(Aplausos)
Bueno, buenas tardes.
Gracias TEDx por la invitación acá,
a este guardafaunas del Chubut,
bien al sur,
de estar escuchando y compartiendo cosas
con ustedes y con tantos genios, ¿no?,
hoy, en este día.
Hoy leí ahí en el pizarrón:
"Antes de morir quiero andar en orca".
¿Quién escribió eso?
(Risas)
Ahí levantó la mano.
¿Te animás a levantarte?
(Aplausos)
Porque si no te animás,
no te vas a animar a andar en orca.
(Aplausos)
(Risas)
Yo creo que cuando era chico,
debo haber escrito algo
de eso en mis sueños.
Y creo que se me otorgó en cierta medida.
Bueno, quiero compartir con ustedes
unas imágenes
en las que van a presentarse las orcas
un poco por sí solas,
y un poco mi trabajo que he venido
llevando a cabo durante más de 20 años.
De más de 15 años.
Y después les voy a contar un poquito
sobre esta idea que decía Hernán
de transformar este mundo
en un mundo un poco mejor también, ¿no?
(Música)
(Canto de orcas)
(Aplausos)
Gracias.
Las orcas son, sin duda,
los animales más poderosos,
más inteligentes del océano.
Tienen cerebros muy evolucionados,
estructuras sociales complejas
y una sorprendente capacidad de adaptación
a las cambiantes condiciones
del ambiente marino.
Las diferentes poblaciones de orcas
alrededor del mundo
muestran patrones de comportamiento
que responden a la dinámica
de los recursos
que se han especializado en explotar.
Y sus estrategias de alimentación
constituyen
verdaderas tradiciones culturales
que son transmitidas
de generación en generación.
En muchas regiones del mundo,
las orcas han desarrollado
métodos admirables de cacería,
que revelan un alto grado de inteligencia.
Pero son las orcas de la Patagonia Norte,
acá en nuestro país,
particularmente, las residentes
en la provincia del Chubut,
las que ostentan la estrategia
de alimentación más espectacular
y especializada de todas:
el varamiento intencional
para capturar sobre la rompiente
a crías de lobos y elefantes marinos.
Este método de cacería no viene fijado
en las orcas como instinto,
el varamiento intencional,
lo que acabamos de ver recién en el video.
No es un comportamiento que venga fijado
en las orcas al nacer,
sino que es un comportamiento adquirido
a través del aprendizaje.
Y el dominio de esta técnica requiere
una prolongada instrucción
de los animales adultos a los hijos,
a las crías.
La principal conclusión
de mis observaciones
después de más de una década,
es el hecho de que este notable
comportamiento de cacería
es realizado solamente
por ocho animales, ocho orcas.
Y de estas ocho orcas,
solamente cinco orcas, cinco hembras,
son las responsables
del paso intergeneracional
de esta habilidad, de la transmisión
de este conocimiento.
Son las responsables de transmitir
esta cultura única en el planeta.
Estamos hablando de cinco hembras
nuestras, argentinas, que desarrollan --
Son ocho animales
los que desarrollan la técnica
y cinco hembras las que lo enseñan.
O sea, en estas cinco hembras en el mundo
reposa la responsabilidad
de mantener viva
esta cultura de alimentación.
Como guardafauna y naturalista,
pero ahora lo sé, más que nada,
con inquietudes humanistas,
intenté hacer un aporte inicial
al conocimiento de estas orcas
con las que tuve el privilegio
de convivir durante más de 15 años.
Motivado por el convencimiento personal
de que los eventos naturales
pueden y deben ser transmitidos
desde una perspectiva diferente
de la visión antropocéntrica habitual,
en mi mensaje subyace
no solo la intención de contribuir
a un mayor entendimiento
sobre la ecología de la especie,
sino, más bien, el propósito de generar,
a través de las historias de vidas
de las orcas,
motivaciones que nos alienten
a reencontrar un lugar de equilibrio
en el frágil y complejo esquema general
de la vida en el planeta.
Tratando de resolver cuestiones técnicas
en el comienzo de mi investigación,
no tenía cámara, no tenía binoculares,
tenía solo papel y lápiz, y mucho tiempo,
me acerqué a las orcas en el agua.
Para mi sorpresa, las orcas del Chubut
me ofrendaron
no solo su proximidad pacífica,
sino también su amistad.
Sobrepuesto de mi asombro inicial,
establecimos desde entonces un vínculo
que transformó aquella búsqueda en otra
que fue más allá de los límites
de una investigación formal.
Para mí ya no podía tratarse solamente
de tomar datos
y analizarlos a la luz fría
del pensamiento lógico,
sino, más bien, y ante todo,
de buscar un eje de pensamiento
que enhebrara mis hallazgos cotidianos
en un sentido de mayor trascendencia.
Se puede decir que en todos estos años
las orcas se convirtieron
en algo así como mi familia del mar,
y yo, probablemente, para ellas,
en el amigo humano de la costa.
Y aunque esa forma de pensar
pueda ser considerada,
de hecho, lo ha sido,
ajena a los protocolos estrictos
de la ciencia,
yo la alimenté
con la certeza interior de que pudiera
resultar de alguna contribución mayor
para el mundo algún día, ¿no?
En más de una década,
llené varios cuadernos de notas
sobre diversos aspectos de sus vidas.
Pero más importante que eso,
compartimos amaneceres, atardeceres,
noches de luna,
jugando con algas
o chapoteando en la rompiente.
Y creo que fue, justamente,
gracias a esos momentos
que me encontré con algunas respuestas,
y con ellas una comprensión mínima, fugaz,
del lugar que las orcas y los hombres
ocupamos en el esquema formidable,
en la trama formidable de la vida.
Como el hombre,
las orcas ocupan un lugar elevado
en el esquema de los seres vivos.
A diferencia de nosotros hoy,
sus comportamientos todavía giran en torno
a las mismas verdades esenciales
sobre las que giraba la humanidad
en el pasado:
hambre, miedo, frío, calor, supervivencia.
Una mejor comprensión
de sus historias de vida
tal vez nos aproxime
a reencontrarnos con la nuestra,
y finalmente creamos acertado
comenzar a corregir el rumbo
de nuestra existencia como humanidad.
Mientras tanto, una cosa sabemos:
las orcas y los hombres somos
compañeros de viaje
en un mundo donde todo
está íntimamente relacionado.
En este sentido, tal vez el vínculo
que las orcas y yo establecimos
signifique algo más que un ejemplo curioso
de empatía entre dos especies diferentes.
Quizás se trate, ante todo, de un símbolo
que nos permita recordar
que no estamos solos ni por encima
de los otros seres vivos en el mundo,
que compartimos la misma casa,
y que no podemos, por lo tanto,
desentendernos de una verdad definitiva.
Que lo que sea que les ocurra a las orcas
o a cualquier otro ser vivo en el mundo,
nos va a ocurrir, tarde o temprano,
a nosotros.
Gracias.
(aplausos)