En los útlimos 20 años,
más de 800 000 personas
murieron en EE. UU.
por sobredosis.
Así es. Más que todas las muertes
ocurridas en todas las guerras
en las que participó este país.
La mayoría de los casos
se debe al consumo de opioides.
Lamentablemente, mientras
se desarrolla esta charla,
morirá, como mínimo,
una persona por sobredosis,
y nacerá un niño con
graves síntomas de abstinencia
por exposición prenatal a opiodes
consumidos por la madre.
Recién hace muy poco
algunas empresas farmacéuticas
han sido legalmente responsabilizadas
por la crisis de los opioides.
Pero en comparación con
sus ganancias varias veces millonarias,
las sanciones económicas
que se les imponen son ínfimas.
Me pregunto entonces:
¿por qué la adicción
y el estigma de la adicción
habilitan la subestimación
de vidas humanas?
Irónicamente, me suelen hacer
la pregunta opuesta:
¿por qué deberíamos
preocuparnos por los "adictos"?
A veces, incluso me critican
los que piensan que quienes sufren
de trastornos por consumo de sustancias
se los han provocado a sí mismos,
que son débiles,
que no tienen valores morales
y que, por tanto, no merecen ayuda.
Pero si algo sabemos
de la adicción a los opioides,
es que este tipo de personas
no encaja en ese estereotipo.
En realidad, ninguna adicción lo hace.
Esas personas son
madres, padres y abuelas.
Son docentes, líderes empresariales,
porristas, deportistas, enfermeros
y conductores de autobuses.
Son nuestros hermanos y nuestras hermanas.
Representan cada una
de las fibras del tejido social.
Es cierto que cada persona entró
en la adicción de manera distinta,
pero la causa principal
de la actual epidemia
es que los médicos recetan
opioides más de lo necesario
para tratar los dolores crónicos.
Y eso distingue a esta epidemia de otras.
Esta epidema en particular se debió
a las recetas extendidas por los médicos.
El ciclo comenzó cuando las empresas
farmacéuticas convencieron a los médicos
de que sus pacientes no tenían
por qué sufrir dolor.
Los fabricantes de opioides aseguraron
que sus poderosos productos
no causaban adicción,
excepto en ciertos individuos
de ciertas comunidades en particular.
Esta desinformación,
sumada a la educación
limitada de los clínicos
y la ignorancia de la gente
sobre la adicción,
es la causa de esta epidemia.
Por eso llegamos a este punto.
Ahora bien, la pregunta es:
¿cómo se trata una epidemia
de opioides a nivel nacional?
En una epidemia,
lo normal es convocar a los gobiernos,
los clínicos y los científicos
para ayudar a los afectados.
Diseñan nuevas estrategias de
tratamientos, a veces no convencionales,
para abordar la situación
sin pérdida de tiempo.
Pero no es lo que sucedió
con la epidemia de opioides.
Igualmente, el panorama está cambiando.
Ahora se están tomando
medidas de gobierno más agresivas.
Por ejemplo, los Institutos
Nacionales de la Salud
lanzaron una iniciativa llamada HEAL,
sigla que en inglés es "Ayuda para
el fin de la adicción a largo plazo".
Su misión es fomentar las investigaciones
para el manejo del dolor y las adicciones
con el financiamiento de
nuevas estrategias de tratamiento.
El tratamiento actual
para la adicción a los opioides
es el uso de otros opioides,
como la metadona.
Estos medicamentos se usan hace 50 años.
Se los utiliza como terapia de reemplazo,
lo cual, en definitiva, es como
combatir el fuego con más fuego.
Han salvado muchísimas vidas.
Sin embargo, muchos de quienes
los necesitan no los toman.
¿Por qué?
Estos medicamentos
son adictivos en sí mismos
y, por lo tanto, están fuertemente
regulados por el gobierno.
Cientos de miles de personas deben ser
estrictamente monitoreadas a diario.
Deben ir a una clínica especializada,
por lo general lejos de la casa.
tomar su medicación y luego
ir a trabajar como pueden.
