Hace veinte años,
cuando era abogado
y abogado de derechos humanos
en práctica jurídica
de jornada completa en Inglaterra,
y el tribunal máximo del país
aún se reunía, algunos dirían
debido a un accidente en la historia,
en este edificio,
conocí a un hombre que
acababa de renunciar a su trabajo
en el Ministerio de Asuntos Exteriores.
Cuando le pregunté
"¿Por qué renunciaste?",
me contó esta historia.
Había ido a ver a su jefe
una mañana y le dijo,
"Hagamos algo sobre el abuso
de los derechos humanos en China".
Y su jefe respondió:
"No podemos hacer nada
sobre los abusos en China
porque tenemos
relaciones comerciales con China".
Así pues mi amigo se retiró
muy avergonzado,
y seis meses después,
volvió a hablar con su jefe
y esta vez dijo:
"Hagamos algo sobre
los derechos humanos en Birmania",
como se llamaba entonces.
Su jefe de nuevo hizo
una pausa, y dijo,
"Oh, pero no podemos hacer nada
sobre los derechos humanos en Birmania
porque no tenemos relaciones
comerciales en Birmania".
(Risas)
Fue el momento en que
supo que tenía que renunciar.
No fue solo la hipocresía
lo que le molestó,
sino el rechazo de su gobierno
de entrar en conflicto
con otros gobiernos,
en discusiones tensas,
mientras que tanta gente
inocente era perjudicada.
Constantemente se nos dice
que el conflicto es malo,
que el mutuo acuerdo es bueno;
que el conflicto es malo,
pero el consenso es bueno;
que el conflicto es malo,
y la colaboración es buena.
Pero en mi opinión,
esto es una visión
muy simple del mundo.
No podemos saber
si el conflicto es malo
a no ser que sepamos
quiénes son los que combaten,
por qué están combatiendo
y cómo están combatiendo.
Y los mutuos acuerdos
pueden ser terribles,
si dañan a la gente que no
participa en el acuerdo,
gente vulnerable, sin poder,
a quienes tenemos la
obligación de proteger.
Es posible que se muestren escépticos
al escuchar a un abogado
sobre los beneficios que trae
el conflicto y los problemas
que crea el mutuo acuerdo,
pero también califiqué
como mediador,
y hoy en día dedico mi tiempo
a dar charlas de ética pro bono.
Como el gerente de mi banco me recuerda,
soy de movilidad social descendente.
Pero si aceptan mi argumento,
debería de cambian no
solo cómo llevamos nuestras vidas,
lo cual quiero poner
a un lado por un momento,
sino también cambiar lo que
pensamos sobre los grandes problemas
de salud pública y medio ambiente.
Me explico.
Cada uno de los estudiantes
de secundaria en EE. UU.,
e incluyo a mi hija de 12 años,
aprende que hay
3 ramas de gobierno:
el legislativo, el ejecutivo,
y el judicial.
James Madison escribió,
"Si hay un principio más
sagrado en nuestra Constitución
o en cualquier constitución libre,
si a esas vamos,
que ningún otro,
es el de la separación
de los poderes
el legislativo, el ejecutivo,
y el judicial".
A los redactores no solo les preocupaba
la concentración y
uso del poder.
También consideraron
los riesgos de la influencia.
Los jueces no pueden determinar
la constitucionalidad de las leyes
si participan en la creación
de esas leyes,
y tampoco pueden responsabilizar
a los otros poderes del gobierno
si colaboran con ellos
o mantienen una
relación estrecha con ellos.
La Constitución, de acuerdo
con un académico famoso,
es "una invitación al conflicto".
Y nosotros el pueblo
nos favorecemos
cuando esos poderes, realmente,
discrepan entre ellos.
Y bien, reconocemos
la importancia de la discrepancia
no tan solo en el sector público
entre los poderes de gobierno.
Lo reconocemos también
en el sector privado,
en las relaciones
entre compañías.
Imaginémonos que dos
líneas aéreas, de común acuerdo
deciden no reducir el precio
de los boletos de clase económica
a menos de 250 dólares por boleto.
Eso es colaboración,
algunos dirían confabulación,
no competencia
y nosotros el pueblo
somos los perjudicados
porque pagamos más
por los boletos.
