Me gustaría empezar, si me permiten,
haciéndoles unas preguntas.
Si alguna vez han perdido a alguien
que amaban de verdad,
si alguna vez les han roto el corazón,
si alguna vez han pasado
por un divorcio amargo,
o han sido víctimas de una infidelidad,
levántense por favor.
Si no pueden levantarse levanten la mano.
Por favor, sigan de pie
y dejen la mano donde está.
Si alguna vez han vivido
un desastre natural,
han sido acosados o les han despedido,
levántense.
Si alguna vez han tenido
un aborto natural,
si han tenido un aborto provocado
o han lidiado con la infertilidad,
por favor levántense.
Para acabar, si Uds.
o alguien a quien quieren
ha tenido que lidiar
con una enfermedad mental, demencia,
algún tipo de discapacidad física
o lidiar con el suicidio,
por favor, levántense.
Miren a su alrededor.
La adversidad no discrimina.
Si están vivos,
van a tener que o ya han tenido que
lidiar con tiempos difíciles
Gracias a todos. Pueden sentarse.
Comencé a investigar
la resiliencia hace una década
en la Universidad de Pensilvania,
en Filadelfia.
Mi tiempo allí fue increíble,
porque los profesores que me enseñaron
habían firmado un contrato para entrenar
a 1,1 millones de soldados de EE. UU.
para que estuvieran de igual
forma física que mental.
Como pueden imaginar,
no hay un público mucho más
escéptico y exigente
que los sargentos instructores
que vuelven de Afganistán.
Para alguien como yo,
cuyo principal propósito en la vida
es intentar averiguar
cómo sacar lo mejor de los descubrimientos
científicos fuera del ámbito académico
y llevarlos al día a día de la gente,
era una situación bastante inspiradora.
Terminé mis estudios en EE. UU.
y volví aquí, a casa, a Christchurch,
para empezar
mi investigación de doctorado.
Acababa de empezar el estudio
cuando ocurrió
el terremoto de Christchurch.
Así que puse en pausa la investigación,
y comencé a trabajar con mi comunidad
para ayudarles a superar
el terrible periodo post-terremoto.
Trabajé con todo tipo de organizaciones
desde departamentos del gobierno
a empresas de construcción,
y todo tipo de grupos comunitarios,
enseñándoles las formas de pensar y actuar
que sabemos que aumentan la resiliencia.
Pensaba que era lo mío.
Mi momento de dar un buen uso
a todo lo que había investigado.
Pero lamentablemente estaba equivocada.
Ya que mi verdadera prueba llegó en 2014,
en el fin de semana
del cumpleaños de la Reina.
Nosotros y otras dos familias
habíamos decidido
bajar al lago Ohau
e ir en bicicleta hasta el mar.
En el último momento,
mi preciosa hija de 12 años, Abi,
decidió montarse en el coche con Ella,
su mejor amiga, también de 12 años,
y con la madre de Ella, Sally,
una muy muy buena amiga mía.
Cuando bajábamos,
mientras pasaban por Rakaia
en Thompsons Track,
un coche se saltó una señal de stop,
chocó contra ellas
y mató a las tres en el acto.
En un abrir y cerrar de ojos,
me vi en la otra cara de la moneda,
me desperté con una identidad
totalmente nueva.
En vez de ser la experta en resiliencia
de repente era una madre de luto.
Me despertaba sin saber quién era,
intentaba entender noticias impensables,
mi mundo estaba hecho pedazos.
De repente, yo era la que estaba
al otro lado de los consejos de expertos.
Y puedo decirles
que no me gustó un pelo lo que oí.
En los días tras la muerte de Abi,
nos dijeron que éramos los candidatos
ideales para el distanciamiento familiar.
Teníamos muchas posibilidades
de divorciarnos
y teníamos alto riesgo
de enfermedades mentales.
"Vaya", recuerdo haber pensado,
"Gracias, pensaba que mi vida
ya era lo suficientemente mierda".
(Risas)
Los folletos describían
las cinco etapas del duelo:
rabia, negociación, negación,
depresión, aceptación.
Los de apoyo a las víctimas
vinieron a nuestra casa
y nos dijeron que podíamos olvidarnos
de los próximos cinco años por el duelo.
Sé que los folletos y los recursos
tenían buena intención.
Pero con todos esos consejos,
nos dejaron sintiéndonos como víctimas.
Completamente desbordados
por lo que nos esperaba
e incapaces de ejercer ningún tipo
de influencia sobre nuestro duelo.
No hacía falta que me dijeran
lo mal que estaban las cosas.
