El verano pasado tuve la genial idea de comprarme un perro. Todo comenzó cuando Manuel me dejó. Y no se me ocurrió nada mejor que sustituirle por un gran perro. Con mucho pelo y una boca enorme. Yo siempre había estado en contra de tener animales en casa. Me parecía cruel para el animal y poco higiénico para las personas. Ni siquiera quise que nos quedáramos con la tortuga que le habían regalado a Manuel por su cumpleaños sus compañeros de trabajo. Era grande y fea. La tuvimos metida en el bidé un par de semanas. Hasta que empecé a tener pesadillas en las cuales la tortuga se hacía gigante y me perseguía por toda la casa. Conseguí convercer a Manuel de que la llevase al río que pasa cerca de su pueblo. No volvimos a hablar nunca del tema. Aunque yo sabía perfectamente que a él le hubiera encantado tener un gatito o un perrito, o un pájaro. Quizás fue por eso, por venganza, por lo que decidí comprarme un perro. "Ahora que ya no estás me compro un perro y te quedas sin conocerlo." Pero claro, él ni siquiera se enteró. - ¿Se lo envuelvo? Menuda venganza. Me recomendaron que le pusiera un nombre monosílabo para que el perro lo asimilase antes. Decidí llamarle Man. Me gustaba porque era la mitad de "Manuel" y además significaba "hombre" en inglés. - Aunque sólo seas medio "Manuel", eres mucho más hombre que él. Manuel tiene una parte de hombre y otra de buey. ¿Para qué queremos esa parte que no significa nada, que sólo trae recuerdos y nostalgia? Al principio, cuando lo sacaba a pasear por el barrio, me daba un poco de vergüenza llamarle por su nombre. Pero después de oír las cosas tan malsonantes que la gente llamaba a sus perros, dejé de tener cualquier tipo de reparo. - ¡Man! ¡Ven aquí! - Bueno. Man y yo solíamos ir todos los domingos a un mercadillo. A él le encantaba. Pasaba la mañana de puesto en puesto detrás de todo lo que se movía o llamaba su atención. Me recordaba a cuando iba con Manuel que disfrutaba enseñándome todo tipo de trastos viejos. Volvía locos a los tenderos regateando sin parar. Él siempre me decía que había que regatear, que subían el precio para los turistas, pero a mí me daba vergüenza. Man creció. Y aunque le había cogido cariño después de varios meses conviviendo con él, empecé a hartarme. No era ni la mitad de lo que había sido Manuel. No era más que un pobre perro que se merecía algo mejor que vivir conmigo. Llegó la Navidad. Y un amigo me regaló un disco en el que una de las canciones me retrataba perfectamente. Decía que tener un gran perro cuando se es joven y no se quiere estar solo es ya un aviso de derrota. Si fuéramos tan libres como decimos no necesitaríamos perros para reemplazar a nadie. Me sentía fatal. Ponía la canción una y otra vez, mientras Man me miraba con esos ojos que parecía que me comprendían. Yo quería ser libre. Pero esa mitad de Manuel que todavía estaba conmigo me lo impedía. Quizás con otro nombre me habría ayudado a olvidarle. Pero ya era demasiado tarde para cambiárselo. Así que tuve que tomar una decisión. Como todos los años, el día 24 fuimos a cenar toda la familia a casa de mis padres. No les había contado nada de Man. Ni siquiera que Manuel me había dejado. La cena siempre terminaba con la entrega de los regalos de Navidad. Cada año mi madre hacía un sorteo para decidir quién regalaba a quién. El año pasado me había tocado Manuel. Le hice una bufanda de lana y él me regaló un album lleno de fotos. Este año me tocó mi hermano Javier. Le había comprado una colonia. Pero cuando estaba en casa envolviéndola me di cuenta de que ésa era mi oportunidad de deshacerme del perro y empezar una nueva vida. Dejé a Man en el coche durante la cena. Y en el momento de dar los regalos bajé a por él. Pero abajo, donde los había dejado, no estaban ni el coche ni Man. Era la segunda vez que me robaban el coche. Pero la primera que me lo robaban con perro dentro. El coche lo encontró la policía en un descampado a los pocos días. Pero del perro ni rastro. Sabía que debía estar contenta por no tener que preocuparme más de él. Sin embargo, estaba triste. Mucho más que cuando me dejó Manuel. Puse carteles con la foto de Man por todo el barrio. No hubo noticias durante varios días. Hasta que una mañana llamaron a la puerta. - Ma... - Manuel. Manuel y Man juntos. No me lo podía creer. Me contó que se lo acababa de comprar ese mismo día en el mercadillo. Y que, aunque pareciese difícil de creer, había tenido la sensación de que había sido el perro el que le había arrastrado hasta mi casa. Además, me dijo que me echaba de menos y que quería volver a estar conmigo. Man enseguida me reconoció y empezó a jugar. No quise contarle nada a Manuel y se extrañó mucho de que el perro fuese tan carioñoso conmigo. Me dijo que le había llamado Max. A mí me pareció muy bien. Para el perro sonaba casi igual y para mí era un tercio de "Manuel" y una parte de "x" desconocida que había hecho que nos volviésemos a juntar los tres. TICELE - Giralda Center http://www.ticele.es