Escaneemos todo el planeta con LiDAR

Guardamos registros de películas, periódicos y hasta semillas, ¿y si pudiéramos hacer lo mismo con toda la superficie de la tierra? Gracias a su experiencia mapeando una antigua ciudad de la selva hondureña, el arqueólogo Chris Fisher aboga por escanear todo el planeta con LiDAR, una tecnología que emite pulsaciones láser desde un medio aéreo a la superficie, para preservar nuestro patrimonio cultural y natural.

El sitio más impresionante
en el que he estado

es la selva de Mosquitia en Honduras.

He hecho por todo el mundo
trabajo de campo arqueológico,

así que creí saber lo que me esperaba
al adentrarme en la selva,

y me equivoqué.

Siempre hay una vez para todo.

(Risas)

Lo primero es que hace un frío tremendo.

Hace 32 °C, pero, debido a la humedad,
acabas calado hasta los huesos

y el follaje forestal es tan grueso
que no deja pasar la luz del sol.

Secarte es misión imposible.

Inmediatamente supe
que no me había llevado ropa suficiente.

La primera noche no paraba de sentir
que algo se movía bajo mi hamaca.

criaturas desconocidas rozaban
y tocaban la fina tela de nailon.

Casi no pude pegar ojo
con todo ese ajetreo.

La selva es ruidosa.
Sorprendentemente ruidosa.

Es como como estar
en el centro de una gran ciudad.

Conforme avanzaba la noche,

mi frustración por no poder dormir
no paraba de crecer,

y menos sabiendo que
me esperaba un día duro.

Cuando me levanté al amanecer,

mi sensación de ajetreo resultó ser real.

Había huellas de distintos animales,
rastros de serpientes por todas partes...

Y lo que me resultó
todavía más sorprendente,

vimos esos animales a plena luz del día

y no nos temían en absoluto.

Nunca habían visto humanos,
así que no tenían por qué temernos.

Cuando me dirigía a la ciudad desconocida,
el motivo de mi viaje,

me di cuenta de que era la primera vez
que estaba en un sitio

en el que no había ni rastro de plástico.

Era un lugar así de remoto.

A lo mejor es sorprendente saber

que sigue habiendo sitios
en nuestro planeta

que no han sido alterados por humanos.

Pero es cierto.

Todavía existen muchísimos sitios
que el humano no ha pisado

en cientos de años o incluso nunca.

Es un momento increíble
para ser arqueólogo.

Contamos con herramientas y tecnología

para entender nuestro planeta
como nunca antes.

Y, aun así, se nos acaba el tiempo.

La crisis climática amenaza con destruir
nuestro patrimonio natural y cultural.

Siento una urgencia
por realizar mi trabajo

que no sentía hace 20 años.

¿Cómo podemos documentarlo todo
antes de que sea demasiado tarde?

Recibí una formación tradicional
en arqueología

con la misma metodología
que se lleva usando desde los años 50.

Todo cambió en julio de 2009

en Michoacán, México.

Estudiaba el antiguo imperio purépecha,

que es menos conocido,
pero igual de importante y coetáneo

de los aztecas.

Dos semanas antes mi equipo
documentó un asentamiento desconocido,

así que cartografiamos minuciosamente
los cimientos de los edificios.

A mano.

Cientos de edificios.

El protocolo arqueológico básico
es encontrar los límites del asentamiento

para saber a lo que te enfrentas,

mis estudiantes me convencieron
de seguir esa estrategia.

Tome un par de barritas energéticas,
agua y un walkie-talkie,

y me puse en marcha por mi cuenta,

esperando dar
con los límites en un santiamén.

Pasó ese santiamén,

luego una hora...

Finalmente llegué
al otro lado del malpaís.

Había restos arqueológicos
por todas partes.

¿Se trata de una ciudad?

¡La madre que me parió!

(Risas)

Es una ciudad.

Resulta que lo que parecía ser
un pequeño asentamiento

era en realidad
una antigua megalópolis urbana,

26 km² de extensión,

con tantos cimientos de edificios
como los de la Manhattan moderna,

un yacimiento arqueológico tan grande

que podría tardar décadas
en prospectar completamente,

todo el resto de mi carrera.

