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タイトル:
Lo que fiscales y reclusos pueden aprender los unos de los otros
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概説:
Unas semanas antes de ser liberado de la prisión, Jarrell Daniels asistió a una clase donde reclusos aprendieron junto a fiscales. Sentándose juntos y hablando, descubrieron verdades sorprendentes sobre el sistema de justicia penal e ideas de cómo tienen lugar verdaderos cambios. Como académico y activista, Daniels reflexiona sobre cómo la educación colaborativa podría transformar el sistema judicial y acceder a soluciones a problemas sociales.
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話者:
Jarrell Daniels
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Cuando me miro al espejo hoy,
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veo un académico de justicia y educación
en la Universidad de Columbia,
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un mentor de jóvenes, un activista
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y un futuro senador de Nueva York.
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y un hombre que pasó
un cuarto de su vida en la prisión...
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seis años, para ser exactos,
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comencé como adolescente
en el Correccional de Rikers Island
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por un acto que casi
le costó la vida a un hombre.
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Pero lo que me llevó
a donde me encuentro hoy
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no fue el castigo que enfrenté como
adolescente en una prisión para adultos,
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ni la dureza de nuestro sistema judicial,
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sino el entorno de
aprendizaje de una clase,
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lo que me inició en algo que
no consideraba posible para mí
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o para el sistema judicial en su conjunto.
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Unas semanas antes de ser puesto
en libertad condicional,
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un terapeuta me animó a inscribirme
en un nuevo curso universitario
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que se ofrecía en la prisión.
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Se llamaba "Sobre la justicia criminal"
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Eso parece bastante sencillo, ¿no?
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Bueno, pues resulta que,
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la clase constaba de ocho reclusos
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y de ocho ayudantes de fiscal de distrito.
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La profesora de Psicología de la
Universidad de Columbia, Geraldine Downey,
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y el ayudante del fiscal del
Distrito de Manhattan, Lucy Lang,
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impartieron el curso,
el primero de este tipo.
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Puedo decir sinceramente
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que no era como me imaginaba
el comienzo de la universidad.
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Me sorprendió desde el primer día.
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Supuse que todos los fiscales
serían blancos.
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Recuerdo que cuando entré en la sala
el primer día de clase
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vi a tres fiscales negros
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y pensé:
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"Guau, ser fiscal negro...
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¡es posible!"
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Al final de la primera sesión,
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estaba convencido.
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De hecho, unas semanas
después de ser liberado,
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me encontré haciendo algo
que esperaba no hacer.
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Regresé a la prisión.
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Pero por suerte, esta vez
solo era estudiante,
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para unirme a mis compañeros.
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Y esta vez,
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podía volver a casa cuando
terminó la clase.
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En la siguiente sesión, hablamos
de lo que nos había llevado
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a este momento en nuestras vidas
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y a la clase juntos.
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Al final me sentí
lo suficientemente cómodo
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para revelar mi verdad a todos en la sala
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sobre de dónde venía yo.
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Hablé de cómo mis hermanas y yo
vimos a nuestra madre sufrir abusos
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por muchos años,
a manos de nuestro padrastro,
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cuando escapamos, nos encontramos
viviendo en un refugio.
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Hablé de cómo hice
un juramento a mi familia
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para protegerlos.
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Incluso expliqué que a los 13 años
no me sentí como un joven,
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sino más bien como
un soldado en una misión.
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Y como cualquier soldado,
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esto significó llevar una carga emocional,
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y odio decirlo,
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pero un arma en la cintura.
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Pocos días tras cumplir 17 años,
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fracasó esa misión.
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Mientras mi hermana y yo
caminábamos a la lavandería,
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una multitud se detuvo ante nosotros.
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Dos chicas aparecieron de la nada
y asaltaron a mi hermana.
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Aún confundido por lo que pasaba,
intenté arrastrar a una chica,
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y al hacerlo, sentí algo en el rostro.