Así mismo, imaginen
dos aerolíneas,
"Aerolínea A dice "volaremos la ruta
de Los Angeles a Chicago",
y Aerolínea B dice "volaremos la ruta
de Chicago a DC,
y no vamos a competir".
Otra vez, eso es colaboración
o confabulación en vez de competencia,
y nosotros el pueblo
somos los perjudicados.
Así pues entendemos
la importancia de la discrepancia
cuando se trata de las relaciones
entre los poderes del gobierno,
el sector público.
También entendemos
la importancia de la discrepancia
cuando se trata de las relaciones
entre las compañías,
el sector privado.
Pero donde lo hemos olvidado es
en las relaciones entre
el pueblo y el sector privado.
Y gobiernos en todo el mundo
están colaborando con la industria
para resolver problemas
de salud pública y medio ambiente,
con frecuencia colaborando
con las mismas compañías que están
creando o agravando
los problemas que intentan solucionar.
Nos dicen que en estas relaciones
todos ganan.
Pero ¿qué si alguien está perdiendo?
Permítanme darles unos ejemplos.
Una agencia de las Naciones Unidas
decidió atender un problema muy serio:
el saneamiento deficiente en escuelas
de la India rural.
Lo hicieron no solo con la colaboración
de los gobiernos nacionales y locales
sino también con una
compañía de televisión
y una compañía
multinacional de refrescos.
A cambio de menos
de un millón de dólares,
esa compañía recibió los beneficios
de una campaña promocional por un mes,
incluyendo un
maratón televisiva de 12 horas,
todos usando el logo de la
compañía y el esquema de colores.
Este fue un acuerdo
totalmente entendible
desde el punto de vista
de la compañía.
Mejora la reputación
de la compañía
y crea fidelidad de marca
para sus productos.
Pero en mi opinión,
esto es profundamente problemático
para la agencia intergubernamental,
la agencia cuya misión
es promover una vida sostenible.
Al incrementar el consumo
de bebidas dulces
hechos con el agua local escasa
y envasados en botellas de plástico
en un país que ya está
sufriendo de obesidad,
esto no es sostenible
ni del punto de vista
de la salud pública ni del medio ambiente.
Y con el fin de resolver
un problema de la salud pública,
la agencia está sembrando
otro problema.
Este es tan solo un ejemplo
de docenas que he descubierto,
investigando para un libro sobre
las relaciones de gobierno e industria.
También pude haberles dicho
sobre las iniciativas en los parques
en Londres y por toda Inglaterra,
que implican a la misma compañía,
promoviendo el ejercicio,
o incluso el gobierno británico
creando promesas voluntarias
en colaboración con la industria
en vez de regular la industria.
Estas colaboraciones o asociaciones se han
convertido en paradigma en salud pública
y una vez más, tienen sentido
desde el punto de vista de la industria.
Les permite formular problemas
de salud pública y sus soluciones
en maneras que son
de mínima amenaza
y máximo ajuste con
sus intereses comerciales
Así pues, la obesidad se
convierte en un problema
de la capacidad de la
decisión individual,
de la conducta personal,
de la responsabilidad personal
y la falta de actividad física.
No es un problema
--cuando se explica
de esta manera--
del sistema de alimentos multinacionales
que implica a grandes compañías.
Y repito, no culpo al sector industrial.
La industria naturalmente
participa en estrategias de influencia
y así promover sus intereses comerciales.
Sin embargo, los gobiernos
tienen la responsabilidad
de elaborar contraestrategias
para protegernos
y para bien común.
El error de los gobiernos
cuando colaboran de esta manera
con la industria
es que vinculan
el bien común
con los intereses comunes.
Cuando colaboras con la industria,
necesariamente excluyes
de la mesa cosas que posiblemente
fomentarían el bien común,
pero que la industria no aceptaría.
La industria no acordará
incrementar las regulaciones,
a no ser que piense que esto
evitará aún más regulaciones,
o que tal vez elimine algunos
competidores del mercado.
Las empresas tampoco
acordarán ciertas cosas,
por ejemplo, incrementar el
precio de productos malsanos,
porque violarían la legislación
sobre competencia,
como hemos establecido.
