En junio de 2017 me ofrecí como voluntaria a un banco de alimentos en el sur de mi ciudad en Atlanta, Georgia. Era un viernes por la tarde, el día de la entrega semanal de alimentos. Y mientras iba hacia allí, vi a la gente que comenzaba a llegar, muchos con sus carritos en el remolque, preparados para recibir su provisión de alimentos para la semana. Cuando me dispuse a entrar, había unas 40 personas fuera esperando en la fila. Y yo estaba muy emocionada, porque hay muy pocas cosas que me gustan más que ayudar. Pero, al entrar en la sala donde estaban reunidos los voluntarios, inmediatamente me di cuenta de que no íbamos a dar a esas personas comida de verdad. Básicamente, solo les dábamos alimentos. Me puse en mi lugar en la línea de montaje, donde —atención— estaba encargada de controlar que los pastelillos de chocolate estuvieran en la bolsa de cada familia. Cuando las bolsas comenzaron a pasar, pensé: "¿Qué diablos hacemos aquí?". Cada bolsa contenía dos refrescos dietéticos de medio litro, salsa de barbacoa de 3.5 litros, una bolsa de papas fritas, una caja de macarrones enriquecidos con verduara en forma de superhéroes, una caja de galletas dulces, una lata de frijoles fritos, una lata de guisantes, una latita de maíz, y no puedo olvidarme de los pastelillos de chocolate ni de las cebollas fritas deshidratadas, del tipo que van encima de un guiso de frijoles verdes. Y eso era todo. Hicimos más de un centenar de bolsas de ese tipo ese día, y la gente se puso en la fila para que le diéramos una. Pero una sensación se apoderó de mí; me sentí mal y algo enojada. Pensaba: ¿cómo podía sentirme bien con lo que estaba haciendo, sabiendo a ciencia cierta que nadie podría cocinar de verdad con los alimentos que habíamos dado a más de 100 familias? ¿Quién quiere hacer una comida con salsa de barbacoa y pastelillos de chocolate? (Risas) Y la realidad es que he sido parte de este proceso toda mi vida. He participado en la recolección de alimentos, he recogido latas desde que era niña, he donado comestibles más veces de las que puedo contar, he sido voluntaria en refugios y en bancos de alimentos, y estoy segura de que, como yo, muchos de Uds. también lo han hecho. En 2013 creé un restaurante temporal llamado "Sunday Soul". Alquilé mesas, sillas y manteles, imprimí menús y llevé esta iniciativa a los callejones, debajo de los puentes y a los parques para que las personas sin techo accedieran a una comida digna. Así que llevo en esta lucha bastante tiempo. En casi todas las ciudades importantes de EE. UU., el banco de alimentos es una institución muy querida por la comunidad. Las empresas envían voluntarios cada semana para clasificar los alimentos y empacarlos en cajas para los necesitados. Y la colecta de alimentos en lata reconforta el espíritu de las escuelas y oficinas que participan para proveer a los bancos de comida y comedores en todo el país. Así trabajamos para acabar con el hambre. Pero me he dado cuenta de que estamos abordando el tema de forma equivocada. Estamos haciendo las mismas cosas una y otra y otra vez y esperamos un resultado final diferente. Hemos creado un ciclo que genera en la gente una dependencia de los bancos de alimentos y comedores, mes a mes, para obtener comida que a menudo no es equilibrada y que, de verdad, no es saludable. En EE.UU., nuestra estrategia para hacer el bien, o lo que llamamos "caridad", en realidad nos ha impedido lograr un progreso real. Educamos a la gente en inseguridad alimentaria. Hay anuncios de televisión, vallas publicitarias, donaciones masivas, participación de grandes celebridades que se unen a la lucha. Pero la realidad siempre presente es que, incluso con todo este trabajo, millones de personas siguen pasando hambre. Y podemos hacerlo mejor. A nivel mundial, 821 millones de personas pasan hambre, es decir, 1 de cada 9 personas en este planeta. Y aquí en EE. UU. casi 40 millones de personas sufren de hambre cada año, incluyendo a más de 11 millones de niños que se acuestan con hambre cada noche. Sin embargo, hoy desperdiciamos más alimentos que nunca: 40 millones de toneladas al año, para ser exacta. La