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Title:
Un homenaje a los enfermeros
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Description:
Carolyn Jones pasó cinco años entrevistando, fotografiando y filmando a enfermeros a través de EE.UU., viajando a los lugares que se enfrentan a algunos de los problemas de salud pública más importantes de esa nación. Ella comparte historias personales de atención dedicada en este homenaje a los héroes cotidianos que trabajan en las primeras líneas de la atención de la salud.
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Speaker:
Carolyn Jones
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Como pacientes,
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por lo general recordamos
los nombres de nuestros médicos,
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pero a menudo olvidamos
los nombres de nuestros enfermeros.
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Yo recuerdo una.
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Hace unos años, tuve cáncer de mama
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y de alguna manera logré
superar las cirugías
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y el comienzo del tratamiento muy bien.
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Podía ocultar lo que estaba pasando.
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Nadie tenía por qué saberlo.
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Podía llevar a mi hija a la escuela,
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podía salir a cenar con mi marido;
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podía engañar a la gente.
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Pero luego llegó la quimio
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y eso me aterraba
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porque sabía que iba a perder
todo el cabello
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por el tipo de quimio que tendría.
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Ya no podría fingir
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que todo estaba normal.
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Sabía lo que era que todos
me trataran con pinzas
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y sencillamente quería sentirme normal.
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Tenía un catéter en el pecho.
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Fui a mi primer día de quimioterapia
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y estaba muy mal de ánimo.
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Mi enfermera, Joanne, entró por la puerta
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y cada hueso de mi cuerpo me pedía
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que me levantara
de aquella silla y huyera.
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Pero Joanne me miró y me habló
como si fuéramos viejas amigas.
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Luego me preguntó:
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"¿Dónde te hiciste las mechas?"
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Me dije: ¿Es una broma?
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¿Me hablará de mi cabello
cuando estoy a punto de perderlo?
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Me enojó un poco
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y le dije: "¿En serio, el cabello?"
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Y encogiendo los hombros me dijo:
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"Volverá a crecer".
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En ese momento me dijo algo
que yo había pasado por alto,
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concretamente que mi vida
volvería a la normalidad algún día.
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Ella realmente lo creía.
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Así que yo lo creí también.
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Preocuparse por la pérdida del cabello
cuando uno lucha contra el cáncer
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puede parecer una tontería al principio,
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pero no es que uno solo
se preocupe por el aspecto,
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sino porque todo el mundo
lo tratará con demasiado cuidado.
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Joanne me hizo sentir normal
por primera vez en seis meses.
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Hablamos de sus novios,
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hablamos de buscar
apartamento en Nueva York
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y hablamos de mi reacción
a la quimioterapia...
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todo mezclado.
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Y siempre me preguntaba,
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¿cómo supo tan instintivamente
cómo hablarme?
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Joanne Staha y mi admiración para ella
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marcaron el comienzo de mi viaje
en el mundo de la enfermería.
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Unos años después, me pidieron
que hiciera un proyecto
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para celebrar el trabajo
realizado por los enfermeros.
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Empecé con Joanne
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y conocí a más de 100 enfermeros
en todo el país.
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Pasé cinco años entrevistando,
fotografiando y filmando enfermeros
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para un libro y un documental.
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Planifiqué con mi equipo
un viaje por EE.UU.
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que nos llevaría a lugares que enfrentan
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algunos de los problemas más grandes
de salud pública de la nación:
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el envejecimiento, la guerra,
la pobreza, el encarcelamiento.
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Y luego nos fuimos a lugares
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donde encontraríamos
la mayor concentración de pacientes
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que enfrentan esos problemas.
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Luego les pedimos a hospitales
y centros nominar a los enfermeros
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que mejor los representarían.
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Una de las primeras enfermeras
que conocí fue Bridget Kumbella.
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Bridget nació en Camerún,
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es la mayor de cuatro hijos.
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Su padre estaba trabajando
y cayó de un cuarto piso
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y se lesionó gravemente la espalda.
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Y habló mucho de lo que era
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estar acostado boca arriba
y no recibir el tratamiento necesario.
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Eso impulsó a Bridget hacia la enfermería.
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Ahora, como enfermera en el Bronx,
cuida a un grupo muy diverso de pacientes,
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de todos los orígenes y religiones.
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Y ha dedicado su carrera
a entender el impacto
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de las diferencias culturales
en materia de salud.
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Ella habló de un paciente
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- un paciente aborigen -
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que quería ingresar a la UCI
con un puñado de plumas
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porque le daba consuelo espiritual.
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Y habló de cómo lo apoyó
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y dijo que los pacientes
tienen distintas religiones
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y usan todo tipo de objetos
como consuelo espiritual;
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sea un santo rosario
o una pluma simbólica,
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todo debe apoyarse.
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Jason se desplaza a los hogares
de las montañas de los Apalaches,
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y su padre tenía una gasolinera
y un taller de reparación en su infancia.
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Así que antes de trabajar como enfermero
en la comunidad se ocupaba de automóviles.
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Cuando estaba en la universidad,
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no tuvo el coraje suficiente
para ser enfermero,
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así que evitó esa ocupación durante años.
