Una tarde de verano de 335 a. C., Alejandro Magno descansaba cerca del Danubio luego de un día de lucha contra los Escitas cuando un grupo de desconocidos se acercó a su campamento. Alejando nunca había visto nada parecido a estos guerreros altos y feroces con grandes anillos dorados en el cuello y coloridas capas. Así que los invitó a cenar con él. Con orgullo, dijeron ser Keltoi o Celtas de las lejanas tierras de los Alpes. Alejandro les preguntó qué era lo que más temían en el mundo, esperando que dijeran su nombre. Ellos rieron y dijeron que no le temían a nada. Esta es una de las primeras historias sobre los antiguos Celtas. Aunque desconocemos de dónde vinieron los primeros Celtas, en la época de Alejandro ya se habían dispersado en toda Europa desde Asia Menor al este hasta España y las Islas del Atlántico, Gran Bretaña e Irlanda, en el oeste. Los Celtas nunca fueron un imperio unido, ni construyeron ciudades o monumentos. Eran más bien cientos de pueblos independientes que compartían el idioma. Cada uno tenía su propio rey guerrero y centro religioso. Los pueblos luchaban entre sí con el mismo entusiasmo con el que luchaban contra sus enemigos. Pocos ejércitos podían hacerles frente. Algo un tanto inusual para la época era que los Celtas creían en la reencarnación. Creían que renacerían en la Tierra para vivir, comer y luchar nuevamente, lo que podría haber contribuido a su valentía en la batalla. Algunos de ellos luchaban desnudos, burlándose de la armadura de sus enemigos. El mayor trofeo que podía poseer un guerrero Celta era la cabeza cortada de un oponente. Las conservaban en jarrones con aceite de cedro y se las enseñaban a los huéspedes que venían a visitarlos. Los guerreros Celtas eran tan valorados en el mundo antiguo que reyes extranjeros a menudo los contrataban como soldados mercenarios para que sirvieran en sus ejércitos. Pero los Celtas eran mucho más que solo guerreros. También había muchos hábiles artesanos y artistas y grandes poetas llamados bardos. Los bardos cantaban los actos valerosos de sus antepasados y elogiaban los logros de reyes guerreros y componían sátiras mordaces sobre líderes cobardes o egoístas. Los Celtas adoraban muchos dioses. Y los sacerdotes, conocidos como druidas, supervisaban esta adoración. Cualquiera podía convertirse en druida, pero el entrenamiento requería muchos años de estudio y memorización. Los druidas no tenían permitido registrar por escrito sus enseñanzas. Los druidas supervisaban las prácticas religiosas y sacrificios a los dioses, pero también eran maestros, curanderos, jueces y científicos. Eran tan respetados que podían interponerse entre pueblos en guerra en medio de una batalla y poner fin a la pelea. Ningún Celta se atrevería a herir a un druida o a cuestionar sus decisiones. En el segundo siglo a. C. los Romanos comenzaron a invadir el territorio Celta, conquistando los pueblos del norte de Italia. En vez de unirse contra las legiones Romanas para responder a esta derrota, los diferentes pueblos Celtas se mantuvieron divididos. Los pueblos de España cayeron al poco tiempo. En el primer siglo a. C., Julio César marchó con su ejército en Francia con sobornos, amenazas y mentiras para enemistar a los pueblos. Solo hacia el final de esta gran guerra los Celtas se unieron en contra su enemigo común bajo el liderazgo del rey Vercingétorix, pero ya era demasiado tarde. Numerosos guerreros y sus familias murieron o fueron esclavizados a medida que los Romanos conquistaban Francia. Protegidos por el agua que los rodeaba, los pueblos Celtas de Gran Bretaña e Irlanda fueron los últimos en resistir. Cuando los Romanos finalmente invadieron Gran Bretaña, la reina Boudica unió a su pueblo en una revuelta luego del asesinato de su esposo. Estuvo a punto de expulsar exitosamente a las legiones Romanas de Gran Bretaña antes de morir cuando dirigía su última batalla contra el enemigo. Hacia fines del primer siglo d. C. solo Irlanda, en alta mar, no había sido conquistada por Roma. Allí las costumbres de los antiguos Celtas sobrevivieron aisladas del mundo exterior durante mucho tiempo después que Roma misma quedara en ruinas.