Crecí, sin saberlo, como supongo que muchos de vosotros, con el corazón partido. Yo había sido una alumna excelente. De las que no necesitan abrir un solo libro para sacar un montón de sobresalientes. Tuve unos padres cariñosos y abiertos que de hecho nunca me marcaron el camino. Una abuela que escondía las tabletas de chocolate debajo de las copas de los sujetadores. Cinco hermanos, un perro, dos gatos, un loro que se llamaba Paco. Aquello era una auténtica casa de locos. Lo confieso, yo tuve una infancia maravillosa. Pero al llegar a la adolescencia, el tema, cómo no, empezó a complicarse. Me llené de granos, y comencé a devorar literatura, y a presentarme a todo tipo de concursos de poesía. En el instituto me tocó participar en un estudio que llevaba a cabo la Universidad de Psicología. Seleccionaron al azar a unos 100 adolescentes. Nos juntaron en un aula magna, y nos pidieron que dibujáramos al ser humano. Hasta entonces, todo iba bien. Pero no me preguntéis qué tenía de especial mi dibujo. No me lo preguntéis, porque todavía hoy no lo sé. Lo que puedo deciros es que volvieron tres veces a por mí. Me lo hacían repetir. Y mientras dibujaba, les oía comentar con el director del centro, que les preocupaba mi visión del ser humano. Supongo que fue entonces cuando dejé de dibujar. Y tuve suerte. Tenía 14, 15 años, y hasta entonces, nadie había juzgado mis dibujos. Yo había crecido en el ecosistema más propicio para estimular mi creatividad. Y aun así, entre las buenas notas, los concursos de poesía, esas notas excelentes, el análisis psicológico de mi dibujo y las buenas notas consiguieron convencerme. Consiguieron convencerme de que yo no era de los elegidos. Así que aparté mi creatividad, y me dediqué a estudiar y a trabajar. La mayoría de los que estamos hoy aquí hemos crecido engañados. Convencidos de que en un aula de 25, 30, hasta 40 alumnos, con suerte dos habían sido tocados por esa piedra preciosa llamada "creatividad". Y a los demás, nos tocaba formarnos. Al escolarizar a mis tres hijos, empecé a revivir todo aquel proceso. ¿Cómo podía ser? ¿Cómo podía la escuela seguir ninguneando su capacidad de crear? Dios, habían pasado cerca de 30 años y en ese aspecto, os aseguro que nada había cambiado. Poco después, vi en TED la charla de Ken Robinson sobre por qué la escuela mata la creatividad. Y esa charla lo cambió todo. Entendí qué era lo que yo podía y quería aportar a la sociedad. Y lo planté todo. Un trabajo como directora de comunicación, un equipo estupendo, y un buen sueldo. Y una vez tomada la decisión, ahí estaba yo. Sola, en un espacio de coworking. Yo no sé por qué nos empeñamos en llamarle coworking, porque hay pocos sitios en el mundo en el que uno se sienta tan solo. Estaba concentrada detrás de la pantalla de mi ordenador, intentando parir las ideas para dar forma al proyecto que estaba a punto de arrancar. Pero no podía escribir una sola línea. No podía porque antes de escribirlo necesitaba tirarme por el suelo, coger papel de gran formato, recuperar mis lápices de colores, y empezar a dibujar e imaginar todas las opciones posibles. Hacer tachones, equivocarme, y poco a poco, volver a conectar lo que la educación formal había partido en dos. Os aseguro que estaba bloqueada en la casilla de salida. Bloqueada, porque me habían educado en compartimentos estancos. Y eso me hacía creer que antes de arrancar el proyecto, tenía que tomar una decisión crucial. Cómo no, una decisión de vida o muerte. Tenía que elegir entre arte o literatura. Entre dibujo o escritura. Y no podía. No podía, porque para mí separar esos dos lenguajes era partirme, literalmente, en dos. ¿Os imagináis la situación? 