Hace algunos años,
un asesor estadounidense que conozco
me contó sobre un viaje
que realizó a Uzbekistán.
Su propósito era ayudar
con la venta de tecnología
a que el gobierno uzbeko la usara
para espiar a su propia gente.
Finalmente, me compartió
el material publicitario
que le presentó al gobierno uzbeko.
Un gran folleto presentaba la tecnología
que no solo interceptaría llamadas,
sino que también identificaría
quién llama sin importar el número que use
basándose únicamente
en su registro de voz
para después identificar
su ubicación geográfica exacta.
Esta persona lleva años involucrada
en el comercio de armas.
No era un traficante de armas
trabajando en secreto al estilo Hollywood.
Solo una persona trabajando
con empresas occidentales
para ayudar a la venta
de armas en el extranjero.
Y no le molestaba promocionar
este tipo de tecnología.
Para él, solo era el siguiente paso
en el comercio de armas.
E incluso fue más fácil que,
digamos, venderle armas a Irak,
porque no requería
una licencia de exportación
del Departamento de Estado de EE. UU.,
como con la mayoría de las armas.
Resulta que casi todas
estas herramientas de vigilancia
no están reguladas,
porque al día de hoy
no se las considera armas.
Pero deberían serlo,
y así es como tenemos que regularlas.
Soy una periodista
que ha pasado dos décadas
viendo cómo el mundo
inteligente y militarizado
estimula el desarrollo
de nueva ciencia y tecnología.
Seguí el surgimiento de las nuevas armas
para ver qué sucede
cuando las compañías promocionan
estas armas en el extranjero.
Pero, ¿qué es un arma en la era digital?
Sabemos que los drones armados,
los misiles y las bombas son armas,
pero, en realidad,
el Departamento de Estado,
clasifica amplias categorías
de tecnología como armas.
Por ejemplo, un científico en un navío
de investigación oceanográfica,
¿quiere llevar gafas
para nadar en visión nocturna?
Según el Departamento de Estado,
potencialmente, sería un arma.
¿Por qué?
Porque, a pesar de que estas gafas
las usan científicos
y cazadores alrededor del mundo,
son algo que fue originalmente
diseñado para la milicia.
Pero las herramientas de vigilancia
que un régimen autoritario
pueden usar para espiar a su gente,
a sus detractores y a periodistas,
eso no son armas,
según el gobierno de EE. UU.
Y sin embargo, estas herramientas
forman parte de una creciente y sigilosa
industria de miles de millones de dólares.
El génesis de este mercado de vigilancia
comenzó hace 18 años,
en un hotel Hilton al norte de Virginia,
a unas cuantos km
de la Agencia Central de Inteligencia.
Unas cuantas personas,
hombres con trajes negros,
se reunieron ahí en la primavera del 2002
con motivo de la conferencia
con el modesto nombre de "ISS World".
A primera vista, esta conferencia
seguro se veía como muchos otros eventos
que solían realizarse
en la zona de Washington DC.
Pero este evento era especial.
ISS son las siglas en inglés
para Sistemas de Asistencia Inteligente,
y las personas presentes eran de compañías
que creaban tecnologías
para espiar conversaciones privadas.
En otras palabras, buscaban
personas que intervienen teléfonos.
Se reunieron ahí
porque menos de un año antes
los ataques terroristas en Nueva York
y Washington del 11-S
motivaron al Congreso
a presionar con una legislación
conocida como La Ley Patriótica.
Esto dio al gobierno nueva potestad
para monitorear las comunicaciones.
E-mails, actividad en internet,
llamadas telefónicas
e, incluso, transacciones financieras.
Esto creó una demanda
casi instantánea de información.
Y como parte del verdadero
espíritu emprendedor estadounidense,
toda una industria emergió
para obtener esta información.
Pero en el año 2002,
esto todavía era algo muy reservado.
Solo alrededor del 10 %
de la población mundial
estaba conectada en internet.
Así que la mayor parte de la información
obtenida eran simples llamadas y correos
de líneas fijas y de celulares.
Pero en los siguientes años,
la manera de comunicarnos
empezó a cambiar rápidamente.
Aparecieron Skype, Facebook,
y después, crucialmente, el iPhone.
