Les contaré algo sorprendente:
en los 45 años desde que
se usan cajeros automáticos,
esas máquinas que dan dinero,
el número de cajeros humanos
que trabajan en EE.UU.
se duplicó aproximadamente
de un cuarto de millón a medio millón.
De un cuarto de millón en 1970
a medio millón hoy en día,
un aumento de 100 000 desde el año 2000.
Este hecho, que se encuentra en un libro
del economista de la Universidad
de Boston, James Bessen,
plantea una pregunta interesante:
¿qué hacen todos esos cajeros?
¿Y por qué no los dejó sin trabajo
la automatización?
Si lo pensamos un poco,
muchos de los grandes inventos
de los últimos 200 años
se diseñaron para reemplazar
el trabajo humano.
Se crearon tractores
para sustituir el esfuerzo físico humano
por fuerza mecánica.
Se diseñaron líneas de montaje
para reemplazar la inconsistencia
del trabajo manual humano
por perfección hecha a máquina.
Se programaron computadoras
para intercambiar
los cálculos humanos
inconsistentes y con errores
por perfección digital.
Estos inventos funcionan.
Ya no cavamos zanjas a mano
ni golpeamos hierro
para forjar herramientas
ni usamos papel para nuestra contabilidad.
Y, aun así, el número de adultos en EE.UU.
empleados en el mercado laboral
es mayor ahora en 2016
que hace 125 años, en 1890,
y aumentó en casi todas las décadas
en esos 125 años.
Esto plantea una paradoja.
Las máquinas hacen cada vez más
nuestro trabajo.
¿Por qué no es redundante nuestro trabajo
y no son obsoletas nuestras habilidades?
¿Por qué siguen existiendo tantos empleos?
(Risas)
Hoy intentaré responder esa pregunta,
y también les contaré qué significa esto
para el futuro del trabajo
y qué problemas plantea la automatización
para nuestra sociedad.
¿Por qué existen tantos empleos?
Entran en juego
dos principios económicos fundamentales.
Uno tiene que ver con la inteligencia
y la creatividad humana.
El otro tiene que ver con
lo insaciable del ser humano,
o, en otras palabras, la ambición.
El primer principio se llama
principio del O-ring
y determina el tipo de trabajo
que realizamos.
El segundo es el principio
de "nunca es suficiente"
y determina cuántos trabajos
hay en realidad.
Empecemos por el O-ring, o el aro.
Los cajeros automáticos
tuvieron dos efectos compensadores
sobre el trabajo del cajero humano.
Como se creía, reemplazaron
muchas tareas de los cajeros.
El número de cajeros por sucursal
disminuyó un tercio.
Pero los bancos también descubrieron
que era más barato abrir nuevas sucursales
y el número de sucursales aumentó un 40 %
en este mismo periodo.
El resultado fue un aumento
de cajeros y sucursales.
Pero esos cajeros hacían
un trabajo un tanto distinto.
Conforme disminuían las tareas habituales
de manejo de dinero,
dejaban de ser empleados de caja
y pasaban a ser vendedores
que se relacionaban con los clientes,
resolvían problemas
y les vendían tarjetas de crédito,
inversiones y préstamos.
Más cajeros que hacen
un trabajo más cognitivo.
Este es un principio general.
La mayor parte de nuestro trabajo
necesita una multiplicidad de habilidades:
pensamiento y esfuerzo,
experiencia técnica y dominio intuitivo,
inspiración y transpiración,
como dijo Thomas Edison.
En general, automatizar
algunas de esas tareas
no vuelve innecesarias las demás tareas.
De hecho, las vuelve más importantes.
Aumenta su valor económico.
Veamos el siguiente ejemplo.
En 1986, la nave espacial Challenger
explotó y se estrelló en la Tierra
casi dos minutos después del despegue.
La causa de aquel accidente resultó ser
un O-ring, un aro barato de caucho,
en el cohete acelerador
que se había congelado en la
plataforma la noche anterior
y falló catastróficamente
apenas despegaron.
En este proyecto multimillonario,
ese pequeño O-ring
marcó la diferencia entre
el éxito de la misión
y la muerte catastrófica
de siete astronautas.
Una metáfora ingeniosa que resultó
de este escenario trágico
es la función de producción del O-ring,
creada por el economista de Harvard
Michael Kremer,
nombrada por el desastre del Challenger.
La función de producción del O-ring
piensa al trabajo
como una serie de pasos entrelazados,
como eslabones.
Cada eslabón tiene que resistir
para que se cumpla la misión.
