¿Los sigues oyendo?
Para mí el sonido
se desvanece a lo lejos.
Aún están cerca.
Suena con claridad.
Un preocupado temor turba tu oído.
Te engaña el sonido susurrante
de las hojas
que el viento agita sonriente.
Te engaña el ímpetu del deseo
de oír lo que imaginas.
Yo oigo el sonido de los cuernos.
No hay ningún cuerno que suene tan dulce.
Las olas del manantial avanzan hacia aquí
suavemente con su dulce murmullo.
¿Cómo habría de oírlas
si aún rugieran los cuernos?
En el silencio de la noche
sólo me sonríe el manantial.
A quien me aguarda
en la silenciosa noche,
¿quieres mantenerlo lejos de mí
como si los cuernos te sonaran cerca?
A quien te aguarda...
¡Oh, escucha mi ruego!
Espías lo esperan de noche.
¿Porque estés cegada imaginas
que el mundo os mira con ojos borrosos?
Allí, a bordo del barco, cuando
de la temblorosa mano de Tristan
a la pálida novia, con apenas control de sí,
recibió el Rey Marke,
mientras todos miraban
confundidos cómo temblaba,
el amable rey,
suavemente solícito,
las fatigas del largo viaje
que sufriste lamentó en voz alta:
hubo sólo uno, lo observé bien,
que sólo en Tristan puso sus ojos.
Con maliciosa astucia
y mirada acechante
buscaba encontrar en su rostro
algo que le fuera útil.
Escuchando arteramente
a menudo lo encuentro.
Os engatusa en secreto,
¡tened cuidado con Melot!
¿Te refieres al señor Melot?
¡Oh, cómo te engañas! ¿No es él
el amigo más leal de Tristan?
Cuando mi amado ha de evitarme,
entonces se queda sólo con Melot.
¡Lo que para mí lo hace sospechoso,
te sirve a ti para valorarlo!
De Tristan a Marke va el camino de Melot;
allí siembra mala simiente.
Los que hoy en el consejo esta cacería
nocturna con tanta premura decidieron,
una presa más noble de la que imaginas
es el blanco de su astucia cazadora.
Pensando en el amigo
inventó esta argucia
por compasión Melot, el amigo.
¿Ahora quieres reprender al fiel?
Mejor que tú se preocupa él de mí.
A él le abre lo que tú me cierras.
¡Oh, ahórrame esta angustia
de la vacilación!
¡La señal, Brangäne!
¡Oh, da la señal!
¡Apaga el último destello de la luz!
Haz la señal a la noche
para que descienda del todo.
Ya vertió su silencio
sobre el bosque y la casa.
Ya llena el corazón de dulce terror.
¡Oh, apaga ya la luz!
¡Apaga el destello amedrentador!
¡Deja entrar a mi amado!
¡Oh, deja esa antorcha admonitoria,
dejale mostrarte el peligro!
¡Oh, dolor! ¡Ay! ¡Ah, pobre de mí!
¡El desdichado filtro!
¡Que yo, infiel sólo una vez,
traicionara la voluntad de la señora!
Si hubiese obedecido, sorda y ciega,
tu obra habría sido entonces la muerte.
Pero tu vergüenza,
tu despreciable necesidad,
mi obra, ¿debo saberme culpable?
¿Tu obra? ¡Oh, doncella insensata!
¿No conocías el amor?
¿Ni el poder de su magia?
¿Al rey del valor más audaz?
¿Al que gobierna el devenir del mundo?
Vida y muerte están sometidas a él
que las teje con dicha y sufrimiento,
mudando la envidia en amor.
La obra de la muerte,
la cogí presuntuosa en la mano.
Pero el amor
la sustrajo a mi poder.
A la consagrada a la muerte
la tomó en prenda,
cogió la obra en su mano.
Comoquiera que la torne,
que la termine,
sea lo que me elija,
adondequiera que me conduzca,
suya me he convertido.
¡Ahora dejame mostrarme obediente!
Y si el engañoso filtro del amor
ha apagado en ti la luz de la razón,
tú no podrás ver mientras yo te advierto.
Óyeme sólo hoy, ¡oye hoy mi súplica!
¡La luz resplandeciente del peligro
sólo hoy no apagues allí la antorcha!
El que enciende la pasión en mi pecho,
el que hace arder mi corazón,
el que en mi alma ríe como el día,
el amor lo desea: que llegue la noche.
Para que él brille claro,
allí donde tu luz lo espantaba.
Tú, a la torre: ¡vigila allí fielmente!
