Tengo un amiga en Facebook cuya vida parece perfecta. Ella vive en una casa preciosa. Y tiene una carrera profesional gratificante. Y ella y su familia van juntos a essas aventuras emocionantes los fines de semana. Y juro que deben llevar un fotógrafo profesional con ellos, (Risas) porque no importa a dónde vayan o qué hagan, la familia entera se ve simplemente hermosa. Y ella siempre publica lo privilegiada que se siente, y lo agradecida que está por la vida que tiene. Y me da la impresión de que ella no dice esas cosas sólo por escribirlo en Facebook, sino que realmente lo dice en serio. ¿Cuántos de Uds. tienen un amigo de ese estilo? ¿Y a cuántos de Uds. no les gusta esa persona algunas veces? (Risas) A todos nos pasa, ¿cierto? Es difícil que no nos pase. Pero esa manera de pensar nos cuesta algo. Y de eso es de lo que quiero hablarles hoy: de lo que nos cuestan nuestros malos hábitos. Tal vez han revisado las noticias de Facebook y piensan, "¿y qué si tuerzo los ojos? Son sólo 5 segundos de mi tiempo. ¿Cómo me podría afectar?" Investigadores han comprobado que envidiar a tus amigos en Facebook, en realidad conduce a la depresión. Es sólo una de las trampas que nos ponen nuestras mentes. ¿Alguna vez te has quejado de tu jefe? o has visto las vidas de tus amigos y has pensado, "¿Por qué ellos tienen toda la suerte?" Tampoco pueden evitar pensar así ¿cierto? Esa manera de pensar se ve pequeña en el momento. Y hasta podría parecer que uno se siente mejor en ese momento. Pero ese modo de pensar consume la fuerza mental. Hay 3 tipos de creencias destructivas que nos vuelven menos efectivos, y nos quitan nuestra fuerza mental. El primer tipo son las creencias dañinas sobre nosotros mismos. Tendemos a sentir lástima de nosotros. Y mientras está bien entristecerse cuando algo malo sucede, la autocompasión va más allá. Es cuando empiezas a aumentar tu desdicha. Cuando piensas en cosas como, "¿Por qué siempre me pasan estas cosas?" "Yo no debería tener que lidiar con esto." Esa forma de pensar nos bloquea, nos centra en el problema, y nos impide encontrar una solución. E incluso cuando no se puede encontrar una solución, se pueden tomar medidas para mejorar la propia vida o la de alguien. Pero no puedes hacerlo mientras uno está ocupado celebrando su propia fiesta de compasión. El segundo tipo de creencias destructivas que nos impiden avanzar son las creencias dañinas sobre los demás. Pensamos que los demás pueden controlarnos y les regalamos el poder. Pero como adultos que vivimos en un país libre, hay muy pocas cosas en la vida que hay que hacer. Así que cuando uno dices, "Tengo que trabajar hasta tarde," uno entrega su propio poder. Sí, quizá habrá consecuencias si uno no trabajas hasta tarde, pero aún eso es una elección . O cuando uno dices, "mi suegra me vuelve loco", uno regala su poder. Quizás ella no es la persona más amable del mundo, pero depende de uno mismo cómo responder, porque Ud. manda. El tercer tipo de creencias dañinas que nos impiden avanzar, son las creencias malsanas sobre el mundo. Solemos pensar que el mundo está en deuda con nosotros. Pensamos, "si pongo empeño trabajando duro, entonces merezco tener éxito." Pero esperar a que el éxito caiga en el regazo como una especie de recompensa cósmica, sólo llevará a la decepción. Sé que es duro dejar atrás nuestros malos hábitos mentales. Es duro deshacerse de esas creencias nocivas que llevamos encima por tanto tiempo. Pero no nos podemos dar el lujo de no renunciar a ellas. Porque tarde o temprano, vas a alcanzar un momento en tu vida en el que vas a necesitar toda la fuerza mental que puedas reunir. Cuando tenía 23 años, pensé que tenía toda la vida resuelta. Me gradué de posgrado, di con mi primer gran trabajo como terapeuta, me casé, e incluso compré una casa. Y pensé, "¡Esto va a ser genial! "conseguí un increíble empujón hacia el éxito, ¿qué podría salir mal?" Todo eso cambió un día cuando recibí una llamada de mi hermana. Ella me dijo que habían encontrado a mi madre inconsciente y que la habían llevado al hospital. Mi esposo Lincoln y yo corrimos hacia el auto y para ir al hospital. No podíamos imaginarnos qué había pasado. Mi madre sólo tenía 51 años. Ella no tenía ningún historial alguno de problemas de salud. Cuando llegamos al hospital, los médicos nos