Perfectamente roto y listo para sanar | Robin Youngson | TEDxTauranga

Después de 10 años tratando de generar un cambio en los sistemas de salud del mundo, Robin Youngson aprendió que la clave para cambiar los modos de pensar de las personas es conectar con ellas y no enfrentarlas, no importa cuál sea tu causa.

El Dr Robin Youngson es un anestesista de Nueva Zelanda reconocido por su trabajo pionero sobre asistencia médica compasiva.

Robin es co-fundador del movimiento internacional ‘Hearts in Healthcare’ (heartsinhealthcare.com) y autor de ‘TIME TO CARE – How to love your patients and your job’. Cautivante orador, ha inspirado a su público en muchos países, como Australia, EEUU, Canadá y Japón así como también en Hong Kong, Oriente Medio, el Reino Unido y Europa.

Esta charla fue presentada en un evento TEDx, haciendo uso del formato de conferencias TED pero organizado de manera independiente por una comunidad local. Conoce más en http://ted.com/tedx

Mientras preparaba mi presentación,
tuve un poderoso sueño.

En él, recibía un obsequio invaluable
de parte de un ser iluminado,

y ella irradiaba amor y sabiduría.

El obsequio era un hermoso
cuenco de madera.

Fue construido por maestros artesanos
con la madera de un antiguo árbol.

No pudieron ver que el cuenco
tenía rajaduras y estaba roto.

Cuando me dio este obsequio, dijo,

"¿Lo ves? Está perfectamente roto".

Esta imagen me obsesionó

pues en lo más hondo de mi consciencia
sabía que contenía una profunda verdad.

Quizá tenía la respuesta

a la misión que tuve por 12 años
de construir un mundo mejor.

Quizá podía inspirarnos a todos
para convertirnos en sanadores.

Mi misión comenzó un lunes corriente
por la mañana en 2004.

Estaba trabajando en el hospital.

El teléfono sonó y mi mundo se derrumbó.

No reconocí la voz
de mi esposa al teléfono

paralizada de miedo.

Nuestra hija había chocado su auto
y estaba gravemente herida,

la estaban llevando de urgencia
al hospital con heridas graves

Atravesé la ciudad
y me encontré con Meredith

en la sala de espera de la unidad
de trauma, sin saber si Chloe vivía.

Estaba profundamente perturbado.

Como médico, el hospital es
un lugar familiar y seguro.

Ese día, se sentía ajeno,
horrible y amenazante

porque yo tenía un papel distinto,

el de un padre aterrorizado
de una hija gravemente herida.

Chloe estaba viva.

Se había lesionado el cuello y la espalda.

Después de tres largos meses
de tratamientos e internación,

se recuperó bien de sus lesiones físicas.

Me complace decir que
el cuidado clínico fue excelente.

Y estamos inmensamente agradecidos

a los profesionales de la salud
que cuidaron de ella.

Lo que me enfureció

fue cómo fue tratada Chloe
como ser humano.

Pasó aquellos 100 días en el hospital

postrada en una cama de hospital
con tracción vertebral,

con su cabeza completamente inmovilizada.

Esto era lo único que veía del mundo.

Es el techo de una habitación de hospital.

¿Imaginan lo que es mirar este techo
durante 100 días y 100 noches?

No se puede ver televisión,
o leer un libro o una revista,

o mirar por la ventana,

ni siquiera verle el rostro
a las enfermeras que te atienden.

No hay modo
de ocuparse de uno mismo.

Creía que el hospital haría rápidamente
una evaluación de discapacidad

y le brindaría a Chloe
la ayuda que necesitara

para ayudarla a ser independiente,
conservar su dignidad,

y su bienestar emocional

durante aquellos largos meses.

Y pensé que un sistema compasivo

le aseguraría una alimentación
sabrosa y nutritiva a diario

y daría atención inmediata
a su dolor y sufrimiento.

Pero no, estaba equivocado.

Resulta que esos elementos
de cuidado humano

simplemente no son prioridad
en nuestros ajetreados hospitales.

La asistencia médica está colmada
de médicos y enfermeros apasionados,

pero el sistema en sí mismo
puede ser despiadado.

Logramos que los tratamientos
sean efectivos,

pero a menudo nos olvidamos
de las necesidades de nuestros pacientes.

Con toda la tecnología
y el ritmo frenético de trabajo,

los hospitales se parecen más
a una línea de producción industrial

que a un lugar para sanar.

Para cuando ocurrió
el accidente de Chloe,

yo era un médico especialista principal
y líder de asistencia médica.