Justo como no quería pasar
el resto de mi carrera:

(Risas)

sudando, exhausto,

apaciguando a mis alumnos estresados...

(Risas)

echando restos de sándwiches
de manteca de cacahuete y mermelada

a los perros salvajes,

que, por cierto, es algo inútil,

a los perros mexicanos no les entusiasma
la manteca de cacahuete.

(Risas)

Solo de pensar en ello
me moría de aburrimiento.

Así que volví a Colorado

y me acerqué a ver un colega.

"Puf, tiene que haber
una mejor alternativa".

Me preguntó si me sonaba
una nueva tecnología llamada LiDAR,

Light Detection and Ranging.

Me informe sobre ella.

LiDAR emite una densa red
de pulsaciones láser

desde un medio aéreo
a la superficie del terreno.

El resultado es un escaneo
en alta definición

de la superficie y lo que haya sobre ella.

No es una imagen,

sino una densa red de puntos en 3D.

Teníamos el dinero suficiente
para el escáner,

así que decidimos usarlo.

La empresa se trasladó a México,
volaron con el LiDAR

y nos enviaron los datos obtenidos.

Estuve varios meses aprendiendo
a deforestar digitalmente,

eliminando árboles,
matojos y demás vegetación

para dejar al descubierto el antiguo
paisaje cultural que escondía.

Cuando vi la primera visualización,

me puse a llorar,

aunque nadie se lo pueda imaginar

por la pinta tan masculina que tengo.

(Risas)

En tan solo 45 minutos de vuelo,

el LiDAR había recopilado
una cantidad de información

equivalente a décadas de trabajo a mano:

los cimientos de todas las casas,
edificios, caminos y pirámides,

al máximo detalle,

una representación de
las vidas de miles de personas

que vivieron, amaron y murieron
en estos lugares.

Y, además, la calidad de la información
no tenía ni punto de comparación

con la investigación
arqueológica tradicional.

Le daba cien vueltas.

Supe que esta tecnología podría cambiar
todo el campo de la arqueología

en los años venideros...

y así fue.

Nuestro trabajo llamó la atención
de un grupo de cineastas

que buscaban una legendaria
ciudad perdida en Honduras.

No consiguieron su objetivo,

pero en su lugar documentaron
una cultura desconocida,

que se escondía entre la maleza
de una virgen jungla tropical,

gracias a LiDAR.

Acepté interpretar los datos

y así acabé metido de lleno
en la selva de Mosquitia,

sin un atisbo de plásticos
y repleta de animales curiosos.

Nuestro objetivo era verificar
si las características arqueológicas

que logramos identificar con LiDAR

se encontraban realmente ahí.

Y así era.

11 meses más tarde, volví
con un equipo de arqueólogos expertos

con la colaboración
de National Geographic Society

y del gobierno de Honduras.

En un mes ya habíamos excavado
más de 400 objetos

de la que hoy conocemos
como Ciudad del Jaguar.

Sentimos la responsabilidad ética y moral
de proteger el yacimiento tal cual estaba,

pero el poco tiempo que pasamos allí
cambió las cosas inevitablemente.

Desapareció la minúscula pista de grava
donde aterrizamos por primera vez.

Se habían despejado los matojos
y se retiraron los árboles

para crear una gran zona de aterrizaje
con capacidad para varios helicópteros.

Sin todo esto,

en tan solo una temporada de lluvias,

los antiguos canales que habíamos
descubierto con nuestro escáner LiDAR

sufrieron daños o se destruyeron.

Y lo que en su día califiqué como un Edén

no tardó en despejarse para dar paso
a un campamento central, electricidad

y hasta una capilla exterior.

Dicho de otra forma, a pesar de nuestra
mejor intención de preservar el sitio,

las cosas cambiaron.

Nuestro escaneo LiDAR inicial
de la Ciudad del Jaguar

es el único registro de este lugar
tal cual era hace solo unos años.

Y en términos generales,

es un problema común para los arqueólogos.

No podemos estudiar una zona
sin cambiarla de algún modo

y, de todas formas,
la tierra está cambiando.

Se están destruyendo
yacimientos arqueológicos.

La historia se está perdiendo.