Créanme, ya sabía que todo era
verdaderamente horroroso.
Lo que más necesitaba era esperanza.
Necesitaba un camino
a través de toda esa angustia,
ese dolor y esa nostalgia.
Por encima de todo,
quería ser participante activa
en mi proceso de duelo.
Así que decidí dar la espalda
a sus consejos
y en su lugar decidí llevar a cabo
algo parecido a un experimento.
Había investigado, tenía las herramientas,
quería saber cómo de útiles
me resultarían ahora a mí
al enfrentarme a una montaña
tan grande que escalar.
Llegados a este punto tengo que confesar
que en realidad no sabía
si algo de eso iba a funcionar.
El duelo por la muerte de un hijo
está ampliamente reconocido
como la pérdida más dura
que uno debe afrontar.
Pero ahora que han pasado cinco años
les puedo decir
lo que ya sabía por la investigación.
Que uno puede salir de la adversidad,
que hay estrategias que funcionan,
que es completamente posible
hacerte pensar y actuar de ciertas formas
que te ayuden a sobrellevar
tiempos difíciles.
Hay una cantidad enorme de investigación
sobre cómo hacer todo esto.
Hoy, voy a compartir con Uds.
tres estrategias.
Estas son las estrategias
a las que recurro y en las que confío
y las que me salvaron
en mis peores momentos.
Son tres estrategias
que apoyan todo mi trabajo,
y son de fácil acceso para todos,
cualquiera puede aprenderlas,
pueden aprenderlas aquí mismo.
La primera,
las personas resilientes
entienden que las cosas pasan.
Saben que sufrir es parte de la vida.
Eso no significa que les agrade,
no son ilusos.
Es solo que, cuando llegan tiempos duros,
parecen saber
que sufrir es parte
de cualquier existencia humana.
Y el saber esto evita
que te sientas discriminado
cuando llegan los tiempos difíciles.
Nunca me vi pensando,
"¿Por qué yo?".
De hecho, recuerdo pensar,
"¿Por qué no yo?
Te pasan cosas horribles,
igual que a todo el mundo.
Esta es tu vida ahora,
o luchas o mueres".
La verdadera tragedia
es que casi ninguno de nosotros
parece saberlo ya.
Parece que vivimos en una era
en la que tenemos derecho
a una vida perfecta,
donde las fotos bonitas y felices
en Instagram son la norma,
cuando en realidad,
como todos Uds. demostraron
al principio de mi charla,
ocurre justo lo contrario.
La segunda,
las personas resilientes
son muy buenas eligiendo con cuidado
dónde ponen su atención.
Tienen el hábito de evaluar
situaciones de manera realista,
y, normalmente, consiguen centrarse
en las cosas que pueden cambiar
y de alguna manera aceptan
las cosas que no pueden cambiar.
Esta es una habilidad vital
y fácil de aprender para la resiliencia.
Como humanos, somos muy buenos
advirtiendo amenazas y debilidades.
Estamos programados para el lado negativo.
Somos muy, muy buenos advirtiéndolo.
Las emociones negativas
se nos pegan como el velcro,
mientras que las emociones y experiencias
positivas parecen resbalar como el teflón.
En realidad, estar programados así
nos beneficia
y nos ha ayudado mucho desde una
perspectiva evolutiva.
Imaginen que soy una mujer de las cavernas
y salgo de mi cueva por la mañana,
y hay un tigre dientes de sable a un lado
y un arcoíris precioso al otro.
Para sobrevivir, es fundamental
que yo vea ese tigre.
El problema es
que ahora vivimos en una época
en la que estamos bombardeados
por amenazas a todas horas
y nuestros pobres cerebros tratan
cada una de esas amenazas
como si fueran un tigre.
Nuestra atención a las amenazas
y nuestra respuesta el estrés
van permanentemente en aumento.
La gente resiliente
no disminuye lo negativo,
pero aun así ha encontrado una manera
de sintonizar con lo bueno.
Un día, cuando las dudas
amenazaban con sobrepasarme,
recuerdo haber pensado:
"No, no vas a dejar que esto te trague.
Tienes que sobrevivir.
Tienes muchísimo por lo que vivir.
Elige vivir, no morir.
No pierdas lo que tienes
por lo que has perdido".
En psicología, esto se llama
búsqueda del beneficio.
En mi nuevo mundo,
significaba encontrar cosas
por las que estar agradecida.
Al menos nuestra pequeña
no había muerto por una
larga y agotadora enfermedad.
Murió de repente, en un instante,
librándonos a nosotros
y a ella de ese dolor.
