La manera en que las emociones influyen en nuestras decisiones | Julie Grezes | TEDxParisSalon

Esta charla es de un evento TEDx, organizado de manera independiente a las conferencias TED. Más información en: http://ted.com/tedx

Julie Grezes, (INSERM, Instituto Nacional de Investigación en Salud y Medicina de Francia) dirige el equipo de cognición social del Laboratorio de Neurociencias Cognitivas y Computacionales (U960) en el Departamento de Estudios Cognitivos (Département d'Études Cognitives) de l'École Normale Supérieure de París.

Julie cree que el cerebro humano es un "cerebro social" que permite a los seres humanos comunicar y cooperar con muchas otras personas, así como gestionar relaciones complejas. Por ende, sus proyectos tienen como objetivo aportar una mejor comprensión de los mecanismos neuronales que subyacen a nuestra capacidad de comprender y de reaccionar a las señales sociales no verbales (gestos, posturas y emociones) emitidas por los demás.

(Voz estridente) ¡Aaaaaaah!

¿Tuvieron miedo?

Mejor así.

Así podré explicarles
qué ocurre cuando tienen miedo.

Pueden tener un incremento
en el ritmo cardíaco.

Quizá se han sobresaltado.

Quizá miraron alrededor para averiguar
de dónde venía ese grito.

El miedo podría incluso
provocar cambios

en sus expresiones corporales o faciales.

Entonces, ¿para qué sirven
todos esos instintos?

La palabra "emoción"
viene del latín "emovere",

lo que nos pone en movimiento.

Y de pronto, un estado emocional

modifica las predisposiciones
a percibir y a actuar

de la forma más adecuada
para una situación.

Tomemos el ejemplo de la
expresión facial del miedo.

Se ha demostrado que esa expresión facial

no solo permite ampliar
nuestro campo visual,

para que podamos percibir mejor
qué ocurre en la periferia,

sino también incrementar
nuestro volumen nasal.

Frente al peligro,

necesitamos comprender qué está pasando

y esta expresión facial
nos permite precisamente adquirir

más informaciones sensoriales
sobre nuestro entorno.

Pero, ¿es así con todas
nuestras expresiones faciales?

No.

Si tomamos la repugnancia, por ejemplo,

ocurre lo contrario.

Se trata igualmente de un peligro,
pero de una naturaleza muy diferente.

Por eso, a diferencia de la del miedo,
la expresión facial de la repugnancia

me permitirá cerrar
todos los canales sensoriales,

la boca, la nariz, los ojos,

para poder protegerme

y evitar todo contacto entre lo que
ha provocado esa emoción, la repugnancia,

y mi cuerpo.

Las expresiones faciales emocionales
tienen entonces un papel muy importante

para quien las expresa:

ayudan a los seres humanos
a adaptarse mejor a su entorno.

Con la evolución, estas expresiones se han
convertido en señales de comunicación,

una pequeña apertura hacia los demás
de mi estado emocional.

Un sistema de comunicación es una señal
que transmite una información importante

para nuestra interacción social

y cuyo objetivo es cambiar
el comportamiento del otro.

A lo largo de la evolución, sin embargo,
esa señal solo se ha mantenido

si el observador cuenta con la capacidad
de decodificar esa información importante

y, sobre todo, de modificar
su comportamiento en consecuencia.

Entonces, ¿cómo decodifica
el cerebro estas señales sociales?

De forma muy esquemática,

si les muestro un objeto como este,

la información se transmitirá
de los ojos a la corteza visual,

pasando por el tálamo.

Después, esta información se transmitirá
a dos franjas, en paralelo.

Por un lado, a la franja ventral,

que permite reconocer
que ese objeto es una taza.

Y por el otro lado, a la franja dorsal,
que responde a dos preguntas:

"¿En dónde se sitúa ese objeto
con relación a mí?"

y "¿Cómo puedo usarlo?".

Lo interesante

es que la simple percepción de esa taza

conlleva dentro de su franja dorsal
la preparación en paralelo

de todas las acciones que
podrían realizarse con ese objeto.

Por ejemplo, tomarla por el aza,
si tienen ganas de beber,

o tomarla por encima,
si en cambio necesitan limpiarla.

Entonces, nuestra franja dorsal
nos permite prever en todo momento

las interacciones posibles
con el entorno presente.

Complicamos un poco la situación

y añadimos una persona.

En 1992, se descubrieron
las neuronas espejo

dentro de la misma franja dorsal.

Estas neuronas no solo tienen
la característica de estar activas

cuando tomo esa taza,

sino también cuando miro
a otra persona tomar esa taza.

¿Por qué?

Bueno, quizá no solo para comprender
las acciones de los demás,

sino, sobre todo, para preverlas.

En esta situación, si la taza
está cerca de la otra persona,

su cerebro preverá que quizá
la otra persona quiere tomarse un café

antes de que ella haya empezado
o acabado su gesto.