Si uno falla,
la misión, o el producto o el servicio,
se viene abajo.
Esta situación precaria implica
algo sorprendentemente positivo:
cuando se mejora
la fiabilidad de cualquier
eslabón de la cadena,
aumenta el valor que tendrá mejorar
cualquiera de los demás eslabones.
En concreto, si son mayoría los eslabones
frágiles y que tienden a romperse,
que tu eslabón no sea fiable
no es tan importante.
Igual es probable que otra cosa se rompa.
Pero a medida que los eslabones
se vuelven robustos y fiables,
la importancia de tu eslabón
se vuelve más esencial.
En el límite, todo depende de ti.
El O-ring fue crucial
para la nave espacial Challenger
porque todo lo demás funcionaba
a la perfección.
Si la nave Challenger fuera
el equivalente espacial
de Microsoft Windows 2000...
(Risas)
La fiabilidad del O-ring
no hubiera sido importante
porque la máquina no habría funcionado.
(Risas)
Esta es la cuestión.
En gran parte de nuestro trabajo,
somos el O-ring.
Sí, los cajeros automáticos
hacen ciertas tareas
más rápido y mejor que los cajeros humanos
pero no los volvieron superfluos.
Aumentaron la importancia de la
capacidad para resolver problemas
y establecer relaciones con los clientes.
El mismo principio se aplica
cuando construimos un edificio,
cuando diagnosticamos
y tratamos a un paciente
o cuando le damos una clase
a alumnos de secundaria.
A medida que mejoran
nuestras herramientas,
la tecnología incrementa nuestra ventaja
y aumenta la importancia
de nuestra experiencia
y de nuestra creatividad
y nuestro juicio.
Y eso me lleva al segundo principio:
nunca es suficiente.
Estarán pensando, bueno,
el O-ring, perfecto,
significa que el trabajo de
las personas es importante.
Las máquinas no pueden hacerlo,
pero alguien tiene que hacerlo.
Pero eso no me dice cuántos empleos
sigue habiendo.
Si lo piensan, ¿no es bastante evidente
que cuando nos volvemos
muy productivos en algo,
básicamente trabajamos hacia el desempleo?
En 1900, el 40 % del empleo en EE.UU.
estaba en las granjas.
Hoy en día, es menos del 2 %.
¿Por qué hay tan pocos granjeros
hoy en día?
No es porque comamos menos.
(Risas)
Un siglo de crecimiento
en la productividad agrícola
significa que un par de millones
de granjeros
pueden alimentar
a una nación de 320 millones.
Es un progreso increíble,
pero también significa que hay
limitados empleos O-ring en agricultura.
Entonces es claro que la tecnología
elimina empleos.
La agricultura es un solo ejemplo.
Hay muchos más.
Pero, lo que es cierto para un producto o
un servicio o una industria en particular
nunca es cierto
para la economía en general.
Muchas de las industrias
en las que trabajamos,
medicina y salud,
finanzas y seguros,
electrónica y computación,
eran muy pequeñas o casi ni existían
hace un siglo.
Muchos de los productos
en que gastamos nuestro dinero,
aires acondicionados, vehículos 4x4,
computadoras y móviles,
eran increíblemente costosos
o todavía no se habían inventado
hace un siglo.
La automatización libera nuestro tiempo,
aumenta el alcance de lo posible,
por lo que inventamos productos,
ideas y servicios nuevos
que exigen nuestra atención,
ocupan nuestro tiempo
y estimulan el consumo.
Pueden pensar que algunas cosas
son frívolas,
el yoga extremo, el turismo aventura,
el Pokémon GO,
y a veces estoy de acuerdo.
Pero las personas las quieren y
están dispuestas a trabajar por ellas.
El trabajador promedio de 2015
que pretende obtener la calidad
de vida promedio de 1915
puede obtenerla con solo trabajar
17 semanas al año,
una tercera parte del tiempo.
Pero la mayoría no elige hacer eso.
Están dispuestos a trabajar duro
para recolectar la recompensa
tecnológica disponible.
La abundancia material nunca
elimina la escasez percibida.
En las palabras del economista
Thorstein Veblen,
la madre de la necesidad es la invención.
Bien...
Si uno acepta estos dos principios,
el principio del O-ring y
el de nunca es suficiente,
están de acuerdo conmigo.
Habrá empleos.
Entonces, ¿no hay nada
por qué preocuparse?
La automatización, el empleo,
los robots y el trabajo...
¿todo funcionará bien?