Y en unos cuantos años,
miles de millones traíamos
pequeñas computadoras en el bolsillo
que hacen todo por nosotros,
desde monitorear nuestro ejercicio
hasta ayudarnos
a encontrar parejas románticas.
De repente, ya no se necesitaban
las capacidades avanzadas
de la Agencia de Seguridad Nacional
o grandes telecomunicaciones
para monitorear la comunicación de todos.
En algunos casos,
solo se necesitaba tener acceso
a ese dispositivo en sus bolsillos.
Y con ello nació
todo un nuevo tipo de industria.
No muchas compañías
construyen misiles o aeronaves,
pero no se requiere de mucho capital
para crear un software
que intercepte el celular de alguien.
Los hackers de computadoras
han existido por años,
pero ahora sus habilidades se usan
para construir tecnologías
altamente solicitadas por la ley
y agencias de inteligencia.
Pronto, docenas,
incluso cientos de compañías
se involucraban en el negocio
de intervención telefónica.
Esa pequeña conferencia en Virginia,
creció y pronto se le conoció como
"The Wiretapper's Ball".
En los primeros años no se sabía
mucho sobre el "Wiretapper's Ball"
porque no cualquiera
podía ir a las conferencias,
únicamente las compañías
y sus clientes gubernamentales.
Pero periodistas comenzaron a ver
y a escuchar reportes
de compañías involucrándose
en este mercado de espionaje.
Temibles empresarios recorriendo el mundo,
haciendo negocios,
a menudo con regímenes autoritarios.
Y, desde el comienzo, fue un mercado
con muy pocas regulaciones.
Algunos países sí requieren permiso
para vender esta tecnología
en el extranjero,
pero raras veces se hace con el escrutinio
que se le hace con armas tradicionales.
Así que, por ejemplo, la compañía
Hacking Team, ubicada en Italia,
supuestamente vendió
esta tecnología a regímenes autoritarios
en Egipto y Kazajistán.
La compañía NSO Group, ubicada en Israel,
supuestamente vendió esta tecnología
al régimen en Arabia Saudita,
que ha sido acusado de acoso,
e incluso, en una ocasión, de asesinar
a uno de sus oponentes políticos.
Las armas son consideradas
cosas que matan personas.
Pero en la era digital,
lo que nos puede rastrear e identificar
son de las armas más poderosas.
Esto es algo que el Pentágono
y la CIA han reconocido por años,
y han tratado de crear tecnologías
capaces de rastrear personas
con sospecha de terrorismo en el mundo.
El Pentágono invirtió
en algo llamado "polvo inteligente",
que son microsensores
del tamaño de partículas de polvo
que se pueden esparcir
en las personas sin que lo sepan,
y usarlo para encontrar su ubicación.
El Pentágono, a través de
su agencia de capital de riesgo,
invirtió en una compañía de productos
de belleza que salió en la revista Oprah
para crear un dispositivo
que pudiera recolectar ADN
tan solo con rozar la piel.
Pero sucedió algo sorprendente
en la última década.
En muchos casos,
lo que ha logrado el mercado privado
ha superado lo que el Pentágono
o la CIA creían posible.
En el 2008,
el Pentágono tenía bajo la manga
una base de datos del ADN de terroristas.
Tenía alrededor de 80 000 muestras.
La compañía privada AncestryDNA
tiene al día de hoy muestras
de más de 15 millones de personas.
23andMe, la segunda base de datos
genealógica más grande,
tiene muestras de más de
10 millones de personas.
Así que ahora, quizá no necesiten
técnicas al estilo James Bond
para obtener ADN
si se lo damos voluntariamente
a compañías privadas
e incluso pagamos por el honor de hacerlo.
¿Qué podrían hacer
con una muestra del ADN de alguien?
En EE. UU. y en China,
investigadores trabajan
en usar muestras de ADN
para crear imágenes
de los rostros de la gente.
Si le agregan ADN
a la tecnología de reconocimiento facial,
se tienen las bases de un sistema
de vigilancia muy poderoso
que podría usarse para localizar personas
o grupos étnicos por completo.
Y si creen que eso suena
un poco paranóico,
recuerden que el Pentágono
envió un comunicado el año pasado
a todos sus miembros en servicio,
advirtiéndoles, precisamente, de no usar
esos kits comerciales de ADN
en situaciones donde podrían usar
información para rastrearlos,
a ellos o a sus familiares.
