Hace unos años, mi obsesión por la productividad se agravó tanto que sufrí un episodio de agotamiento y me asusté mucho. Hablo de insomnio, aumento de peso, pérdida de cabello, todo. Estaba tan sobrecargada de trabajo que mi cabeza literalmente no podía pensar nuevas ideas. Es decir, mi identidad estaba atada a esta idea de productividad. [Nuestra forma de trabajar] ¿Sientes culpa si no has sido muy productiva durante el día? Pasas horas leyendo trucos de productividad, probando nuevos sistemas y aplicaciones para hacer aún más? Las probé todas, aplicaciones de tareas, de calendario, de gestión del tiempo, cosas destinadas a administrar tu día. Hemos estado tan obsesionados con hacer más que nos hemos perdido lo más importante. Muchas de estas herramientas no están ayudando. Están empeorando las cosas. Bien, hablemos de productividad por un segundo. Históricamente, la productividad como la conocemos hoy viene de la Revolución Industrial. Era un sistema que medía el rendimiento en función de resultados consistentes. Entrabas a tu turno y eras responsable de crear X cantidad de piezas en la línea de montaje. Al final del día, era bastante fácil ver quién trabajaba arduamente y quién no. Cuando pasamos a una economía del conocimiento, la gente de repente tuvo tareas mucho más abstractas, cosas como escribir, resolver problemas o estrategias, tareas que no eran fáciles de medir. A las empresas les costaba determinar quién estaba trabajando y quién no, por eso adoptaron los viejos sistemas lo mejor que pudieron, y llegaron a cosas como la temida planilla de tiempos donde todos están bajo presión para justificar cómo pasan cada segundo de su día. Solo hay un problema. Estos sistemas no tienen mucho sentido para trabajo creativo. Todavía pensamos la productividad como deporte de resistencia. Tratamos de producir tantas publicaciones de blog o llenamos el día de reuniones. Pero este modelo de resultado constante no es propicio para el pensamiento creativo. Hoy, los trabajadores del conocimiento enfrentamos un gran desafío. Se espera que estemos constantemente produciendo y creando en igual medida. Pero en realidad es casi imposible que el cerebro genere continuamente nuevas ideas sin descanso. De hecho, el tiempo de inactividad es una necesidad del cerebro para recuperarse y funcionar adecuadamente. Piensa que, según un equipo de investigadores de la Universidad del Sur de California, dejar que la mente divague es un estado mental esencial que nos ayuda a desarrollar nuestra identidad, a procesar las interacciones sociales, e incluso influye en nuestra brújula moral interna. La necesidad de descanso choca de frente con la narrativa cultural del trabajo, en otras palabras, las historias que como sociedad nos contamos sobre el éxito y sobre qué se requiere para lograrlo. Historias como el sueño americano, una de las creencias más arraigadas. Nos dice que si trabajamos arduamente, tendremos éxito. Pero hay otra lectura de esto. Si uno no tiene éxito, debe ser porque uno no trabajó lo suficiente. Y si uno piensa que no hace lo suficiente, por supuesto, se quedará hasta tarde, toda la noche, esforzándose al máximo, aunque uno domine el tema. Hemos incorporado la productividad a nuestra autoestima, por eso es casi imposible que nos permitamos dejar de trabajar. El empleado estadounidense promedio solo toma la mitad de sus vacaciones pagadas, demostrando una vez más que si tenemos la opción de tomar un descanso, no lo hacemos. Para ser clara, no pienso que la productividad o tratar de mejorar el rendimiento sea algo malo. Solo digo que los modelos actuales que usamos para medir el trabajo creativo no tienen sentido. Necesitamos sistemas que alienten la creatividad y no que la anulen. [¿CÓMO LO SOLUCIONAMOS?] No hay una solución rápida para este problema. Y lo sé, lo sé, eso apesta. Nadie ama un buen sistema o un buen acrónimo más que yo. Pero la verdad es que todos tenemos nuestras propias narrativas por descubrir. No fue hasta que empecé a hurgar en mis creencias sobre el trabajo que empecé a aclarar la raíz de mi propia historia laboral, para al final poder soltar los comportamientos destructivos y hacer cambios positivos, a largo plazo. Y la única forma de hacerlo es haciéndose uno mismo preguntas difíciles. ¿Estar ocupado te hace sentir que vales? ¿A quién consideras ejemplo de éxito? ¿De dónde vienen tus ideas sobre la ética del trabajo? ¿Cuánto de lo que eres se vincula con lo que haces? Tu creatividad tiene su propio ritmo. Nuestra energía fluctúa a diario, cada semana, incluso en cada estación. Sé que siempre tengo más energía al principio de la semana que al final, por eso cargo mi semana al principio para reflejar ese hecho. Como orgullosa ave nocturna, libero mis tardes y noches para el trabajo creativo. Y sé que terminaré escribiendo más en los acogedores meses de invierno que durante el verano. Y ese es el secreto. Desmantelar mitos, desafiar los viejos puntos de vista, identificar las propias narrativas, este es el verdadero trabajo que debemos hacer. No somos máquinas, y pienso que es hora de dejar de trabajar como máquinas.