EPA estima que los residuos de alimentos se han duplicado, o más, entre 1970 y 2017, y representan el 27 % de nuestros vertederos. Estos residuos se van pudriendo poco a poco, y producen gas metano perjudicial, uno de los principales factores del cambio climático global. Tenemos los desperdicios de comida en sí, la pérdida de dinero asociada a la producción original de esa comida y la pérdida de mano de obra con todo lo anterior. Y luego está la desigualdad social entre quienes realmente necesitan alimentos y no los pueden obtener, y quienes tienen demasiado y simplemente los tiran a la basura. Todo esto me hizo entender que el hambre no era un problema de escasez, sino más bien una cuestión de logística. Así, en 2017 me dispuse a terminar con el hambre mediante la tecnología. Las apps de distribución de alimentos habían comenzado a popularizarse, y pensé que podíamos realizar ingeniería inversa de esta tecnología y conseguir comida de restaurantes y tiendas de comestibles para las personas necesitadas. Creo que la tecnología y la innovación tienen el poder de resolver problemas reales, especialmente el hambre. Así, en el año 2017, creé una aplicación que inventariaba todas las ventas de un comercio y le facilitaba la posibilidad de donar ese exceso de comida que normalmente tiraban al final del día. El usuario ahora solo tiene que hacer clic en un producto, decirnos qué cantidad va a donar, y nuestra plataforma calcula el peso y el valor fiscal de esos artículos en el momento de la donación. Después contactamos con transportistas locales de la economía compartida para que recojan el alimento y lo entreguen directamente a las ONG y personas necesitadas. He proporcionado datos y análisis para ayudar a las empresas a reducir el desperdicio de alimentos mostrándoles los productos que desperdician de manera regular. Y así ahorraron incluso millones de dólares. Nuestra misión era simple: alimentar más, desperdiciar menos. Y en el año 2018 el aeropuerto más activo del mundo fue también nuestro cliente, el Atlanta Hartsfield-Jackson. Y trabajamos con marcas y empresas como Hormel, Chick-fil-A y Papa John's. Incluso tuvimos la oportunidad de trabajar con la NFL para el Super Bowl LIII. Y en los últimos dos años, trabajamos con más de 200 negocios para desviar 1000 toneladas de alimento comestible de los vertederos y llevarlo a manos de los más necesitados. (Aplausos) Gracias. (Aplausos) Esto ha supuesto alrededor de 1.7 millones de comidas y nos permitió ampliar nuestros esfuerzos a otras ciudades, como Washington D. C., Chicago, Miami, Filadelfia, entre otras. Esta es solo una estrategia que aborda el problema. Otra fue el lanzamiento de tiendas temporales de comestibles. Recuperamos el exceso de comida de diversos negocios y creamos supermercados comunitarios gratis en sitios desprovistos de alimentos. Llevamos a un chef, hacemos pruebas de degustación y las familias se llevan las recetas. Damos a cada familia bolsas reutilizables y les permitimos hacer compras sin ver el precio del producto. Quisimos darles acceso a comidas y no solo a alimentos. Queríamos cambiar la forma de pensar erradicar el hambre en el país y convencer a la gente de que podemos resolver el hambre, no como una ONG, no como un banco de alimentos, sino como una empresa social, con el objetivo de reducir los residuos y acabar con el hambre. Pero no ha sido tan fácil como pensaba cambiar la manera de pensar y la narrativa sobre cómo pensamos que el hambre puede resolverse. En 2016, Francia se convirtió en el primer país en prohibir que los supermercados tiraran comida sin usar. En vez de eso, la deben donar, y los multan si no lo hacen. Sí. (Aplausos) En 2017 Italia hizo lo mismo, y se convirtió en el segundo país europeo en formalizar la prohibición de desechar alimentos. Y afirmaron de manera muy simple, tras haberse aprobado por ley: "Tiramos a la basura millones de toneladas de comida en buen estado y tenemos personas pobres que pasan hambre". Así de simple. Dinamarca tiene ahora una tienda de restos de comida. Se llama "Wefood". Se recupera el exceso de alimentos de tiendas de comestibles