muestran que la globalización tiene un lado oscuro. Y a la izquierda del camino hay cientos de millones de personas de clases medias occidentales con un crecimiento de ingresos anémico hace más de dos décadas, posiblemente tres décadas, de acuerdo a algunos estudios. No podemos ignorar más esta verdad patente. En todo caso, nuestra energía colectiva sería mejor usarla para encontrar la manera de arreglar este aspecto de la globalización, en vez de luchar en esta batalla polarizada contra el nacionalismo. Así que ahora, nacionalistas del público, tengo patatas crujientes y no binarias para Uds. (Risas) Cuando digo la palabra "globalista", ¿en qué piensan? ¿Alejado de la realidad, un 1% de plutócratas? (Risas) O tal vez el tipo de Wall Street codicioso e insensible, ¿no? ¿O tal vez a personas como yo, con múltiples orígenes, viviendo en una gran urbe cosmopolita? Bueno, ¿recuerdan la Encuesta Mundial de Valores que mencioné antes? Me mostró otro hallazgo fascinante: el 71 % de la población del mundo está de acuerdo con la afirmación, "Soy un ciudadano del mundo". ¿Saben qué significa eso? Muchos de nosotros estamos al mismo tiempo orgullosos de nuestro país y orgullosos de ser ciudadanos del mundo. E incluso mejora. Los ciudadanos del mundo en la encuesta muestran un nivel alto de orgullo nacional que otros que rechazaron esa etiqueta. Así definitivamente, ser un globalista no significa que traiciones a tu país. Solo significa que tienes la suficiente empatía social, y que proyectas parte de ella fuera de tus barreras nacionales. Sé que, cuando empecé a indagar en mis sentimientos nacionalistas, una de mis ansiedades contra el mundo globalizado es la identidad nacional: ¿Cómo vamos a preservar lo que nos hace especiales, lo que nos hace diferentes, lo que nos une a todos juntos? Y cuando empecé a pensar en ello, me di cuenta de algo muy extraño, que es que muchos de los ingredientes clave de nuestras identidades nacionales, en realidad, vienen de fuera de nuestras barreras nacionales. Por ejemplo, piensen en las letras que usamos todos los días. No sé si se dan cuenta, pero la escritura latina, el alfabeto latino que usamos tiene su origen hace miles de años, cerca del río Nilo. Todo empezó con una vaca como esta, convertida por un copista en un elegante jeroglífico. Ese jeroglífico fue transcrito por un semita en Sinaí en la letra aleph. Aleph viajó con los fenicios y llegó a las costas europeas en Grecia, donde se convirtió en alpha, la madre de nuestra letra A. Y así es como una vaca egipcia se convirtió en nuestra letra A. (Risas) Y lo mismo pasa con la casa egipcia que se convirtió en bet, beta y B. Y con el pez egipcio que se convirtió en daleth, delta y D. Nuestros textos más fundamentales están llenos de vacas egipcias, casas y peces. (Risas) Y hay muchos otros ejemplos. Tomemos el Reino Unido y su monarquía. ¿La reina Elizabeth II? Linaje alemán. ¿La consigna en el abrigo de la división real? Todo escrito en francés, ni una sola palabra en inglés. Tomemos a Francia y su icónica Torre Eiffel. ¿La inspiración? Los Estados Unidos de América. Y no me refiero a Las Vegas, me refiero al Nueva York del siglo XIX. (Risas) Este fue el edificio más alto de Nueva York a mediados del siglo XIX. ¿Les recuerda algo? Y pueden pensar que China es una civilización reservada, protegida tras su Gran Muralla China. Pero piénsenlo bien. ¿La ideología oficial china? Marxismo, creado en Alemania. ¿Una de las religiones más grandes de China? El budismo, importado desde la India. ¿El pasatiempo favorito de la India? El cricket. Me encanta esta cita de Ashis Nandy, quién dijo: "El cricket es un juego hindú que los británicos descubrieron de casualidad". (Risas) Esto nos sirve para recordar que muchas cosas de nuestras tradiciones nacionales en realidad vienen de oleadas de globalización previas. Y más allá de los símbolos individuales, hay tradiciones nacionales enteras que podrían no haber existido sin la globalización. Y un ejemplo que me viene a la mente es una tradición nacional amada mundialmente: La cocina italiana. Amigos, si alguna vez tienen la oportunidad de ir a un restaurante italiano auténtico que solo sirva recetas romanas antiguas, mi consejo es que no vayan. (Risas) Les decepcionará mucho. Sin espagueti, sin pasta. Eso realmente empezó en Sicilia en el siglo VIII, bajo leyes árabes. Sin un espresso perfecto, sin un cappuccino cremoso... que vino de Abisinia via Yemen en el siglo XVII. Y por supuesto, sin una pizza napolitana perfecta. ¿cómo la harían sin los tomates del Nuevo Mundo? En vez de eso, probablemente les servirán crema de avena, algunas verduras. Sobretodo repollo. Algo de queso, y tal vez si tienen suerte, la exquisitez absoluta de esa época... mmm, lirón engordado y cocinado perfectamente. (Risas) Por suerte, no fue una tradición cerrada protegida por unos fanáticos guardianes. No, fue un proceso abierto, nutrido por exploradores, comerciantes vendedores ambulantes y cocineros. Y en gran medida, la globalización es una oportunidad para cuestionar, regenerar y reinterpretar nuestras tradiciones nacionales para atraer a nuevos adeptos a seguir vivos y relevantes con el tiempo. Así que recuerden esto: la mayoría de los nacionalistas en el mundo somos globalistas, y la mayoría de los globalistas en el mundo somos nacionalistas. La mayoría de cosas que nos gustan de nuestras tradiciones nacionales viene de fuera de nuestros límites nacionales. Y la razón para aventurarnos fuera de nuestros límites nacionales es para descubrir esas otras tradiciones nacionales. Así que la verdadera pregunta no debería ser elegir entre nacionalismo y globalización. La verdadera pregunta es: ¿Cómo podemos mejorar ambos? Es una pregunta compleja para un mundo complejo que pide soluciones creativas y no binarias. ¿A qué estamos esperando? Gracias. (Aplausos)