Soy biólogo marino
y quiero hablarles
de la crisis de nuestros océanos,
pero esta vez, no con un mensaje
que hayan escuchado antes,
sino que voy a contarles
que si la supervivencia de los océanos
dependiera solo de gente como yo,
de científicos que colaboran
con publicaciones,
tendríamos peores problemas
de los que tenemos.
Porque, como científico,
lo más importante que he aprendido
sobre cómo mantener nuestros océanos
en buen estado y productivos,
no viene de la comunidad académica,
sino de los pescadores y pescadoras
que viven en algunos de los países
más pobres del mundo.
Como conservacionista, he aprendido
que la pregunta más importante no es:
"¿Cómo mantenemos a la gente alejada?",
sino más bien: "¿Cómo nos aseguramos
de que la población costera del mundo
tenga suficiente para comer?
Nuestros océanos son tan esenciales
para nuestra propia supervivencia
como lo son la atmósfera,
nuestros bosques o suelos.
Su asombrosa productividad hace
de la pesca, junto a la agricultura,
uno de los pilares de la producción
alimentaria para la humanidad.
Sin embargo, algo ha ido mal.
Estamos abocados
a una emergencia de extinción
que mi sector ha sido a día de hoy
rotundamente incapaz de abordar.
En esencia, se trata de una crisis
muy humana y humanitaria.
El mayor impacto que han sufrido
hasta ahora nuestros océanos
es la sobrepesca.
Cada año pescamos de forma más intensa,
más profunda y a mayor distancia.
Cada año pescamos menos peces.
Con todo, la crisis de la sobrepesca
es una gran paradoja:
innecesaria, evitable
y del todo reversible,
porque la pesca es uno de los recursos
más productivos del planeta.
Con las estrategias adecuadas,
podemos dar marcha atrás a la sobrepesca.
Que no lo hayamos hecho aún
es, en mi opinión,
uno de los mayores fracasos
de la humanidad.
No hay ningún lugar donde
este fracaso sea más evidente
que en las cálidas aguas
a ambos lados del ecuador.
Los trópicos son el hogar de la mayoría
de las especies en nuestro océano,
y de la mayoría de personas
cuya existencia depende de nuestros mares.
Llamamos a estos pescadores y pescadoras
costeros "pescadores a pequeña escala",
Pero "pequeña escala"
es un término equívoco
para una flota que comprende más del 90 %
de los pescadores y pescadoras del mundo.
Su actividad es, por lo general,
más selectiva y sostenible
que la destrucción indiscriminada
que con demasiada frecuencia
realizan los grandes barcos industriales.
Esta población costera es la que más
se beneficia de la conservación porque,
para muchos de ellos, la pesca es lo único
que los mantiene alejados de la pobreza,
el hambre o la migración forzada,
en países donde el estado
a menudo no puede ayudar.
Sabemos que la situación es desalentadora:
escasez de recursos
a la delantera del cambio climático,
el calentamiento del mar,
arrecifes que mueren,
tormentas catastróficas,
arrastreros, flotas industriales,
barcos avariciosos de países ricos que
se llevan más de lo que les corresponde.
La vulnerabilidad extrema
es lo normal ahora.
Llegué por primera vez a la isla
de Madagascar hace dos décadas,
con la misión de documentar
su historia natural marina.
Me cautivaron los arrecifes
de coral que exploré,
y creía saber cómo protegerlos
porque la ciencia daba
todas las respuestas:
cerrar la zona de los arrecifes
de forma permanente;
bastaba con que los pescadores
costeros pescaran menos.
Me acerqué a los ancianos del pueblo,
aquí, en Andavadoaka.
y recomendé que cerraran los arrecifes
de coral más diversos y en mejor estado
a toda forma de pesca
para crear un refugio que ayudara
a la recuperación de reservas
porque, como dice la ciencia,
después de unos cinco años
las poblaciones de peces en esos refugios
serían mucho mayores,
al reponer las zonas de pesca exteriores,
lo que favorecería a todo el mundo.
