Damas y caballeros, estoy aquí en representación del elemento tierra y de la identidad letona. Pero la persona que tienen ante Uds. dejó Riga, su ciudad natal, a los 6 años y tan solo regresó a los 60 años y fue electa presidenta ocho meses después. Presidenta de un país sin pertenecer nunca a ningún partido político, sin haber llevado a cabo ninguna campaña electoral la cual solemos considerar parte del procedimiento democrático, sin haber gastado un centavo en gastos electorales. No es la trayectoria política más típica. No obstante, la trayectoria que yo seguí me ha aportado unas experiencias y perspectivas únicas. Y querría compartir esto con Uds., a pesar de que la tierra en la que nací, la tierra que he llevado pisando casi toda mi vida no era la de mi país nativo, sino que está desperdigada por seis países diferentes en tres continentes diferentes, en los que con el tiempo tuve que adquirir cinco lenguas y dejar algunas a medio camino que no llegué a dominar del todo. El que pueda alguien llegar a ser presidente y especialista en su identidad con una trayectoria tan extraña puede parecer paradójico, pero, por desgracia, es una de las tres trayectorias identitarias que la nación letona ha ido desarrollando a causa de sucesos históricos como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial. Tras la primera ocupación y la anexión a la Unión Soviética, la consiguiente ocupación nazi, la participación de los letones en ambos bandos contendientes contra los congresos internacionales y así surgieron tres trayectorias. Algunos, como es el caso de mis padres y los de mi marido, se exiliaron con sus hijos con la esperanza de volver cuando la comunidad internacional volviera a asegurar la independencia de Letonia, cosa que no pasó. Los pobrecitos no habían oído nunca de los protocolos del pacto Molotov-Ribbentrop y mucho menos del pacto de Yalta y la conferencia de Teherán, donde participaron los Aliados. La segunda trayectoria fue la de los deportados a Siberia. Se han documentado sus vidas en películas y documentales; si se quedan en Letonia, podrán verlos durante el Festival de la Canción dentro de unas semanas. Al final, por supuesto, la mayor parte permaneció en Letonia, pero permaneció en un país subyugado a un gobierno totalitario, a una ocupación extranjera y a la presencia militar, y a una ideología impuesta y a un sistema económico. Estoy hablando, por supuesto, desde una perspectiva, primero de quienes se exiliaron, y después de quienes regresaron e hicieron por reunir los pedazos fragmentados de nuestra nación las ramas podadas de un árbol común para recordarles que todos abrevan del mismo fondo histórico, del mismo pasado, de las mismas tradiciones, y que estas cosas son las que nos dan nuestra identidad. Pero la formación de mi identidad no fue un camino nada fácil, y por ello pasaba gran parte de mi tiempo libre --aparte ya de mis estudios, mi carrera académica como una profesora universitaria canadiense cotizante, exitosa y leal-- pasaba gran parte del tiempo esforzándome por criar a mis hijos, nacidos en el extranjero desde el punto de vista letón, nacidos en Montreal, canadienses nativos, y a otros: los hijos de otros muchos letones en continentes diferentes --Sudamérica, Australia, Europa, Estados Unidos, Canadá-- para tratar de inculcarles una noción de qué significa ser letón y por qué. Y llegué a la conclusión de que la identidad es un proceso complejo en el que ser letón, o alemán, o estadounidense, o chino, o de otra nacionalidad, es solo una de las capas de algo parecido a una cebolla en la psique, en la que cada uno de nosotros, somos parte de muchos grupos, conglomerados, asociaciones, identidades. Pertenecemos a muchísima gente con la que podemos identificarnos de un sinfín de maneras. Somos, de hecho, más bien como el bulbo de un lirio que como el de una cebolla. Lirios con diferentes escalas que forman parte de diferentes aspectos de nuestra personalidad. Pero hay ciertos elementos identitarios esenciales que son constantes. Uno es el que yo llamo el automático. La identidad natural que los niños adquieren a medida que van creciendo y los va socializando la familia, a través de su entorno, la familia compleja, si es que la tienen, después la guardería, la escuela, los otros niños de la calle, la sociedad en sí, y hoy día cada vez más las varias tecnologías de la comunicación. El niño desarrolla una conciencia propia. Cada niño se mira al espejo y en algún momento dice: Esa es Anita, o Susanita, o Tomasito. Saben que se reconocen a sí mismos, y cobran un sentido de quienes son. Pero es mucho más tarde que el sentirse parte de algo parte de papá y de mamá, de la abuela o el abuelo o de vivir en una calle determinada, o de vivir en cierto medio rural, llega a extenderse a un grupo