¿Imaginan lo impotente que te sientes

con todo ese poder y autoridad

cuando al mismo tiempo eres incapaz de
evitarle el sufrimiento a tu propia hija?

De mi enfado y frustración
nació un compromiso radical:

inicié una larga misión

para tratar de darle mayor humanidad
y compasión a la asistencia médica.

Mientras fui profundizando mi compromiso,
se unió mi esposa, Meredith.

Ambos dejamos nuestros trabajos,

vendimos nuestra casa,

y fundamos una organización nueva,
llamada Hearts in Healthcare.

Escribí un libro,

creamos un sitio web,

y contactamos profesionales de la salud
que tenían ideas afines.

Con el paso de los años,
hemos hecho cientos de presentaciones

alrededor del mundo
en muchos países distintos.

Durante los primeros 10 años
de nuestra campaña,

mis propios colegas médicos
prácticamente ignoraron nuestro trabajo.

Me sentía como una voz muy pequeña
y sola en el desierto.

Meredith y yo luchábamos
para generar un cambio.

Y nuestros libros
de cómo ser un activista social

no nos ayudaban en absoluto.

(Risas)

Pero a través de muchas pruebas y errores

poco a poco encontramos modos
de catalizar un movimiento

que ahora inspira en todo el mundo
a profesionales de la salud.

En este momento,

me gustaría compartirles los cinco errores
más grandes que cometimos

y lo que aprendimos de ellos.

Y crearé una imagen,

para que puedan ver el patrón
que se nos escapó tanto tiempo.

Al comienzo,

confundí mi causa por una cruzada moral.

Estaba furioso con los médicos ávaros
y los directores indiferentes,

y quería devolverle a la asistencia médica
los valores correctos.

Pero cada vez que demonizaba
a quienes trataba de influenciar,

sólo generaba resistencia.

Teníamos que recordarnos

que el no juzgar es una parte
esencial de la compasión.

En algún momento, pude dejar mi enojo.

Eso es difícil para
los activistas sociales

porque nos impulsa una sensación
de indignación moral.

Pero los días que recuerdo
que no juzgaba ni criticaba,

más personas comenzaban a escuchar.

También me convertí en un evangelizador,

trataba de persuadir a la gente

con argumentos apasionados
respaldados con investigación,

pero las personas están muy comprometidas
con sus propias visiones del mundo,

y descubrimos que la lógica y la evidencia
no ayudaban demasiado en nuestra causa.

¿Podía renunciar a
la necesidad de tener razón?

El día en que Meredith y yo
elegimos no buscar persuadir,

nuestras palabras se volvieron
drásticamente más efectivas.

Descubrí que mi mejor estrategia
era, de hecho, mi vulnerabilidad:

cuando me atreví a exponer mis heridas,
mis propios miedos y errores,

comenzamos a abrir corazones y mentes.

Nuestro tercer error fue
creernos expertos en compasión.

Recordamos cuando fuimos confrontados
por un grupo de enfermeros,

quienes nos dijeron con cinismo,

"Imagino que están aquí,

para enseñarnos acerca de lo que hacemos
hace nada más que 30 años".

Tuvimos que recordarnos

que en verdad todos los seres humanos
son capaces de tener compasión.

Enfermeros y médicos eligen
sus carreras porque les importa.

Nuestro trabajo no era enseñar compasión;

era reavivar el saber
que ya estaba presente en la habitación.

Ellos nos contaban historias

sobre cómo lograron reconectarse
con el corazón de su trabajo

y así brindar cuidados, compasión
y amor a sus pacientes.

Estas historias compartidas entre colegas

fueron mucho más poderosas
que cualquier consejo que pudiéramos dar.

Nuestro cuarto error, tuvimos muchos,

nuestro cuarto error
fue trabajar como un negocio.

Al comienzo,

ofrecíamos una variedad de programas,
cursos y talleres a cambio de dinero.

Pero, ¿saben qué?

La compasión y la sanación

no existen en un mundo de transacciones
entre productos y tarifas.

Y el modo en que trabajábamos
y los valores que queríamos promover

se sentían en conflicto de alguna manera.

Entonces, ahora trabajamos diferente.

Ofrecemos todo nuestro material.

Ya no cotizamos una tarifa.

Sólo prometemos servir a nuestros clientes
lo mejor que podemos,

y luego pedimos una donación
para apoyar nuestro trabajo.

El día que hicimos ese temido salto de fe,

nos vimos verdaderamente agradecidos
por la generosidad del mundo.

Mi quinto error fue ser como un médico

que buscaba la patología
en el sistema enfermo.