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A causa de mi subida de adrenalina,
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no supe que un hombre
había salido de la multitud para cortarme.
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Mientras sentía sangre caliente
en el rostro,
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y al verlo alzar su cuchillo hacia mí,
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me di vuelta para defenderme,
saqué el arma
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y apreté el gatillo.
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Por suerte, él no perdió la vida ese día.
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Con manos temblorosas y corazón
acelerado, estaba paralizado por el miedo.
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Desde ese momento,
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sentí arrepentimiento que
nunca me ha abandonado.
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Aprendí luego que asaltaron a mi hermana
en un caso de identidad equivocada,
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pensaron que ella era otra persona.
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Fue aterrador,
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pero quedó claro que
yo no estaba capacitado, ni calificado,
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para ser el soldado que yo quería ser.
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Pero en mi barrio,
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solo me sentía seguro con un arma.
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En la clase,
después de haber escuchado mi historia,
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los fiscales pudieron ver que
nunca quise hacer daño a nadie.
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Solo quería llegar a casa.
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Pude ver el cambio gradual de sus rostros
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mientras escuchaban historia tras historia
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de los otros reclusos en la sala.
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Historias que nos han atrapado
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dentro del círculo vicioso
del encarcelamiento,
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de que muchos reclusos
no han podido escapar.
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Y por supuesto, hay personas
que cometen crímenes terribles,
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pero las historias de las vidas
de estos individuos,
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antes de cometer esos actos,
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eran el tipo de historias que
estos fiscales nunca habían escuchado.
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Y cuando llegó el turno de palabra
para los fiscales,
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me sorprendió también.
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No eran drones ni robots sin emociones,
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preprogramados para enviar
a la gente a la prisión.
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Eran hijos e hijas,
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hermanos y hermanas.
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Pero sobre todo, eran buenos estudiantes.
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Eran ambiciosos y motivados.
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Y creían que podrían usar el poder
de la ley para proteger a la gente.
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Tenían una misión que
definitivamente pude entender.
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A mitad del curso,
Nick, un recluso estudiantil,
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expresó su preocupación
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de que los fiscales andaran de puntillas
con el prejuicio racial y discriminación
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en nuestro sistema de justicia penal.
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Si Uds. han estado alguna vez
en la prisión,
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sabrán que es imposible
hablar de la reforma judicial
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sin hablar de la raza.
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Aclamamos silenciosamente a Nick
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y estábamos ansiosos
por escuchar la respuesta del fiscal.
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Y no, no recuerdo quién habló primero,
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pero cuando Chauncey Parker,
un fiscal superior, coincidió con Nick
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y dijo que estaba comprometido a acabar
con el encarcelamiento en masa
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de personas de color,
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yo le creí.
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Yo supe que avanzábamos
en la dirección correcta.
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Empezamos a trabajar en equipo.
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Empezamos a explorar nuevas posibilidades
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y a descubrir verdades
sobre nuestro sistema judicial
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y cómo los verdaderos cambios
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pueden afectarnos.
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Para mí, no fueron
los programas obligatorios en la prisión,
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sino el escuchar los consejos
de mayores,
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hombres sentenciados a cadena perpetua.
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Estos hombres me ayudaron
a volver a formular mi mentalidad
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acerca de la madurez.
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Y me inculcaron
todas sus aspiraciones y metas
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con la esperanza de que
yo nunca regresara a la prisión,
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y de que actuara
como sus embajadores en el mundo libre.
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Mientras hablaba, estaba muy visible
la comprensión de un fiscal,
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que dijo algo que me pareció obvio,
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que yo me había transformado
a pesar de mi encarcelamiento
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y no por el encarcelamiento en sí.
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Estaba claro que estos fiscales
habían pensado poco en
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lo que nos pasa tras ganar un juicio.