La antorcha, aunque fuera
la luz de mi vida,
riendo, ¡no dudaría en apagarla!
¡lsolde!
¡Tristan!
- ¡Amado!
- ¡Amada!
- ¿Eres mío?
- ¿Te tengo de nuevo?
- ¿Puedo cogerte?
- ¿Puedo confiar en mí?
- ¡Por fin! ¡Por fin!
- ¡Junto a mi pecho!
- ¿Te siento realmente?
- ¿Es a ti a quien veo?
- ¿Son estos tus ojos?
- ¿Es esta tu boca?
- ¿Aquí tu mano?
- ¿Aquí tu corazón?
¿Soy yo? ¿Eres tú?
- ¿Te tengo firmemente?
- ¿No es una ilusión?
¿No es un sueño?
¡Oh, delicia del alma!
¡Oh dulce, nobilísima, bravísima,
bellísima, gozosísima dicha!
- ¡Sin par!
- ¡Espléndida!
- ¡Rebosante de gozo!
- ¡Eterna!
- ¡No presentida, jamás conocida!
- ¡Efusiva, sublime!
- ¡Exultante de dicha!
- ¡Deleites dichosos!
¡El mundo me transporta
a alturas celestiales!
- ¡Mío!
- ¡Mía!
- ¡Tristan mío!
- ¡lsolde mía!
- ¡Mío y tuya!
- ¡Mía y tuyo!
¡Eternamente!
- ¡Tristan mío, lsolde eternamente tuya!
- ¡Eternamente! ¡lsolde mía!
- ¡Tristan!
- ¡lsolde!
¡Eternamente, eternamente uno!
¡Cuánto tiempo lejos!
¡Qué lejos tanto tiempo!
¡Qué lejos tan cerca!
¡Qué cerca tan lejos!
¡Oh, enemiga del amigo,
pérfida lejanía!
¡Longitudes vacilantes
de horas en letargo!
¡Oh, distancia y lejanía,
duramente separadas!
¡Bendita cercanía! ¡Distancia sombría!
¡En la oscuridad tú, en la luz yo!
¡La luz! ¡La luz! ¡Oh, esta luz,
cuánto tiempo sin apagarse!
El sol se puso, el día pasó,
pero no ahogó su envidia.
Encendió su señal apremiante
y la puso en la puerta de mi amada
para que no fuera hasta ella.
Pero la mano de la amada
apagó la luz.
A lo que se resistía la doncella,
a mí no me asustó.
¡Con el poder y la protección del amor,
opuse resistencia al día!
¡Al día! ¡Al día! ¡Al artero día,
al más duro enemigo, odio y queja!
lgual que tú la luz,
ojalá apagar pudiera el resplandor
al insolente día para vengar
los sufrimientos del amor.
¿Hay una aflicción, hay un tormento,
que él no despierte con su luz?
lncluso en el esplendor
crepuscular de la noche,
lo preservaba la amada en su casa,
¡lo extendía amenazador hacia mí!
Si la amada lo preservaba en su casa,
en su corazón, claro y brillante,
lo cuidaba desafiante entonces mi amado:
Tristan - ¡que me traicionaba!
¿No es el día desde el que me mintió
cuando viajó a lrlanda,
anunciando que me casaría con Marke,
consagrando a su fiel a la muerte?
¡El día! ¡El día
que te hacía resplandecer,
allí donde igual al sol en el brillo
y la luz de la suprema nobleza,
a lsolde me arrebataba!
Lo que así deleitaba mis ojos, con fuerza
mi corazón empujaba hacia tierra.
En el luminoso resplandor del día,
¿cómo pudo lsolde ser mía?
¿No era tuya la que te eligió?
¿Qúe mentiras te dijo el pérfido día,
para que traicionaras
a la amada a ti destinada?
Lo que te hacía resplandecer
con noble esplendor,
el brillo del honor,
el poder de la fama,
a ellos se aferraba mi corazón,
atrapado como estaba por el engaño.
Lo que con el fulgor más radiante
brillaba sobre mi cabeza y mi frente,
el sol diurno de los honores del mundo,
con las vanas delicias de sus rayos,
por la cabeza y la frente penetró en mí
hasta el más profundo
santuario del corazón.
Lo que allí en casta noche
vela encerrado y sombrío,
lo que sin saber ni engaño
percibía allí en su ocaso:
una visión que mis ojos
no se atrevían a mirar,
mudada por el brillo del día
se erigía ante mí resplandeciente.