Así vi tantas cosas que estaban mal.

Pero Meredith y yo descubrimos
que al enfocarnos en los problemas,

las personas sólo se culpaba mutuamente,

y muy pronto nos sentimos impotentes
para cambiar absolutamente nada.

Nos preguntábamos,

"¿podríamos hacer mejores preguntas?".

Entonces invitamos
a profesionales de la salud y pacientes

a que compartieran sus mejores historias
sobre la conexión sanadora.

Y lo que surgió nos inspiró:

narrativas poderosas de coraje,
compasión y sanación.

Estas nuevas estrategias volvieron
más exitoso nuestro trabajo.

Mis colegas médicos ahora me invitan

para que hable en
sus reuniones científicas.

Mi libro está siendo traducido
a distintos idiomas por voluntarios,

lo que inicia movimientos en esos países.

Hay una ciudad entera en EE UU
que ha acogido nuestro trabajo.

Tengo hermosos mensajes
de apoyo de esa ciudad hoy.

Incluso ahora existe

una nueva revista científica
de asistencia médica compasiva,

y estoy orgulloso de
ser parte del comité editorial.

Al reflexionar sobre nuestro nuevo éxito,

finalmente detectamos
el patrón subyacente.

Notamos que todas las estrategias
que no funcionaron implicaban separación,

y todas las estrategias que sí,
implicaban conexión.

Cuando anunciamos
la honradez moral de nuestra posición

y juzgamos a otros,
nos mantenemos separados.

Cuando tratamos de persuadir,
generamos resistencia.

Cuando nos llamamos expertos
a nosotros mismos,

les decimos "ignorantes" a otros.

Al hacer de nuestros dones y
talentos productos comerciables,

nos dividimos en compradores y vendedores.

Al siempre luchar
contra lo que está mal,

nos acercamos a las líneas de batalla.

Toda acción que nos separa

frustra nuestro propósito
de crear un mundo mejor.

Pero cada acción que nos conecta
tiene el poder de transformar.

Comencé a ver paralelismos significativos

entre mi papel al liderar
un cambio de la asistencia médica

y aquel como médico, con mis pacientes,
al crear relaciones sanadoras.

Descubrí investigaciones asombrosas
que demostraban de hecho,

que si creaba con mis pacientes
conexiones humanas compasivas,

sus sistemas inmunes se estimulaban.

Eso mejoraba la curación de los tejidos

y disminuía las peligrosas
respuestas estresantes,

calmaba su dolor y
se recuperaban con mayor rapidez.

Y las investigaciones nos dicen

que el cuidado compasivo es tan poderoso
como muchas medicinas que usamos.

Siempre percibí a los pacientes

como una carga abrumadora
para nuestros servicios sobrepasados.

Ahora me doy cuenta

que pueden ser nuestra mayor fuente
de salud, sanación y bienestar.

En nuestro trabajo en asistencia médica
nos encontramos con lo mismo:

una riqueza de conocimiento, habilidades,
coraje, compasión y sabiduría.

El nuevo mundo que queríamos
construir ya estaba en el aire,

solo esperaba a ser descubierto.

¿Saben? Creo que muchos problemas
del mundo son como ese.

Sea cual sea su causa,

la lucha contra el cambio climático,

o la pobreza,

o la violencia en nuestras comunidades,

he llegado a creer que
nuestras protestas, luchas y campañas

son contraproducentes finalmente

porque...

sólo sirven para separarnos todavía más.

¿Y qué hacemos entonces?

¿Nos rendimos simplemente?

Mis pacientes me enseñaron la respuesta.

Como médico,

a veces me encuentro con pacientes

que están rotos, no tienen esperanza.

Y por eso la medicación no funciona.

La compasión me lleva
a sentarme con ellos

a veces en sus lugares más oscuros

y no mirar a otro lado.

Cuando me atrevo a sostener
ese espacio sagrado con mis pacientes,

los veo abrirse e iniciar
el camino de la sanación.

He visto milagros.

Si pudiéramos aprender a tomar
con el corazón este regalo de la rotura,

y nos dejásemos llevar por la compasión,

y nos permitiéramos
ser más vulnerables,

humildes y generosos,

entonces no tendríamos que luchar

pelear por todo, para resolver
todos los problemas del mundo,

porque todo lo que necesitamos
está presente aquí mismo.

Cuando soltamos nuestras batallas,

le hacemos lugar a la sanación
llena de alivio y luz.

¿Aceptarían este obsequio?

Está perfectamente roto.

Gracias.

(Aplausos)