La conversación no fue muy bien.
(Risas)
Tres cuartas partes de los 27 millones
de habitantes de Madagascar
viven con menos de dos dólares al día.
Mi sincera petición
por una disminución de la pesca
no tuvo en cuenta
lo que esto podría suponer
para quienes dependen
de ella para sobrevivir.
Significaba más recortes;
una restricción, más que una solución.
¿Qué supone proteger una larga lista
de nombres de especies latinas
para Resaxx,
una mujer de Andavadoaka
que pesca todos los días
para dar de comer y enviar
a sus nietos a la escuela?
Ese rechazo inicial me enseñó
que la conservación es, en esencia,
una travesía de plena atención,
es entender las dificultades y problemas
que las comunidades enfrentan
debido a su dependencia de la naturaleza.
Esta idea fue el impulso de mi trabajo
y se convirtió en una organización
que aportó un nuevo enfoque
a la conservación marina,
mediante la recuperación de la pesca
junto a las comunidades costeras.
Tanto entonces como ahora,
el trabajo comenzó escuchando,
y lo que aprendimos nos sorprendió.
De vuelta en el seco sur de Madagascar
descubrimos que una especie
era importantísima para los lugareños:
este singular pulpo.
Descubrimos que el aumento de la demanda
estaba agotando un sustento económico.
Pero también descubrimos que este animal
crece asombrosamente rápido,
duplicando su peso en uno o dos meses.
Comprendimos que la protección
de una pequeña zona de pesca
durante unos pocos meses
podría dar lugar a aumentos
drásticos en las capturas,
lo suficiente como para mejorar
el rendimiento de esta comunidad
en un plazo que podría resultar aceptable.
La comunidad así lo creyó,
y optó por cerrar temporalmente
una pequeña zona de arrecife
a la pesca del pulpo,
mediante un código social tradicional:
invocar la bendición de los ancestros
para evitar la pesca furtiva.
Cuando se reinició la pesca
en el arrecife seis meses después,
nadie estaba preparado
para lo que iba a suceder.
Las capturas se dispararon,
hombres y mujeres pescaban
más pulpos, y más grandes,
de lo que nadie había visto en años.
Los pueblos vecinos
vieron el auge en la pesca
y establecieron sus propias vedas,
extendiendo el modelo de forma viral
a lo largo de cientos de km de costa.
Cuando comprobamos las cifras,
vimos que estas comunidades,
entre las más pobres del mundo,
habían hallado la manera de duplicar
sus ingresos en cuestión de meses,
pescando menos.
Imaginen una cuenta de ahorros
de la que retiran la mitad de su saldo
cada año y sus ahorros siguen creciendo.
No hay otra oportunidad
de inversión en el mundo
que pueda ofrecer de forma fiable
lo que la pesca proporciona.
Pero la verdadera magia
trascendió al beneficio,
porque en estas comunidades se producía
una transformación mucho más radical.
Estimulados por el aumento
de las capturas,
los líderes de Andavadoaka se asociaron
con dos docenas de comunidades vecinas
para establecer una amplia
zona de conservación
a lo largo de docenas de millas de costa.
Prohibieron la pesca
con veneno y mosquiteros
y reservaron refugios permanentes
cerca de arrecifes de coral
y manglares amenazados
que incluían, para mi sorpresa,
los mismos lugares
que había señalado dos años antes,
cuando mi sermón por la protección marina
fue tan rotundamente rechazado.
Crearon un área protegida
dirigida por la comunidad,
un sistema democrático
para la gobernanza marina local
del todo impensable
apenas unos años antes.
Y no se detuvieron ahí:
en cinco años, habían garantizado
los derechos legales del estado
para controlar más de 500 kilómetros
cuadrados de océano,
eliminando los destructivos
arrastreros industriales de las aguas.