explicaron que ella tenía un aneurisma cerebral. Y en 24 horas, mi madre, que se levantaba en la mañana diciendo, "es un hermoso día para estar vivo", se murió. La noticia fue devastadora para mí. Mi madre y yo habíamos estábamos muy cercanas. Como terapeuta sabía a nivel intelectual cómo hacerle frente al luto. Pero saberlo y ponerlo en práctica pueden ser dos cosas muy diferentes. Me tomó mucho tiempo antes de sentir que realmente estaba sanando. Y entonces, al tercer año del aniversario de la muerte de mi madre, me llamaron unos amigos, y nos invitaron a Lincoln y a mí a un partido de baloncesto. Casualmente, el partido tenía lugar en el mismo auditorio en el que había visto a mi madre la última vez la noche anterior a su muerte. No había estado allí desde entonces. Ni siquiera estaba segura de querer volver. Pero Lincoln y yo lo discutimos y finalmente dijimos, "Tal vez esa sea una buena forma de honrar su memoria." Así que fuimos al partido. Y en realidad la pasamos bien con nuestros amigos. De vuelta a casa esa noche, hablamos sobre lo genial que era poder por fin regresar a ese lugar y recordar a mi madre con una sonrisa en lugar de todos esos sentimientos de tristeza. Pero poco después de llegar a casa esa noche, Lincoln me dijo que no se sentía bien. Minutos después, se desmayó. Tuve que llamar a una ambulancia. Me reuní con su familia en la sala de emergencias. Esperamos lo que nos pareció una eternidad, hasta que al fin un médico salió. Pero en lugar de llevarnos con Lincoln, nos llevó a un cuarto privado, nos hizo sentar, y nos explicó que Lincoln, que era la persona más aventurera que yo hubiera conocido, se había ido. No supimos a tiempo, pero le dio un ataque al corazón. Tan sólo tenía 26 años. No tenía historial de problemas cardíacos. Así que me encontraba viuda a los 26 años y sin mi mamá. Yo pensé, "¿Cómo voy a sobrellevar esto?" Y describir que fue un período doloroso en mi vida sería subestimarlo. Y fue en ese momento en el que me di cuenta que cuando realmente se pasan por momentos difíciles, los buenos hábitos no son suficientes. Sólo se necesitan uno o dos pequeños hábitos que realmente te impedirán avanzar. Trabajé tanto como pude, no sólo para crear buenos hábitos en mi vida, sino para liberarme de esos pequeños hábitos, sin importar qué pequeños puedan parecer. En medio de todo, mantuve la esperanza de que algún día la vida podría mejorar. Y con el tiempo, así fue. Unos cuantos años más adelante conocí a Steve. Y nos enamoramos. Y me volví a casar. Vendimos la casa donde Lincoln y yo habíamos vivido, y compramos una casa nueva, en un área nueva, y conseguí un nuevo empleo. Pero casi tan pronto como suspiré de alivio por ese nuevo comienzo que tuve, recibimos la noticia de que el papá de Steve tenía cáncer terminal. Y empecé a pensar, "¿Por qué esto tiene que seguir sucediéndome?" "¿Por qué tengo que seguir perdiendo a todos mis seres amados?" "No es justo". Pero si había aprendido algo era que esa manera de pensar me impediría seguir adelante. Sabía que iba a necesitar toda la fuerza mental que pudiera reuinir para superar una pérdida más. Así que me senté y escribí una lista de todas las cosas que las personas mentalmente fuertes evitan hacer. Y repasé esa lista. Era un recordatorio de todos esos malos hábitos que en alguna u otro ocasión me mantuvieron truncada. Y seguí repasando la lista una y otra vez. Y realmente lo necesitaba. Porque a pocas semanas de escribirla, El papá de Steve murió. Mi viaje me había enseñado que el secreto para ser fuerte mentalmente, era tener que deshacerte de malos hábitos mentales. La fortaleza mental es muy parecida a la fortaleza física: Si quisieras ser físicamente fuerte, hay que ir al gimnasio y levantar pesas, Pero si realmente se quieren ver resultados, hay que dejar de comer comida chatarra. Con la fuerza mental pasa igual. Si se quiere ser fuerte mentalmente, necesitas buenos hábitos como practicar la gratitud. Pero también debes renunciar a los malos hábitos, como la envidia al éxito de los demás. Sin importar qué tan frecuentemente suceda, te impedirá avanzar. Así que, ¿cómo se entrena el cerebro para que piense diferente? ¿Cómo renunciar a esos malos hábitos que has venido llevando contigo? Se empieza al contrarrestar esas creencias malsanas de las que les