El lugar más asombroso donde he estado
es la selva de La Mosquitia en Honduras.
He hecho trabajos arqueológicos
por todo el mundo
así que creí saber con qué
me encontraría en la selva,
pero debo decirles
que por primera vez
en mi vida, me equivoqué.
(Risas)
Primeramente, hace mucho frío:
hay 32 °C, pero el cuerpo está
empapado por la humedad.
Y la capa de árboles es tan densa
que los rayos del sol nunca llegan.
Es imposible secarse.
Enseguida me di cuenta de que
no había llevado ropa suficiente.
La primera noche, sentía que
se movían cosas bajo la hamaca.
Criaturas desconocidas que rozaban
y empujaban el fino nailon.
No dormí casi con esos ruidos.
La jungla es ruidosa y se oye todo.
Es como estar en el centro
de una ciudad bulliciosa.
Conforme pasaba la noche,
el insomnio me inquietaba cada vez más
sabiendo el día que tenía por delante.
Cuando por fin
me levanté de madrugada,
lo que juzgué como invisible
era demasiado real:
había huellas de pezuñas, patas
y rastros lineales de serpientes
por todas partes.
Lo más sorprendente
es que veíamos esos animales
durante el día
y no se asustaban de vernos.
No tenían la experiencia
de estar con gente
y no tenían razón para asustarse.
Al acercarme a la ciudad desconocida,
y razón principal por la que fui,
me di cuenta de que era el único
lugar entre todos los que exploré
donde no vi un solo resto de plástico.
Así de remoto era.
Quizás suene extraño que todavía
existan lugares así en nuestro planeta,
vírgenes de la intervención humana,
pero existen.
Todavía hay cientos de sitios
que permanecen intactos
desde hace cientos de años,
o quizá desde siempre.
Es un momento estupendo
para ser arqueólogo.
Contamos con herramientas
y tecnología necesarias
para comprender
nuestro planeta mejor que nunca.
Y aun así, se nos acaba el tiempo.
La crisis climática amenaza con destrozar
nuestro patrimonio ecológico y cultural.
Siento una urgencia en mi trabajo
que no sentía 20 años atrás.
¿Cómo podemos documentar todo
antes de que sea demasiado tarde?
Me formaron para ser
un arqueólogo convencional
y utilizar métodos
que existen desde los años 50.
Pero eso cambió en julio de 2009
en Michoacán, México.
Estaba estudiando el antiguo
Imperio purépecha, poco conocido,
pero igual de importante,
contemporáneo al azteca,
cuando dos semanas antes,
mi equipo documentó
un asentamiento desconocido.
Cartografiamos minuciosamente
los cimientos a mano,
—cientos de cimientos—.
El protocolo básico en arqueología
es encontrar los límites del asentamiento
para saber de qué se trata,
y mis estudiantes graduados
me convencieron para hacerlo.
Así que tomé un par de barritas
de cereal, agua y un 'walkie talkie',
y me fui solo, esperando encontrar
el "límite" en unos minutos.
Pasaron los minutos y luego la hora.
Finalmente alcancé
la otra parte del malpaís.
Pues bien, había cimientos de
edificaciones antiguas por todas partes.
¿Es esto una ciudad? ¡Maldición!
(Risas)
¡Sí, es una ciudad!
Resulta que eso que parecía
un asentamiento pequeño
era, en realidad,
una megalópolis urbana antigua
de 26 km cuadrados,
con tantos cimientos de construcciones
como pueda tener el Manhattan moderno.
Un asentamiento arqueológico tan grande
que me llevaría décadas
explorarlo completamente,
el resto de mi carrera,
que era exactamente como no quería
pasar el resto de mi carrera,
(Risas)
sudando, exhausto
consolando a los estresados
estudiantes graduados,
(Risas)
echando migas de sándwich de maní
con jalea a los perros vagabundos,
que por cierto, no sirve de nada,
pues a los perros mexicanos
no les gusta la mantequilla de maní.