locales y los venden con un descuento de hasta un 50 %. Luego donan todo ese dinero a programas de ayuda de emergencia y a cubrir las necesidades sociales de personas vulnerables. Ha sido laureada como "la buena voluntad de los comestibles." Y el año pasado, el mundo vio por primera vez la tienda "paga lo que puedas", cuando "Feed it Forward" se inauguró en Toronto. Sus estantes se abastecen de comida recuperada de grandes supermercados y esto permite que las familias paguen lo que puedan en esa tienda de comestibles. Esto es increíble. Esta es la innovación que más necesitamos. Todo el mundo puede asumir el compromiso de cambiar su actitud acerca de cómo se resuelve el hambre. Al pensar en la innovación y la tecnología que ha logrado cambiar nuestra vida, desde la forma en que nos comunicamos con los demás a cómo manejamos nuestro ocio e incluso cómo recibimos los alimentos, es increíble que todavía no hayamos resuelto el hambre. Los autos pueden autoconducirse pero millones de personas no pueden alimentarse. Con millones de dólares donados para acabar con la inseguridad alimentaria, deberíamos haber resuelto el hambre hace años. Y me pregunté... (Aplausos) Me pregunté: ¿por qué no podemos escapar de este círculo vicioso? ¿Por qué no hemos resuelto este problema? Recuerdo una reunión con inversores donde lancé la idea, tratando de recaudar fondos para mi iniciativa, y uno de ellos me dijo con seriedad: "El hambre ya se está solucionando". Como si millones de personas no fuesen a ir a la cama con hambre esa misma noche, y como si no hubiera nada más que hacer. Y se podría pensar que el hambre se está resolviendo, pero la verdad es que se está trabajando en ella. Si realmente queremos resolver el hambre, tenemos que cambiar las estrategias. Las mismas acciones siempre darán los mismos resultados. Hay cientos de emprendedores sociales de todo el mundo. Ponen el foco en resolver problemas realmente grandes, como el hambre, pero nunca conseguirán el mismo apoyo que damos a las organizaciones contra el hambre y a los bancos de alimentos. Pero si les damos la oportunidad, tienen la capacidad de promover la comprensión y tal vez sea suficiente visión de futuro para resolver el problema. Por eso viajo por el mundo para hablar de lo que es el hambre en EE. UU., y explico la diferencia entre dar a la gente acceso a los alimentos y acceso a las comidas. Me he reunido con miembros del ayuntamiento y organizadores municipales en EE. UU. para explicarles que la tecnología tiene el poder de conectar a los comercios que tienen excedente alimentario con las personas necesitadas, y explicarles lo que una comida puede significar para una familia. Me he reunido con consejos y distritos escolares para ver cómo alimentar a los niños con hambre, y con centros de salud para compartir el mensaje de que la alimentación es salud y vida y que, resolviendo el hambre, podemos resolver otros problemas. Así que, si queremos saber que no vivimos en una nación donde la comida en perfecto estado se tira, mientras nuestros vecinos no tienen qué comer, entonces tenemos que cambiar las leyes. Necesitamos introducir nuevas políticas, y, más importante, hay que cambiar nuestra mentalidad y nuestras acciones. Las colectas de alimentos están bien. Los bancos de alimentos son de gran ayuda. Y sí, a veces me gustan los pastelillos de chocolate. Pero, en realidad, los bancos de alimentos no solucionan el hambre. Y si tenemos la inteligencia de atar los cabos que están ante nuestras narices, podemos hacer mucho más que tan solo dar a una familia una caja de macarrones enriquecido con verdura en forma de superhéroes y salsa de barbacoa para alimentarse. En cambio, podemos devolverles su dignidad. Tal vez podemos aumentar la asistencia escolar en las escuelas. Podemos mejorar la salud de millones de personas. Y, lo más importante, podemos reducir los desechos de comida en los vertederos y así mejorar el ambiente para todos nosotros. Lo que más me gusta es que podemos sentirnos bien en el proceso. Si resolvemos el hambre, no tenemos nada que perder y mucho que ganar. Hagámoslo. Gracias. (Aplausos) Gracias.