Esta es una fotografía de mi abuelo y yo, a mediados de los años 50, caminando por Sídney. Algunos años después, por 1959, mi abuelo murió en paz en su casa al cuidado de su médico de cabecera. El tema de esta charla es la muerte y el morir. Ya es muy tarde para irse, y las puertas están cerradas. Es sobre la muerte y el morir solo en los ancianos, que llegan al final la vida de manera natural. ¿Por qué a mi abuelo se le permitió morir pacíficamente en su casa pero con mi madre, 25 años después, la historia fue tan diferente? La explicaré luego, pero una razón fue que, en esa época, en el maletín médico no había mucho más ni menos que en los hospitales. Y esto no fue hace tanto tiempo. Los hospitales eran lugares adonde acudían los enfermos, pero también los pobres, y guardaban cama bajo atentos cuidados, y algunas veces mejoraban y otras no. Esto se ve en películas de la época. Si alguien se lastimaba en la calle, era baleado o apuñalado, los transeúntes gritaban: "¡Rápido, un médico!". Unos años después decían: "¡Rápido, una ambulancia!". Entonces, ¿qué cambió en los hospitales? Fue a principios de los años 60, con una explosión tecnológica, con maravillosas formas de visualizar cada rincón del cuerpo, complejas cirugías; se dividió el cuerpo en "ologías": neurología, cardiología, gastroenterología, etc. Los cirujanos también dividieron el cuerpo según su especialidad y se dieron a sí mismos nombres distintos. Y después surgieron los cuidados intensivos. Y 25 años luego de la muerte de mi abuelo, me gradué como médico intensivista en un hospital universitario muy grande de Londres. Y creía que podía mantener vivas a las personas para siempre. Eran los inicios de los cuidados intensivos. Pensaba que era infinito lo que podíamos hacer, y en muchos casos lo es. Con un cerebro y un hígado relativamente sanos, lo demás se mantendría funcionando. En ese entonces, tenía seis camas en la unidad de cuidados intensivos, y ahora trabajo en una unidad en donde hay 40 camas. Unos 4000 dólares australianos por paciente por día. Pero no solo ha cambiado la cantidad de camas, sino también el tipo de pacientes internados en cuidados intensivos. La mayoría tiene más de 60 años, muchos superan los 80 y los 90, y muchos se encuentran en sus últimas semanas o días de vida. ¿Cómo llegamos a esto? Pues bien, sería como una cinta transportadora. Al enfermar mi abuelo, su comunidad esperaba que se lo atendiera en su casa. En nuestra comunidad actual, cuando nos enfermamos casi siempre viene la ambulancia. Nos asustamos mucho cuando alguien se enferma gravemente. La ambulancia te lleva a la sala de emergencias más cercana, que suele ser un ambiente de alto estrés. Te reaniman, te estabilizan y te ingresan al hospital, y, ya en planta, tu salud empeora. Y ahí estoy yo, al final de la cinta transportadora, esperándote en la unidad de cuidados intensivos. Esta es una fotografía de mi madre y mis hermanos. No ocurrió igual con mi madre que con mi abuelo. En sus últimos seis meses de vida, ella ingresó 22 veces en cuidados intensivos. Nunca le dijeron qué padecía. No le dijeron que, a medida que envejecemos, nos deterioramos y nuestra salud empeora. No le dieron ninguna opción. Enfermó y, sin más, la pusieron en esta cinta transportadora, y la ingresaron al hospital. Yo era su hijo en esta situación, no un doctor, así que no interferí en ninguna decisión. Y finalmente, un doctor muy especial, nos reunió y dijo: "Su madre es muy anciana y está muriendo. Déjenla ir en paz". Fue un gran alivio para nosotros y, claro está, para mi madre. Y 48 horas después, mi madre murió en paz. ¿De qué murió? Cuando fui médico residente se nos permitía anotar "vejez", pero ya no se permite; se requiere un término médico. Por ejemplo, cuando alguien muere, su corazón se detiene, y escribimos "enfermedad cardiovascular". Al parecer, es la forma más común de morir en nuestra comunidad. Para mí, lo más difícil era que mi madre me preguntaba: "¿Ken, qué padezco? Si supieran lo que tengo, entonces podríamos hacer algo". Esto es muy difícil de explicar porque cuando envejeces, enfermas, y es difícil explicar con exactitud lo que está pasando. Y además, la medicina se basa en el diagnóstico. Es lo que estudiamos durante seis años: el diagnóstico. Un único diagnóstico. Los hospitales son sitios excelentes si padeces una sola enfermedad que se pueda tratar. Sin embargo, cuando envejecemos, la combinación de las llamadas enfermedades crónicas o comorbilidades, cualquiera sea el término médico, se suma a algo que aún no tiene número ni nombre. Me gusta llamarlo "fragilidad", porque es como lo describe el paciente. No es un conjunto de términos médicos; es fragilidad. Estoy seguro de que muchos aquí han estado en contacto con ancianos, y saben qué es ser frágil, y cómo esa fragilidad va aumentando. En particular, me gusta esta escala de fragilidad clínica porque lo muestra con imágenes. Se empieza en el número 1, cuando se está en forma, a