Claramente, esa estrategia no es
la más efectiva para tratar una epidemia.
Y, por otro lado, plantea
interrogantes muy obvios.
Por ejemplo: ¿por qué el tratamiento
para las adicciones
es distinto al usado
en otros trastornos de salud?
Para tratar otros trastornos de salud,
los médicos recetan
medicamentos no adictivos,
que se venden en una farmacia.
¿Por qué los médicos con pacientes
que padecen trastornos de adicción
tienen opciones limitadas para tratarlos?
Nadie diría que para tratar un cáncer
basta con dos o tres tratamientos,
especialmente cuando
esos tratamientos no curan.
Y esto nos lleva al problema
de los USD 200 mil millones.
Combatir el fuego con fuego
es una estrategia razonable,
pero ¿qué pasaría si usáramos
un fuego distinto,
uno más seguro?
¿Qué pasaría si diseñáramos
un tratamiento no adictivo
a partir de una droga distinta?
Ese ha sido mi recorrido
para diseñar un tratamiento
destinado a la adicción a los opioides,
y me ha llevado por lugares
realmente sorprendentes.
Empecé investigando el cannabis,
la droga comúnmente
conocida como marihuana.
Para poder entender
cómo el cannabis puede combatir
la epidemia de los opioides,
primero conviene conocer
las características de la droga
y de la política.
El cannabis es una planta compleja.
Contiene más de 140 cannabinoides.
Son sustancias químicas
activas de la planta
que se unen a los receptores
de cannabinoides en nuestro organismo.
El potente cannabinoide psicoactivo
que activa la recompensa, la euforia,
es el THC.
Los científicos lo llamamos
"tetrahidrocannabinol".
Sencillo, ¿verdad?
Pero la política es mucho más compleja.
Las reacciones hacia el cannabis
y la cantidad de THC
considerada segura para su consumo
han cambiado radicalmente con los años.
De hecho, este país ha tenido
una relación muy polarizada con la droga.
El cannabis es altamente
demonizado o bien endiosado.
Fue demonizado cuando la DEA,
la Administración de Control de Drogas,
la consideró de Categoría I,
es decir, que el cannabis
se encuentra entre las drogas
de mayor potencial adictivo,
sin ningún valor medicinal.
Lo que es peor, ese rótulo de Categoría I
promovió el arresto masivo
e indiscriminado por consumo de cannabis,
especialmente entre
hombres negros y morenos.
Pero las cosas están cambiando.
El péndulo se está moviendo
en la dirección opuesta.
Hoy, el cannabis es legal
con fines médicos o recreativos
en casi todos los estados,
y el Congreso está tratando
un proyecto de ley
para retirar el cannabis
de la lista de la DEA.
También han aumentado
las investigaciones sobre el cannabis.
La mayoría de los estudios,
incluyendo algunos míos,
se centran en el THC.
De hecho, las investigaciones
que realizamos en animales
arrojan una relación negativa
entre el THC y la addicción a opioides.
Pero, como dije,
la planta de cannabis contiene
más de 100 cannabinoides,
de modo que el THC no es
el único que se debía estudiar.
Tras investigar otro cannabinoide,
el cannabidiol –o CBD–,
descubrimos, para nuestra sorpresa,
que sus características
aliviaban ciertos comportamientos
relacionados al consumo de opioides.
Allí fue cuando empecé
enfocarme en el CBD.
Y bien, ¿cómo es que el CBD
dejó de ser un desconocido
hace tan solo unos años
para penetrar en la sociedad,
con el café de la mañana, el agua
del almuerzo y la cerveza de la noche?
El CBD deriva de la planta de cannabis
pero, a diferencia del THC,
que produce sensación de euforia,
el CBD no tiene propiedades adictivas.
Aún no sabemos con certeza
cómo actúa el CBD exactamente,
pero se sabe que altera
las sustancias químicas del cerebro
que regulan las emociones y la ansiedad.
Lo curioso es que el suministro
de CBD a nuestros modelos animales
que ya consumían heroína
mostraron menos inclinación
a desear el consumo de heroína.