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Pero por el sencillo proceso
de sentarse en una clase,
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estos abogados comenzaron a ver
que mantenernos encarcelados,
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no beneficiaba a la comunidad
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ni a nosotros.
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Hacia el final del curso,
los fiscales estaban entusiasmados,
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cuando hablamos de nuestros planes
para la vida tras ser liberados.
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Pero no se habían dado cuenta
de lo difícil que iba a ser.
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Aún puedo ver el rostro sorprendido
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de uno de los ayudantes de fiscal
de distrito cuando se le ocurrió algo:
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la identificación temporal
que se nos da con nuestra libertad
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mostraba que acabamos
de ser liberado de la prisión.
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Ella no había considerado cuántos
obstáculos nos crearía esto,
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al reintegrarnos en la sociedad.
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Pero pude ver también su empatía genuina
por la decisión que tuvimos que tomar
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entre volver a casa
con una cama y un refugio
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o un sofá en un apartamento
abarrotado de un pariente.
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Lo que aprendimos en la clase
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abrió camino hasta llegar a
recomendaciones políticas concretas.
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Presentamos nuestras propuestas
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al comisario del
Departamento de Correcciones
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y al fiscal del distrito de Manhattan,
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durante nuestra graduación
en un auditorio de Columbia repleto.
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Como equipo,
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no podía haberme imaginado
una manera más memorable
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de concluir nuestras ocho semanas juntos.
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Y solo 10 meses tras salir de la prisión,
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volví a encontrarme en una sala extraña,
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invitado por el comisario de la policía
de Nueva York a compartir mi perspectiva
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durante una cumbre policial.
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Y mientras hablaba,
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reconocí un rostro familiar en el público.
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Era el abogado que enjuició mi caso.
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Cuando lo vi,
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pensé en todo el tiempo
que pasamos en el tribunal
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siete años antes,
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cuando lo escuché pedir
una larga sentencia de prisión,
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como si mi vida fuera insignificante
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y no tuviera ningún potencial.
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Pero esta vez,
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eran diferentes las circunstancias.
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Me libré de mis pensamientos
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y me fui a darle la mano.
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Se veía feliz de verme.
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Sorprendido, pero feliz.
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Reconoció cuán orgulloso estaba
de estar en esa sala conmigo,
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y empezamos a hablar de trabajar juntos
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para mejorar las condiciones
de nuestra comunidad.
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llevo todas estas experiencias conmigo,
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mientras desarrollo el Consejo Joven
de embajadores por la justicia
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en la Universidad de Columbia
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reuniendo a jóvenes neoyorquinos,
algunos ya han estado entre rejas
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y otros que están todavía matriculados
en la escuela secundaria
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con funcionarios municipales.
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Y en esta clase,
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todos aportan ideas
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de cómo mejorar las vidas
de los jóvenes más vulnerables
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antes de ser juzgados
en el sistema de justicia penal.
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Esto es posible si realizamos el trabajo.
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Nuestra sociedad y sistema judicial
nos han convencido
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de que podemos encerrar
nuestros problemas
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y castigar a fin de escapar
de desafíos sociales.
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Pero eso no es real.
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Imagínense Uds. por un momento
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un futuro donde nadie puede hacerse
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fiscal,
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juez,
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agente de policía
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o incluso supervisor
de libertad condicional
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sin sentarse antes en una clase
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para saber de las personas
cuyas vidas estarán en sus manos
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y relacionarse con ellas.
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Hago mi parte para promover
el poder de conversaciones
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y la necesidad de colaboraciones.
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Es a través de la educación
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de que llegaremos a una verdad
que es incluyente y que nos une a todos
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en la búsqueda de la justicia.
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Para mí fue una nueva conversación
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y un nuevo tipo de clase
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que me mostró cómo mi mentalidad
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y nuestro sistema de justicia penal
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se podrían transformar.
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Dicen que la verdad nos hará libres.
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Pero yo creo
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que es la educación
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y la comunicación.
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