(Risas)
Solo pensar en ello me aburría a muerte.
Volví a mi casa en Colorado
y consulté a un compañero:
"¿No crees que tiene que haber
una manera mejor de hacer esto?".
Me preguntó si sabía
de una nueva tecnología:
LiDAR, sigla de "Detección
por luz y distancia".
Lo busqué:
el lidar emite una densa red
de pulsos láser
desde un avión hacia el suelo.
El resultado es una representación
de alta resolución
de la superficie terrestre
y de todo lo que hay en ella.
No es una imagen,
sino una densa nube
tridimensional de puntos.
Teníamos suficiente dinero
para hacer este escaneo
y lo hicimos.
La compañía fue a México,
usaron el lidar
y enviaron los datos.
En los meses siguientes, aprendí
a hacer deforestación digital.
Fui quitando los árboles, la maleza
y otras formas de vegetación
para mostrar el antiguo paisaje cultural
que había por debajo.
Cuando vi las primeras imágenes,
rompí a llorar,
que me imagino les cae por sorpresa
siendo que aparento ser tan hombre.
(Risas)
En tan solo 45 minutos de vuelo,
el lidar recolectó
la misma cantidad de información
que la que habría tomado
con décadas de trabajo manual:
increíbles detalles de cada cimiento
de casas, construcciones,
caminos y pirámides,
representaciones de la vida
de miles de personas
que vivieron, amaron
y murieron en ese espacio.
Y añadiré que la calidad de los datos
no era comparable con ninguna
investigación arqueológica tradicional.
Era mucho mejor.
Supe que esta tecnología
cambiaría por completo el ámbito
de la arqueología en los años venideros.
Y así ocurrió.
Nuestro trabajo llamó la atención
de un grupo de cineastas
que buscaban una ciudad
mítica perdida en Honduras.
No tuvieron suerte,
pero, en cambio, documentaron
una cultura desconocida
enterrada bajo un manto de selva virgen,
utilizando la tecnología lidar.
Los ayudé a interpretar la información
y así es como acabé de lleno
en esa selva de La Mosquitia,
libre de plásticos y llena
de animales curiosos.
Nuestro objetivo fue verificar
que los elementos arqueológicos
identificados con nuestro lidar
estaban realmente allí, y lo confirmamos.
Once meses más tarde, volví
con un grupo de expertos arqueólogos,
patrocinado por
la "National Geographic Society"
y el gobierno de Honduras.
En un mes, excavamos más de 400 objetos
del lugar que hoy llamamos
la "Ciudad del Jaguar".
Sentimos una responsabilidad moral
y ética de proteger la zona como era,
pero en el poco tiempo que estuvimos allí,
las cosas empezaron a cambiar.
La pequeña pista de grava donde
aterrizamos el helicóptero al principio
había desaparecido.
Despejaron la maleza,
quitaron los árboles
y construyeron una zona de aterrizaje
para varios helicópteros al mismo tiempo.
Sin esa maleza y sin esos árboles,
en tan solo una temporada de lluvias,
los antiguos canales
que divisamos con nuestro lidar
fueron dañados o destruidos.
El Edén que describí pronto
se convirtió en un campamento central
con luces y una capilla al aire libre.
En otras palabras,
a pesar de nuestros mejores
esfuerzos para proteger la zona,
todo se transformó.
Nuestro escaneo inicial con el lidar
de la Ciudad del Jaguar
es el único registro de este sitio
tal y como existió unos años atrás.
Y esto, en términos generales,
es un problema para los arqueólogos.
No podemos estudiar una zona
sin modificarla de alguna manera,
y peor aún, la tierra está cambiando.
Se están destruyendo zonas arqueológicas.
La historia se pierde.
Justo este año, hemos visto con horror
cómo se quemaba la catedral de Notre Dame.
Su torre icónica colapsó y la mayor
parte del techo se derrumbó.