Contábamos con una gran cantidad
de apoyo por parte de familiares y amigos
para ayudarnos.
Y, sobre todo,
aún teníamos dos hijos preciosos
por los que vivir,
que nos necesitaban en ese momento
y merecían tener una vida tan normal
como pudiéramos darles.
Poder cambiar el foco de tu atención
para incluir lo bueno
ha sido demostrado por la ciencia
como una estrategia poderosa.
En 2005, Martin Seligman y sus compañeros
llevaron a cabo un experimento.
Y lo que le pidieron hacer a la gente
fue que pensaran en tres cosas buenas
que les habían pasado cada día.
Lo que descubrieron durante
los seis meses que duró el estudio
fue que toda esa gente mostraba
mayores niveles de gratitud,
mayores niveles de felicidad
y menos depresión
durante los seis meses del estudio.
Cuando estás pasando un duelo,
puede que necesites que te recuerden,
o puede que necesites permiso
para sentirte agradecido.
En nuestra cocina, tenemos
un póster de color rosa neón
que nos recuerda que "aceptemos" lo bueno.
En el ejército de EE. UU.
lo expresan de manera un poco distinta.
Les dijeron al ejército
que persiguieran lo bueno.
Encuentren el idioma
que funcione para Uds.
pero, hagan lo que hagan,
hagan un esfuerzo intencional,
deliberado y continuo
para conectarse
con lo que es bueno en sus vidas.
La tercera,
la gente resiliente se pregunta:
"Lo que hago ¿me ayuda o me daña?"
Esta pregunta se hace mucho
en las buenas terapias.
Y vaya que es poderosa.
Esa fue mi pregunta recurrente
los días posteriores
a la muerte de las chicas.
La preguntaba una y otra vez.
"¿Debería ir al juicio
y ver a la persona que conducía?
¿Eso me ayudaría o me haría daño?"
No tuve dudas al respecto,
decidí quedarme al margen.
Pero Trevor, mi marido,
decidió encontrarse con esta persona
más adelante.
Por la noche, miraba detenidamente
fotos antiguas de Abi,
disgustándome cada vez más.
Solía preguntarme:
"¿De verdad?
¿Esto te ayuda o te hace daño?
Guarda las fotografías,
vete a la cama,
sé amable contigo misma".
Esta pregunta puede aplicarse
a muchos contextos distintos.
¿La manera en la que pienso
o actúo te ayuda o te hiere
de camino a conseguir ese ascenso,
a aprobar un examen,
o a recuperarte de un infarto?
Tantas formas distintas.
Escribo mucho sobre la resiliencia,
y, a lo largo de los años, esta estrategia
ha provocado más feedback positivo
que ninguna otra.
Recibo montones de cartas, emails y demás
de gente de todas partes contándome
el gran impacto
que ha tenido en sus vidas.
Ya sea olvidando
rencillas familiares antiguas,
discusiones de navidades pasadas
o ya sea provocando en las redes sociales,
o preguntándose a uno mismo
si de verdad necesita
ese vaso extra de vino.
Cuestionarte a ti mismo
si lo que haces, tu manera de pensar,
tu manera de actuar
te está ayudando o dañando,
te pone de vuelta al volante.
Te da cierto control sobre
tu tomada de decisiones.
Tres estrategias.
Es muy simple.
Están disponibles para todos,
en cualquier momento, en cualquier lugar.
No hace falta ser un genio.
La resiliencia no es un rasgo inamovible.
No es algo impreciso,
que algunos tienen y otros no.
En realidad requiere procesos
bastante ordinarios.
Simplemente la voluntad
de darle una oportunidad.
Creo que todos tenemos
momentos en nuestras vidas
donde nuestro camino vital se separa
y el viaje por el que
pensábamos que íbamos
da un giro hacia una dirección terrible
que nunca esperábamos,
y que desde luego no queríamos.
Me pasó a mí.
Fue mucho peor de lo que podrían imaginar.
Si alguna vez se encuentran
en una situación en la que piensan:
"De ninguna manera
voy a poder recuperarme de esto",
les apremio a apoyarse
en estas tres estrategias
y que lo vuelvan a pensar.
No voy a fingir
que pensar así es fácil.
Y no elimina todo el dolor.
Pero si he aprendido algo
durante los últimos cinco años,
es que pensar de esa manera ayuda mucho.
Por encima de todo,
me ha enseñado que es posible
vivir y estar de luto al mismo tiempo.
Y siempre estaré agradecida por eso.
Gracias.
(Aplausos)