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Title:
El cuento japonés del erudito egoísta - Iseult Gillespie
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Description:
Mira la lección completa en https://ed.ted.com/lessons/the-japanese-folktale-of-the-selfish-scholar-iseult-gillespie
En la antigua Kioto, un erudito sintoísta se distrajo de sus oraciones y buscó realizar un ritual de purificación que lo limpiara. Decidió viajar al venerado santuario Hie; recorriendo el camino solo, ignorando cualquier distracción en su búsqueda de equilibrio, nunca desviándose. Pero un día, de regreso a casa, escuchó súplicas desesperadas de ayuda. Iseult Gillespie comparte el cuento de la misericordia.
Lección por Iseult Gillespie, dirigida por Amir Houshang Moein.
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Speaker:
Iseult Gillespie
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En la antigua Kioto, un erudito sintoísta
vivía una vida sencilla,
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pero a menudo se distraía
por el ruido de la ciudad mientras rezaba.
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Sentía que sus vecinos
estaban contaminando su alma,
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y buscaba realizar algún tipo
de harae personal:
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un ritual purificante que limpiara
su cuerpo y su mente.
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Decidió viajar al venerado santuario Hie.
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El viaje fue una dura subida
que duró todo el día.
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Pero se alegró por la soledad
que le brindó
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y la paz que sintió
al regresar a casa era profunda.
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El erudito estaba decidido a mantener
esta claridad el mayor tiempo posible,
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y decidió realizar la peregrinación
otras 99 veces.
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Caminaba solo, ignorando distracciones
en su búsqueda de equilibrio,
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y nunca se desviaba de su propósito.
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Se mantuvo fiel a su palabra,
y cuando los días se volvieron semanas,
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caminó bajo la lluvia torrencial
y el sol abrasador.
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Con el tiempo, su devoción reveló
el mundo invisible de los espíritus
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que existe junto al nuestro.
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Comenzó a sentir los kami,
que animaban las piedras bajo sus pies,
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la brisa que lo refrescaba,
y los animales que pastaban en los campos.
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Aún así, no habló con nadie,
ni con espíritus ni con humanos.
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Estaba decidido a evitar el contacto
con quienes se desviaron del camino
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y se contaminaron con kegare.
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El tabú de la corrupción pesaba
sobre los enfermos y los fallecidos,
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y aquellos que corrompían la tierra
o cometían crímenes violentos.
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De todas las amenazas
a la búsqueda de pureza del erudito,
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el kegare era la más grande por mucho.
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Luego de expresar su respeto
por octogésima vez,
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se dirigió a su casa una vez más.
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Pero cuando oscureció,
escuchó sollozos en el aire nocturno.
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El erudito intentó seguir adelante
e ignorar los quejidos
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pero los lamentos desesperados
lo abrumaron.
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A regañadientes, dejó su camino
para seguir el sonido hasta su fuente.
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Pronto, encontró una estrecha cabaña
con una mujer desplomada afuera.
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Lleno de compasión, el erudito le pidió
a la mujer que compartiera su dolor.
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Le contó que su madre acababa de morir,
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pero nadie quería ayudarla
con el entierro.
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Al escuchar eso,
se le cayó el alma a los pies.
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Tocar el cuerpo corrompería su espíritu,
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gastando su fuerza vital
y dejándolo abandonado por los kami.
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Pero al escuchar los lamentos de la mujer,
su compasión aumentó.
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Y así, enterraron a la anciana juntos,
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para asegurarle un pasaje seguro
al mundo de los espíritus.
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Terminaron el entierro, pero el tabú
de la muerte pesaba mucho en el erudito.
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¿Cómo podía haber sido tan imprudente
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como para eludir su regla más importante
y corromper su viaje divino?
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Tras una noche atormentada,
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decidió volver al santuario
para purificarse.
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el usualmente tranquilo templo
estaba lleno de gente,
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todos alrededor de una médium
que se comunicaba con los kami.
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El hombre se escondió, sin acercarse
por si alguien viera su alma contaminada.
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Pero la médium tenía otras formas de ver
y lo llamó desde la multitud.
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Listo para ser abandonado,
el erudito se acercó a la santa mujer.
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Pero la médium solo sonrió.
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Tomó sus manos impuras sobre las suyas
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y susurró una bendición
que solo él podía oír,
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agradeciéndole su bondad.
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En ese momento, el erudito
descubrió un gran secreto espiritual:
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la contaminación y la corrupción
son dos cosas muy diferentes.
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Lleno de conocimiento,
el erudito se puso en marcha otra vez.
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Pero esta vez, se detuvo a ayudar
a quienes se encontró por el camino.
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Empezó a ver allá por donde pasaba
la belleza del mundo de los espíritus,
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incluso en la ciudad que antes rechazaba.
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Otros le advertían
que se arriesgaba al kegare,
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pero nunca les dijo por qué
se relacionaba tan libremente
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con los enfermos y los desfavorecidos.
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Porque sabía que en realidad
solo podrían entender el harae
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a través de un viaje propio.