Tres, siete, ocho,
dos, cuatro,
cero, tres, siete.
Hodge.
Tres, siete, ocho, dos,
cuatro, cero, tres, siete.
Estuve en la cárcel; ese era
mi número de registro de reclusa.
Lo primero que ocurre cuando
te encarcelan es que te quitan el nombre
y desde ese momento, eres un número.
Hodge; tres, siete, ocho,
dos, cuatro, cero, tres, siete.
Es el comienzo de la deshumanización
de la encarcelación masiva.
En 2001, era una empresaria.
Investigaron a mi organización y a mí.
Acudí a juicio con la esperanza
de que la justicia prevaleciera
pero, en vez de eso, desde el principio
se me sentenció a 87 meses en prisión,
por delito de guante blanco,
sin violencia y sin antecedentes.
Además, durante tres años
estuve en libertad condicional.
Como a muchos de Uds.,
no me preocupaba por la encarcelación
masiva hasta que llamó a mi puerta.
Tenía familiares que habían ido
a prisión, familiares lejanos,
y amigos que habían sido encarcelados.
Pero le había ocurrido a otros,
nunca a mí.
Durante mi estancia en prisión,
yo no era Theresa.
No era la hija de Irma y Charlie,
ni la hermana de Darcelle,
Charlene, Tammy o Latanya.
Ni siquiera era la madre de Lauren.
Era Hodge; tres, siete, ocho,
dos, cuatro, cero, tres, siete.
En 2006 se me declaró culpable,
y tenía seis meses para
mentalizarme de que iba a prisión.
Es curioso pensar en eso,
porque, ¿cómo te mentalizas
de que vas a ir a prisión?
Lo hice, y todavía no sé cómo.
Mi madre, mi hija,
mis cuatro hermanas y yo
nos metimos en dos coches y nos fuimos
de Maryland a West Virginia.
Alderson Federal Prison Camp;
la primera prisión federal para mujeres.
Se inauguró en 1927.
La verdad es que todo en esa prisión
estaba diseñado para el hombre.
Cuando estaba en el aparcamiento,
tenía tres grandes preocupaciones.
La primera: me aterraba nunca más ver
a la mujer que me encarcelaba otra vez.
Me enfrentaba a seis años de prisión,
y es posible que muriese dentro.
Eso me aterraba.
La segunda que me preocupaba:
¿volveré a ser importante?
¿Mi vida profesional
o personal tendrá sentido?
La tercera: mi seguridad.
Estaba asustada.
Hasta ahora, solo había obtenido
información de la televisión
y de lo que estaba asustada
era de la posibilidad de que tuviera
que luchar allí dentro
o de que me pudieran violar.
Tras verlo en la televisión, se grabó
en mi mente como una posibilidad.
La verdad es que "Orange is the New Black"
todavía no había salido
y no tenía otro sitio
en el que informarme.
Cuando llegué a la cárcel,
descubrí algo totalmente diferente.
Encontré a mujeres increíbles
que también habían sido encarceladas.
La cárcel es como un microcosmos
del resto de Estados Unidos.
Es una combinación de todo,
con una excepción:
La mayoría de los encarcelados
son hombres negros y latinos.
Hay 2,3 millones de personas
encarceladas en EE.UU. hoy en día.
En EE.UU. vive el 5 %
de la población mundial
y el 25 % de los prisioneros del mundo.
El número de mujeres encarceladas desde
1980 hasta 2011 ha aumentado un 586 %.
Actualmente hay
200 000 mujeres en prisión
y otro millón bajo algún tipo
de supervisión correccional.
Hay tres millones de niños
que tienen madre,
o quizás madre y padre en prisión.
La verdad es que estamos encarcelando
a demasiada gente, demasiado tiempo.
Tras dos años cumpliendo sentencia,
recibí una reducción de la misma,
y mi condena se redujo a 70 meses.
Eso son cinco años y 10 meses.
Las buenas noticias fueron
que ya habían pasado dos años
y cuando entré en prisión al principio,
no estaba segura de si aguantaría
pero tras ese momento,
pensé que podría hacerlo.
Por tanto, me emocioné,
porque todavía me quedaban
dos años y medio cuando sucedió.
Me emocioné cuando
ya me tocaba salir de prisión.