Por eso, Uds. pueden tomar
la cafetera que está en frente

y servirle café sin tener que atender.

De lo contrario, imagínense
qué lentas las interacciones.

Entonces,

el problema

es que ya no había café.

Y ese día, su compañero
había dormido muy mal

y estaba muy furioso.

Aunque mis neuronas espejo puedan permitir
comprender su estado emocional,

ellas no son suficientes para adaptarse
de forma adecuada a esa situación.

La franja dorsal procesa la cólera

para ayudarme a decidir
cómo debo actuar en esa situación.

Para explicarlo de mejor forma,
haremos un pequeño test.

Les presentaré una situación como esta,

en la que hay cuatro sillas.

Las dos del centro están ocupadas
y las dos de al lado están libres.

Les pido que se fijan bien
en el punto rojo del centro

y que después me digan en qué silla
Uds. tendrían ganas de sentarse.

¿Hacemos la prueba?
Fijense bien en el punto rojo.

Vamos.

¿En dónde les gustaría sentarse,
en la silla de derecha o de izquierda?

Bueno, ¿hacemos otra prueba?

Fíjense bien.

¿Y ahora?

Muy bien.

Entonces, en el laboratorio, repetimos
esa misma experiencia con varias personas,

cerca de 30.

A diferencia de Uds.,

ellas no eligieron esa opción
dos veces, sino casi mil veces.

Esto nos ha permitido demostrar que,

de forma general,
las personas prefieren la silla

que permite quedarse lo más lejos posible
de alguien que está enfadado,

pese a que ellas
no siempre habían percibido

que los personajes expresaban una emoción.

A nivel cerebral,

la amígdala procesa muy rápidamente
la cólera

la amígdala es el centro de las emociones,

y transmite esa información

en menos de 200 milisegundos,
a saber, un quinto de segundo,

no solo a la franja ventral, para decirle:

"Atención, hay algo importante
en el entorno

que debes comprender",

sino también a la franja dorsal
para decirle que muy pronto deberá actuar.

Pero, aquí no es cuestión de instinto
como antes, con el grito.

Se trata de una decisión
entre más acciones posibles

y en relación con la situación.

Volviendo a mi café,

de cara a la cólera del otro,

y de forma espontánea,
sin pensar de verdad,

yo puedo decidir levantarme
y volver a preparar café,

pero yo también podría decidir enfadarme.

Entonces, nuestras emociones
influyen en nuestras decisiones

en todo momento y a menudo
de manera inconsciente.

Y esta influencia implícita es buena

porque nos permite navegar con fluidez

en nuestro entorno social,
que es complejo,

y adaptar de forma muy rápida
nuestro comportamiento.

Tomemos, por ejemplo, el caso
de una calle repleta o, peor aún,

el de la estación Châtelet en Paris
en horas puntas.

Nuestra capacidad de prever
los gestos de otros en todo momento

nos permite no empujar
demasiado a los demás

y no ser empujado

sin deber pensar realmente
en nuestros movimientos.

Y en paralelo, nuestro sistema emocional
nos permite estar atentos

para detectar en todo momento esos índices
que pondrían en peligro nuestra vida

e influir en nuestras decisiones.

¿Qué ocurre en cambio
si debemos enfrentarnos,

no individualmente, sino más bien
colectivamente, a una amenaza real?

Hay una creencia muy arraigada
en nuestra sociedad

por la cual, en situaciones como esta,
las personas entran en pánico.

Y adoptan comportamientos
que definimos como individualistas,

a saber, en detrimento de los demás,

por ejemplo empujar a otras personas,
para proteger su vida.

Pero esta idea solo es verdadera en parte.

Con Guillaume Dezecache,

entrevistamos a unos supervivientes
del Bataclan

para tratar de entender
cuáles estrategias de comportamiento

aplicaron frente a un peligro real
como en esa ocasión.

Por esta razón, escuchamos
a cada entrevista

y codificamos a cada acción
que alguien hizo o vio.

El resultado fue que

las personas adoptaron con más frecuencia
comportamientos pro-sociales,

de ayuda mutua hacia los demás,
que comportamientos individualistas.

En las situaciones de amenaza real,
en las que mi vida está en peligro,

parecería entonces que los comportamientos
de apoyo social siguen prevaleciendo.

Todavía nos falta mucho por hacer para
comprender la complejidad del fenómeno.

Sin embargo, espero que esta tarde

haya logrado mostrarles que,
de forma espontánea, sin pensarlo,

siempre incluimos a los demás
y a sus gestos

en nuestro espacio de acción

y que nuestras emociones o las de
los demás participan de pleno derecho

en nuestras decisiones entre las varias
acciones posibles dentro de un entorno,

no siempre para nuestro beneficio,
sino también para el de los demás.

Gracias.

(Aplausos)