Lo que creía tan glorioso y espléndido,
ensalcé claramente ante todo el ejército.
Ante todo el pueblo alabé en voz alta
a la más bella novia regia de la tierra.
A la envidia que el día despertaba en mí,
a los celos que atemorizaban mi alegría,
el resentimiento, que empezaba
a hacer gravosos honor y fama,
a todos desafié y fielmente decidí,
para preservar honor y fama,
viajar a lrlanda.
¡Oh, vano vasallo del día!
Engañada por aquél que a ti te engañó,
cómo hube, amándote, de padecer por ti.
Al que, en el falso esplendor del día,
atrapado por el engaño de su fulgor,
allí donde el amor
cálidamente te abrazaba,
en lo más hondo del corazón
yo odiaba abiertamente.
¡Ah, en las entrañas del corazón,
qué hondamente dolía la herida!
Al que allí ocultaba en secreto,
¡qué malvado me parecía,
cuando en el fulgor del día
el único y fielmente cuidado
se desvanecía ante las miradas del amor
y sólo estaba ante mí como enemigo!
De la que como traidor te me mostraba,
de la luz del día quería yo huir,
hacia la noche llevarte conmigo,
donde el fin del engaño
me prometía mi corazón,
donde se disipara
la presentida ilusión del engaño.
Allí donde bebería
eterno amor por ti,
contigo unido a mí
quise consagrarme a la muerte.
En tu mano la dulce muerte,
cuando reconocí lo que me ofrecía,
y el presentimiento noble y cierto
me mostró lo que me auguraba la expiación:
allí el sublime poder de la noche
cayó dulcemente sobre mi pecho.
Mi día había concluido.
Pero, ay, el falso filtro te engañó
y para ti la noche se perdió de nuevo.
¡Al que sólo anhelaba la muerte,
el filtro lo devolvió al día!
¡Oh, gloria al filtro!
¡Gloria a su fluido!
¡Gloria al noble poder de su magia!
Por la puerta de la muerte,
donde fluyó hacia mí,
de par en par abrió para mí
el reino maravilloso de la noche,
donde no había velado más que en sueños.
De la visión en el cofre
protector del corazón
rechazó el resplandor
engañoso del día,
para que mis ojos, en medio de la noche,
pudieran verla realmente.
Pero el día, ahuyentado,
se tomó su venganza.
Buscó consejo en tus pecados.
Lo que te mostró la noche crepuscular,
al poder regio del astro diurno
hubiste de rendirte,
para, solo, en yermo esplendor
vivir allí resplandeciente.
¿Cómo lo soporté?
¿Cómo sigo soportándolo?
¡Oh, ahora estábamos
consagrados a la noche!
¡El artero día, presto a la envidia
su engaño pudo separarnos,
pero no engañarnos más su mentira!
De su vano esplendor,
de su brillo jactancioso,
se ríe aquél a quien la noche
consagra la mirada.
Los súbitos destellos
de su titilante luz
ya no nos cegarán.
Quien contempla amando
la noche de la muerte
a aquél que ella confía
sus profundos secretos:
ve dispersas ante él las mentiras del día,
la fama y la gloria,
el premio y el poder,
por majestuosos que brillen,
como vano polvo de soles.
En las vanas ilusiones del día
él conserva un solo anhelo:
¡el anhelo de la noche sagrada
donde eterno desde siempre,
lo único cierto le sonríe la dicha del amor!
¡Oh, desciende, noche del amor,
concédeme olvidar que vivo!
¡Acógeme en tu seno,
libérame del mundo!
Apagada ahora la última luz.
Lo que pensábamos, lo que creíamos,
todo recuerdo,
toda memoria,
el sublime presentimiento
del sagrado crepúsculo
extingue el horror del engaño
liberándonos del mundo.
Si en nuestro pecho
se ocultó el sol,
las estrellas del gozo
se alegran sonrientes.
Suavemente rodeado por tu hechizo,
dulcemente desvanecido ante tus ojos,
mi corazón en el tuyo, boca con boca,
único lazo de un solo aliento,
se nubla mi mirada cegada por la dicha,
el mundo palidece con sus ofuscaciones.
El que, engañoso, nos iluminaba el día,
enfrentándonos a una falsa ilusión,
entonces yo soy el mundo:
sublime dicha de ser,
vida del amor más sagrado,
no volver a despertarse,
libres de engaños,
deseo suavemente consciente.
Velando solitaria en la noche,
a aquél a quien sonríe el sueño del amor,
escucha la llamada de aquélla
que advierte del mal a los durmientes,
que ansiosamente los apremia
a despertarse.
