He venido hace muchos años de mi querido Santiago, cuando tenía 11 años llegué aquí a Buenos Aires. Porque vivía aquí un hermano mío que se llamaba Ramón. Y, bueno, yo en busca de Ramón llego aquí. Después de haber perdido a mi madre, a mi papá. Mi padre nos había abandonado, y bueno, éramos poquitos. Éramos 3, Martincito que tenía 13 años, yo que tenía 11 años y Nilda que tenía 7 años. Llego aquí a Buenos Aires sola. Martín, se levanta una madrugada y me dice: "Gri, vamos a irnos de aquí. Vos andate a Buenos Aires, y yo me voy Tobas a buscar trabajo. Algún día cuando seamos grandes nos volveremos a juntar". Y bueno, yo tenía que dejarla a Nilda en Añatuya, porque nosotros vivíamos en el monte, en el campo, en los obrajes. Yo hago todo lo que me dice Martín y me siento en la estación del tren, y me pongo a llorar. En eso llega el tren, el Estrella del Norte, donde me levanto rápido, lo único que traía era una bolsita transparente, una bolsita chismosa, como digo yo, y adentro de esa bolsita venía un vestido con unas flores grandes, que mi mamá me había hecho. Subo rápidamente al tren y me siento en la parte del carguero del tren, y llego aquí a Buenos Aires, después de 12 horas de viaje en el tren. Mi idea era llegar a José C. Paz, donde estaba mi hermano. Yo creía que subiendo en el tren y llegando... Cuando paraba el tren, ya estaba en José C. Paz. No era que llegaba a la primera estación más grande que había visto en mi vida, que era Retiro. Cuando llegué después de haber venido entre los chivos y las gallinas, que en esos años la gente podía mandar animales vivos a Buenos Aires, los esperaban las familias. Y entonces, me bajo del tren y lo primero que digo es, "Estoy aquí en José C. Paz", y me acuerdo que pregunté a un hombre, no recuerdo si era un policía, y me dijo: "tenés que subir en ese tren y cuando llegues a un arco grande que dice 'José C. Paz', ahí te tenés que bajar". Subo nuevamente en otro tren, y salió a todo velocidad, parando en muchas estaciones. Y recuerdo que cuando está llegando a la estación de José C. Paz, había un arco, que me había dicho el señor "Cuando veas un arco que diga José C. Paz, ahí bajás". Veía que el tren seguía a toda velocidad, quién sabe a dónde me va a llevar, entonces hice la mejor idea que se me ocurrió, tirarme del tren. Y bueno, eso ha sido lo peor que me pasó porque me encuentro al otro día, me despierto, no tenía ni un diente, estaba envuelta en gasa, porque me había roto las costillas, mi bracitos, mi rodillita, estaba toda muy maltratada. Y lo peor de todo es que no tenía dientes. Pero sí tenía a mi hermano que me estaba esperando ahí. Y creo que no me importó en el momento ese de no tener dientes y estar enferma y tener dos costillas rotas, no me importó. Lo más importante era verlo a mi hermano que estaba allí. Al pasar el tiempo conocí a mi esposo, que se llama Isidro, [relación] de la cual tenemos muchos hijos del corazón. También hemos hecho algo muy importante en nuestra vida, que ha sido hacer el comedor Los Piletones, donde en ese momento, cuando vinimos de José C. Paz, la idea no era hacer un comedor, porque ya teníamos un comedor puesto, que teníamos 10 hijos... Así que no era hacer un comedor, sino trabajar para criar a nuestros hijos, para darles educación, y, bueno, teníamos que trabajar. Trabajábamos los dos, y a pesar de todo... Lo importante era poder criar a nuestros hijos, como les dije. Pero también, cuando llegamos a la villa, vimos que habían muchas necesidades. La necesidad era que había muchos chicos que salían a cirujear con sus papás, en un carrito, algunos tirando, otros con caballos, y eso no me gustaba; que los papás llevaran a los hijos a cirujear. Me acuerdo que Isidro había llegado, como siempre, con su carro y caballo, y los chicos y los vecinos corrían a ayudarle a descargar el carro, y él me dijo ese día, 7 de octubre, del año '96, me dijo: "Magui, ¿por qué no hacés mate cocido y calentás las facturas y le das de desayunar a los chicos?" Eran 15, más los diez míos. No me terminó de decir eso Isidro, que ya estaba prendiendo fuego al horno, teníamos un horno grande de barro, y ya estaba haciendo el mate cocido. Y después del mate cocido vino un gran almuerzo, que para los chicos y para nosotros, para