Visto desde fuera,
John tenía todo a su favor.
Acababa de firmar el contrato
de venta de su apartamento de Nueva York
con una ganancia de seis cifras,
del que había sido propietario tan solo 5 años.
La universidad donde obtuvo su posgrado
le acababa de ofrecer un puesto de profesor,
lo que significaba no solo un salario,
sino beneficios por primera vez en mucho tiempo.
Y, sin embargo, a pesar de irle todo muy bien a John,
él estaba luchando
contra la adicción y contra una depresión agobiante.
La noche del 11 de junio de 2003,
subió hasta el borde
de la barandilla del puente de Manhattan
y saltó a las aguas traicioneras que fluían bajo el puente.
Sorprendentemente,
no, milagrosamente,
sobrevivió.
La caída le destrozó el brazo derecho,
le quebró cada una de sus costillas,
le perforó un pulmón,
y perdía y recuperaba la conciencia
mientras iba a la deriva por el East River,
bajo el puente de Brooklyn,
hasta que salió a la vía del ferry de Staten Island,
donde los pasajeros del ferry
al oír sus gritos de dolor,
contactaron con el capitán del barco
que llamó a la Guardia Costera
que lo sacó del East River
y lo llevó al Hospital Bellevue.
Ahí empieza realmente nuestra historia.
Porque una vez que John se comprometió
a recomponer su vida,
física, emocional
y espiritualmente,
descubrió que había muy pocos recursos disponibles
para alguien que ha intentado poner fin a su vida,
como era su caso.
La investigación muestra
que 19 de cada 20 personas
que intentan suicidarse
fallarán.
Pero quienes fallan
tienen 37 veces más probabilidades de conseguirlo
la segunda vez.
Esta es realmente
una población en riesgo
con muy pocos recursos de apoyo.
Y lo que sucede es que
cuando las personas tratan de retomar sus vidas,
debido a los tabúes en torno al suicidio,
no estamos seguros de qué decir,
así que muchas veces no decimos nada.
Y eso fomenta el aislamiento
en el que se encuentran las personas como John.
Conozco muy bien la historia de John
porque yo soy John.
Y esta vez, hoy,
por primera vez, de manera pública,
reconozco
el periplo que he vivido.
Pero, después de haber perdido a un maestro muy querido en 2006
y a un buen amigo el año pasado a causa del suicidio,
sentado el año pasado en TEDActive,
supe que tenía que salir de mi silencio,
superar mis tabúes
y hablar de una idea que vale la pena difundir
y es que las personas
que han tomado la difícil decisión
de volver a vivir
necesitan más recursos y nuestra ayuda.
Como dice el Proyecto Trevor, la cosa mejora.
Mejora mucho.
Y hoy elijo salir
de un armario totalmente diferente
para alentarles, para instarles
a hablar si es que
habéis pensado o intentado suicidaros,
o conocéis a alguien en esa situación
habladlo, buscad ayuda.
Es una conversación que vale la pena entablar
y una idea que vale la pena difundir.
Gracias.
(Aplausos)