Así pues los gobiernos no
deberían confundir
el bien común con los intereses comunes,
especialmente cuando
los intereses comunes
significa llegar a un
acuerdo con la industria.
Deseo darles otro ejemplo,
pasando de la colaboración
de alto nivel
a algo que está bajo tierra
tanto literal como figuradamente:
la fracturación hidráulica
del gas natural
Imagínense que hayan comprado
una parcela,
sin saber que los derechos
mineros fueron vendidos.
Esto es antes del
auge de la fracturación
Construyen la casa de sus
sueños en esa parcela,
y poco después, descubren
que la compañía de gas
está construyendo
una plataforma de perforación.
Esa fue la dura situación
de la familia Hallowich
Después de poco tiempo,
los miembros
empezaron a sufrir dolores de cabeza,
dolor de garganta, comezón de ojos,
además del ruido, la vibración,
y las luces brillantes que producía
la combustión del gas natural.
Protestaron fuertemente,
pero después callaron.
Y gracias al Pittsburgh Post-Gazette,
donde esta imagen se publicó,
y a otro periódico,
descubrimos porqué callaron.
Los periódicos fueron
a la corte y dijeron,
"¿Qué pasó con la familia Hallowich?".
Y sucedió que la familia había
llegado a un acuerdo en secreto
con los operadores del gas, donde
el acuerdo fue de "lo tomas o lo dejas".
La compañía de gas dijo:
pueden aceptar una suma de seis cifras
para mudarse a otro lugar
y empezar de nuevo,
pero a cambio
deben de prometer no hablar
de sus experiencias con nuestra compañía.
No pueden hablar de sus
experiencias con la fracturación,
ni sobre las consecuencias
dañinas en la salud
que hayan podido ser descubiertas
a la hora de un examen médico.
Y bien, no culpo a la
familia Hallowich por aceptar
el acuerdo de "lo tomas o lo dejas"
y empezar sus vidas en otro lugar.
Y puedo comprender
por qué la compañía hubiera
querido callar las protestas.
Lo que yo quiero apuntar es
el sistema regulatorio y legal,
un sistema donde existen
redes de acuerdos
igual que este
que sirven para callar a la gente
y bloquear la información fáctica
de lo los expertos en
salud pública y epidemiólogos.
Un sistema donde los reguladores
hasta se abstienen
de emitir avisos de violación
en caso de contaminación
si el dueño de la parcela
y la compañía de gas
llegan a un acuerdo.
Este es un sistema que es malo
no tan solo desde el punto de vista
de la salud pública; expone
peligros a la salud de las
familias locales que
desconocen lo que está pasando.
Y bien, les he presentado dos ejemplos
no porque sean ejemplos aislados.
Son ejemplos de un problema sistemático.
Podría compartir algunos contraejemplos,
por ejemplo, el caso
del oficial público
que demanda a la compañía farmacéutica
por encubrir el hecho
de que los antidepresivos incrementan
pensamientos suicidas en adolescentes.
Les puedo decir del regulador
que demandó la compañía de alimentos
por haber exagerado los supuestos
beneficios de su yogur para la salud.
Y les puedo decir sobre el legislador
que, a pesar de la fuerte presión
dirigida a ambas denominaciones políticas,
presiona para conseguir
protecciones del medio ambiente.
Estos son ejemplos aislados,
pero son faros de luz
en la obscuridad,
y pueden servir como guía.
Empecé sugiriendo que a veces
necesitamos entablar un conflicto.
Los gobiernos deben de pelear con,
luchar con y a veces participar en
conflicto directo con las corporaciones.
Esto no es porque los gobiernos
sean esencialmente buenos
y las corporaciones
sean esencialmente malas.
Cada uno es capaz de
hacer el bien y el mal.
Pero las corporaciones lógicamente obran
para promover sus intereses comerciales,
y lo hacen ya sea a veces perjudicando
o promoviendo el bien común.
Pero es la responsabilidad
de los gobiernos
proteger y promover el bien común.
Y debemos insistir
que luchen para lograrlos.
Esto es porque los gobiernos
son los guardianes
de la salud pública;
los gobiernos son los guardianes
del medio ambiente;
y son los gobiernos
los guardianes
de estas partes esenciales
de nuestro bien común.
Gracias.
(Aplausos)