hablaba, con unas más saludables. Por ejemplo, las creencias malsanas sobre nosotros mismos resultan comúnmente porque estamos incómodos con nuestros sentimientos. Sentirse triste, herido, enojado o asustado, todas esas cosas son incómodas. Por eso hacemos grandes esfuerzos para evitar esa inconformidad. Tratamos de escapar de ella, haciendo cosas como tener una fiesta de compasión. Y aunque es una distracción temporal, sólo prolonga el dolor. La única manera de superar emociones incómodas, la única manera de lidiar con ellas, es recorriéndolas. Permitirse sentirse triste y luego avanzar. para ganar confianza en la propia capacidad de lidiar con esa incomodidad. Las creencias malsanas sobre los demás aparecen porque nos comparamos con otras personas. Creemos que ellos están por encima o por debajo de nosotros. O pensamos que ellos pueden controlar cómo nos sentimos, o que nosotros podemos controlar cómo se comportan, o los culpamos por frenarnos. Pero la realidad es que son nuestras propias decisiones las que lo hacen. Tienes que aceptar que tú eres tú y los demás son gente aparte de ti. La única persona con la que deberías compararte es a la persona que fuiste ayer. Y las creencias poco saludables sobre el mundo aparecen porque muy en el fondo queremos que el mundo sea justo. Queremos pensar que si realizamos suficientes buenas acciones, nos pasarán suficientes cosas buenas a nosotros. O si podemos aguantar suficientes momentos malos, obtendremos algún tipo de recompensa. Pero finalmente tienes que aceptar que la vida no es justa. Y eso puede ser liberador. Sí, significa que no necesariamente serás recompensado por tu bondad, pero también significa que no importa cuánto hayas sufrido, no estás condenado a seguir sufriendo. El mundo no funciona de esa forma. Tu mundo es lo que lo construyas. Pero por supuesto, antes de que puedas cambiar tu mundo tienes que creer que puedes hacerlo. Una vez trabajé con un hombre que había sido diabético por años. Su médico lo remitió a psicoterapia porque tenía algunos malos hábitos mentales que estaban empezando a afectar su salud física. Su madre había muerto de complicaciones de diabetes a temprana edad, así que él creía que estaba condenado, y había dejado de tratar de controlar el azúcar en su sangre por completo. De hecho, el azúcar en su sangre había estado tan alta últimamente, que había empezado a afectar su visión. Y le habían quitado su licencia para conducir. Y su mundo se estaba encogiendo. Cuando llegó a mi consulta, era obvio; él sabía todo lo que debía hacer para controlar el azúcar en su sangre, pero simplemente no creía que valiera la pena el esfuerzo. Pero con el tiempo accedió a hacer un pequeño cambio. Dijo: "Renunciaré a mi hábito de los 2 litros al día de Pepsi, y lo cambiaré por Pepsi de dieta." Y no podía creer lo pronto que sus números comenzaron a mejorar. E incluso cuando venía cada semana a recordarme lo horrible que sabía la Pepsi de dieta, se lo aguantó. Y una vez empezó a ver un poco de mejoría, dijo: "Bueno, tal vez podría ver algunos de mis otros hábitos." Dijo: "Podría cambiar mi taza nocturna de helado por un snack con menos azúcar." Y entonces un día él estaba en un almacén de segunda mano con unos amigos, y se encontró una bicicleta vieja y golpeada. Y la compró por unos cuantos dólares, y se la llevó a la casa y la acomodó al frente de su televisión. Y empezó a pedalear mientras veía algunos de sus programas favoritos cada noche. Y no sólo perdió peso, sino que un día se dio cuenta que podía ver la televisión un poquito más nítida que antes. Y de repente se le ocurrió, que quizás el daño en su visión no era permantente. Así que se propuso una nueva meta: recuperar su licencia de conducción. Y de ese día en adelante estuvo increíble. Al final de nuestro tiempo juntos, venía cada semana diciendo: "bien, ¿qué vamos a hacer esta semana? Porque finalmente creía que podía cambiar su mundo. Y que tenía la fortaleza mental para cambiarlo. Y que podía renunciar a sus hábitos mentales malos. Y todo comenzó con un simple paso pequeño. Así que los invito a considerar ¿Qué hábitos mentales malos les están frenando? ¿Qué creencias nocivas les separan de tener la fuerza mental que podrían tener? ¿Y cuál es ese pequeño paso que podrías tomar hoy? Aquí y ahora. Gracias. (Aplausos)