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Durante un tiempo condujo camiones,
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pero los caminos de la vida
lo llevaron de nuevo a la enfermería.
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Como enfermero en los Apalaches,
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Jason va a lugares a los que ni siquiera
una ambulancia puede llegar.
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En esta foto, está posando en medio
de lo que solía ser un camino.
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La minería de montaña inundó ese camino
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y la única manera que tiene
Jason ahora de llegar al paciente
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que vive en esa casa con neumoconiosis
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es conducir su todoterreno
contracorriente por ese arroyo.
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El día que fui con él, arrancamos
el parachoques delantero del auto.
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A la mañana siguiente se levantó,
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puso el auto en la fosa,
reparó el parachoques
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y luego se fue a ver
a su próximo paciente.
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Fui testigo de cómo Jason
cuidó a este caballero
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con enorme compasión
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y me sorprendió de nuevo lo íntimo
que es en realidad la enfermería.
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Cuando conocí a Brian McMillion,
era un novato.
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Regresaba por baja del ejército
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y todavía no se había acomodado
de nuevo a la vida en San Diego.
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Habló de su experiencia
como enfermero en Alemania
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y de cómo cuidó a los soldados
que regresaban del campo de batalla.
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Muy a menudo, él sería
la primera persona que verían
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al abrir los ojos en el hospital.
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En cama y con miembros amputados,
al verle, lo primero que le decían era:
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"¿Cuándo puedo volver?
Dejé a mis compañeros allí".
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Y Brian les decía:
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"No vas a ninguna parte.
Ya has dado suficiente, hermano".
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Brian es a la vez un enfermero
y un soldado que ha estado en combate.
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Tiene una posición privilegiada
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que le permite empatizar y ayudar
a sanar a los veteranos que atiende.
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Esta es la hermana Stephen.
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Ella dirige un hogar de ancianos
en Wisconsin llamado Villa Loretto.
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Y bajo su techo se puede
encontrar todo tipo de vida.
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Creció deseando vivir en una granja,
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así que al tener la oportunidad
de adoptar animales de granja,
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los acogió entusiasmada.
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Y en primavera, esos animales
tienen cachorros.
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Y la hermana Stephen usa
esos patitos, cabritas y corderos
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como zooterapia para
los residentes de Villa Loretto
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que a veces no pueden recordar
sus propios nombres,
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pero se alegran de sostener
en sus manos un corderito.
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El día que estuve con la hermana Stephen,
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tenía que sacarla de Villa Loretto
para rodar parte de su historia.
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Y antes de irnos entró en la habitación
de un paciente moribundo.
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Y se inclinó y dijo:
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"Tengo que irme durante el día,
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pero si Jesús te llama,
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tú ve.
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Ve directo a la casa de Jesús".
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Me quedé allí pensando
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que era la primera vez en mi vida
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que fui testigo de que se podía mostrar
amor incondicional a alguien
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dejándole ir.
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No tenemos que aferrarnos tanto.
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Vi más vida en Villa Loretto
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que en ningún otro momento
y en ningún otro lugar en mi vida.
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Vivimos tiempos complicados
en lo que a la salud respecta.
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Es fácil perder de vista la necesidad
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de cuidar cuánto vivimos
sino con qué calidad lo hacemos.
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Conforme se creen
nuevas tecnologías que salven vidas,
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tendremos que tomar
decisiones complicadas.
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Estas tecnologías a menudo salvan vidas,
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pero también pueden prolongar
el dolor y la agonía de la muerte.
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¿Cómo se supone que lidiaremos con esto?
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Necesitaremos toda la ayuda posible.
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Los enfermeros tienen
una relación única con nosotros
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porque pasan tiempo junto a nuestra cama.
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Durante ese tiempo se crea
una cierta intimidad emocional.
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El pasado verano, el 9 de agosto,
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mi padre murió de un ataque al corazón.
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Mi madre estaba devastada
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y no podía imaginar su mundo sin él.
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Cuatro días después se cayó,
se quebró la cadera,
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necesitaba cirugía y se encontró
luchando por su propia vida.
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Una vez más me encontré
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recibiendo el cuidado de los enfermeros...
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esta vez para mi mamá.
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Mi hermano, mi hermana y yo
nos quedamos a su lado
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los siguientes tres días en la UCI.
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Mientras tratábamos de tomar
las decisiones correctas
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y seguir los deseos de mi madre,
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descubrimos que dependíamos
de los consejos de los enfermeros.
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Y una vez más,
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no nos defraudaron.
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Tuvieron una visión increíble
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sobre cómo cuidar a mi mamá
en sus últimos cuatro días de vida.
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Le ofrecieron consuelo
y le aliviaron el dolor.
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Supieron animarnos a mi hermana y a mí
para ponerle un camisón bonito a mamá,
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mucho después de que ya no le importara
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pero sí y mucho a nosotros.
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Y supieron despertarme justo a tiempo
para el último aliento de mi madre.
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Y luego supieron cuánto tiempo
dejarme en la habitación con ella
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luego de su muerte.
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No tengo idea de cómo saben esas cosas,
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pero sí sé que les estoy
eternamente agradecida
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por guiarme una vez más.
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