No.
Ese no es mi argumento.
La automatización crea riqueza
porque nos permite hacer
más trabajo en menos tiempo.
No hay una ley económica
que diga que vayamos
a aprovechar esa riqueza,
y de eso vale la pena preocuparse.
Piensen en estos dos países:
Noruega y Arabia Saudita.
Dos naciones ricas en petróleo,
es como si el dinero les saliera
por un agujero en el suelo.
(Risas)
Pero no aprovecharon esa riqueza
de la misma manera para fomentar
la prosperidad humana.
Noruega es una democracia próspera.
En líneas generales, los ciudadanos
se comportan bien entre ellos.
Típicamente se encuentra entre
los primeros cuatro puestos
en los rankings de felicidad nacional.
Arabia Saudita es una monarquía absoluta
en la cual muchos ciudadanos no tienen
un camino para el ascenso personal.
Típicamente se encuentra en el puesto 35
de felicidad nacional,
un puesto bajo para una nación tan rica.
Solo para comparar,
EE.UU. se encuentra típicamente
en el puesto 12 o 13.
La diferencia entre estos dos países
no es la riqueza
y no es la tecnología.
Son las instituciones.
Noruega invirtió
para construir una sociedad
de oportunidades
y movilidad económica.
Arabia Saudita elevó la calidad de vida
a la vez que frustró
muchos otros esfuerzos humanos.
Dos países, ambos adinerados,
pero no igualmente ricos.
Y esto me lleva al problema
que nos encontramos hoy,
el problema que significa
la automatización.
El problema no es
que nos quedamos sin trabajo.
EE.UU. sumó 14 millones de empleos
desde la Gran Recesión.
El problema es que muchos de esos empleos
no son buenos empleos
y muchos ciudadanos no están calificados
para los buenos empleos
que se están creando.
El crecimiento del empleo en EE.UU.
y en gran parte del mundo desarrollado
parece una barra de pesas,
en cada punta de la barra
hay cada vez más peso.
Por un lado,
están los empleos bien pagos
que requieren una educación buena,
como médicos y enfermeras,
ingenieros y programadores,
gerentes de ventas y de marketing.
El crecimiento del empleo
en estas áreas es robusto.
De manera similar, es robusto
el crecimiento del empleo
en áreas que requieren
menor educación y habilidad
como servicio gastronómico, limpieza,
seguridad, enfermería domiciliaria.
Al mismo tiempo, el empleo disminuye
en los trabajos de clase media,
de educación y paga media,
como obreros en puestos operarios
y de producción
y administrativos en puestos
de ventas y oficina.
No son un misterio las razones
de este medio
que se contrae.
Muchos de los empleos de mediana habilidad
usan reglas y procedimientos
bien comprendidos
que, cada vez más,
se pueden codificar en software
que ejecutan las computadoras.
El problema que crea este fenómeno,
lo que los economistas llaman
polarización laboral,
es que elimina escalones
en la escalera económica,
reduce el tamaño de la clase media
y amenaza con transformarnos
en una sociedad más estratificada.
Por un lado, un grupo de profesionales
muy bien pagos, muy bien educados
que hace un trabajo interesante.
Por el otro, un gran número
de ciudadanos con trabajos mal pagos
cuya responsabilidad principal es ocuparse
de la comodidad y salud de los ricos.
Esa no es mi visión de progreso
y dudo que sea la de Uds.
Pero tengo noticias favorables.
Ya hemos vivido cambios económicos
igualmente cruciales
y los hemos superado con éxito.
A fines del siglo XIX y principios del XX,
cuando la automatización eliminó
un gran número de trabajos agrícolas,
¿se acuerdan del tractor?,
los estados agrícolas se enfrentaron
al desempleo masivo,
una generación de jóvenes que
ya no se necesitaba en la granja
y que no estaba lista para la industria.
Para hacerle frente al reto,
tomaron la medida radical
de requerir que todos los jóvenes
se quedaran en la escuela
y continuaran su educación
hasta la madura edad de 16 años.
Fue el movimiento de
la escuela secundaria
y fue algo radicalmente costoso.
No solo tuvieron que invertir
en las escuelas,
sino que esos chicos no les podían
quitar los empleos.
También resultó ser
una de las mejores inversiones
que hizo EE.UU. en el siglo XX.
Nos dio la mano de obra más habilidosa,
más flexible y más productiva
del mundo.
Para ver lo bien que funcionó, imaginen
que traen la mano de obra de 1899
al presente.
