La representación es importante. Las representaciones auténticas de las mujeres importan. Pienso que las representaciones públicas de las mujeres suelen incluirse en el lenguaje de lo extraordinario. La primera mujer de EE. UU. en convertirse en millonaria por mérito propio: Madam C. J. Walker... Los vestidos de las primeras damas de los Estados Unidos... Shirley Chisholm, la primera mujer en postularse a la presidencia de EE. UU. por el partido demócrata... (Aplausos) Como curadora de museo, entiendo por qué estas historias son tan seductoras. Las mujeres excepcionales son inspiradoras y tienen aspiraciones. Pero esas historias limitan. Por definición, ser extraordinario no es representativo. Es atípico. Esas historias no crean una base amplia que incorpore la historia de las mujeres, y no reflejan nuestra realidad diaria. Si podemos aplicar colectivamente esa idea básica de que las mujeres son personas, se hace más fácil mostrar a las mujeres como personas: familiares, diversas, presentes. En nuestra vida cotidiana a lo largo de la historia, las mujeres existen de manera real: no como algo para interpretar, si no como un hecho. Y más allá de una representación más precisa de la vida humana, incluir a las mujeres abarca las experiencias cotidianas de las casi 3800 millones de personas que se identifican como mujeres en este planeta. En esta conocida escena de museo, de la película "Pantera Negra", un curador de raza blanca da una explicación equivocada al personaje de Michael B. Jordan, que vemos en la imagen, sobre un objeto de su propia cultura. Esta escena ficticia causó debates reales dentro del museo sobre quién da forma a las narrativas y qué sesgo tienen. Los museos están clasificados como una de las fuentes más confiables de información de los Estados Unidos, y con cientos de millones de visitantes de todo el mundo, debemos contar historias precisas, pero no lo hacemos. Dentro de los propios museos hay un movimiento para ayudar a combatir este sesgo: el reconocer simplemente que los museos no son neutrales. Los museos son didácticos. A través de la exposición de arte y objetos, podemos incitar a la creatividad y fomentar la inclusión, pero somos culpables de la tergiversación histórica. Nuestras historias, centradas en hombres, han dejado ocultas nuestras historias. Y hay verdades duras sobre la mujer, especialmente una mujer de color en este sector, que nos impide exponer ejemplos inclusivos de la vida de las mujeres. El liderazgo del museo es predominantemente blanco y masculino, a pesar de que las mujeres conforman cerca del 60 % del personal del museo. Los canales al liderazgo para las mujeres son desoladores... y más para las mujeres de color. Y la presencia de las mujeres no garantiza en sí misma mayor representación pública de la mujer. No todas las mujeres apoyan la igualdad de género. En palabras de la feminista teórica bell hooks, "El patriarcado no tiene género". Las mujeres pueden apoyar el patriarcado así como los hombres puede apoyar la lucha por la igualdad de género. Y a menudo minimizamos la importancia de la interseccionalidad. Marian Anderson fue una de las voces más reconocidas del siglo XX, y el Smithsoniano sumó a su colección el atuendo que usó en 1939. Cuando las hijas blancas de la Revolución norteamericana le prohibieron cantar en el Salón de la Constitución por ser negra, hizo una histórica actuación en el Monumento a Lincoln, ante una multitud de más de 75 000 personas. Y en muchas bibliotecas, incluyendo museos, aún pueden encontrar la innovadora antología de 1982, titulada "Todas las mujeres son blancas, todos los negros son hombres, pero algunos somos valientes". Los reclamos por mayor representación femenina no incluyen automáticamente afrolatinas como yo, ni mujeres inmigrantes, ni mujeres asiáticas, ni mujeres nativas, ni mujeres trans, ni mujeres indocumentadas, ni mujeres de más de 65 años, ni niñas... Y la lista puede continuar. Entonces ¿qué hacemos? Algunas iniciativas han ayudado a incorporar perspectivas que siempre deberían haber sido incluidas. Llegué al Smithsoniano a través de una iniciativa de conservación latina cuya contratación de curadores latinos, principalmente mujeres, por cierto, ha elevado el perfil de las narrativas latinas en toda nuestra institución. Y eso sirvió como modelo para la iniciativa del Smithsoniano de la historia de la mujer estadounidense, que busca difundir las diversas representaciones de las mujeres en todos los modos posibles, para mostrar a esa mujer, no solo en las imágenes de nuestra realidad contemporánea, sino también en nuestras representaciones históricas, porque siempre hemos estado aquí. Sin embargo, aún ahora, en 2018, puede ocurrir que en espacios profesionales yo sea la única... la única menor de 40 años, la única persona negra, la única mujer negra, la única latina, a veces, la única mujer. Mi madre es afroestadounidense y mi padre es afropanameño. Yo soy, orgullosa e inextricablemente, ambas cosas. Como afrolatina, soy una de millones. Como curadora de museos afrolatina, soy una de muy pocas. E integrarme de manera total al campo profesional puede parecer un acto de valentía, y admitiré que no siempre estuve preparada para ese reto, ya sea por miedo al rechazo o por instinto de conservación. En las reuniones, solo hablaba cuando tenía un comentario ya desarrollado para compartir. Nada de pensar en voz alta o de improvisar con colegas. Por mucho tiempo, me