mayor. Y esto ocurre tarde o temprano dependiendo de las circunstancias. Para mi generación, como niños exiliados, cuando nos encontramos por primera vez con niños de diferentes nacionalidades desarrollamos lo que yo llamo una "identidad reactiva". Cuando alguien te señala con el dedo y te llama extranjero apestoso, o polaco apestoso, y respondes: "Eh, que no soy polaca, que soy letona", te das cuenta de quién eres te guste o no. A veces te gusta porque van a jugar contigo y son bastante amigables, y a veces no, porque se van a poner a lanzarte piedras, perseguirte y darte una paliza. Y descubres que no todo el mundo es igual, y así como entre tu propia gente, tienes a quienes, por ejemplo, --en mi caso, fui a una escuela letona en un campo de refugiados alemán-- son más simpáticos que otros, y lo mismo con los extranjeros. Pero cuando me hice amiga de una niñita estonia que tenía una curiosa gorra de punto con un patrón geométrico y una especie de corona en lo alto --algo así como Ana Bolena si hablamos de sus retratos-- en fin, una gorrita de punto con dibujos geométricos, pensé que le quedaba graciosa y le pregunté: "¿y esa gorra, como es que se la veo a todas las chicas estonias?" Me gustaban. Respondió: "Bueno, la llevan las estonias". Y cuando le pedí a mi madre si podía comprarme una gorra así me dijo mi madre: "La llevan las estonias, no las letonas". Así de simple era, y por mucho que me gustara la gorra, me decía: "No, tú no eres estonia, eso es para las estonias, las letonas no las llevan". Después, al desplazarme por diferentes continentes ya que clausuraron los campos de refugiados en Alemania, me topé con historias trágicas sobre todo, tristísimas, de niñas pequeñas que empezaron a ir a la escuela en EE.UU. y cuyas madres les decían que las niñas decentes cuando van al colegio deben llevar trenzas largas con lacitos y vestidos de blanco con puños de camisa. Cuando llegaban a la escuela se quedaban estupefactas al ver que todo el mundo las señalaba con el dedo al ver que eran totalmente diferentes al resto de niñas de la escuela. Cuando les decían a sus madres que las niñas estadounidenses no vestían así, sus madres reprochaban: "Pero es que tú no eres estadounidense, eres letona". Y le quedaba la opción de decidir si seguir siendo diferente y obedecer a su madre, y permanecer en la comunidad letona, o rebelarse tan pronto como le permitiera su edad, darle la espalda a la sociedad letona y a la identidad letona, y olvidarse de ella tan rápido como pudiera. Yo me pasaba la vida tratando de convencer a los jóvenes de origen letón, comenzando con mis hijos, pero convenciéndome también a mí misma a medida que iba creciendo --ya que me crié fuera y no en mi país nativo-- de que había una tercera forma de identidad de libre elección. Y esa es en la que llegas a entender que el pertenecer a un grupo concreto --estar en un grupo étnico, una herencia cultural, un grupo lingüístico-- puedes definirlo de diferentes maneras, pero te abre puertas que de otra manera estarían cerradas; que aprender letón --que en la práctica lo hablan unos pocos en el mundo, conviene más el chino, sin duda-- pero para tu identidad y tu bienestar, para introducirte en tus raíces, en el sentirse acogido que proviene de pertenecer a una comunidad en la que tienes derechos de nacimiento --perteneces a ella por nacimiento-- es algo que no puede cambiarse por nada del mundo. Puedes hacerte canadiense, o naturalizarte estadounidense, puedes viajar a muchos lados y vivir decentemente, casarte con alguien autóctono y encajar. Yo he conocido a muchísimos letones que decían: "Me he casado con una estadounidense, me he enamorado de ella, pero no le gustaba que me juntara con otros letones en fiestas letonas, quería que les dejase de lado, y pensé para mí: "Está dándole la espalda a mi identidad. Está dándole la espalda a quien soy". Pero quien soy no es fácil de definir. Algo que creo que define quien soy en el sentido de etnia es, por supuesto, el legado cultural y dentro de él la lengua, la historia, en nuestro caso, el folclore, --ya que es una parte importante de nuestro legado-- estas son las joyas que se les ofrece a los que abran la puerta para pertenecer a la nación letona de manera voluntaria y sin imposición alguna. Al ser diferente a los demás, uno puede mezclarse fácilmente. Al ser letón, en todas partes vas a poder integrarte muy bien sin que nadie descubra solo mirándote que eres letón o de origen letón. Pero puede mantenerse --y es de esto de lo que intentaba convencer a los jóvenes de varios países a los que me topaba-- puede mantenerse como si fuera tu jardín secreto: esa identidad letona tan tuya. Y la que, por supuesto, estaríamos más que encantados de compartir con el resto del mundo, si de alguna manera pudiéramos ayudarles a