¡Tened cuidado!
Pronto partirá la noche.
¡Escucha,
amado!
¡Dejame morir!
¡Vigilante envidiosa!
¡Jamás despertar!
Pero, ¿debe el día despertar a Tristan?
¡Deja que el día ceda ante la muerte!
¿Día y muerte con golpes similares
habrían de alcanzar a nuestro amor?
¿Nuestro amor? ¿El amor de Tristan?
¿Al tuyo y al mío, al amor de lsolde?
¿Qué golpe de la muerte
podría hacerlos ceder?
Si estuviera ante mí
la poderosa muerte,
¿cómo amenazaría mi cuerpo y mi vida
que de buen grado dejo al amor,
cómo habrían sus golpes
de alcanzar al amor mismo?
Si ahora muriera por amor,
y con gusto muero,
¿cómo podría el amor
morir conmigo,
el eternamente vivo
extinguirse conmigo?
Pero si nunca muriera su amor,
¿cómo habría de morir
Tristan para su amor?
Pero, ¿nuestro amor,
no se llama Tristan y lsolde?
Esta dulce palabrita:
y.
Lo que ella une, el lazo del amor,
si Tristan muriera,
¿no lo destruiría la muerte?
¿Qué moriría para la muerte
sino lo que nos perturba,
lo que le impide a Tristan
amar por siempre a lsolde,
vivir eternamente sólo para ella?
Pero esta palabrita: y.
Si fuera destruida, ¿de qué modo más
que con la propia vida de lsolde
si a Tristan se le diera la muerte?
¡Así moriríamos, para, sin separarnos,
eternamente uno, sin fin,
sin despertar, sin temer,
sin nombre, abrazados en el amor,
entregados del todo a nosotros,
vivir únicamente para el amor!
¡Así moriríamos, para, sin separarnos,
eternamente uno, sin fin,
sin despertar,
sin temer,
sin nombre, abrazados en el amor,
entregados del todo a nosotros,
- vivir únicamente para el amor!
- ¡Tened cuidado!
¡Tened cuidado!
Ya cede la noche ante el día.
¿Debo escuchar?
¡Dejame morir!
¿Debo velar?
¡Jamás despertar!
¿Debe el día despertar a Tristan?
¡Deja que el día ceda ante la muerte!
¿Desafiaremos ahora las amenazas del día?
Para huir eternamente a su engaño.
¿Su resplandor al alba,
no nos ahuyentará jamás?
¡Que la noche nos sea eterna!
¡Oh, noche eterna, dulce noche!
¡Noble y sublime noche de amor!
- Al que tú abrazas...
- Al que tú sonríes...
¿...cómo despertaría de ti sin temor?
¡Destierra ahora el temor, dulce muerte,
ardientemente deseada muerte de amor!
¡En tus brazos, consagrados a ti,
primigenio ardor sacro,
liberados del tormento de despertar!
¡Cómo cogerla, cómo dejarla,
esta delicia, lejos del sol,
lejos del lamento
de la separación diurna!
- Sin ilusiones...
- ...dulce anhelo.
- Sin temores...
- ...dulce deseo.
Sin dolor - noble perecer.
Sin languidecer - dulces tinieblas.
Sin evadirse, sin separarse,
solos y cercanos, eternamente juntos,
en espacios ilimitados
del sueño más sagrado.
- ¡Tú lsolde,
- ¡Tú Tristan,
- yo Tristan,
- yo lsolde,
- nunca más lsolde!
- nunca más Tristan!
- Sin nombre, sin separación,
- ¡Eternamente!
- reconocer, inflamarse de nuevo.
- ¡Sin fin!
Eternamente sin fin,
una sola conciencia:
¡pecho ardientemente en llamas,
suprema dicha del amor!
¡Sálvate, Tristan!
¡El lóbrego día por última vez!
¿Puedes decirme, señor,
si lo he acusado justamente?
¿Si he preservado mi cabeza
que te di como garantía?
Te lo mostré
consumando su acción.
Nombre y honor he preservado
fielmente de la deshonra.
¿Realmente lo has hecho?
¿Así lo crees?
¡Míralo allí!,
al más leal de los leales.
¡Obsérvalo!,
al más amable de los amigos.
¡El acto más libre de su lealtad
ha golpeado mi corazón
con la traición más hostil!
Si Tristan me engañó,
¿habría de esperar a que aquello
que ha sido dañado por su engaño,
pudiera ser preservado honestamente
gracias al consejo de Melot?