Incluso con el Pentágono expresando
su preocupación sobre esta tecnología,
no se ha hecho casi nada
para controlar este mercado.
Compañías como
One American Company, Clearview AI,
han recolectado miles de millones
de imágenes de rostros por Internet,
como las fotos que publican en Instagram
de Uds., sus amigos y su familia,
y luego venden estos servicios
de reconocimiento facial
al gobierno de EE. UU.
y a agencias de seguridad.
Incluso si piensan
que es totalmente aceptable
la utilización de esta tecnología
nada les impide vender
a individuos privados,
corporaciones o incluso
gobiernos extranjeros.
Y eso es exactamente
lo que algunas compañías hacen.
¿Recuerdan el "Wiretapper's Ball"
que comenzó al norte de Virginia?
Hoy en día, se lleva a cabo
en diferentes ciudades del mudo.
Miles de personas asisten a conferencias
y entrenamientos de la ISS.
Y cada vez más compañías
vienen del Medio Oriente y China.
El mercado de espionaje ahora es global.
En las demostraciones de armas
que existen verán compañías
promocionando
tecnología de reconocimiento facial
y softwares para hackear teléfonos,
a un lado de los fabricantes
de armas tradicionales
con tanques y misiles.
En estas demostraciones de armas
es muy fácil caer en estados distópicos,
pensando en futuras
tecnologías de vigilancia
que seguirán nuestros movimientos.
Recuerdo un asesor
del Pentágono que me dijo
que lo que necesitaba la milicia
eran satélites espaciales
que pudieran rastrear personas
en cualquier lugar del mundo con su ADN.
Es suficiente para querer invertir
en sombreros metálicos.
Pero lo cierto es que no sabemos
qué tipo de tecnología traerá el futuro.
Pero sabemos que hoy en día,
con la falta de regulaciones,
el mercado ya está emergiendo
De hecho, una compañía
acusada de vender tecnología de vigilancia
a regímenes autoritarios,
actualmente ayuda a localizar
a personas infectadas con COVID-19.
Y claro, la tecnología ofrece
esa tentadora promesa
de ayudar a controlar una pandemia
a través del rastreo de contactos.
Pero también le abre la puerta,
a una gran vigilancia privatizada.
Entonces, ¿qué hacemos
con este mercado de espionaje privado?
Podemos escondernos,
desconectarnos de la red,
cerrar nuestras redes sociales,
tirar nuestros teléfonos,
e irnos a vivir a una cueva,
pero la verdad es que no sabemos
ser espías profesionales,
no podemos vivir con identidades falsas
o sin una identidad.
Incluso a los verdaderos espías
les cuesta trabajo hacerlo actualmente.
No importa cuántos pasaportes
tenga Jason Bourne
si su rostro o su ADN
están en la base de datos de alguien.
Si los gobiernos perdieron
el control de estas herramientas,
¿hay algo que podamos hacer?
Me han dicho que aunque EE.UU.
le prohibiera a las compañías
vender esta tecnología en el extranjero,
las compañías de China
simplemente tomarían su lugar.
Pero regulamos el mercado de armas,
aunque sea de manera imperfecta.
De hecho, hace varios años,
hubo una propuesta multilateral
para hacer justamente eso,
requerir licencias de exportación
para softwares de vigilancia.
EE. UU. estaba dentro de esos países
que acordaron
estas regulaciones voluntarias,
pero en Washington, esta propuesta
simplemente no prosperó.
Nuestra administración prefiere
vender más armas en el extranjero
con pocas restricciones,
incluyendo a algunos de esos países
acusados de abusar de esta tecnología.
Creo que para seguir adelante,
tendríamos que retomar esa propuesta
y e ir aún más allá.
Debemos cambiar nuestra manera de pensar
sobre la tecnología de vigilancia
y considerar estas herramientas
como armas.
Esto le permitiría al gobierno regular
y controlar su venta y exportación
tal y como controlan
las armas tradicionales,
avanzados misiles y navíos.
Eso significa reconocer que la tecnología
que monitorea quiénes somos,
qué hacemos, qué decimos,
y en algunas ocasiones, qué pensamos,
es un tipo de arsenal avanzado.
Estas armas están siendo
demasiado poderosas,
disponibles al mayor postor
y en función de los caprichos
del mercado de espionaje.
Gracias.