superar la barrera lingüística y pudieran así llegar a descubrir lo que tiene que ofrecerles. En mi propio caso, es lo que yo hice. Me he esforzado un poco en escribir artículos académicos y libros que tratan sobre el legado letón, la identidad letona, y en particular lo que los hace tan extraordinarios y especiales en las canciones folclóricas letonas y cuánto vale la pena familiarizarse, y analizarlas, e introducirse en un legado internacional inmaterial que la UNESCO lleva unos cuantos años reconociendo. Para todos los que estén en Letonia en las próximas semanas, les recomiendo asistir al Festival de la Canción de Letonia, viéndolo en la tele, en vídeo. Lo que vemos en el Festival de la Canción personifica la tradición musical que fue un pilar de la identidad letona durante incontables siglos, antes de que Letonia se convirtiera en una nación. En el siglo XIX, cuando los letones seguían siendo una clase oprimida en la sociedad, empezaron a cantar en coros. Cuando los coros se juntaban regionalmente y organizaban festivales de canciones, terminaron por darse cuenta de que una hija había nacido en Riga y la otra en Valmiera, pero estaban cantando la misma canción, y se preguntaron lo mismo que cantaba una de las canciones de folclore: "¿Serán hijas de la misma madre?" Y sí, son hijas de la misma madre que es la nación letona. El cantar y el reunirse era un elemento que les permitía concienciarse sobre la identidad letona. Les permitía concienciarse sobre las riquezas que les ofrecía esta identidad bien lejos de la condescendencia y de la humillación que habían sufrido tan frecuentemente a manos de aquellos que habían ocupado las altas esferas de la sociedad en las diversas fuerzas ocupantes a lo largo de los siglos. Los letones recuperaron el orgullo de sí mismos, no solo la conciencia de ellos mismos como nación. Y, por medio de esa conciencia, se dieron cuenta de que tienen unos derechos como nación que pertenecen a las naciones de todo el mundo. Y en muchos aspectos el reunirse y el cantar llevó a pensar en la independencia de Letonia, la creación de una nación letona independiente, y de la tradición que logró sobrevivir a varias ocupaciones extranjeras, a varias ideologías impuestas, que lograron sobrevivir en Australia, EE.UU., en Europa, tras el telón de acero, al otro lado, la tradición nos ayudó a conservar nuestras raíces, nuestro vínculo con el pasado, el sentimiento de herencia y pertenencia que ser letón significaba para nosotros. Y este sentimiento de pertenencia, por supuesto, nos hace europeos. Es por esto que yo como presidenta he trabajado tanto para garantizar que Letonia llegase a ser miembro de la Unión Europea. Es por esto que desde que dejé la presidencia he sido una acérrima promotora de la unidad europea. Pero he de decir que a parte de eso de mi experiencia como presidenta de una nación he adquirido unos conocimientos bienvenidos en todo el mundo, y formo parte de al menos tres clubes y de un gran número de organizaciones de ámbito internacional que velan por el estado de la mujer, que velan por las transiciones a la democracia en varios países, y me encuentro yo ahora con mi identidad letona labrando la viña del Señor que es la viña de los ciudadanos del mundo. Así que habiendo una vez regresado como Ulises a mi tierra natal, habiendo podido expresar verdaderamente mi identidad letona de la manera en la que el haber nacido aquí me tendría que haber predestinado, hallo que me estoy volviendo una acérrima europea, pero, sobre todo, entiendo que todas esas vivencias, las de mi nación, las mías en lo personal, las de mis compatriotas que sufrieron al ser bien deportados o bien reprimidos, todo ese sufrimiento, por el que otras naciones en Europa y en otros sitios han pasado, han contribuido en todos los casos al desarrollo de nuestro sentido de humanidad. Y les dejo ya con esta idea de que sea cual sea su identidad, debe empezar por un sentimiento de valor intrínseco como persona, como ser humano, como ciudadano del mundo, como miembro de la especie humana. Es esta pertenencia, este sentimiento de fraternidad o sororidad con gente que no se parece en nada a Uds., con la que difieren en valores a veces, y seguro que, en vivencias, pero que ante todo sigue la misma trayectoria que cualquier ser humano. Desde el nacimiento hasta el desarrollo, el crecimiento, estudios, vivencias, penas y alegrías, y abandonamos al final el escenario como dice Shakespeare, habiendo sido actores en un escenario. Les deseo que pasen la vida buscando esa tierra sólida bajo sus pies, que es lo que les aporta su identidad. Y recuerden que no tienen solo una, sino muchas, y que constantemente a lo largo de la vida siguen eligiendo. Pueden construir quiénes son y quiénes quieren ser. Buena suerte para todos. (Aplausos)