los 60, 70 y tantos, y gradualmente nos volvemos más frágiles y vulnerables. Hasta que es muy difícil trasladarse, nos volvemos aún más vulnerables, quedamos postrados en una silla de ruedas, y al final no podemos ni salir de la cama. Pese a las especialidades, los fármacos y las maravillas de la medicina, la fragilidad causada por la vejez no tiene cura. Las charlas TED no solo exponen el problema, también muestran la solución. Por eso voy a hablar de lo que se hace en mi hospital. No se trata de tener alta tecnología, ni de informática, ni nada parecido. No es nada sofisticado. Tengo la suerte de trabajar en una organización que tiene la cultura de mirar las cosas con una perspectiva distinta: su prioridad es el paciente, descartar todo lo demás y pensar cómo podemos hacerlo mejor. Resulta que... aunque parezca increíble, para los doctores de los hospitales es muy difícil identificar cuándo alguien está al final de su vida. Suena difícil de creer. Por eso, estamos trabajando con un instrumento que ayuda a identificar a personas que tienen meses o un año de vida. Se llama "cristal". Es algo muy sencillo, se puede utilizar desde la cama del paciente. Es simplemente un conjunto de datos lógicos, como edad, índice de fragilidad, y datos similares. Ahora bien, todo lo que se hace en medicina tiene su incertidumbre. La incertidumbre y la medicina van de la mano. Por ejemplo, tomemos un paciente de 20 años con tumor cerebral terminal. Se realizan todas las pruebas y se confirma que es terminal. Lo primero que se hace, y lo primero que el paciente quiere saber es: "¿Cuánto me queda de vida?". Utilizando los datos de pacientes con el mismo tumor se puede decir: "Tal vez un año, o seis meses, o pueden ser dos años, o en casos excepcionales pueden ser tres años, pero la enfermedad es terminal y no se puede hacer mucho al respecto". Y sucede lo mismo con los ancianos. Estos datos nos permite al menos avanzar a la siguiente fase. No tienes que ser genio para saber cuál es la siguiente fase. Pero aunque parezca increíble, es incómodo para los doctores hablar a los ancianos de la muerte. No estoy seguro del porqué. Después de identificar a estos pacientes, se prosigue con una conversación sincera y empática. Lo siguiente también es muy lógico, pero tampoco sucede, increíblemente: facilitarles distintas opciones a los pacientes y a sus cuidadores. Así somos sinceros para decirles en qué situación están, cuánto tiempo les queda de vida y cómo les gustaría vivirla. Quizá deseen ser tratados en el hospital, elijan el tratamiento más agresivo, pero al menos así la decisión se toma con datos certeros. Sin embargo, muchas personas prefieren no pasar por un hospital una vez que saben que no les queda mucho de vida. En realidad, un 70 % de los pacientes en Australia, EE. UU. y Reino Unido dicen que prefieren morir en su casa. Por el contrario, cerca del 70 % de Uds. morirá en cuidados intensivos, en el hospital. Esta discrepancia reafirma que no hablamos del tema con los pacientes como deberíamos. Las solución a largo plazo no es el hospital, sino el involucrar al médico de cabecera, hacer el testamento vital. Debemos pensar en esto mientras aún podemos... hablarlo con los familiares y dejarlo por escrito. También necesitamos agilizar recursos y asistir a quien decide morir en casa para asignar cuidadores y relevos. No quiero causar controversia, pero no creo que los últimos meses o el último año de vida de un anciano represente un reto médico. Quizás si sienten dolor o se sienten incómodos, sí lo sea. Pero lo principal es el apoyo comunitario, ayudar a los cuidadores, asegurarse de que la casa esté limpia, de que tengan comida, de que sean higienizados, y ese tipo de cosas. No es solo un problema médico o de salud. A los ancianos se les ha arrebatado el morir. Los pacientes se dividen en órganos independientes, y con sintonía fina tratamos de mejorar estos órganos. Muy similar a los partos de los años 50 y 60, que también fueron arrebatados. Llegaban las mujeres al parto, se las amarraba, de piernas abiertas, salía el bebé, y de ahí, a los cuneros. No se permitía que los padres estén con sus esposas, y mucho menos sostener al bebé. Así se realizaban los partos en los años 50 y 60. Es similar a lo que sucede con los ancianos ahora. Es por esto que muchos de Uds. morirán rodeados de alta tecnología, cuidados por gente bien intencionada con gran experiencia en su especialidad. Además... casi a diario nos enteramos de emocionantes milagros de la medicina. Solo trasciende lo que la medicina moderna pueden hacer, pero no tanto lo que no puede hacer. Es necesario ser más sinceros con nuestra comunidad sobre las limitaciones de la medicina moderna. Cuando doy rondas de guardia con mis colegas, casi nunca pasa un día sin que uno de nosotros diga: "¡Por favor, no dejes que me ocurra eso a mí!". Es una de las decisiones más importantes de tu vida. Necesitas tomar el control del final de tu vida. Muchas gracias.