Cómo la vigilancia facial amenaza tu privacidad y libertad

La privacidad no ha muerto, pero la vigilancia facial podría matarla, dice la defensora de los derechos humanos Kade Crockford. En una charla reveladora, Kade describe las alarmantes razones por las que esta invasiva tecnología (impulsada por bases de datos de reconocimiento facial a menudo defectuosas que siguen a la gente sin su conocimiento) supone una amenaza sin precedentes a tus derechos fundamentales. Aprende qué puede hacerse para prohibir su uso al gobierno antes de que sea demasiado tarde.

¿Cuántos de Uds. han oído decir

que la privacidad ha muerto?

Levanten la mano.

¿Cuántos han escuchado a alguien decir

que no les importa su privacidad
porque no tienen nada que esconder?

Venga.

(Risas)

Ahora, ¿cuántos utilizan
algún tipo de software de cifrado?

Levanten la mano.

¿O alguna contraseña
para proteger una cuenta?

¿O cortinas o persianas
en las ventanas de su casa?

(Risas)

Somos todos, creo.

(Risas)

¿Y por qué hacen esas cosas?

Yo creo que es

porque les importa su propia privacidad.

La idea de que la privacidad ha muerto
es un mito.

La idea de que a la gente
no le importa su privacidad

porque "no tienen nada que esconder"

o porque no han hecho nada malo

también es un mito.

Imagino que a ninguno les gustaría
compartir públicamente en internet,

para que el mundo lo viera,

todo su historial médico.

O el historial de búsqueda
de su móvil o su computadora

Y puedo apostar

que si el gobierno quisiera poneros
un chip en el cerebro

para transmitir cada uno de
sus pensamientos a una computadora

Uds. dirían que no.

(Risas)

Eso es porque les importa su privacidad,

como a cualquier ser humano.

Nuestro mundo ha cambiado muy rápido.

Y hoy en día, comprensiblemente,
hay mucha confusión

sobre qué es la privacidad
y por qué es importante.

La privacidad no es secretismo.

Es control.

Comparto información con mi médico
sobre mi cuerpo y mi salud,

esperando que no le falte tiempo

y comparta esa información con mis padres,

mi jefe o mis hijos.

Esa información es privada, no secreta.

Yo controlo
cómo se comparte esa información.

Probablemente hayan oído decir
que hay una tensión fundamental

entre, por un lado, la privacidad,

y, por otro, la seguridad.

Pero las tecnologías
que mejoran nuestra privacidad

también mejoran nuestra seguridad.

Piensen en las vallas, cerraduras,

cortinas para nuestras ventanas,
contraseñas,

software de cifrado.

Todas estas tecnologías

protegen simultáneamente
nuestra privacidad y nuestra seguridad.

La red policial de vigilancia,
por otro lado, no protege ninguna.

En los últimos años,

el gobierno federal encargó
a un grupo de expertos,

la Junta de Vigilancia de Derechos
Civiles y Privados,

que examinara los programas de vigilancia
del gobierno tras el 11-S,

programas de la red policial
de vigilancia.

Esos expertos no pudieron
encontrar un solo ejemplo

de esa red policial de vigilancia
que mejorase la seguridad...

No identificaron o evitaron
ni un ataque terrorista.

Pero ¿saben para qué fue útil
esa información?

Para que los empleados de la NSA
espiaran por intereses románticos.

(Risas)

(Público: Ohhhh).

Otro ejemplo más cercano:

millones de personas
en EE. UU. y en el mundo

están adoptando
dispositivos de hogar inteligente

como cámaras de vigilancia
conectadas a internet.

Pero sabemos que toda la tecnología
que se conecta a internet

puede ser hackeada.

Así que si un hacker

accede a tu cámara de vigilancia de casa,

puede verte a ti y a tu familia
yendo y viniendo,

y encontrar el momento perfecto
para atacar.

¿Saben qué no se puede hackear
de forma remota?

Las cortinas.

(Risas)

Las vallas

Las cerraduras.

(Risas).

La privacidad no es el enemigo
de la seguridad.

Es su aval.