negué la alegría de usar pendientes de aro en el trabajo ni un collar con mi nombre, pensando que eran muy llamativos, poco intelectuales o poco profesionales. (Risas) Me preguntaba como reaccionarían las personas a mi cabello natural, o si me verían más aceptable o menos auténtica cuando lo alisaba. Y los que se han sentido fuera de las representaciones establecidas entienden que hay elementos básicos de nuestro ser cotidiano que pueden incomodar a otras personas. Pero porque siento pasión por la representación cotidiana de las mujeres, tal como somos, dejé de presentar una representación no auténtica de mí misma en el trabajo. Y he sido probada. Esta soy yo con mis pendientes de aro en la oficina... (Risas) El mes pasado me invitaron a la apertura de un evento en el Mes de la Herencia Hispana. La semana de la presentación, la organización expresó su preocupación. Tildaron mis diapositivas de "activistas", y en forma negativa. (Risas) (Aplausos) Dos días antes de la presentación, pidieron que no mostrara un vídeo de dos minutos que elogiaba el cabello natural, porque "podría crear una barrera en el proceso de aprendizaje para algunos de los participantes". (Risas) El poema, "Cabello", fue escrito y presentado por Elizabeth Acevedo, ganadora dominicano-estadounidense del Premio Nacional de Literatura 2018, y apareció en una exposición galardonada del Smithsoniano que yo organicé. Cancelé la charla, y les expliqué que me incomodaba la censura a la que me sometieron a mí y a mi trabajo. (Aplausos y vítores) Las políticas de respetabilidad y la feminidad idealizada influye en cómo presentamos a las mujeres y qué mujer escogemos para presentar. Y esa exposición se ha distorsionado y se la ha equiparado a lo exitoso, lo extraordinario, lo acreditado y lo deseable, lo cual mantiene la exclusión sistemática y la marginación de lo cotidiano, lo regular, lo subrepresentado y usualmente, lo no blanco. Como curadora del museo, tengo el poder para cambiar esa narrativa. Investigo, recojo e interpreto objetos e imágenes con significado. Celia Cruz, la reina de la salsa... (Risas) sí... tiene signficado. Y es una afrolatina. El Smithsoniano ha incorporado a su colección su ropa, sus zapatos, su retrato, su sello postal y este cuadro... del artista Tony Peralta. Cuando reuní y presenté este trabajo, fue una victoria para las contradicciones simbólicas. El orgullo de presentar a una latina de piel negra, una mujer negra, con esos grandes rulos que alisan el cabello, quizá un guiño al estándar de la belleza blanca. Una mujer refinada, glamorosa, con enormes joyas de oro. Cuando estuvo expuesta, fue un pieza muy compartida en Instagram, y los visitantes me dijeron que se conectaron de ese modo con los elementos cotidianos de su piel morena, de sus rulos o de sus joyas. Nuestras colecciones incluyen a Celia Cruz, un retrato inusual de Harriet Tubman de joven, ropa icónica de la incomparable Oprah Winfrey. Pero los museos pueden cambiar la manera en que cientos de millones de personas ven a las mujeres y cuáles son esas mujeres. Así que, en lugar de mostrar siempre al primero o al famoso, es también nuestra responsabilidad mostrar un sábado normal en el salón de belleza, el arte de pendientes de aldabas, (Risas) hermandad de mujeres a la moda, (Risas) y el orgullo cultural de todas las edades. Historias cotidianas de mujeres, historias que han sido omitidas adrede de las historias nacionales y mundiales. Y, a menudo, en los museos, se ven mujeres representadas por ropas, o retratos, o fotografias... pero las historias extraordinarias de las mujeres cotidianas pueden también ser como este asiento de canoa de Esmeraldas. Esmeraldas, en Ecuador, fue una comunidad de cimarrones. Su densa selva tropical protegía a los indígenas y las poblaciones africanas de los colonizadores españoles. Ahora hay caminos, pero algunas partes del interior aún solo son accesibles en canoa. Débora Nazareno viajaba frecuentemente por esos canales ecuatorianos en canoa, y ella tenía su propio asiento de canoa. Lo personalizó con una telararaña y una araña, que representa a Anansi, un personaje del folclore africano occidental. Débora también lo usaba para sentarse en su casa y contarle historias a su nieto, Juan. Y este intangible ritual de amor en forma de narración intergeneracional es común en las comunidades en toda la diáspora africana. Y este acto cotidiano provocó en Juan el deseo de recoger y preservar alrededor de 50 000 documentos relacionados a la cultura indoafricana. In 2005, Juan García Salazar, el nieto Débora, y ahora un renombrado erudito afroecuatoriano a nivel mundial viajó a Washington, D.C. Se encontró con Lonnie Bunch, el director del museo donde trabajo, y hacia el final de la conversación, Juan buscó en su bolso y dijo, "Me gustaría darte un obsequio". Ese día, el humilde asiento de madera de la canoa de Débora Nazareno se convirtió en el primer objeto donado al Museo Nacional Smithsoniano de la Historia y Cultura Afroaestadounidenses. Está exhibido en una vitrina y ha sido visto por casi 5 millones de visitantes de todo el mundo. Continuaré recogiendo historias de gente extraordinaria. Sus historias son importantes. Pero lo que me impulsa a aparecer hoy y cada día es la simple pasión de escribir nuestros nombres en la historia, presentarlos en público para que millones de personas los vean y caminar en la luz siempre presente que es la mujer. Gracias. (Aplausos y vítores)