A pesar de su gran fuerza
y su buen carácter,
muchos no tendrían más que
la habilidad con los números
y la alfabetización para hacer
los trabajos más mundanos.
Muchos serían ineptos para trabajar.
Este ejemplo resalta la importancia
de nuestras instituciones,
en especial de la escuela,
ya que nos permite cosechar
nuestra prosperidad tecnológica.
Es iluso decir que no tenemos
de qué preocuparnos.
Claramente nos podemos equivocar.
Si, hace un siglo, EE.UU.
no hubiera invertido en la escuela
con el movimiento
de la escuela secundaria,
seríamos una sociedad
menos próspera, móvil y,
probablemente, menos feliz.
Pero es igual de iluso decir
que el destino está escrito.
No lo deciden las máquinas.
Ni siquiera lo decide el mercado.
Lo decidimos nosotros
y nuestras instituciones.
Ahora bien, empecé esta charla
con una paradoja.
Las máquinas hacen cada vez más
nuestro trabajo.
¿Por qué no es superfluo nuestro trabajo
ni redundantes nuestras habilidades?
¿Acaso no es obvio que el camino
al infierno económico y social
está plagado de nuestros grandes inventos?
La historia nos ofrece reiteradamente
una respuesta para esta paradoja.
La primera parte de la respuesta
es que la tecnología aumenta la ventaja,
aumenta la importancia, el valor agregado
de nuestra experiencia,
juicio y creatividad.
Ese es el O-ring.
La segunda parte es
nuestra creatividad sin límites
y nuestro deseo insaciable
lo que significa que nunca,
nunca es suficiente.
Siempre hay nuevos trabajos para hacer.
Ajustarnos a los avances rápidos
del cambio tecnológico
crea nuevos problemas
y se ven claramente en
el mercado laboral polarizado
y en la amenaza que es
para la movilidad económica.
Hacerle frente al reto no es automático.
Tiene un precio.
No es fácil.
Pero es factible.
Y tengo noticias favorables.
Gracias a nuestra
productividad maravillosa,
somos ricos.
Podemos permitirnos invertir
en nuestros hijos y en nosotros
de la misma forma en que EE.UU.
lo hizo hace 100 años con la escuela.
Podría decirse que no podemos
no permitírnoslo.
Ahora, estarán pensando,
"El profesor Autor nos contó
un cuento alentador
sobre el pasado lejano,
el pasado cercano,
quizás el presente, pero
probablemente no sobre el futuro.
Porque todos sabemos que
esta época es diferente.
¿No es así? ¿No es diferente esta época?
Por supuesto que es diferente.
Cada época es diferente.
En varias ocasiones en
los últimos 200 años,
los estudiosos y activistas nos alertaron
de que nos estamos quedando sin trabajo
y nos estamos volviendo obsoletos.
Por ejemplo, el luddismo
de principios del siglo XIX,
el Secretario de Trabajo de EE.UU.
a mediados de los 20
James Davis,
el economista ganador del premio Nobel
Wassily Leontief en 1982,
y, por supuesto, muchos eruditos,
críticos, tecnólogos
y figuras mediáticas hoy en día.
Estas predicciones me parecen arrogantes.
De hecho, estos oráculos autoproclamados
están diciendo:
"Si no puedo imaginar qué trabajos
harán las personas en el futuro,
entonces yo, tú y nuestro hijos
tampoco podrán imaginarlo".
No tengo las agallas
para apostar en contra del ingenio humano.
Miren, no les puedo decir
qué trabajos harán las personas
en cien años.
Pero el futuro
no depende de mi imaginación.
Si fuera un granjero
en Iowa en el año 1900
y un economista del siglo XXI
se teletransportara a mi campo
y me dijera: "Adivina qué, granjero Autor,
en los próximos cien años
el empleo agrícola bajará
del 40 % de todos los empleos
al 2 %
solo por el aumento en la productividad.
¿Qué crees que hará el 38 %
restante de los trabajadores?"
No le respondería: "Ya sé.
Nos dedicaremos al desarrollo
de apps, a la radiología,
a la enseñanza de yoga, a Bitmoji".
(Risas)
No tendría ni idea.
Pero ojalá tuviera
la sabiduría de decir:
"¡Guau! Una reducción del 95 %
en los empleos agrícolas
sin escasez de comida.
Eso sí que es un gran progreso.
Espero que la humanidad
haga cosas extraordinarias
de toda esa prosperidad".
Y, en líneas generales,
diría que lo ha logrado.
Muchas gracias.
(Aplausos)