En las profundidades de su reino submarino, los poderosos Señores Dragones temblaron de miedo. Ante ellos brincaba Sun Wukong, el Rey Mono. El alborotador legendario había nacido de la piedra, tenía conocimientos de magia divina y ahora estaba blandiendo el arma más preciada de los Señores Dragones. Este bastón mágico, originalmente tan grande que podía medir la profundidad de una gran inundación, ahora obedecía la voluntad del Rey Mono y se encogía a su toque. Aterrorizados por este poder desconcertante, los Dragones amablemente permitieron a Sun Wukong quedarse con el bastón. El Rey Mono guardó el arma y corrió alegremente hacia su reino para mostrar su tesoro a su tribu de monos guerreros. Luego de una fastuosa celebración, Sun Wukong cayó en un sueño profundo. Pero apenas comenzó a soñar, el Rey Mono rápidamente se dio cuenta de dos cosas. La primera era que este no era un sueño común. La segunda era que no estaba solo. De repente, se encontró atrapado en las garras de dos figuras macabras. Al principio el Rey Mono no sabía quiénes eran sus captores. Pero mientras lo arrastraban hacia las puertas de su ciudad, Sun Wukong se dio cuenta de su problema fatal. Estos eran colectores de almas encargados de transportar a los mortales al Reino de los Muertos. Este era el dominio de los Señores de la Muerte, quienes despiadadamente clasificaban almas y planeaban castigos horripilantes. Desde aquí, el Reino de la Muerte se encontraba ante él. Podía ver los palacios del Señor de la Muerte, y el legendario puente que cruza el río Nai He. Una anciana estaba a cargo del puente, y ofrecía a las almas dignas un tazón de sopa. Luego de beber, los espíritus olvidaban su vida anterior y eran enviados de vuelta al mundo de los vivos en una nueva forma. Más abajo estaban las almas que no eran dignas de reencarnar. En este laberinto retorcido de habitaciones, espíritus desafortunados sufrían castigos en interminables cuartos... desde montañas llenas de hojas afiladas hasta estanques de sangre y cubas de aceite hirviendo. Pero Sun Wukong no estaba dispuesto a aceptar ni la tortura ni la reencarnación. Mientras colectores de almas intentaban arrastrarlo por las puertas, el Rey Mono sacó rápidamente su bastón y se soltó de sus garras. Sus gritos de batalla y el estruendo de las armas resonaron por todo el inframundo. Dándose cuenta del alboroto, los diez Señores de la Muerte se abalanzaron sobre él. Pero nunca habían encontrado tal resistencia de un alma mortal. ¿Qué era esta criatura inusual? ¿Era un mortal, un dios... u otra cosa? Los Señores consultaron el Libro de la Muerte y la Vida, un tomo que mostraba el momento de la muerte de cada alma viviente. Al no saber en qué categoría estaba este extraño ser, al principio, a los Señores de la muerte les costó encontrar a Sun Wukong; pero el Rey Mono sabía exactamente dónde buscar. Desafortunadamente, los registros confirmaban las afirmaciones de los Señores de la Muerte: estaba programado que Sun Wukong muriera esta misma noche. Pero el Rey Mono no estaba asustado. Esta estaba lejos de ser la primera vez que desafiaba al destino en su búsqueda de sabiduría y poder. Sus anteriores rebeliones le habían dado el poder de transfigurar su cuerpo, cabalgar nubes a velocidades vertiginosas, y gobernar su tribu con magia y artes marciales En esta crisis, vio una oportunidad más. Moviendo sus ágiles dedos a gran velocidad, el Rey Mono tachó su propio nombre del Libro. Antes de que los Señores de la Muerte pudieran reaccionar, encontró los nombres de su tribu de monos y también los rayó. Libre de las cadenas de la muerte, Sun Wukong comenzó a luchar para salir del inframundo. Derrotó hábilmente a interminables multitudes de espíritus furiosos... pero tropezó mientras intentaba salir del reino. Justo antes de tocar el suelo, Sun Wukong de repente despertó en su cama. Al principio pensó que la travesía podría haber sido un sueño, pero el Rey Mono sintió el surgimiento de su nueva inmortalidad desde su cabeza hasta la punta de su cola. Con un grito triunfal, despertó a sus guerreros para compartir su más reciente aventura... y comenzar una nueva celebración.