¡Espectros del día! ¡Sueños matutinos!
¡Engañosos y terribles! ¡Volad! ¡Huid!
¿Esto a mí?
¿Esto, Tristan, a mí?
¿Adónde ha ido la libertad
si Tristan me traicionó?
¿Adónde el honor y la recta conducta,
cuando, refugio de todo honor,
Tristan los perdió?
La que Tristan eligió como escudo,
¿adónde ha ido la virtud
si mi amigo la ha rehuido,
si Tristan me ha traicionado?
¿Para qué los servicios incontables,
la gloria de los honores,
el poder de la grandeza,
que obtuviste para Marke,
si fama y honor, grandeza y poder,
si los servicios incontables había
de pagarlos la vergüenza de Marke?
¿Demasiado poco te parecía su gratitud
que lo que ganaste para él,
fama y reino,
te entregó como herencia?
Cuando sin hijos expiró su esposa,
tanto te amaba que Marke
nunca quiso casarse de nuevo.
Cuando el pueblo en la corte y el campo
con ruegos y advertencias lo instaron
a elegir reina para el país
y esposa para él.
Cuando tú mismo juraste a tu tío
satisfacer graciosamente el deseo
de la corte y la voluntad del pueblo,
resistiendo a la corte y al pueblo,
resistiéndote incluso a ti,
con astucia y bondad el rey se negó,
hasta que tú, Tristan, le amenazaste
con dejar para siempre corte y país,
si no eras tú mismo el enviado
a buscar una esposa para el rey.
Y él dejó que así fuera.
Esta esposa maravillosa
que ganó para mí tu coraje,
¿quién podría contemplarla,
quién conocerla,
quién con orgullo llamarla suya
sin tenerse por bienaventurado?
A la que mi voluntad
jamás osó acercarse,
a la que mi deseo renunciara
con temor reverencial,
la que tan magnífica, noble y solemne,
había de deleitarme el alma,
a pesar de enemigos y peligros,
a la novia regia
aquí me ofreciste.
Ahora, como con tal posesión
mi corazón hiciste más sensible
que antes al dolor, allí donde
lo más tierno, delicado y expuesto
podría ser golpeado sin esperar
nunca que pudiera sanar:
¿por qué, desdichado,
me has herido tan ferozmente?
¿Allí, con el arma
del veneno agonizante
que destruye abrasando
los sentidos y el cerebro,
que me prohíbe la fidelidad al amigo,
que llena de sospecha mi franco corazón,
para que ahora, secretamente,
en la oscura noche
me acerque sigiloso al amigo
y mi honor llegue así a su fin?
Si ningún cielo lo libera,
¿por qué a mí este infierno?
Si ninguna miseria la expía,
¿por qué a mí esta vergüenza?
La razón insondable, honda y misteriosa,
¿quién la revelará al mundo?
Oh, rey,
esto no puedo decírtelo.
Y lo que preguntas,
nunca podrás saberlo.
Adonde ahora parte Tristan,
¿quieres tú, lsolde, seguirle?
En el país al que se refiere Tristan
no brilla la luz del sol.
Es el oscuro país nocturno
desde el que me envió mi madre
cuando, al que ella
concibió en la muerte,
en la muerte dejó
que llegara a la luz.
Lo que, cuando me alumbró,
era su refugio de amor,
el reino prodigioso de la noche
en el que un día desperté:
esto te ofrece Tristan,
hacia allí va primero.
¡Que lsolde diga ahora
si, fiel y dócil, va a seguirle!
Cuando hacia un país extraño
la atrajo un día el amigo,
al hostil, dócil y fiel,
hubo de seguir lsolde.
Ahora me guías al tuyo
para mostrarme tu herencia.
¿Cómo habría de huir del país
que abarca el mundo entero?
Donde esté la patria y la casa de Tristan,
allí se detendrá lsolde.
¡Muéstrale ahora a lsolde por dónde,
dócil y fiel...
...ha de seguirle!
¡Traidor! ¡Ah! ¡Venganza, rey!
¿Soportarás esta vergüenza?
¿Quién arriesga su vida por la mía?
Él era mi amigo,
sentía por mí un gran cariño.
De mi fama y honor
se preocupó como ninguno.
A la petulancia
empujó mi corazón.
Estaba al frente de las fuerzas
que me incitaron
a acrecentar fama y honor,
desposándote con el rey.
Tu mirada, lsolde,
también a él lo cegó.
¡Por celos el amigo me traicionó
ante el rey que yo traicioné!