Milagrosamente,
el historiador Andrew Tallon
junto con sus colaboradores
escanearon la catedral
en 2010 usando el lidar.
Su objetivo en ese entonces era saber
cómo se construyó el edificio.
Ahora, ese escaneo con el lidar
es el registro de la catedral
más completo que existe
y será esencial para su reconstrucción.
No previeron la posibilidad del incendio
ni el uso que se le daría al escáner,
pero contamos con la suerte de tenerlo.
Damos por sentado que nuestro
patrimonio cultural y ecológico
va a estar ahí para siempre,
pero no es así.
Organizaciones como
SCI-Arc y Virtual Wonders
realizan una increíble tarea documentando
los monumentos históricos del mundo.
Pero no hay ninguna similar
dedicada a los paisajes terrestres.
Hemos perdido un 50 % de selva.
Se pierden más de 7 millones
de hectáreas de bosque cada año.
Y los niveles del mar harán
que ciudades, países y continentes
queden completamente irreconocibles.
A no ser que tengamos
un registro de todos estos sitios,
nadie en el futuro
sabrá que han existido.
Si la Tierra fuera el Titanic,
hemos chocado contra el iceberg,
con todos en cubierta
mientras la orquesta está tocando.
La crisis climática amenaza con destruir
nuestro patrimonio cultural y ecológico
en el término de unas décadas.
Sentarnos con los brazos cruzados
y no hacer nada no es una opción.
¿No deberíamos salvar todo
con los botes salvavidas?
(Aplausos)
Al mirar los registros que hice
de Honduras y México,
se ve claro que debemos
seguir escaneando,
registrar cuanto sea posible
mientras podamos.
De este sentimiento
surgió el "Archivo de la Tierra":
un esfuerzo científico sin precedentes
para escanear con lidar el planeta entero,
comenzado por las zonas más amenazadas.
Su propósito es triple.
El número uno:
crear un registro de referencia
de la Tierra tal y como existe hoy en día
para mitigar la crisis climática
con más eficacia.
Para la medición del cambio
se necesitan dos tipos de datos:
los del antes y los del después.
Actualmente, no contamos
con datos de alta resolución
que muestran el antes
de gran parte del planeta.
Así que no podemos medir el cambio,
y por tanto, no podemos evaluar
cuáles de nuestros esfuerzos actuales
para combatir la crisis climática
están haciendo un impacto positivo.
Número dos:
crear un planeta virtual
para que cualquier científico
pueda estudiar hoy la Tierra.
Arqueólogos como yo pueden buscar
asentamientos no documentados.
Los ecologistas pueden estudiar
el tamaño de los árboles,
la composición de bosques y su edad.
Los geólogos pueden estudiar
hidrología, fallas y alteraciones.
Las posibilidades son infinitas.
Número tres:
preservar un registro del planeta
para los nietos de nuestros nietos,
para que puedan reconstruir y estudiar en
un futuro el patrimonio cultural perdido.
Con el avance en ciencia y tecnología,
aplicarán nuevas herramientas y algoritmos
incluso IA a los lidares actuales,
y se preguntarán cosas
que hoy en día no concebimos.
Al igual que Notre Dame, no sabemos
para qué se utilizarán esos registros,
pero sabemos que serán cruciales.
El "Archivo de la Tierra" es el mejor
regalo para las generaciones venideras.
Porque, a decir verdad,
no viviré lo suficiente como
para ver su completo impacto
y tampoco lo harán Uds.
Precisamente por eso,
merece la pena hacerlo.
El "Archivo de la Tierra" es
una apuesta por el futuro de la humanidad.
Es una apuesta por la que, juntos,
colectivamente,
como individuos y científicos,
afrontaremos la crisis climática,
y una apuesta a que elegiremos
hacer lo correcto.
No es solo en nuestro favor,
sino para honrar a aquellos
que llegaron antes que nosotros
y devolver el favor
a las futuras generaciones,
responsables de llevar nuestro legado.
Gracias.
(Aplausos)