Específicamente, el CBD redujo
el deseo de consumir heroína
causado por estímulos ambientales
que estaban asociados a la droga.
Repito.
El CBD redujo el deseo de consumir heroína
causado por estímulos con droga.
Esto es muy importante
porque el deseo por consumir
suele ser provocado
por el recuerdo de los estímulos
previamente asociados
al consumo de la droga.
Y la necesidad de consumir a diario
es cuestión de vida o muerte
para quienes son adictos a los opioides.
Dicho de otro modo,
la necesidad de consumo
puede causar recaída
y muerte por sobredosis.
Así que reducir la necesidad de consumo
es una importante
estrategia de tratamiento.
Los resultados de modelos
animales como estos
es el primer paso fundamental
para desarrollar nuevos medicamentos
que sean aprobados por la FDA.
El paso siguiente: estudios en humanos.
En nuestro primer estudio en humanos,
demostramos que el CBD es seguro,
a pesar de que quienes lo consumieron
también consumían un potente opioide.
Luego, para determinar su eficacia,
hicimos ensayos clínicos
y nos aseguramos de que
tanto los investigadores
como los participantes del estudio
desconocieran si se administraba CBD
o sustancias placebo.
Los resultados obtenidos
replicaron nuestros hallazgos
en los experimentos en animales.
Ahora sabemos que el CBD
puede reducir el deseo de consumo
causado por estímulos ambientales
en consumidores humanos de heroína.
Y además, nuestros resultados demostraron
que el CBD reducía la ansiedad
asociada al consumo de drogas.
Esto también es importante,
porque la ansiedad es otro factor clave
que provoca la necesidad de consumo.
Por otro lado, el CBD también
redujo el nivel de cortisol,
la hormona del estrés,
que suele ser alto cuando las personas
adictas se exponen al consumo de drogas.
Otro hallazgo interesante
fue que el CBD siguió reduciendo
el deseo y la ansiedad,
aun luego de una semana
del último consumo.
Este efecto de eficacia prolongada
es de gran ayuda para las personas
que toman cualquier medicamento.
En definitiva, la evidencia
es cada vez mayor.
El CBD tiene el potencial de reducir
actitudes típicas
de la adicción a los opioides,
como el deseo de consumo y la ansiedad.
Pero aún no hemos cerrado el ciclo
en el desarrollo de medicamentos.
Para la FDA, la regla de oro
en cuestiones médicas
es que los ensayos clínicos
se hagan a gran escala.
Hace poco, tuve la suerte
de que me ofrecieran la rara oportunidad
de hacer un ensayo clínico
a gran escala con el CBD
en personas adictas al opio.
Ese estudio seguirá en curso
unos dos años más, como mínimo.
Actualmente, el CBD es objeto de estudio
para tratar numerosas enfermedades.
Por otro lado, en la última década,
el CBD ha tenido un auge en la sociedad.
Se lo ha incorporado en bebidas, comida,
productos para el cuidado
de la salud y de la piel.
Se administra CBD incluso a las mascotas.
Ahora bien, ¿el CBD es la droga
milagrosa que muchos pregonan?
No.
¿Tiene potenciales beneficios
para la salud?
Sí.
Pero la única manera de obtener
información concluyente
sobre la total seguridad
y eficacia del CBD
es mediante ensayos clínicos
a gran escala.
Me pregunto entonces:
¿es posible cambiar las reglas del juego
y usar esta planta tan conocida
para desarrollar un medicamento
no adictivo, aprobado por la FDA,
para tratar los trastornos
por abuso de opioides?
Sin ninguna duda.
Por eso, hoy estamos haciendo
grandes esfuerzos
para buscar soluciones usando el CBD.
A mi parecer,
los potenciales beneficios
son obvios y contundentes.
Significa restituir una madre
o un padre a una familia.
Significa que un hijo puede
terminar la escuela o la universidad.
Pero sobre todo,
significa ayudar a salvar muchas
de las cientos de miles de vidas
que de otro modo se perderían
por el consumo de opioides
en la década que viene.
Gracias.
(Aplausos)