Pero para ser sincera,
volví a tener miedo.
Esta vez no me asustaban
las mujeres que conocí.
Me asustaba pensar lo que les pasaría
a esas mujeres cuando me fuera.
Muchas de ellas no tenían
el sistema de ayudas que yo tuve;
me preocupaba que volvieran
a comunidades con escasos recursos,
sin un sistema de ayudas como la mía,
y me preocupaba
que muchas de ellas no pudieran
integrarse en la sociedad de nuevo.
Nunca había conocido a una mujer
tumbada en su litera que dijera:
"No veo la hora de volver a prisión".
Esa no es manera de vivir.
Y aun hoy en día, el 70 % de la gente
que va a prisión vuelve a los tres años.
Esto no es solo
una condena del gobierno,
sino una condena de todos nosotros,
porque hemos conseguido que
volver a casa sea algo muy duro.
Les contaré una historia.
De hecho, es una de las peores cosas que
me han sucedido desde que volví a casa,
pero también es lo que más me motiva.
Mientras me preparaba para emprender
este negocio con mi hija,
necesitaba un trabajo
para pagar algunas facturas.
Me las arreglé para reducir
considerablemente mis gastos,
porque me decidí a no dejar
que la prisión arruinase mi vida.
Iba a volver a ser una empresaria.
Una amiga me llamó y dijo:
"Creo que he encontrado un trabajo
para ti mientras emprendes tu negocio".
Yo dije: "Bien", y me mandó el enlace.
Le eché un vistazo y acepté;
parecía un trabajo que podía hacer.
Trabajaría desde casa,
con mi computador e Internet,
ocupándome de la parte administrativa
para una organización.
El sueldo era ligeramente superior
al salario mínimo interprofesional.
Así que me conecté y solicité el trabajo.
Rellené los datos con mi nombre,
dirección, teléfono
e información básica.
Entonces, apareció la pregunta;
la temida pregunta que nos sobrecoge
a aquellos con una detención o condena.
"¿Tiene antecedentes penales?"
Respiré hondo y marqué "sí" y "enter".
La pantalla se volvió negra,
y apareció un mensaje.
Decía:
"Alguna respuesta
la ha inhabilitado para el trabajo".
Bueno, sabía que no era mi nombre,
(Risas)
sabía que no era mi dirección,
así que era obvio.
En las noticias se habla mucho
de "Romper las barreras".
Esto es una un ejemplo
real de barrera.
Es la razón por la que hay que romperlas.
Ni siquiera deberíamos
estar teniendo esta conversación.
No deberíamos permitir que los empresarios
discriminen a millones de estadounidenses
atrapándolos en sentencias
y errores que cometieron
hace 5, 10, 15 o 30 años.
Ni siquiera deberíamos tener esta
conversación sobre el derecho laboral
hasta que rompamos las barreras.
Así que cuando oigan que sucede esto,
pongan atención.
porque necesitamos restaurar
el capital humano
de la gente que sale de prisión
para que puedan ser buenos padres,
buenos miembros de la comunidad,
y cuidar a sus familias.
Así que, ¿qué podemos hacer?
Todos tenemos un papel que desempeñar
que consiste en tres cosas.
La primera:
El lenguaje que usamos.
Dejen de usar la palabra "exconvicto",
"criminal", "recluso".
Cuando se refieran a alguien,
si no están seguros de qué decir,
digan su nombre.
La segunda: los miércoles,
tómense cinco minutos
para leer un artículo, aprender sobre
un tema, compartirlo en alguna red social,
hablarle a alguien sobre el tema.
Y la tercera:
Si eres un empresario, contrata a alguien;
dale una segunda oportunidad.
Si eres un legislador, humaniza este tema.
Atrae a la gente, háblales, conócelos.
Te puedo asegurar
que si te paras a conocerlos
sentirás que no tienes que discriminarlos.
La última: me pongo en mi lugar,
acepto los 14 años de condena
atribuidos por el
sistema penal de justicia.
He incorporado esta
experiencia a lo que soy,
y actualmente está grabado a fuego en mí.
Forma parte de mi pasado.
No soy tres, siete, ocho,
dos, cuatro, cero,
tres, siete.
Soy Theresa Hodge.
Gracias.
(Aplausos)