Precisamente este año
presenciamos horrorizados

cómo ardía la Catedral de Notre Dame.

Su icónica aguja se derrumbó
y muy poco quedó del techo.

Milagrosamente, el historiador de arte
Andrew Tallon y sus compañeros

realizaron un escaneo LiDAR
de la catedral en 2010.

En su momento, el objetivo era entender
cómo se construyó el histórico edificio.

Hoy, su escaneo LiDAR es el registro
más exhaustivo de la catedral

y tendrá un valor incalculable
para la reconstrucción.

No podían haber pronosticado el incendio

o para qué se usaría su registro,

pero por suerte contamos con él.

Damos por hecho que nuestro
patrimonio cultural y arqueológico

durará para siempre.

No es así.

Diferentes organizaciones,
como SCI-Arc o Virtual Wonders,

están llevando a cabo la increíble labor

de registrar monumentos históricos
de todo el mundo,

pero no hay un movimiento similar
para la geografía de nuestro planeta.

Hemos perdido el 50 %
de nuestros bosques tropicales.

Cada año perdemos 7 millones
de hectáreas forestales.

Y el aumento del nivel del mar
hará que ciudades, países y continentes

se vuelvan completamente irreconocibles.

Si no documentamos ahora
cómo son estos lugares,

en el futuro nadie sabrá que existían.

Como si la tierra fuera el Titanic:
hemos chocado contra el iceberg,

estamos todos en la cubierta
y la orquesta está tocando.

La crisis climática amenaza con destruir
nuestro patrimonio cultural y natural

en tan solo unas décadas.

Y quedarnos de brazos cruzados
sin hacer nada no es una opción.

¿No deberíamos salvar todo lo posible
en los botes salvavidas?

(Aplausos)

Observando lo escaneado
en Honduras y México,

es evidente que urge escanear,
escanear y escanear

todo lo que esté en nuestras manos
ahora que aún estamos a tiempo.

Eso fue lo que inspiró Earth Archive,
una iniciativa científica sin precedentes

para escanear con LiDAR todo el planeta,
empezando por las zonas más amenazadas.

Con un triple objetivo.

Primero: crear un registro básico
de la tierra tal cual es hoy en día.

para mitigar de manera más efectiva
los efectos del cambio climático.

Para medir los cambios,
necesitamos dos tipos de datos:

los del antes y los del después.

Ahora mismo no contamos
con datos en alta definición del antes

de la mayoría del planeta,
así que no podemos medir los cambios

y no podemos valorar qué medidas
en la lucha contra el cambio climático

están dando resultados positivos.

Segundo: hay que crear
una copia virtual del planeta,

para que los científicos puedan
estudiar la tierra actual.

Los arqueólogos como yo podríamos
buscar asentamientos desconocidos.

Los ecólogos podrían estudiar
el tamaño de los árboles,

la composición y la edad de los bosques.

Los geólogos la hidrología,
las fallas o las perturbaciones.

Hay un mundo de posibilidades.

Tercero: mantener un registro
de nuestro planeta

para que los hijos de nuestros hijos

puedan reconstruir y estudiar en el futuro
el patrimonio cultural perdido.

La ciencia y la tecnología
no paran de avanzar,

llegará un momento en que utilizarán
nuevas herramientas, algoritmos,

hasta inteligencia artificial
para lo escaneado con LiDAR,

y se preguntarán cosas que no podríamos
ni llegar a imaginar hoy en día.

Como pasó con Notre Dame,

no podemos imaginarnos
cómo se usarán estos registros.

Sin embargo, sí sabemos
que jugarán un papel crucial.

Earth Archive es el mejor regalo
para las futuras generaciones,

porque, a decir verdad,

no viviré lo suficiente
para ver todo su efecto,

ninguno de los presentes lo hará.

Precisamente por eso
merece la pena hacerlo.

Earth Archive es apostar
por el futuro de la humanidad.

Es apostar unidos, como un solo grupo,

ciudadanos y científicos,

por abordar la crisis climática
y decidir hacer lo correcto,

no solo por nosotros hoy,

sino por los que vinieron
antes que nosotros

y los que vendrán después,
la futuras generaciones,

que continuarán con nuestro legado.

Muchas gracias.

(Aplausos)