40 años. Y sintiéndote exactamente igual que como se siente cualquier niño al que le pedimos que elija entre el amor de su padre, y el amor de su madre. Fue ahí, en ese momento, donde nació la idea de la pictoescritura. Picto-escritura. Decidí entonces diseñar una metodología que permitiera que los niños aprendieran a escribir sin tener que por ello, dejar de dibujar. Al contrario, utilizaría el potencial que tiene la imagen y en especial su dibujo como herramienta para enseñarles a escribir. Una vez supe la innovación educativa que quería llevar a cabo, me puse en marcha. Contacté con un montón de escritores, ilustradores, escuelas, maestros, lingüistas, y empezamos a participar activamente en las aulas. ¿Sabéis qué me encontré entonces? ¿Y qué me sigo encontrando día a día en todas las aulas de primaria? A un montón de niños, un montón de niños con el corazón partido. Aferrados como náufragos a la goma de borrar. No os sorprenda si cualquier día de estos se destapa por fin que son los fabricantes de Pro-Fab los que surten las escuelas de tanta goma de borrar. Os pido que penséis por un momento en vuestros hijos. Recordad cuando tenían 3, 4, 5 años, antes de entrar en la escuela. A esa edad cuando el niño dibuja, no tiene miedo. Disfruta de lo que hace sin importarle lo que haga, o lo que opine el de al lado. Eso sí, su dibujo no pretende ser una fotocopia de la realidad. Sino su particular interpretación del mundo. Y lo más importante, cuando dibuja, está conectado. Si le preguntas, sabe muy bien qué dibuja, y por qué. Nacemos sabiendo quiénes somos, y queriendo expresarlo en dibujos. Pero de repente llegamos a la escuela. A la etapa primaria. Y lo único que importa es aprender a escribir. Hacer buena letra, no salirnos de la pauta, no hacer faltas de ortografía... De la noche a la mañana, nos hacemos mayores. Y ahí empieza el drama. El dibujo, ese lenguaje emocional, universal, deja de ser una herramienta de aprendizaje. Con suerte, dibujarás en la hora de plástica, pero eso sí, ha llegado el momento de hacerlo bien. Ha llegado el momento de empezar a borrar. ¡Bienvenida! ¡Bienvenida, goma de borrar! Empezarás por enseñarnos a borrar los errores en lugar de aprender de ellos. Y poco a poco, acabarás por censurar todo aquello que cada uno de nosotros tenía de especial. Cuando un niño con 6, 7, 8 años está empezando a escribir y por el motivo que sea, el adulto que lo acompaña corrige antes de tiempo lo que está creando, juzga lo que está produciendo antes de darle tiempo a que él o ella cree la historia que nos quiere contar, invitándolo así a ganar en inseguridad y empezar a borrar, ¿qué mensaje pensáis que recibe el niño? Les enseñamos muy pronto a no ser ellos mismos. Y a buscar desesperadamente la aprobación del adulto. En menos de un curso, dibujarán y escribirán todos lo mismo. Porque como podéis imaginar, el dibujo es el primer lenguaje que les anulamos. Pero detrás, vienen todos los demás. Claro, que ha llegado el momento de enseñarles a leer y a escribir, pero no a cualquier precio. Quiero proponeros un cambio sencillo en la educación de vuestros hijos. Ante el bombardeo visual con el que crecen hoy en día los niños, incorporemos la gimnasia de imaginar. Y para eso es muy importante que no dejen de dibujar. Que crezcan con los dos lenguajes. La pictoescritura nos brinda esa oportunidad. Nos permite enseñarles a escribir. A escribir, sí. Pero estimulando su creatividad y su capacidad de leer y producir imágenes sin necesidad de todo ese peaje emocional. La pictoescritura es un método que ante todo, por encima de todo, sobre todo, respeta el proceso creativo del niño. A lo largo de los últimos 5 años, hemos formado en pictoescritura a cerca de 300 maestros. Y más de 3500 niños han crecido ya aplicando esta metodología. El resultado es espectacular. Espectacular por todo aquello que transforma. Al cambiar la manera de enseñarles a escribir, también cambia la mirada y las expectativas del maestro sobre sus alumnos. No hace mucho, una profesora nos decía, "Gracias. Yo creí que en mi aula tiraban 5, pero ahora sé que tiran 25". Al 97 % de los niños les ha encantado hacer pictoescritura y por eso escriben textos más largos, más ricos, y mejor estructurados. Ahora resulta que aprender a escribir no es un rollo, o un muro infranqueable. Sino que no quieren bajar al patio porque están escribiendo y dibujando. Ah, amigo. Es que crear historias es lo que más se parece a jugar. Y el 42 % de estos alumnos afirma de su puño y letra que esta metodología les ha hecho sentirse especiales. Cómo cambiaría el mundo si creciéramos conscientes de que todos, y cada uno de nosotros, es un ser único, especial, con una maravillosa historia que contar. Gracias.