Aun así, nos enfrentamos diariamente
a propaganda agresiva que nos dice

que tenemos que ceder algo de privacidad
a cambio de seguridad

mediante programas de vigilancia.

La vigilancia facial es la más peligrosa
de estas tecnologías.

Hoy en día hay principalmente dos maneras
en que los gobiernos la utilizan.

Una es el reconocimiento facial.

Sirve para identificar a alguien
en una imagen.

La segunda es la vigilancia facial,

que se puede utilizar en un concierto

con redes de cámaras de vigilancia
y bases de datos

para crear registros de todos
los movimientos de la gente en público,

sus hábitos y asociaciones,

creando de manera efectiva
un panóptico digital.

Esto es un panóptico.

Es una cárcel diseñada
para que pueda haber guardias en el centro

y monitorizar todo lo que ocurre
en las celdas del perímetro.

Las personas que están en esas celdas
no pueden ver dentro de la torre,

pero los guardias pueden ver
cada centímetro de sus celdas.

La idea aquí

es que si las personas
dentro de esas celdas

saben que están vigiladas
constantemente,

o podrían estarlo,

se comportarán de acuerdo a eso.

De un modo similar, la vigilancia facial
permite que una autoridad centralizada,

en este caso, el Estado,

pueda monitorizar la totalidad
de los movimientos humanos y conexiones

en el espacio público.

Y así es como se ve

en la vida real.

En este caso,
no es un guardia en una torre,

sino un policía analista
en un centro de espionaje.

La prisión va más allá de las paredes,

envolviendo a todo el mundo,

en todas partes, todo el tiempo.

En una sociedad libre,

esto debería darnos miedo.

Durante décadas
hemos visto series policíacas

que impulsan una narrativa que dice

que tecnologías como la vigilancia facial
sirven al bien común al final.

Pero la vida real no es
una serie de policías.

El malo no siempre cometió el crimen,

la policía definitivamente
no son siempre los buenos,

y la tecnología no siempre funciona.

Veamos el caso de Steve Talley,

un analista financiero de Colorado.

En 2015 fue arrestado
y acusado de haber robado un banco

basándose en un error
de un sistema de reconocimiento facial.

Talley peleó el caso

y con el tiempo fue absuelto
de los cargos,

pero mientras el estado le perseguía,

perdió su casa, su trabajo y a sus hijos.

El caso de Talley es un ejemplo

de lo que puede pasar
cuando la tecnología falla.

Pero la vigilancia facial es igual
de peligrosa cuando funciona como debe.

Imaginen lo trivial que sería

que el gobierno
instalara una cámara de vigilancia

a la salida de un edificio donde organizan
encuentros de Alcohólicos Anónimos.

Podrían conectar una cámara

a un algoritmo de vigilancia facial
y a una base de datos,

darle a un botón y esperar a recibir

un registro de cada persona
que es tratada por alcoholismo.

Sería igual de fácil
para una agencia del gobierno

usar esta tecnología
para identificar automáticamente

a todo el que asistiera
a la manifestación de las mujeres

o a las protestas del Black Lives Matter.

Incluso la industria de la tecnología
es consciente de la gravedad del problema.

El presidente de Microsoft, Brad Smith,
ha pedido al Congreso que intervenga.

Google, por su parte,

se ha negado públicamente
a lanzar un producto de vigilancia facial,

en parte por los derechos humanos
y los derechos civiles.

Y eso es bueno.

Porque, en última instancia,

proteger nuestra sociedad abierta
es mucho más importante

que el beneficio de las corporaciones.

La campaña nacional de la ACLU

para que el gobierno cese

en la adopción de esta tecnología
tan peligrosa

ha propiciado preguntas razonables
de personas reflexivas.

¿Qué convierte a esta tecnología
en particular en algo tan peligroso?

¿Por qué no podemos simplemente regularla?

Resumiendo: ¿por qué tanta alarma?

La vigilancia facial es particularmente
peligrosa por dos razones relacionadas:

una es la naturaleza
de la tecnología misma.

Y la segunda es que nuestro sistema

fundamentalmente carece de los mecanismos
de supervisión y responsabilidad

que serían necesarios

para asegurar que no se abusaría de ello
en manos del gobierno.