mí sobre todo, verlos sentados... Y entre ellos estaba José Silva, que era uno de los abuelos. Y así empezamos el comedor, en el año '96, dando de comer a 15 niños y un abuelo. Hoy damos de comer a 1500 personas, no solamente se les da de comer, sino que se les da atención médica, donde recibe atención de pediatría, clínica médica, gineco, odontología; en nuestro propio centro de salud, donde nosotros lo mantenemos con donaciones de la gente. No trabaja el gobierno de la ciudad, ni de la Nación. Solamente lo mantenemos nosotros con fundaciones privadas, con la UAI que trabaja en la parte de clínica médica y pediatría, en odontología trabaja la Maimónides, trabajan en odontología y psicología. Y después tenemos un hogar de día para los abuelos, una biblioteca, sala de computación, un jardín con 110 niños que es donde uno más está todos los días, y aparte conoce a la familias conoce a los chiquitos, que necesitan tanto amor. ¿No? El año pasado hemos hecho una carpintería, siempre con la idea de generar trabajo, Yo digo que la gente tiene que aprender a trabajar, no vivir de arriba. Y hemos hecho una carpintería para darle trabajo a la gente, sobre todo para enseñarles lo que es un oficio a la juventud. Hicimos la carpintería, hicimos un taller grande de costura donde van alrededor de 15 mamás diariamente a aprender. Y el taller de costura ya hace unos años, hace ocho o nueve años que funciona. Por ahí pasaron alrededor de 500 mamás que aprendieron a manejar una máquina, a cortar, a coser, y aparte se llevan como regalo, una moldería completa de toda la ropa que pueden fabricar en su casa. Y ahora estamos trabajando mucho porque... Bueno, siempre hacemos mucho trabajo, ¿no? Pero estamos trabajando para sacar a las mujeres de la violencia familiar, para que ellas no digan, "Si me separo de mi marido, ¿qué hago?" Entonces les estamos enseñando a hacer bijouterie, enseñarles a que mantengan su mente ocupada para poder generar su propio trabajo. Para que tengan una salida laboral importante, porque yo siempre digo, sin ofender a nadie, pero siempre digo que generar trabajo y trabajar, no es pecado, todo lo contrario. Te estimula, porque hoy en día lo que menos queremos es trabajar, porque vivimos de arriba entonces no podemos generar trabajo para nadie. Entonces, por eso, día a día generamos cosas, y estamos continuamente con nuestra mente ocupada, y haciendo ocupar a las mujeres para que ellas puedan trabajar. También funciona una panadería donde hacemos el pan diariamente para consumo de la gente, no se les vende, se les da con el desayuno y almuerzo, todos los días. En el comedor trabajan 30 mujeres, que son un ejemplo de vida, porque no cobran ningún sueldo, trabajan totalmente gratis. Entran a las 6:45 de la mañana y se retiran a las 8 pm, todos los días. Que son un grupo de gente maravillosa, que nos acompañan diariamente para que el comedor funcione todos los días. No es fácil atender a 1500 personas y darles de comer todos los días, y preocuparnos de que no nos falte para el desayuno, preocuparnos de que nos falte para la cena, preocuparnos de que no nos falte para el almuerzo. Que tengan todas aquellas personas que vengan dentro del horario o fuera del horario a comer, que tengan un plato de comida caliente. Les voy a contar una anécdota, para terminar ya. Yo siempre digo que la solidaridad no se enseña. Tampoco se nace [con ella]. Pero sí se aprende. Yo he aprendido todo lo que sé, de mi madre. Me acuerdo que cuando yo era chica mi mamá dejaba todos los días un plato servido en el centro de la mesa, como un florero. Y un día, le pregunté por qué quedaba esa comida si no la podíamos comer. Yo le pregunté: "Mamá, ¿podemos comer esa comida?", y ella me dijo que no. Entonces le pregunté por qué. Y ella me dijo: "Si viene Dios a pedirte comida, qué le vas a dar?" Y yo esperaba que viniera Dios. Un día, llego corriendo y veo a un hombre que está comiendo la comida. Entonces voy corriendo y le digo "Mamá, él no es Dios". Entonces ella me dijo: "¿Lo conocés a Dios?" "No". "Entonces, él es Dios". Por eso será que toda persona que llega al comedor, todos los días, no le preguntamos de dónde viene, porque yo siempre digo que es Dios que viene a comer. Muchísimas gracias. (Aplausos)