Resuenan los truenos y refulgentes relámpagos iluminan el mar embravecido cuando un barco es abatido por las olas. No se trata de una tormenta común sino de una violenta y vengativa tempestad que monta la escena de la obra más enigmática de Shakespeare. Una vez despejado el cielo, se nos presenta un mundo aparentemente muy ajeno al nuestro, pero que abunda en conocidas inquietudes como la libertad, el poder y el control. "La tempestad" tiene lugar en una isla desierta, expuesta a los elementos, donde el exiliado duque de Milán, Próspero, reina con poder y magia. Tras la traición de su hermano Antonio, Próspero fue abandonado en la isla, y pasó allí 12 años con su hija Miranda, rodeado de sus preciados libros. En esos años, aprendió la magia de la isla y así logró controlar a los espíritus elementales. También gobierna al único habitante de la isla: el despreciado y envilecido Calibán. Tras planear su venganza por años, Próspero tiene finalmente a su enemigo al alcance. Con ayuda de Ariel, el espíritu del aire, el mago destruye el barco de su hermano y arrastra a los tripulantes a tierra. El ardid de Próspero contempla incluso la vida amorosa de su hija, quien, según sus planes, se enamorará del príncipe Fernando, perdido en la isla. Y mientras Próspero y Ariel se encargan de Antonio, Calibán se alía con unos marineros borrachos que traman un cómico plan para apoderarse de la isla. La obra expone los deseos más viles de la sociedad, donde cada actor busca con fervor el poder, ya sea sobre la tierra, otras personas o su propio destino. Pero Shakespeare bien sabe que el poder es una meta en constante movimiento y, a medida que nos revela las oscuras historias de estos personajes, comenzamos a preguntarnos si este círculo vicioso tendrá fin alguna vez. Si bien Próspero fue agraviado por Antonio, por mucho tiempo cometió sus propios excesos en la isla y ha acaparado sus propiedades mágicas y recursos naturales. Calibán, en particular, siente un gran rencor debido a este abuso. Calibán es hijo de Sicorax, la bruja que gobernaba antes la isla, e inicialmente había ayudado a los exiliados. Pero ahora se ha convertido en su esclavo y vocifera su arrepentimiento: "y así fue cómo te amé y te mostré las cualidades de la isla, las fuentes de agua dulce, los pozos salados, las tierras fértiles y las baldías... ¿Qué gané con eso? ¡Maldición!". Con su lenguaje estruendoso y su furia incontenible, Calibán recuerda constantemente a Próspero cómo eran las cosas: "Esta isla me pertenece por Sicorax, mi madre, y tú me la has robado". Pero Sicorax también cometió excesos en la isla: había atrapado a Ariel, quien estuvo preso hasta que Próspero lo liberó. Ahora Ariel pretende pagar su deuda y así ganar su libertad, mientras que Calibán se encuentra esclavizado de forma indefinida, o al menos mientras Próspero gobierne. Debido a estas y otras razones, "La tempestad" ha sido usualmente considerada un análisis sobre el colonialismo y los dilemas morales inherentes a los descubrimientos de "magníficos nuevos mundos". Interrogantes sobre la autoridad y la justicia impregnan la obra: ¿Es Calibán quien tiene el derecho de gobernar la isla? ¿Conseguirá Ariel su libertad? ¿Es Próspero el maquinador supremo o existe una magia superior que trasciende a todos los personajes? A lo largo de la obra, Ariel le recuerda incesantemente a Próspero su promesa de libertad. Se mantiene el interrogante: ¿es capaz el invasor de renunciar a su poder? Este interrogante sobre el final de un reinado es particularmente notable, pues se cree que "La tempestad" es la última obra escrita por Shakespeare. De muchas maneras, las acciones de Próspero se asemejan a las del gran dramaturgo, quien ideaba complejas tramas, manipulaba a las personas a su alrededor y hechizaba tanto a sus personajes como a su audiencia. Pero hacia el final de su gran exhibición de poder y de control, las líneas finales de Próspero lo muestran humilde ante su audiencia y el poder que ellos esgrimen sobre sus creaciones: "por favor no me dejen de aplaudir. Impulsen mis velas con su aliento para que no fracase mi proyecto, que era agradar". Se evoca así el papel de Shakespeare como el gran dramaturgo, quien finalmente se muestra humilde ante los aplausos de la audiencia.