Primero, la vigilancia facial permite
una forma de vigilancia totalizada

nunca antes posible.

Cada visita de alguien a casa de un amigo,

a una oficina gubernamental,

a un templo,

a planificación familiar,

a una tienda de cannabis,

a un club de strippers;

cada movimiento, hábito y asociación
de una persona,

documentado y catalogado,

y no solo uno, sino todos los días,

solo con darle a un botón.

Este tipo de totalización
de la vigilancia masiva

fundamentalmente amenaza lo que
significa vivir en una sociedad libre.

Nuestra libertad
de expresión, de asociación,

la libertad religiosa,

la libertad de prensa,

nuestra privacidad,

nuestro derecho a que nos dejen solos.

Quizá estén pensado

"Vale, pero hay muchas maneras
de que el gobierno nos espíe".

Y sí, es verdad.

El gobierno puede seguir
nuestros teléfonos,

pero si quiero abortar,

o ir a un mitin,

o incluso decir que estoy enferma
y faltar al trabajo para ir a la playa...

(Risas)

Puedo dejarme el móvil en casa.

Pero no puedo dejarme la cara en casa.

Y eso me lleva a mi segunda
preocupación más importante:

cómo podríamos regular
esta tecnología significativamente.

Hoy, si el gobierno quiere saber
dónde estuve la semana pasada,

no pueden simplemente viajar
en el tiempo y seguirme.

Y la policía local ahora mismo

no mantiene ningún sistema
de seguimiento centralizado

donde cataloguen los movimientos públicos
de la gente constantemente,

por si acaso algún día
esa información es útil.

Hoy, si el gobierno quiere saber
dónde estuve la semana pasada,

o el mes pasado, o el año pasado,

tiene que ir a un juez,
conseguir una orden,

y presentar esa orden
a mi compañía de teléfonos

que, por cierto, tiene interés económico
en proteger mi privacidad.

Con la vigilancia facial,

esas limitaciones no existen.

Esta tecnología está 100 % controlada
por el propio gobierno.

Así que, ¿cómo podría funcionar
una orden judicial en este contexto?

¿Va a ir el gobierno a un juez

a por una orden judicial

y luego presentársela ante sí mismos?

Eso sería como si yo les diera mi diario

y les dijera "toma, quédatelo
para siempre,

pero no lo puedes leer
hasta que yo lo diga".

¿Qué podemos hacer?

La única respuesta a la amenaza

que supone que el gobierno utilice
reconocimiento facial

es negarle al gobierno la capacidad
de violar la confianza de lo público,

negarle al gobierno la capacidad

de construir estas redes internas
de reconocimiento facial.

Y eso es exactamente
lo que estamos haciendo.

La ACLU es parte de una campaña nacional

para evitar que el gobierno haga uso
de esta tecnología tan peligrosa.

Ya hemos tenido éxito,

desde San Francisco a Somerville,
Massachussets,

hemos aprobado prohibiciones municipales

en el uso del gobierno
de estas tecnologías.

Y muchas otras comunidades,
aquí, en Massachussets,

y por todo el país,

debaten medidas similares.

Hay quien me ha dicho que
este movimiento está condenado al fracaso.

Que, en última instancia,

simplemente porque la tecnología existe,

será implementada en todos los contextos

por cada gobierno en todas partes.

La privacidad ha muerto, ¿no?

Continúa la narrativa.

Bien, yo me niego a aceptar esa narrativa.

Y Uds. también deberían negarse.

No podemos permitir a Jeff Bezos o el FBI

que determinen los límites
de nuestras libertades en el siglo XXI.

Si vivimos en una democracia,

estamos en el asiento del conductor,

dando forma a nuestro futuro colectivo.

Estamos en una bifurcación ahora mismo.

Podemos continuar
con lo que estábamos haciendo,

permitiendo a los gobiernos adoptar e
implementar estas tecnologías

no verificadas en nuestras
comunidades, calles, y escuelas,

o podemos ir a la acción ahora y hacer

que el gobierno detenga su actividad
en el uso de la vigilancia facial,

podemos proteger nuestra privacidad

y construir un futuro más seguro y libre

para todos nosotros.

Gracias.

(Aplausos y vítores).