Diez años después, asistimos a la
recuperación de los arrecifes vitales
dentro de esos refugios.
Las comunidades reclaman
un mayor reconocimiento
del derecho a la pesca
y precios más justos
que recompensen la sostenibilidad.
Pero eso es solo
el comienzo de la historia,
porque este puñado de aldeas de pescadores
ha desencadenado una revolución
de conservación marina
que se ha extendido
a lo largo de miles de kilómetros,
y ha afectado a cientos
de miles de personas.
Ahora, en Madagascar,
cientos de espacios
son gestionados por comunidades
que usan un modelo conservacionista
basado en los derechos humanos
a todo tipo de pesca, desde el cangrejo
de río hasta la caballa.
El modelo ha cruzado las fronteras
del este de África y el océano Índico
y ahora va de isla en isla
hasta el sudeste asiático.
De Tanzania a Timor Oriental,
de India a Indonesia,
obtenemos el mismo resultado:
con una buena planificación,
la conservación marina cosecha dividendos
que no se limitan
a la protección de la naturaleza;
mejoran las capturas
y provocan oleadas de cambios sociales
a lo largo de todo el litoral,
fortaleciendo la confianza, la cooperación
y la capacidad de las comunidades
para enfrentarse a la injusticia
de la pobreza y el cambio climático.
He tenido el privilegio
de dedicar mi vida profesional
a impulsar y vincular estos cambios
a lo largo de los trópicos,
y he aprendido que,
como conservacionistas,
nuestra meta debe ser ganar a gran escala,
no reducir las pérdidas de forma pausada.
Tenemos que aprovechar
esta oportunidad global
para reestructurar la pesca:
con trabajadores sobre el terreno
que se solidaricen con las comunidades
y formen vínculos que las ayuden
a actuar y aprender unas de otras;
con gobiernos y abogados
que trabajen con las comunidades
para garantizar los derechos
de gestión de sus actividades;
dando prioridad a la seguridad
alimentaria y laboral local
por encima de todos los intereses
que compiten en la economía oceánica;
retirando las ayudas a flotas industriales
grotescamente sobrestimadas
y manteniendo a esos buques
industriales extranjeros
fuera de las aguas costeras.
Necesitamos sistemas de datos flexibles
que pongan la ciencia
al alcance de las comunidades
para mejorar la conservación de
las especies o hábitats en cuestión.
Necesitamos que los organismos
de cooperación, los donantes
y el sector de la conservación
eleven su ambición
a la escala de inversión
de inmediato requerida
para llevar a cabo esta labor.
Y para llegar a eso,
necesitamos reinventar
la conservación marina
como una narrativa
de abundancia y empoderamiento,
no de austeridad y alienación;
un cambio liderado por la gente
que depende de mares saludables
para su supervivencia,
no por valores científicos abstractos.
Por supuesto que regular la sobrepesca
es solo un paso hacia
la reparación de nuestros océanos.
El horror del calentamiento,
la acidificación y la contaminación
va en aumento.
Pero es un gran paso.
Un paso que podemos tomar hoy,
y que dará un impulso muy necesario
a quienes buscan soluciones
que pueden extenderse
a otras dimensiones
de nuestra emergencia oceánica.
Nuestros logros impulsan los suyos.
Si nos dejamos llevar por el desánimo,
se acabó el juego.
Afrontamos los retos
abordándolos de uno a uno.
Nuestra abrumadora dependencia
en nuestros océanos
es la solución que permanecía
oculta a simple vista,
porque no hay nada de pequeño
en los pescadores a pequeña escala.
Son cien millones de personas
y alimentan a miles de millones.
Este ejército de conservacionistas
de a pie es el que tiene más que perder.
Solo ellos tienen el conocimiento
y el alcance global necesarios
para redefinir nuestra relación
con nuestros océanos.
Ayudarles a conseguirlo
es la acción más importante
que podemos tomar
para conservar nuestros océanos.
Gracias.
(Aplausos)